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En el Día de Europa

Un fascismo blanqueado de mil caras

Fuentes: Rebelión

En las primeras horas del día 9 de mayo de 1945, horario de Moscú, el mariscal alemán Wilhemn Keitel presentó la capitulación definitiva al mariscal soviético Georgi Zhúkov en el cuartel general del ejército soviético en Berlín, con esta rendición la Unión Soviética y los Aliados ganaban la guerra sobre la Alemania nazi, este día […]

En las primeras horas del día 9 de mayo de 1945, horario de Moscú, el mariscal alemán Wilhemn Keitel presentó la capitulación definitiva al mariscal soviético Georgi Zhúkov en el cuartel general del ejército soviético en Berlín, con esta rendición la Unión Soviética y los Aliados ganaban la guerra sobre la Alemania nazi, este día es conocido en parte del territorio europeo como «Día de la Victoria». Solo cinco años después, el 9 de mayo de 1950 el ministro de asuntos exteriores francés, Robert Schuman, da nombre a una declaración por la que se propone que la entonces República Federal Alemana y Francia se sometan a una administración conjunta. Esta declaración configura la primera comunidad económica europea cuyo aniversario comienza a ser celebrado a partir de 1985 en la Cumbre de Milán y es conocido como el Día de Europa.

La victoria sobre la Alemania nazi no solo implicó la polarización del mundo y el inicio de la configuración de la hegemonía estadounidense frente a una Europa mermada, deshecha y traumatizada por la guerra, sino la esperanza colectiva de haber hecho frente a una de las mayores amenazas que han asolado el mundo contemporáneo: El fascismo. La izquierda estaba colmada de referentes que habían consumado victorias y su fortaleza era incuestionable y, además, el bloque socialista se configuraba como un paraguas que daba cobertura a multitud de procesos de liberación social y nacional. El hecho de que exactamente 5 años después de la guerra naciera el primer embrión de lo que hoy conocemos como la Unión Europea, más allá de una casualidad poética, es una intencionada maniobra para, por un lado, blindar los intereses de las burguesías y restaurar los procesos de acumulación capitalista afectados por la guerra y, por otro, garantizar los intereses de los EE.UU en la región frente a la influencia soviética. Detrás del plan Marshall y la configuración de la OTAN los EE.UU garantizaban apuntalar política, económica y militarmente el anticomunismo, pero sin pasarse, ya que el capitalismo de Estado o estado de bienestar era el modelo que mejor garantizaba el consenso entre la clase trabajadora permitiendo apuntalar la hegemonía de las clases dominantes sin confrontar en exceso con un pueblo influido por el Bloque del Este.

Tras el desmantelamiento de la URSS, el estado de bienestar perdió su sentido original y las medidas neoliberales articuladas en el Tratado de Maastricht no tardaron en llegar. La falta de un referente contrahegemónico dejó a la izquierda a merced de la coerción y la represión en un mundo unipolar. Desde este momento hasta nuestros días la Unión Europea ha seguido funcionado bajo la lógica de la acumulación (aumento de la tasa de ganancia de los grandes lobbies financieros a través de la deslocalización y de la precarización del empleo o, en su correlato burgués, a través de la movilidad social y la flexibilidad laboral). Esta construcción de hegemonía se mantiene a través de medidas socioeconómicas y medidas represivas y a través de mecanismos ideológicos. Uno de ellos, olvidar el 9 de mayo como el día de la victoria antifascista y reivindicarlo como Día de la Integración Europea. Este año, como en años anteriores, la UE se nos presentará por aquellos que la defienden como la última defensa en contra de la ultraderecha.

Sin embargo, desde sus comienzos, la UE se configura como una institución para apartar las decisiones sobre la política económica del control de los pueblos que la componen. Esta tendencia se ha agudizado a partir de la crisis capitalista del 2007 con la imposición, por parte de la troika (Comisión Europea, Banco Central Europeo y Fondo Monetario Internacional), de planes de ajuste estructural (privatizaciones, recortes, etc.) a las clases trabajadoras de los estados que se endeudaron para salvaguardar los intereses de las empresas privadas. Un caso paradigmático es el de Grecia que, en la actualidad, ha perdido totalmente su soberanía y se ha convertido en una colonia de las élites capitalistas europeas.

Y mientras se aparta el control de las políticas económicas de los pueblos y las clases trabajadoras, se refuerza el papel del Estado como garante del orden administrativo, político y social que permite la implementación del proyecto del capital europeo. Esto ha supuesto un aumento de medidas represivas justificadas con el relato de la necesidad de la aplicación de las políticas neoliberales y el mantenimiento del orden social, así como mediante el recurso a la amenaza terrorista como justificación para la implementación de medidas de control social que, en la práctica, se están utilizando para reprimir a cualquier tipo de oposición. Por otra parte, la gestión criminal de la llamada «crisis de refugiados» y las políticas de externalización y cierre de fronteras, así como de persecución a quienes tratan de rescatar a aquellas personas que huyen de conflictos en los que los propios países miembros de la UE intervienen, ya sea directamente o mediante el apoyo y venta de armas a países como Turquía o Arabia Saudí, es otra cara del carácter profundamente racista e inhumano de la UE.

Sin embargo, durante décadas, el carácter antidemocrático y neoliberal de la UE se supo mantener oculto a gran parte de la opinión pública europea que vivía cómoda bajo el sueño de un estado del bienestar que parecía durar para siempre y ajena a las políticas de ajuste estructural y los acuerdos económicos injustos que aquella institución imponía a terceros países. No es hasta que los efectos de las políticas neoliberales de la UE empiezan a extenderse de forma masiva con el comienzo de la crisis de 2007, principalmente en los países de la periferia, aunque con recortes en derechos de las clases trabajadoras también en países como Alemania, cuando se empieza a cuestionar esta construcción de la hegemonía. Esta resistencia se da principalmente por las clases trabajadoras con movilizaciones de «indignados» y huelgas en contra de los recortes de derechos socioeconomicos y de reformas laborales contrarias a los derechos laborales .

No obstante, esta respuesta también se ha dado por una parte de la burguesía que se ve perjudicada por esta nueva configuración de la UE y que propone un nuevo proteccionismo económico vinculado a un programa euroescéptico y profundamente xenófobo. Este hecho ha sido acompañado por el avance en diferentes contiendas electorales de formaciones políticas de extrema derecha con un programa xenóbofo, islamófobo y en algunos casos antisemita, que, sin embargo reniegan en su discurso público de las ideas y estéticas fascistas o nazis presentándose como fuerzas de centro-derecha. Estas fuerzas comparten propuestas como la salida de la UE o de alguna de sus políticas (moneda única o la política migratoria), el refuerzo de las políticas de prohibición de entrada y persecución a personas refugiadas o migrantes y su autoconsideración como como salvaguarda de los intereses de la clase trabajadora y sus supuestos valores. Partidos como el Frente Nacional (Francia), el Partido Liberal de Austria o los Demócratas Suecos, situados como tercera fuerza política en en sus respectivos países; el Partido Popular Danés (Dinamarca), segunda fuerza en las elecciones generales de 2015; o el Partido por la Independencia de Reino Unido (UKIP), que lideró la campaña por el brexit, son algunos ejemplos de esta tendencia. A esta lista se añaden aquellas formaciones políticas abiertamente nazis como es el caso de Amanecer Dorado en Grecia.

Por otra parte, en los últimos años también se ha dado un aumento de la presencia de movimientos de corte fascista en las calles que han protagonizado ataques a centros y campos de personas refugiadas, asesinatos y agresiones violentas en contra de personas racializadas o de diferente cultura o religión así como agresiones y acoso a organizaciones y movimientos progresistas. Al igual que sus homólogos electorales, algunos de estos movimientos se preocupan por presentar una imagen renovada, reniegan públicamente de su pertenencia a movimientos neonazis o fascistas y se suelen describir como apolíticos. Su programa está centrado en el patriotismo social, solidaridad de clase, sólo para los nacionales de los países en los que se encuentran, y la crítica al capitalismo neoliberal y la UE. Desde sus comienzos en el sindicalismo social con el establecimiento de bancos de alimentos sólo para nacionales, ocupaciones de centros sociales o su presencia en manifestaciones y protestas socioeconómicas, han ido creciendo hacia ámbitos como el sindicalismo obrero, en el caso del Hogar Social Madrid (Castilla) y la reciente fundación de su sindicato Acción Social de los Trabajadores para «defender los intereses del trabajador español», o incluso a la política electoral como el movimiento Casa Pound (Italia). En este grupo también podemos incluir a los «hipster nazis» de Generación Identitaria, organización que se dedica a hacer acciones propagandísticas para forzar a las instituciones de la UE a reforzar, aún más, la política de cierre de fronteras. Sus pomposas acciones mediáticas son directamente proporcionales a sus monumentales ridículos como cuando alquilaron un barco el verano pasado para tratar de impedir que las organizaciones de rescate a inmigrantes pudieran realizar su trabajo en el Mediterráneo y acabaron siendo arrestados bajo sospecha de tráfico de personas al llevar a bordo a cinco personas de Sri Lanka que aseguraron haber pagado para viajar a Italia. Sin embargo no tienen de qué preocuparse puesto que la UE, con una imagen más lavada que sus caras de no haber roto nunca un plato, ya se encarga de implementar dichas políticas.

Estos grupos, aparte de la violencia que ejercen contra sus víctimas, tienen como uno de sus efectos la invisibilización y acoso a aquellos proyectos que están dando respuesta a las necesidades de la clase trabajadora desde una perspectiva progresista. Y es que es curioso, como a pesar de su discurso victimista, esta no-tan-nueva ultraderecha goza de la complicidad mediática y una gran impunidad por sus actos xenófobos tanto desde las instituciones como en las calles. Curiosos rebeldes que cuentan con el apoyo de quienes siempre han defendido al gran capital. Aquí, de nuevo, ambas caras del fascismo coinciden.

Y es que, el fascismo, aunque se presente con un discurso que apela a las necesidades de la clase trabajadora, históricamente ha constituido un tipo de poder del que hace uso el capital cuando su hegemonía se ve cuestionada. Así tenemos el ejemplo de la Alemania Nazi o las dictaduras en el Cono Sur Latinoamericano o la promoción y entrenamiento de los talibanes para hacer frente a la influencia de la Unión Soviética en. Ya sea en manos del capital transnacional que apuesta por la liberalización de las economías o del capital vinculado a la economía nacional que propone un nuevo proteccionismo, las trabajadoras y trabajadores no tienen nada que ganar.

No nos dejemos engañar por su juego del poli bueno y poli malo. Ni fascismo liberal disfrazado de democracia ni fascismo nacional socialista bien vestido y disfrazado de solidaridad obrera. Ante eso, recuperemos la mejor tradición de lucha por nuestros derechos, por los derechos de la clase obrera, de los pueblos que luchan por su liberación, de las mujeres. La mejor tradición de apoyo mutuo y solidaridad internacionalista. Con propuestas claras, que defiendan hoy y ahora a las capas de la población más afectada por este sistema capitalista neoliberal, desde las trincheras de las necesidades de la vida cotidiana, y contra una UE profundamente antidemocrática y represiva. Una UE, que, sin embargo, se sigue defendiendo, por aquellos quienes la respaldan, como el muro de contención de la extrema derecha mientras aplica, institucionaliza y legitima su mismo programa, por un lado, y persigue y criminaliza la resistencia de corte progresista. No sabemos si la Unión Europea quiere blanquear el fascismo, pero lo que está claro es que quiere imponernos un fascismo blanqueado, de mil caras, irreconocible, casi hasta con pinta de demócrata.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de las autoras mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.