Con el ultraderechista Matteo Salvini como nuevo ministro del Interior que actúa también como titular de Exteriores, Italia está viviendo su propia «era Trump».
El país con forma de bota, en cuestión de tres meses, cambia radicalmente su papel dentro de la UE: de reconocerse como fundador de la misma, a convertirse en su posible detonador: instrumentalizando la cuestión migratoria. ¿Por qué, de golpe, una polémica por un barco con 629 migrantes se vuelve, de la noche a la mañana, en un problema europeo? ¿Acaso Italia no recibe miles de migrantes todos los años coordinando sus rescates en el Mediterráneo desde hace años?
Los náufragos del ya conocido Aquarius son lo de menos (sic). Por eso su destino, a lo largo de esta semana, ha viajado entre los puertos de Malta, Sicilia, Valencia y Cerdeña sin un rumbo claro. Salvarlos, al final, es un deber internacional. El recién estrenado Gobierno italiano, liderado por el primer ministro Giuseppe Conte, sin embargo, está echando un pulso a la Unión Europea diciendo su primer no a la hora de socorrer un conjunto de migrantes a la deriva. Algo nuevo pero no desconocido, la Liga lo había prometido en campaña electoral. Así pues, los medios de comunicación transalpinos están siguiendo con cierta preocupación la forma en la que Italia recibe grandes críticas de Francia y fuertes aplausos de Hungría. Cierto es que en migraciones ningún país puede dar lecciones, pero sí que los italianos están notando cierta discontinuidad con este nuevo Ejecutivo. Unos para bien, otros para mal. Con el leguista Matteo Salvini como nuevo ministro del Interior que de facto actúa también como titular de Exteriores, Italia está viviendo su propia «era Trump».
El barco de rescate MV Aquarius es visto por los migrantes rescatados por la organización SOS Mediterranee durante una operación de búsqueda y rescate (SAR) en el Mar Mediterráneo. REUTERS / Tony Gentile
Pero no todos los italianos comulgan con esta nueva discontinuidad respecto al Mediterráneo, ni en la calle ni en la política. Cuando Matteo Salvini arrancó estos días su eslogan en Twitter #chiudiamoiporti (en italiano, «cerremos los puertos») diferentes alcaldes de importantes ciudades sureñas de Italia han respondido con mensajes de solidaridad hacia los inmigrantes y refugiados del Aquarius; volviendo a confirmar la disponibilidad de los puertos de sus ciudades: «Si un ministro del Interior sin corazón está dispuesto a que mujeres embarazadas, niños y ancianos mueran en el mar, el puerto de Nápoles está listo para acogerlos», declaraba hace unos días Luigi De Magistris, alcalde de la ciudad partenopea. Para el líder del ayuntamiento de Palermo, Leoluca Orlando, el jefe de la Liga está «incumpliendo las leyes internacionales, demostrando la naturaleza cultural de la extrema derecha». En la misma línea los alcaldes de Messina (Sicilia), Taranto (Apulia) y Reggio Calabria (Calabria). El desafío, para este verano, está servido.
¿Pero cómo ha podido Salvini ganar tanto poder, en dos semanas, en relación a la cuestión migratoria en la política italiana y europea? En las últimas elecciones generales de marzo se han hundido los partidos tradicionales, el PD socialdemócrata de Matteo Renzi y Forza Italia de Silvio Berlusconi. El ganador claro ha sido el Movimiento 5 Estrellas (32%), sin ideología declarada y con vocación solitaria de gobierno. En menor medida, la Liga de Salvini ha cosechado un gran éxito, aunque sea con un 17% de los consensos. Dejando a un lado su separatismo, la ex Liga Norte, hoy simplemente Liga, ha conseguido superar en votos al propio Berlusconi, aliado histórico. Pero la aritmética no podía garantizar a nadie las llaves del Palazzo Chigi, si no fuera por una unión extravagante entre el Movimiento 5 Estrellas y la Liga. Durante meses nadie apostaba por ella, hasta que tres meses después se confirmó. Con tal de poder crear un «Gobierno del cambio», el Movimiento 5 Estrellas del joven Luigi Di Maio ha dejado entrar a la Liga en el Ejecutivo transalpino, repartiendo las carteras incluso en partes iguales, no obstante el diferente peso electoral. Así pues, Salvini ministro del Interior y vía libre para que pudiera cumplir sus promesas electorales en ámbito migratorio. Vicepresidencia compartida con Di Maio y un semi desconocido Giuseppe Conte como testaferro simbiótico de un Gobierno casi imposible.
El ministro del Interior, Matteo Salvini, en la reunión de Confcommercio de la Asociación Empresarial Italiana en Roma. REUTERS / Tony Gentile
Estamos asistiendo, también a través de Italia, de qué forma la inmigración está siendo un factor agitador y decisivo de la política interna de los países de Europa, salvo España. El soberanismo, por definición, es promover el nosotros en política; y partidos como la Liga, aprovechando que las opiniones públicas europeas se mueven en términos anti migratorios, saben que este argumento es un multiplicador de votos. Pero también de miedo. Italia, creyendo que puede defender por completo una frontera marítima, tendrá que tener cuidado a la hora de elegir sus futuros aliados, que cada vez menos son Francia y Alemania y cada vez más Hungría. De ser así, estaríamos hablando de los mismos países que niegan todo tipo de redistribución de los migrantes. Cuando precisamente Italia sigue teniendo muchos de aquellos que no han conseguido todavía viajar al Norte de Europa.
Desde hace más de 7 años el Mediterráneo es sinónimo de aguas revueltas. Tras la muerte del dictador libio Muamar El Gadafi en 2011 y la desintegración estatal de Libia, el país africano ha pasado a ser la vía de escape de miles de migrantes africanos y asiáticos que huyen del Sur al Norte del mundo, poniéndose en manos de traficantes de seres humanos. El objetivo es tan sencillo como el de arriesgar la vida en el mar, para tener la posibilidad de salvarla. Italia, desde entonces y con diferentes tipologías de operaciones militares, ha intensificado su labor de rescate en el Mediterráneo, concretamente en el Canal de Sicilia. Todo ello, ante una mirada pasiva de la Unión Europea (que sí concreta acuerdos con Turquía por el Este) y de unos Gobiernos italianos que, según el momento, han utilizado esta temática para pedir más flexibilidad presupuestaria a Bruselas a cambio de posponer el problema en beneficio de todas las partes en juego. Pero sea lo que fuere, la Guardia Costera italiana ha seguido coordinando, desde Roma, los rescates a migrantes y refugiados en el Mediterráneo Central, aplicando el derecho internacional.
Ahora, sin embargo, la señal que ofrece el nuevo Gobierno italiano sienta un peligroso precedente. Cierto es que ninguna ley europea acepta la entrada de migrantes irregulares a no ser que se trate de refugiados, ya que son merecedores de protección internacional. Y que estos últimos suponen realmente sólo un pequeño porcentaje de los flujos migratorios totales. Pero ante una Unión Europea nuevamente atónita a la hora de reconocer la frontera Sur como un límite continental común, una Italia con tintes soberanistas está dispuesta a confirmar el Mediterráneo como un confín propio por proteger. Todo ello, a costa de renunciar a la obligación internacional de proteger la vida humana en el Mediterráneo, cada vez que lo considere. En Italia hay quienes, en plena era Trump, piensan que la inmigración es cuestión de levantar muros. Pero ante una frontera líquida, una Italia inédita aumentaría el riesgo de unos muros internos que, no obstante los continuos avisos de un Francisco pontífice, dividirán definitivamente a la Vieja Europa.
Fuente: http://www.publico.es/internacional/italias-frente-mediterraneo.html