Existe un cierto consenso, cada vez más amplio, de que la Unión Europea no funciona, y es que el gradualismo ha introducido el proyecto en encrucijadas de difícil -más bien de imposible- salida. Resulta ilusorio pretender corregir ahora la asimetría de partida con la que se redactaron los Tratados. Los países que se vieron beneficiados […]
Existe un cierto consenso, cada vez más amplio, de que la Unión Europea no funciona, y es que el gradualismo ha introducido el proyecto en encrucijadas de difícil -más bien de imposible- salida. Resulta ilusorio pretender corregir ahora la asimetría de partida con la que se redactaron los Tratados. Los países que se vieron beneficiados por ellos -Alemania y demás países del Norte- quizás hubieran estado dispuestos a ceder en el origen como contrapartida a las ventajas que obtenían de la Unión. Incluso hubiera sido el momento de explicárselo a sus propios ciudadanos. Pero de ningún modo van a hacer ahora concesiones sustanciales a cambio de nada, ni es fácil hacer comprender en este momento a sus poblaciones que si quieren que el sistema funcione deben crear mecanismos de solidaridad y de redistribución con el resto de países a los que la Unión, tal como está concebida, perjudica.
Es por eso por lo que cada nuevo intento de avance, por reducido que sea, hacia mecanismos integradores se desfigura y se desplaza más y más hacia adelante sin alcanzar nunca el objetivo. Fue hace ya seis años, precisamente en la Cumbre de junio, cuando Monti, entonces al frente del gobierno italiano y al que se situaba entre los ortodoxos, se plantó y amenazó con vetar el comunicado final si no se aceptaba que fuese la Unión Europea (Mecanismo de Estabilidad Europeo) la que asumiese el saneamiento de los bancos en crisis. Tras el apoyo de Francia y de España a la iniciativa, Alemania no tuvo más remedio que aceptar la idea, pero echó balones fuera, condicionándola a que antes se adoptasen las medidas necesarias para que las instituciones de la Unión asumiesen la supervisión y la potestad de liquidación y resolución de las entidades. Había nacido lo que más tarde llamarían la Unión Bancaria.
Seis años más tarde, la Unión Bancaria solo existe sobre el papel. Los únicos elementos implantados son los relativos a la transferencia de competencias (supervisión, liquidación y resolución) de las autoridades nacionales a Bruselas, pero no ha entrado en funcionamiento ninguno de los componentes que deberían constituir la contrapartida a esa cesión de competencias. Desde luego, Europa no ha asumido ni tiene intención de asumir el coste del saneamiento de los bancos en crisis, que era la propuesta de Monti. Hasta la fecha, las entidades financieras de los distintos países continúan siendo principalmente nacionales (la pasada crisis del Banco Popular en España y de los italianos Veneto Banca y Popolare de Vicenza lo muestran claramente) y los posibles costes están muy lejos de mutualizarse, ni a través del Fondo de Garantía de Depósitos, cuyos recursos provienen casi en su totalidad de las respectivas naciones, ni por el Fondo Único de Resolución Bancaria, que no es tan único como se afirma.
A lo largo de los últimos meses, desde la Comisión, pero principalmente por parte de Macron, se han propuesto distintas medidas con el objetivo de reformar la Eurozona y hacerla viable. Merkel ha venido dando largas y vaciando las propuestas, hasta el extremo de que lo que previsiblemente aprobará estos días el Consejo acabará como siempre sin apenas eficacia práctica. Las palabras son engañosas y no significan absolutamente nada si no se las llena de contenido. En la Unión Europea los agentes son expertos en convertir los vocablos en flatus vocis .
En la propuesta de Macron sobresalía la constitución de un presupuesto para la Eurozona distinto y separado del de la Unión Europea. El planteamiento en teoría es sumamente interesante ya que incide sobre la fractura nuclear de la Unión Monetaria, y del que se derivan todos sus problemas y contradicciones: el hecho de que al mismo tiempo no se haya creado una unión fiscal. La existencia de un verdadero presupuesto es lo que permite que en cada uno de los Estados se compensen y puedan corregirse los desequilibrios creados por la integración comercial, financiera y principalmente por la monetaria que se dan a nivel nacional.
Pero las palabras no significan absolutamente nada si no se concretan y delimitan. Merkel durante todos estos meses ha estado moviéndose en lo etéreo sin comprometerse. Finalmente parece que ha dado su aquiescencia, pero la idea se ha desnaturalizado perdiendo casi toda su virtualidad. En primer lugar, porque, por lo pronto, se aplaza hasta dentro de dos años; segundo, porque no se fija la cuantía, lo que es definitivo, ya que si no se concreta la dotación es como no afirmar nada. Las cifras que se están manejando son ridículas e indican bien a las claras que lo que se llama presupuesto no tiene nada que ver con lo que se tiene por tal en cualquier Estado moderno; tercero, porque se diseña únicamente como un fondo de emergencia, cuya disponibilidad se realizará bajo la modalidad de préstamo y nunca como una transferencia a fondo perdido. Es decir, se descarta por completo la política redistributiva que constituye el fundamento de toda Hacienda Pública moderna y que es la que resulta imprescindible para paliar los desequilibrios entre países o regiones que cualquier Unión Monetaria genera.
En línea con lo anterior, parece que el presupuesto se va a nutrir principalmente de aportaciones de los diferentes Estados y no de impuestos propios de la Unión; con lo que tampoco por la parte de los ingresos se aprovechará su posible función redistributiva. Tiene visos de que su papel se va a circunscribir a ser un fondo que ayude a que los países afectados por choques asimétricos no estén obligados a restringir sus inversiones públicas mientras llega la recuperación. Existe una cierta predilección de la Unión Europea por las infraestructuras, desentendiéndose de todo lo demás. Léase gastos sociales y economía del bienestar. Algún día tendríamos que analizar las deseconomías e ineficacias que se han originado por el hecho de que los fondos de cohesión se hayan orientado principalmente a las obras públicas.
¿No sería lógico que lo primero que asumiese un presupuesto que pretende solucionar los desajustes y desequilibrios que la Unión Monetaria genera entre países fuese la socialización del seguro de desempleo? Lógico, sí; probable, no. El ministro de Finanzas y vicecanciller alemán, Olaf Scholz, ha propuesto, en una entrevista publicada en la revista Der Spiegel , la creación de un seguro de desempleo europeo. Pero, una vez más, las palabras engañan. Lo que en realidad sugiere es tan solo un nuevo fondo que prestase a los sistemas nacionales en los momentos de crisis, cuando el desempleo sea muy alto y, por lo tanto, el gasto en esta prestación también, pero que deberían devolver una vez superada la crisis.
Estamos siempre dentro de la misma filosofía, prestar en todo caso, sí, pero nada más, sin una verdadera integración presupuestaria y fiscal que implique transferencia de fondos entre países. Ahora bien, sin esa transferencia de recursos, una unión comercial, financiera y sobre todo monetaria no puede subsistir a largo plazo, porque el hecho es que su propia existencia crea un flujo en sentido contrario que debe ser compensado (como ocurre dentro de cada Estado) para que se mantenga un mínimo equilibrio.
Existe además un agravante, todas estas posibles ayudas al igual que las del MEDE (que ahora se quiere convertir en un fondo monetario europeo, sin cambiar en realidad nada) estarán condicionadas a recortes y ajustes de los que en los últimos diez años ya hemos tenido suficiente experiencia. ¿Podemos creer de verdad que, ante una nueva recesión, Grecia puede someterse a otra aventura como la que ha vivido hasta ahora? El ECOFIN acaba de dar por terminada la crisis griega, lo que es mucho decir, pero en cualquier caso el campo después de la batalla es desolador. Su PIB se ha reducido en el 25% del PIB. Incluso este dato no es en absoluto significativo de la pérdida de riqueza y bienestar efectiva de su población que ha sido mucho mayor, amén de la hipoteca que tanto en el endeudamiento exterior como en el público mantiene para el futuro. Pero no solo es Grecia, a otros muchos países, entre los que hay que incluir a España, les resultaría letal repetir la odisea sufrida en los últimos años.
Es evidente que la Unión Monetaria está resultando un buen negocio para Alemania y demás países del Norte, pero un gran problema para los países del Sur, lo que deja en el mayor de los ridículos a los planteamientos adoptados en su día por Mitterrand al imponer a Alemania el euro como condición para la reunificación, creyendo que privándola del marco sería más fácil controlarla y evitar sus tentaciones hegemónicas. El resultado ha sido desde luego el contrario: teniendo en cuenta los términos fijados por Maastricht y demás tratados, el euro y las instituciones creadas están siendo los mejores instrumentos para que el país germánico imponga su supremacía.
Solo hay que echar un vistazo a las cifras macroeconómicas de los distintos países para comprobar cómo ha influido en cada uno de ellos la creación de la moneda única, y las diferencias que se han originado. Ciertamente no es solo Alemania la beneficiada, pero, dado su tamaño, tiene especial trascendencia. Y especial importancia adquiere también entre los datos macroeconómicos el déficit o superávit en la balanza por cuenta corriente, porque cuando son desproporcionados indican en buena medida cómo unos países viven a costa de otros. Durante los siete primeros años de este siglo, Alemania fue acrecentando su superávit, enchufada de forma parásita a los déficits de los países del Sur. La crisis ha obligado a estos a equilibrar sus cuentas exteriores, pero sin que el país germánico haya hecho lo propio. Bien al contrario, su superávit se ha incrementado, alcanzando el 9% del PIB, una bomba para la estabilidad del comercio mundial y frente a la que EE. UU. ya ha reaccionado.
Trump puede coleccionar todo tipo de excentricidades y vilezas, pero hay una parte de su discurso que se asienta sobre hechos ciertos y es que un orden económico internacional no puede coexistir con desequilibrios tan enormes en el comercio entre países, y que es imposible que Alemania, China, India, etc., sigan manteniendo esos excedentes comerciales; concretamente con respecto a EE. UU., que es el que verdaderamente a Trump le importa. Va a comenzar una guerra comercial que va a afectar -ya está afectando, de hecho- a España y a otros países del Sur, sin que ellos tengan ninguna culpa, solo por el hecho de formar una unión aduanera con Alemania. Una vez más, van a salir perjudicados.
Todo ello debería hacer pensar que sin reformas en profundidad la Unión Europea, y desde luego la Unión Monetaria, no puede subsistir, aunque no parece que los países del Norte estén dispuestos a realizar verdaderas concesiones. No es de extrañar, por tanto, que las contradicciones de todo tipo surjan cada vez en mayor medida en todos los campos. En los últimos días se han manifestado con extrema virulencia en el ámbito migratorio, hasta el extremo de que se hayan colado en la agenda de este Consejo robando un espacio importante en sus deliberaciones. A pesar de ello, no creo que se llegue a ninguna conclusión. Y es que cuando no se acepta la solidaridad interna entre los países de la Unión, malamente va a poder funcionar con los no europeos.
Fuente: https://www.republica.com/contrapunto/2018/06/28/otra-cumbre-fallida/