El estallido de la crisis financiera en los Estados Unidos convocó, hace 10 años atrás, la creación del G20. Un George Bush abatido pronto le dejaría el lugar a Barack Obama y su propuesta de convertir este foro multilateral en el principal instrumento de una «gobernanza mundial». En 2018 nada de eso pareciera seguir en […]
El estallido de la crisis financiera en los Estados Unidos convocó, hace 10 años atrás, la creación del G20. Un George Bush abatido pronto le dejaría el lugar a Barack Obama y su propuesta de convertir este foro multilateral en el principal instrumento de una «gobernanza mundial».
En 2018 nada de eso pareciera seguir en pie. Detrás del show montado por Mauricio Macri, que usó esta Cumbre como su «plataforma de relanzamiento» para las elecciones argentinas del próximo año, pocas cosas relevantes quedan en el tintero oficial de un organismo que atraviesa una crisis tan profunda como la que viven los Pueblos en la actual fase global del sistema capitalista.
La declaración final del evento no hace mención de ninguna de las grandes tensiones geopolíticas y militares que el mundo, región a región, vive. En sus más de 4600 palabras no aparece la palabra «guerra», mientras que en Siria intervienen de manera directa ocho de los veinte países sentados en la reunión de Buenos Aires, y la península de Crimea asiste a una escalada de tensiones a partir de la respuesta militar del presidente ucraniano Petro Poroshenko (pro UE) a las elecciones celebradas en los territorios autonomizados de Donetsk y Lugansk (pro Rusia).
Ese mismo documento, por primera vez, no incluyó una condena explícita al proteccionismo económico, dejando en claro como la estrategia neoconservadora del presidente norteamericano Donald Trump ha aniquilado las posibilidades de construir del G20 ese soñado «poder ejecutivo global». Quizás por eso, en su vigésimo primer punto la declaración sostiene una solapada denuncia contra Trump y «su decisión de retirarse del Acuerdo de París» contra el cambio climático.
En términos internacionales, lo más relevante vino con el anuncio de emprender una «reforma necesaria de la OMC (Organización Mundial del Comercio)». Esto no otorga ninguna esperanza para los Pueblos, pero pudo haber sido la llave para construir una «tregua de 90 días» en la guerra comercial entre los Estados Unidos y China.
En su acuerdo bilateral, Trump prometió suspender la suba de los aranceles a las importaciones de China (del 10 al 25%), mientras que el premier oriental, Xi Jimping, se comprometió volver a adquirir productos agrícolas, energéticos e industriales «made in USA».
La crisis migratoria que el mundo vive, producto de la legitimada «acumulación por desposesión» del neoliberalismo y las guerras entre potencias en escenarios secundarios (Siria, Crimea, Palestina), no fueron temas tratados en el pleno de presidentes.
Europa, mientras tanto, profundiza su crisis tras la inminente concreción del Brexit, y el presidente francés Emmanuel Macrón fantasea con un «ejército europeo» mientras miles de manifestantes de «chalecos amarillos» hacen retroceder un tarifazo que agobia los ya golpeados bolsillos de los pueblos del cada vez más desteñido «primer mundo».
¿Que deja el G20 para la región? La evidencia de que, si no se consolida un Bloque Regional de Poder, los países de Latinoamérica están destinados a ser el furgón de cola del capital financiero transnacional y las potencias imperiales.
Tras el triunfo de Macri en Argentina, el golpe parlamentario-judicial en Brasil, y la eventual parálisis de todos los organismos de integración regional, el G20 dejó de ser un ámbito en donde pujar por cuotas de autonomía y justicia social para nuestros países.
En términos más concretos, este G20 marcó, además, la defunción de un eventual acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur. Pareciera que los grandes jugadores del viejo continente no están dispuesto a asumir una integración económica con la estrategia pro-norteamericana del electo presidente brasilero Jair Bolsonaro. Un desdibujado Mauricio Macri, pretendido paladín de esta negociación, sólo se contentó con el anuncio de la creación de un «foro económico franco-argentino» que, por supuesto, no señalan una eventual eliminación de los aranceles a la agroindustria que Francia sostiene dentro de la Unión Europea.
Al mismo tiempo, este G20 fue el ámbito elegido para la rúbrica del T-MEC (Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá), la actualización del NAFTA firmado en 1994, que ahora incluye nuevas provisiones sobre comercio digital y propiedad intelectual, y que podría servir para condicionar las pretensiones soberanistas y de justicia social del recién elegido presidente Andrés Manuel López Obrador en México.
Por otro lado, esta primer Cumbre del G20 en la región ha servido como marco de justificación del montaje del más duro «Estado policiaco» que la Oligarquía Financiera Global impone sobre los Pueblos. Buenos Aires ha sido escenario de un operativo policial sin precedentes que instaló, durante los días que duró el evento, un estado de sitio no declarado formalmente por el ejecutivo argentino. En los últimos meses de 2018 en el país del Atlántico Sur se vive una escalada represiva que facturó la muerte de tres dirigentes territoriales de Córdoba y Buenos Aires.
Al Calor del G20, Patricia Bullrich, la ministra de seguridad argentina, anunció una reglamentación (956/2018) que intenta legalizar el «gatillo fácil» de las fuerzas de seguridad, señalando que «no tendría que haber tantas confusiones ni injusticias sobre policías que han sido juzgados por cumplimiento del deber».
Este «Estado policiaco» señala al movimiento popular argentino que las grandes manifestaciones y la lucha callejera deben ser planteadas bajo una inteligencia estratégica común, identificando cómo actuar en cada acción de oposición política emprendida. Por suerte, pareciera que eso ha existido en la movilización articulada en torno a la Cumbre del G20, dónde más de 100 organizaciones marcharon por las calles de una sitiada ciudad de Buenos Aires.
La Argentina de Macri y el G20 puede ser un (horroroso) espejo en donde los bolivianos pueden verse en caso de que en las futuras elecciones el binomio de Evo Morales y Álvaro García Linera no continúe empujando desde el gobierno un proceso de cambio sin precedentes para Bolivia, que es ejemplo en la región y el mundo.
El mundo cambió. Esa es una afirmación que nadie se atrevería a negar. En los entretelones de la reunión del G20, la actual fase transnacional del capitalismo está mostrando todas sus tensiones, toda su Guerra Mundial «por partes».
Los movimientos sociales que de sur a norte construyen poder popular en la región, junto a los gobiernos del cambio, se encuentran ante el desafío de rearticular una contraofensiva que incline a su favor este «empate de fuerzas».
Los 640 millones de latinoamericanos y los 7000 millones de habitantes del planeta no merecen vivir en el mundo que la oligarquía financiera proyecta desde el G20 o desde las potencias imperiales. Aunque suene trillado, todos sabemos que «un mundo mejor es posible».
Paula Giménez y Matías Caciabue son integrantes argentinos del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico, CLAE (www.estrategia.la)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de los autores mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.