Una nueva lucha por el control de Asia ha resurgido en estas semanas, China y Japón, centran esa pelea por la hegemonía del continente. En esta ocasión el centro de la polémica está en la publicación de unos libros de texto revisionistas en Japón, sin embargo las diferencias y el enfrentamiento se vislumbra en otros […]
Una nueva lucha por el control de Asia ha resurgido en estas semanas, China y Japón, centran esa pelea por la hegemonía del continente. En esta ocasión el centro de la polémica está en la publicación de unos libros de texto revisionistas en Japón, sin embargo las diferencias y el enfrentamiento se vislumbra en otros aspectos, como el histórico, la militarización, disputas territoriales. Taiwán, y todo ello en torno a la competición estratégica de dos de los estados más poderosos del continente asiático.
Además, los últimos movimientos japoneses, encaminados a romper esa situación de decaimiento en su papel en la esfera asiática, también han enojado a un país que hasta ahora había mantenido un difícil equilibrio de alianzas con Japón, Corea del Sur, y si se complica aún más la relación entre estos dos estados, los proyectos nipones tendrán serias dificultades para seguir adelante.
La lucha entre los dos gigantes asiáticos hunde sus raíces en el pasado, pero los acontecimientos de los últimos años han incrementado la tensión entre ambos aún más. La reciente publicación de los libros de texto japoneses, con una clara orientación revisionista de la Segunda Guerra Mundial, y sobre todo del papel que desempeñaron en la misma los japoneses, ha sido el detonante para las manifestaciones antijaponesas en China y Corea del Sur.
Tokio y Beijing llevan años compitiendo por hacerse con importantes recursos energéticos que hay en la zona, sobre todo las bolsas de petróleo y gas natural que se encuentran al este del Mar de China, también mantienen una disputa sobre las islas Diaoyutai (Senkaku en japonés). En este contexto se añade además los recortes que el gobierno japonés ha impuesta en torno a las ayudas económicas que venía otorgando a Beijing.
Más recientemente, en diciembre del 2004, desde Tokio se ha puesto en marcha un programa de defensa para diez años, donde se refleja la presencia de China como una amenaza directa para sus intereses. Además, el gobierno japonés se ha opuesto al levantamiento del embargo de venta de armas que la Unión Europea impone a China, y también se ha alineado con Estados Unidos en «la defensa del estrecho de Taiwán», al hilo del cual ha desarrollado un programa de misiles que atacaría China.
China también ha movido sus fichas ante la postura japonesa, y en esa línea se ha mostrado contraria a la posibilidad de que Japón pueda ocupar un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, y algunos analistas señalan que las recientes movilizaciones pueden pretender mostrar al mundo la «otra cara» de Japón, e impedir que lleve adelante sus planes en la esfera internacional. En torno a las manifestaciones se está especulando sobre esa posibilidad, ya que hay algunos datos que muestran que Beijing no desea que el tema se le escape de las manos. Por eso ha impedido la cobertura informativa de las protestas en los medios chinos, intentando tal vez desactivar un movimiento que pudiese ir más allá de lo que se proponía en sus orígenes.
Y en el fondo, es evidente que Beijing no puede romper todos los lazos con Japón, sobre todo si tenemos en cuenta las importantes relaciones económicas entre ambos países, que en la actualidad es un eje estratégico para que China continúe con su crecimiento económico. Se calcula que alrededor de catorce mi compañías japonesas operan en suelo chino, y el año pasado el comercio entre ellos aumentó un veintiséis por ciento con respecto al 2003.
Corea
Japón siempre ha recelado de la capacidad nuclear y militar de Corea del Norte, al tiempo que ha intentado atraer a Seúl a su orbita de influencia. Sin embargo, la suma de algunos recientes acontecimientos pueden estar inclinando peligrosamente la balanza contra los intereses de Tokio.
En Corea todavía se recuerda el paso imperialista de Japón por sus tierras, y uno de los aspectos más sangrantes para la población coreana fue la utilización de miles de mujeres como esclavas sexuales para las tropas de ocupación japonesas («mujeres para el confort» las definen en Japón). Una situación que no se refleja en ningún libro de texto nipón y que la clase política e intelectual de Japón se niegan a reconocer. A ello se le suma también la disputa por las islas Takeshima (Dokdo para los coreanos), que en estos momentos están en poder de Corea del Sur, pero Japón no renuncia a ellas y estas semanas ha dado pasos para lograr su soberanía sobre las mismas. Los importantes y ricos bancos de pesca que se encuentran en esos islotes es el principal motivo de disputa. Por último, la visita de los dirigentes políticos japoneses, entre ellos el primer ministro Junichiro Koizumi, al templo Yasukuni, donde se rinde honores a los cerca de dos millones y medio de japoneses que muri
eron en diferentes guerras entre 1853 y 1945, incluidos más de mil «criminales de guerra» de la Segunda Guerra Mundial (entre ellos 14 clasificados como criminales de guerra de «clase A»).
La alianza entre ambos países, fruto de la coyuntura emanada de la Guerra Fría, parece resquebrajarse por momentos. De momento, en Corea del Sur, estos movimientos japoneses se perciben cada vez más como una repetición de los del pasado, presentando la imagen de un Japón expansionista y militar. Además, la población coreana cada vez ve con peores ojos la presencia norteamericana, y las políticas de alianzas que la misma impone a su país.
En este torbellino el gobierno chino también ha sabido moverse. Consciente de esa situación, Beijing ha jugado sus cartas, y la relación con Seúl es cada vez más estrecha, en claro detrimento de los intereses japoneses.
Más que palabras
La centralidad de la reciente polémica en torno a los libros de texto es un aspecto importante para entender los acontecimientos. Pero ello se enmarca en una larga travesía que en Japón iniciaron los elementos más reaccionarios de la llamada «escuela de Kyoto» y que siempre han contado con el apoyo de las clases dirigentes del país. Basados en parte en la pérdida de memoria histórica e la población, los partidarios de la revisión histórica e incluso de la vuelta al pasado «de grandeza» japonés, llevan años tejiendo una red ideológica para la consecución de sus intereses.
Términos como «avance, expansión…» son utilizados en lugar de «invasión, ocupación..» en los libros de texto japoneses. Además la legislación obliga a cantar el himno al tiempo que se mira a la bandera en algunos actos escolares. El año pasado más de doscientos profesores fueron castigados por no cumplir esa ley. Pero a estos movimientos se les une la posibilidad de aumentar la capacidad militar de Japón. Algo ligado a su historia imperialista.
Los intentos por reformar la constitución, que tiene un alto grado de «pacifista», la participación de tropas japonesas en Irak, o la pretensión de crear una fuerza multinacional asiática (rechazada por otros países del continente), son los acontecimientos más recientes. Por eso no extraña las declaraciones de hace dos años del Directos General de la Agencia de Defensa japonesa, Shigeru Ishiba, al defender una «ataque preventivo» contra Corea del Norte si los intereses japoneses se vieses amenazados.
El crecimiento de China ha desplazado a Japón, y éste no quiere resignarse a esa situación. Por e4so en esta coyuntura, el protagonismo que está tomando la estrategia más reaccionario e imperialista del país, unida siempre a la capacidad militar, puede convertirse en un serio peligro para la estabilidad de la región. Su aislamiento geográfico, unido al político, puede desarrollarse como un peligroso virus que haga a Japón volver a los años más oscuros de la historia de Asia, a pesar que esos ideólogos reaccionarios siguen impulsando el renacimiento del sol nipón.