Corruptio optimi pessima Raro es el lector de Imperio y Multitud que no haya experimentado un cierto desasosiego ante estos textos y las poco claras conclusiones políticas que de ellos se derivan. Por un lado es de agradecer que tras tanto tiempo de silencio teórico sobre los importantes cambios sociales en curso (el tránsito a […]
Corruptio optimi pessima
Raro es el lector de Imperio y Multitud que no haya experimentado un cierto desasosiego ante estos textos y las poco claras conclusiones políticas que de ellos se derivan. Por un lado es de agradecer que tras tanto tiempo de silencio teórico sobre los importantes cambios sociales en curso (el tránsito a un modelo de acumulación postfordista, la globalización) haya surgido desde la izquierda marxista un intento de explicación general que vaya más allá de la autocomplacencia en fórmulas que conducen con certeza a la derrota. Las dos obras mencionadas se enmarcan en un proyecto de extensión a escala mundial del paradigma de la izquierda operaista italiana, conforme al cual la subjetividad proletaria es el motor de las transformaciones de la sociedad capitalista, y la resistencia proletaria precede paradójicamente a la represión del capital. Esta subjetividad se tradujo en los años 60 en un potente movimiento de contestación del orden social (los distintos mayos del 68), cuya respuesta por parte de los distintos agentes políticos y sociales del capital dió lugar a las primeras formas de organización postfordista del trabajo a escala de la sociedad entera y tendencialmente a escala de todo el planeta. Fenómenos como la precarización contractual, la externalización sistemática de las funciones de la empresa, la desregulación, las deslocalizaciones etc., obedecen todos ellos a un principio de gestión capitalista ya formulado por Ronald Coase en los años 30 y triunfalmente aplicado desde los años 70: el principio de los costes de transacción. Conforme a este principio básico del orden neoliberal, la empresa tal y como la conocemos existe como ámbito de producción en la medida en que resulte más rentable producir dentro de ella toda una serie de productos en lugar de comprarlos fuera. La rentabilidad o no rentabilidad de la producción de un determinado producto en la empresa puede calcularse, pues depende presisamente de los costes de transacción: vale la pena no comprar y por lo tanto producir aquello que sería demasiado caro comprar fuera, no sólo por el precio de las mercancías de que se trate, sino por toda una serie de otros costes que toda compra lleva consigo: localización de los productores/vendedores, trámites legales/fiscales, en su caso costes de transporte/importación. Son estos los costes de transacción. En la actualidad, una actualidad que empezó en los años 70, los costes de transacción se han ido reduciendo de manera vertiginosa, debido a la desregulación de los mercados interiores e internacionales de mercancías y capitales, a la revolución de las telecomunicaciones y de los transportes etc., lo que ha conducido a una externalización progresiva de la producción fuera de las empresas y una transformación de la sociedad entera en fábrica. Transformación esta que no conoce fronteras y convierte en dispositivo de producción/explotación al conjunto del planeta. Cuando los costes de transacción tienden a cero, la razón de ser de la empresa desaparece y el capital se desvincula de toda relación directa con la producción desplazándose en un territorio indefinido en busca de su máxima valorización. Naturalmente, este fenómeno que llamamos globalización y Marx denominaba mercado mundial, tiene importantísimas consecuencias en el plano político y pone en cuestión la pervivencia misma de los Estados nación que enmarcaron la acumulación fordista basada en la aceptación de la disciplina de fábrica a cambio de garantías sociales con respaldo estatal.
Negri y Hardt afirman que se está constituyendo una nueva soberanía política de dimensión planetaria, que denominan Imperio, única instancia de poder capaz de intentar controlar a la nueva figura desterritorializada singular y colectiva del trabajador: la multitud. Multitud e Imperio se oponen, pero no hay que olvidar que el Imperio está edificado sobre el éxodo y la revuelta del trabajador fordista transformado en trabajador social, precario y cognitivo propio del postfordismo. El Imperio es, por lo tanto, a los ojos de Negri, un logro y un avance de civilización en la medida en que supone el fin de la centralidad política del Estado nación, con sus aparatos disciplinarios y represivos y sus guerras imperialistas, aunque también supone la liquidación del Estado del bienestar y de la representación democrática. Nos encontramos por lo tanto ante un nuevo panorama que obliga a un replanteamiento global de las estrategias de la izquierda, hasta ahora centradas en el Estado nación. De lo que se trata es de luchar dentro del nuevo marco mundial que la propia lucha proletaria ha terminado por imponer, por una transformación democrática del Imperio en República. Huelga decir que este Imperio no es el imperialismo, ni siquiera el de los Estados Unidos por mucho que sean el más poderoso Estado nación de la historia. Ningún Estado nación es conmensurable a la nueva figura del trabajador, a su nomadismo, su precariedad, su proteica capacidad de recomposición social a escala planetaria, su intrínseca transindividualidad…Características todas ellas que hacen imposible su inscripción en un pueblo y sólo son conmensurables con lo que excede toda medida, lo que es siempre ya múltiple e irreductible a unidad: la multitud.
Este tipo de explicación de la nueva fase del capitalismo en que nos encontramos es a la vez estimulante y discutible, pero presenta una terrible ambigüedad que la hace prácticamente inútil cuando no nefasta a la hora de definir una posición política. El problema es que el concepto de multitud no permite pensar el antagonismo sino como una relación inmanente a la propia multitud. Ello tiene la ventaja de liberar al pensamiento político de izquierda de las viejas metáforas guerreras y futbolísticas dentro de las cuales se ha venido representando la lucha de clases, pero también el inconveniente de prestarse a tentaciones universalistas e irenistas. Una cosa es pensar como hacía Spinoza que Dios modificado en Turco mata a Dios modificado en cristiano y que todo conflicto se da en el seno de ese Dios que se expresa no ya como uno sino siempre ya como multitud infinita de modos y otra muy distinta, que ese Dios o esa multitud puedan llegar a ser nunca un principio transcedental de armonía. Da la impresión tras la lectura de Imperio de que la única perpectiva de Negri y sus seguidores sea la de seguir la dinámica dominante de recomposición capitalista a nivel mundial llamándola «comunismo». Algo parecido a lo que hacían los marxistas «legales» rusos de la época de Lenin cuando pensaban que el desarrollo de las fuerzas productivas acabaría con el capitalismo. Las proclamas comunistas coinciden así en el negrismo con el ensalzamiento de políticas neoliberales como la del gobierno Lula en Brasil, pues Negri, con el peor Marx, piensa que el mercado mundial liquidará a todas las fuerzas reaccionarias…Se perfila así una posible alianza (táctica) entre las (escasas) multitudes negristas y el neoliberalismo frente a las fuerzas reaccionarias del Estado nación. Europa es el terreno en que hoy, tras la oposición de Francia y Alemania a la guerra americana en Iraq, esta alianza tiene visos de concretarse. De ahí la toma de posición clara de Negri en favor del sí a la Constitución europea.
Lo que llama la atención es que esta recentísima postura contrasta con la actitud que Negri ha ido manteniendo a lo largo de los últimos años acerca de la Constitución para Europa elaborada por la Convención que presidiera Giscard d’Estaing. Sobre la Convención ya afirmó en el otoño de 2004 que «la constitución europea tal como nos la quieren imponer es una constitución enteramente neoliberal, una constitución que prolonga la lógica de la guerra dentro de Europa, la lógica de esta desmesura capitalista en el control de movimientos que no sabe medir, esta locura de dominio frente a sujetos que ya no sabe comprender«.[1] Efectivamente, había que hacer una distinción entre Europa como espacio de lucha y de innovación política y social y el intento represivo de anular esta dinámica constituyente mediante una constitución cuyo contenido es básicamente la síntesis de las políticas que vienen combatiendo desde hace más de diez años los movimientos sociales. Son los movimientos sociales a pesar de su relativa debilidad e inestabilidad los que pueden aportar novedad a un proceso constituyente europeo, los que pueden exigir una Europa política estructurada en torno a un principio federal capaz de liberar las inmensas capacidades productivas de lo común, la potencia de innovación y cooperación social que el mercado y los Estados mantienen apresadas.
El problema es que la Europa de los movimientos es rigurosamente incompatible con el neoliberalismo, pues este tiene por objetivo la transformación de todo lo común en mercancía y de todo tejido social en red de transacciones mercantiles bajo la dirección de un Estado protector reducido a sus funciones mínimas de representación política, redistribución regresiva de la riqueza (en favor del capital) y represión. Este modelo de Estado, que se impone mediante las bombas en Iraq y otros lugares del planeta, es el que se ve consagrado en el texto de la Constitución Europea. Se trata del modelo único de «nation building» a cuya extensión planetaria aspira el neoliberalismo en sus distintas formas más o menos guerreras o pacíficas, tanto europeas como norteamericanas. Lo que llaman «democracia», pero, como tantos otros productos adulterados, no lo es.
Esto no parece preocupar excesivamente a Negri, pues a pesar de sus contenidos neoliberales, la constitución europea abre paso según él al nacimiento de una Europa política capaz de enfrentarse al unilateralismo belicista norteamericano: «De acuerdo -dirá en una reciente entrevista publicada por el diario Libération- el espíritu de la constitución tiene un tufo liberal…» pero «la constitución es un medio para luchar contra el Imperio, la nueva sociedad capitalista mundializada. Europa puede ser un parapeto frente al pensamiento único del unilateralismo económico, que es capitalista, conservador y reaccionario » . Habría que aceptar el contenido neoliberal para disfrutar de los beneficios de la forma europea y federal de la constitución. El problema de este planteamiento es que se niega a ver en nombre del sueño de una alianza con los poderes realmente existentes que el «federalismo» europeo tiene características propias: en primer lugar, que al y como se plantea en la constitución no es ni puede ser independiente del liberalismo. Si Europa ha logrado unirse, lo ha hecho a través de un proceso «sui generis» guiado inicialmente por la idea reguladora del «mercado común» y últimamente por la de un mercado único abierto al mercado mundial. Lo que se ha ido unificando ha sido el mercado, que los distintos Estados han puesto en común abriendo sus mercados nacionales. Ello se hizo inicialmente mediante una elaboración en positivo de normas y políticas comunes y desde los años 80 mediante una política de reconocimiento recíproco de las normas nacionales. Lo que cada Estado miembro ha hecho por lo tanto es seguir al pie de la letra el programa liberal de autocontracción de los poderes estatales para dejar «libertad» a la esfera económica y a su mecanismo de autorregulación que es el mercado. El carácter simultáneo de esta contracción ha creado un espacio común europeo con toda una serie de normas e instituciones necesarias para la regulación del mercado y de la competencia.
La Unión Europea está pues construida sobre una renuncia del Estado a ejercer su soberanía sobre el mercado, pero no sobre una pretendida «transferencia de soberanía» hacia la instancia «federal europea» tan poco soberana respecto al mercado como las instancias nacionales. Esto queda perfectamente consagrado en una constitución que incluye entre sus principios fundamentales el de una «competencia libre y no falseada«. La Unión Europea no es así el resultado de un proceso constituyente político que permita oponerse a las consecuencias negativas de la globalización capitalista, sino un motor regional de esta misma globalización. La trampa en la que caen Negri y buena parte de la izquierda socialdemócrata y verde europea es evidente: desean quizá con sinceridad una Europa política que pueda servir de freno al neoliberalismo, pero esa Europa sólo la pueden obtener dentro de la lógica de integración que refleja la constitución mediante la neutralización de la política en nombre de la autonomía del mercado. La Europa política, en las condiciones actuales que los «realistas» como Negri están dispuestos a aceptar, sólo puede hacerse autodestruyéndose…Las alusiones a la Carta de libertades fundamentales incluida en la constitución y a la política exterior común, por no hablar del capítulo de Justicia y Asuntos de Interior cuyo mero enunciado horripilaría a Montesquieu como elementos postivos parecen bromas de mal gusto. La Carta de derechos fundamentales no sólo es regresiva respecto de otros instrumentos internacionales y nacionales hoy vigentes, sino que está explícitamente supeditada a las condiciones neoliberales que determina la parte III de la Constitución. La política exterior se supedita expresamente a la OTAN y la cooperación judicial y antiterrorista al margen de cualquier control judicial europeo (el Tribunal Europeo de Justicia no es competente en esta materia) supone un gigantesco paso atrás en las libertades y garantías. No parece tampoco que en estas circunstancias se haya superado para nada esa «mierda del Estado nación» a la que alude Negri en su entrevista de Libération: más bien los diversos Estados nación se prestan ayuda entre sí y se refuerzan en sus funciones represivas y de reproducción de las condiciones de explotación y se escudan en una instancia europea para adoptar las políticas más reaccionarias.
A pesar del sorprendente antiamericanismo primario que caracteriza en la actualidad el discurso político de un Negri, que está dispuesto a apoyar la constitución europea contra el unilateralismo «capitalista, conservador y reaccionario» de la administración Bush, los representantes de esta administración no parecen muy descontentos con el texto propuesto por Giscard d’Estaing y su convención. La propia Condoleezza Rice afirma que «si Europa se sigue unificando y tiene una política exterior común -pienso que es lo que va a ocurrir con la constitución y que habrá una unificación, con un ministro de asuntos exteriores- creo que esto será algo muy positivo. Tenemos que seguir recordando a todo el mundo que no existe ningún conflicto entre identidad europea e identidad transatlática.»[2] Y contra la deformación antiamericana de la historia de Europa que Negri nos propone cuando afirma que los Estados Unidos «desde los años cincuenta luchan a brazo partido contra la construcción europea» baste de nueva dar la palabra a Doña Condoleezza quie así se expresaba en una rueda de prensa reciente junto con el ministro francés de asuntos exteriores: «los Estados Unidos han apoyado desde el principio la integración europea, ya desde la Comunidad del Carbón y del Acero. Y los Estados Unidos siguen apoyando el proyecto Europeo. Creo que en Bruselas el Presidente dejó muy claro que creemos que una Europa unida, una Europa fuerte y capaz, una Europa que es claramente democrática en su núcleo y que tiene una larga tradición y un patrimonio común con los Estados Unidos sólo puede ser buena para la marcha, la marcha adelante del progreso y de la democracia en el mundo. Por ello queremos que tenga éxito el proyecto europeo porque una Europa fuerte será buena para las fuerzas de la democracia. Desearíamos que una Europa fuerte siga mirando hacia adelante, que siga incorporando como ha venido haciéndolo hasta ahora más miembros. Ha sido un importante imán para los europeos del Este. Creo que sigue siendo un importante conjunto de incentivos para países que todavía están en transición hacia la democracia. Y con la OTAN, la Unión Europea es uno de los dos pilares de una Europa entera, libre y en paz.«
Por qué haría la Sra. Rice campaña por el sí? Por qué la hacen sus más fieles aliados, los que han seguido a los Estados Unidos hasta el desierto de Iraq y allí permanecen? Serían Tony Blair y Berlusconi antiamericanos encubiertos? Más de media Unión Europea ha apoyado la agresión americana contra Iraq y ni la Unión ni uno sólo de sus Estados miembros la ha condenado, la Unión Europea ha dado su apoyo a todas las resoluciones de la ONU que «legalizan» la ocupación, la Comisión Europea está presidida por el anfitrión de la cumbre de las Azores y el representante de la política exterior y candidato más probable a ministro de asuntos exteriores de la UE es Javier Solana, antiguo secretario general de la OTAN. En tales condiciones parece que la opinión de la Sra Rice sobre la UE está bastante mejor fundada que la del autor de Imperio. De todas formas, si aún queda alguna duda sobre el potencial antiimperialista y de resistencia al unilateralismo americano por parte de la UE vale la pena leer los muy explícitos escritos de Robert Cooper antiguo asesor de Blair y director general de política exterior en el Consejo de la Unión Europea, quien en un famoso artículo titulado Por qué seguimos necesitando imperios publicado por The Observer el 7 de abril de 2002 afirmaba:
« El mundo postmoderno debe empezar a acostumbrarse a utilizar dos varas de medir. Entre nosotros, operamos sobre la base de leyes y de una seguridad abierta y cooperativa. Pero cuando hay que tratar con Estados anticuados fuera del continente postmoderno de Europa, tenemos que recurrir de nuevo a los métodos más bruscos de una época anterior – la fuerza, el ataque preventivo, el engaño, todo lo que sea necesario para tratar con quienes aún viven en el siglo XIX en que cada Estado actuaba por sí mismo «
Y es que para encontrar neoconservadores no hace falta cruzar el Atlántico: están dirigiendo las instituciones europeas que Negri considera como un posible baluarte contra el unilateralismo norteamericano. El problema es que no hay unilateralismo americano ni europeo, sino un unilateralismo capitalista que no se combate apoyándose en uno de sus pilares. La tentación europeista de Negri y de una parte de la izquierda es comprensible en un momento en que las posiciones de izquierda radical siguen socialmente muy aisladas, pero al igual que San Antonio en el desierto puede haberse encontrado con un interlocutor sumamente peligroso.
[2]Citado por Philip Stephens y Daniel Dombey, in «Rice Pledges Washington Support for a Common European Foreign Policy», Financial Times, February 11, 2005.