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Cronopiando

Londres: El incalculable desliz

Fuentes: Rebelión

Ya ha pasado una semana desde que el mundo fuera sorprendido con la noticia de un abortado complot terrorista para hacer estallar diez aviones en vuelo del Reino Unido a Estados Unidos, en lo que se calificó como «asesinato en masa de un nivel incalculable». Un alto cargo de Scotland Yard hacía la declaración pública […]

Ya ha pasado una semana desde que el mundo fuera sorprendido con la noticia de un abortado complot terrorista para hacer estallar diez aviones en vuelo del Reino Unido a Estados Unidos, en lo que se calificó como «asesinato en masa de un nivel incalculable».

Un alto cargo de Scotland Yard hacía la declaración pública enfatizando el hecho de que ya habían sido detenidos 21 terroristas, «principales responsables del complot», entre los cuales «podía estar» el jefe de Al Qaeda en Gran Bretaña.

Los 21 terroristas detenidos que, una semana más tarde, ya son 24 sólo en Inglaterra, (se habla de 40 detenidos en Italia y otros tantos en Paquistán) son británicos de ascendencia paquistaní con excepción de uno originario de Bangladesh y otro de Irán.

En la misma declaración en que se informaba del siniestro plan y de la detención de los «principales responsables», se dijo también que se trataba de «un plan bien avanzado, interceptado en su fase final».

Tony Blair, de vacaciones en Bahamas, no consideró prudente interrumpirlas aunque, eso sí, según sus propias declaraciones, en todo momento mantuvo informado al presidente Bush.

Ya ha pasado una semana y no es que uno dude, conociendo el percal, de la veracidad del atentado o de la labor como periodista de Blair, informando a Bush, desde su improvisada corresponsalía en Bahamas. De hecho, tan buenos debieron ser los informes de Blair que la neutralización del macabro plan terrorista fue anunciada antes en Estados Unidos que en Gran Bretaña. Pero, al margen de vacaciones e informes, como que hay un detalle que no cuadra, que no se entiende.

Y no hablo del derecho de Blair a seguir asoleándose en las playas caribeñas por más terrible que fuera el atentado en curso, como derecho tenía Bush a seguir jugando al golf, por más devastador que fuera el huracán que asoló Nueva Orleáns.

Quien afirme que bien habría podido molestarse el premier británico, dado el interés terrorista de perpetrar un «asesinato en masa de un nivel incalculable», en ser protagonista, después de Bush, de la pública declaración, ignora o desprecia el derecho de cualquier presidente al asueto, como menosprecia la confianza de los presidentes en sus ministros y policías.

Y pensar que su credibilidad es tan escasa que un «asesinato en masa de nivel incalculable», denunciado personalmente por Blair, no fuera a ser considerado por la ciudadanía con el rigor debido, es absolutamente descartable.

La misma opinión pública que aceptó como irrefutables las pruebas de armas inexistentes, que dio por válida la versión de unos servicios de seguridad basada en la tesis de una estudiante, que se ha tragado fraudes, secuestros, suicidios y torturas, no es verdad que vaya a retirar su confianza en quienes abanderan la lucha contra el terror de un mundo que, en sus manos, cada día genera más terror. Y el terror es «incalculable», aseguraba Peter Clarke, jefe de la Unidad Antiterrorista de Scotland Yard.

Tampoco debiera provocar duda alguna que, después de una semana, sigamos sin saber nada con respecto al atentado frustrado.

De los detenidos apenas sí hemos conocido la identidad de tres, de quienes se asegura, como anticipo a la próxima revelación de sus criminales vidas y ejecutorias, «haber estado recientemente en Paquistán». Dato que, en principio, poca relevancia tendría cuando también se ha informado que 22 de los 24 detenidos son originarios de ese país. Lo verdaderamente sospechoso, piensa uno, es que hubieran viajado recientemente a Burkina Faso o a las islas Marshall, porque siendo originarios de Paquistán lo natural es que viajen al país de sus ancestros, como me consta hacen muchos españoles nacidos en América o ingleses nacidos en sus múltiples colonias. Por otra parte, hasta donde se sabe, viajar a Paquistán todavía no es un delito y, para colmo, el gobierno paquistaní es un fiel aliado de Estados Unidos y un cercano colaborador en la cruzada occidental contra el terrorismo.

Que a diferencia de los atentados del 11 de septiembre, cuando dos días después ya el mundo conocía los nombres y los rostros de los autores de los atentados, hoy no se sepa nada, una semana más tarde, no debe mover a suspicacia porque se trata de un «secreto de Estado», que tampoco tiene porqué ser Cuba la única que apele a ese recurso. Un secreto de Estado dejaría de serlo si se revelara, además de que podría entorpecer la que hoy definiera el ministro inglés John Reid como «primera fase de una investigación que podría llevar meses».

Y acepto, y es otra suspicacia, que puede parecer extraño oír hablar de una primera fase y de meses de investigación, luego de que se nos dijera que habían sido detenidos «los principales responsables del complot» y que el plan «bien avanzado», había sido «interceptado en su fase final» pero, tal vez, las dimensiones del complot, luego de los interrogatorios que están llevando a cabo avezados agentes en las artes de obtener información, se hayan multiplicado de tal forma que, siendo de un «nivel incalculable», todavía asistamos en los próximos días a más y más detenciones, implicaciones y responsabilidades.

A ello se debe que la policía británica haya pedido prorrogar el plazo legal de detención para disponer de más tiempo y obtener mayores confesiones. Es posible que algunos desconfíen de los métodos de investigación habituales y de la veracidad en las confesiones obtenidas, pero sólo puede deberse a su ignorancia en la equidad y justicia con que la ley se aplica en Gran Bretaña y que, por ejemplo, también desconocía el brasileño Meneses, luego de que fuera «interceptado» por policías británicos.

Y sé que existe la casualidad, no las casualidades, y que, por lo tanto, razón podrían tener quienes han llegado a sugerir que, detrás del «asesinato en masa de nivel incalculable» no había más que una trama, un complot urdido y realizado por los gobiernos británico y estadounidense para garantizar la permisividad del mundo en su supuesta cruzada contra el terrorismo, restituir en Blair algo de la credibilidad perdida ante próximas elecciones y llevar a segundo plano la genocida agresión de Israel en Líbano y Palestina.

Pero descarto semejante hipótesis porque, así la población no reaccionara ante el engaño, o ante el peligro de «accidentes», también aéreos y también incalculables, como consecuencia de la paranoia creada por la falsa denuncia, además de los daños económicos a sus propias compañías aéreas y ciudadanos, seguro estoy de que reaccionarían los medios de comunicación masivos.

La prensa, los grandes canales de televisión, estoy convencido de que, después de haber contribuido a la mentira dedicándole páginas y titulares con tanta generosidad y tan pocas dudas, indignados revelarían las interioridades de semejante burla, de tan infame delito. Los mismos medios de comunicación que tantas veces han sido sorprendidos en su buena fe, dando cobertura en sus primeras páginas a la hazaña bélica de aquella heroína del ejército estadounidense, la teniente Lynch, en su épica lucha a muerte contra el ejército iraquí y su posterior rescate; que creyeron tanto en las armas de destrucción masiva que casi llegaron a ubicarlas; que se tragaron el cuento del recuento electoral en Florida y Ohio, y se lo tragan en México; que todavía tienen como primera línea de investigación la autoría de ETA, esos medios de comunicación tantas veces burlados, no permitirían que, con su complicidad, se estuviera engañando y poniendo a la gente en peligro. Son tantas las ocasiones en que los medios han sido tomados de relajo que, aseguraría, esta vez no van a aceptar que la denuncia vaya cayendo en el olvido, que se diluyan con el paso del tiempo los niveles de alerta, y de crítico pasemos a severo, y de severo a regular, y de regular a no me acuerdo; que otra vez podamos nosotros llevar líquidos en los aviones y ellos tragar en seco en las redacciones. No puede ser, y no será, que los periódicos permitan que el «asesinato en masa de un nivel incalculable», conforme pasen los días, vaya perdiendo su nivel y desaparezcan de los titulares los detenidos puestos en libertad sin cargos, y languidezca el caso hasta que ya nadie recuerde, el mes que viene, que dos Estados terroristas juegan con la vida de la gente de tan alegre y miserable manera y que aquí, nada ha pasado.

Por lo que mantengo mis recelos y desconfío de la noticia del pretendido plan, es por la declaración que el primer día hiciera Scotland Yard, de enfrentarnos a un «asesinato en masa de un nivel incalculable». Y no sólo porque se acostumbre en estos casos a dejar que pasen los días y la investigación haga su trabajo como para andar calificando tan temprano pérdidas y alegados, al tiempo en que se informa que «las investigaciones podrían llevar meses», sino porque las pérdidas, al margen de los daños económicos, habrían sido los pasajeros de esos diez aviones. Y los pasajeros de esos diez aviones sí son calculables. Podía haber hablado Scotland Yard de alrededor de 3 mil muertos, de miles de muertos, haber dado la cifra exacta, la que conformaban los pasajeros y tripulaciones de esos aviones, pero habló de «incalculable», un calificativo que, a su enorme e indiscutible peso, (para no hacer un chiste calculado) agrega la contradicción de su vaguedad. Incalculable puede ser todo o puede ser nada.

Me explico. Un avión de pasajeros que volaba de Venezuela a Cuba, fue explotado en pleno vuelo con 73 pasajeros a bordo en 1976. Posada Carriles y Orlando Bosch, anticastristas y agentes de la CIA fueron los terroristas que colocaron las cargas e hicieron estallar la nave de Cubana de Aviación. Para nadie la autoría es un secreto. Tampoco la impunidad de que disfrutan todavía los terroristas, treinta años después.

¿Cuáles son, en este caso, las incalculables pérdidas? Respuesta: ninguna.

Y sé que es un detalle al fin, sólo un detalle, también un desliz, pero ese afán de redoblar tambores, de anunciar el holocausto, de anticipar el Argamedón, con la lectura de un comunicado apocalíptico que no fue improvisado y en el que se pesaron y sopesaron hasta las comas, los términos «asesinato en masa de un nivel incalculable» no eran casuales. Buscaban estremecer, generar el pánico, el terror ante lo que pudo haber sido y ellos evitaron porque, como dijera Bush en estos días: «Todavía no estamos completamente seguros».

Por ese tonto desliz es que estoy casi por creer que nos engañaron… otra vez.

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