La coyuntura actual se caracteriza por el deslizamiento hacia la derecha de las principales fuerzas políticas. De ahí el inaudito abanico de opciones de derecha que se ofrece hoy al electorado francés: Le Pen, De Villiers, Sarkozy, Bayrou, Royal. El discurso centrado en la «seguridad», convertido en ideología dominante, legitima todos los dispositivos del liberalismo, […]
La coyuntura actual se caracteriza por el deslizamiento hacia la derecha de las principales fuerzas políticas. De ahí el inaudito abanico de opciones de derecha que se ofrece hoy al electorado francés: Le Pen, De Villiers, Sarkozy, Bayrou, Royal. El discurso centrado en la «seguridad», convertido en ideología dominante, legitima todos los dispositivos del liberalismo, última fase del capitalismo mundializado, declarado insuperable. El sistema: cuando no se ignora pura y simplemente, es apenas objeto de alusiones (evocativas, a veces, de una VI República), nunca de declaraciones programáticas precisas. Ahora bien; hay que recordar que este sistema no es democrático: sectores enteros de opinión -o sea, de fuerzas sociales- están excluidos de toda representación, tanto por el juego de la recogida de firmas para ser candidato (agravado en el caso del PS por su exigencia de que procedan de representantes electos suyos) [1], como por el mecanismo electoral (el reparto de las circunscripciones electorales, que no ha cambiado desde 1982). Y a eso aún hay que agregar el papel figurativo/consultivo del parlamento, la sumisión de éste a un gobierno sustraído al aval electoral y el plebiscito de un individuo -el presidente de la República- investido de poderes monárquicos.
El sistema produce dos efectos: a) La existencia de organizaciones partidarias consagradas al juego electoral, a fin de preservar o de aumentar las posiciones adquiridas – políticas, morales y financieras y b) El número de abstencionistas, que no ha dejado de aumentar en los últimos veinte años, hasta el punto de constituir la mayoría del electorado, pero que no son contabilizados electoralmente. Esto tiene dos consecuencias comunes a todas nuestras democracias «modélicas» occidentales: 1. El bipartidismo que se afirma, en Francia, de elección en elección, muy probablemente consagrado en el próximo escrutinio y 2. Unos representantes electos, incluido el Presidente, minoritarios, y por lo mismo, y en buena lógica «republicana», inhabilitados para ejercer funciones ejecutivas. En ambos casos, se ensancha todavía más el hiato, ya gigantesco, entre las «elites» y el pueblo.
Este cerrojo garantiza la dominación de las potencias monopolistas, principalmente a través de los medios de comunicación bajo su control. Su asociación (de bandidos) distribuye los papeles de la próxima contienda electoral.
Los postulantes/concurrentes
Son conocidas y vienen de lejos las manipulaciones que instalaron al frente del escenario electoral a la pareja Sarkozy/Royal. Se diría, pues, que hay que guardar ya duelo por la alternativa que habría podido oponérsele. Recordemos : consistía ésta en definir un programa auténticamente antiliberal, basado en la concentración de las fuerzas sociales comprometidas con las luchas contra la constitución europea, rechazada por más de 60 % el 29 de mayo 2005, y contra el CPE (Contrato de Primer Empleo), proyecto que el gobierno tuvo que retirar bajo la presión de una movilización de masas. En lo tocante a la llamada revuelta de las banlieues (suburbios), a fines de 2005, no encontró en una «izquierda», cuando no reticente, hostil, ni relevo ni portavoz. Se puede especular sobre las razones del fracaso, sin privarse, por cierto, de señalar a los culpables. Limitémonos a decir, más directamente, que, frente al desafío de constituir la fuerza unitaria (inter- y extrapartidista) que se precisaba para una verdadera contestación, el sistema salió ganando una vez más.
Se trataba de coraje, de invención, tal vez de aventura. ¿Qué se vio en cambio? Las incoherencias de las AG (Asambleas Generales), sin base política común, los reflejos de «tendero» y, tratándose del principal actor -esa mayoría del PS que había optado por el NO-, los «bocones» -de Fabius a Emmanuelli y otros Montebourg [2]- fundidos entre las brumas de un congreso de «síntesis» (Le Mans) sin asperezas doctrinales. ¿Traidores ? Más bien arrepentidos, testimonio de que la lógica de clase no había sido para ellos más que un recreo sin porvenir. Y el hombre de convicciones, Chevènement, venía, a su vez, a serenar su buena conciencia por un plato de lentejas. No quedaba sino el engendro de esa bruma, Mme. Royal, para federar a los fantasmas. Se volvía así a las viejas cantilenas del voto «útil» y del voto «barrera», con las que se desgastaron generaciones enteras de militantes de izquierda, hasta la payasada de 2002.
Hipótesis
¿Hay pues que votar por Royal? Varias actitudes son posibles al respecto : la pinza en la nariz, la resignación, el realismo, la confianza, la esperanza… ¿Cuáles son los argumentos? Se apela, con la aportación inestimable de algunos filósofos autoconvocados como refuerzo -aun sin tener mayor competencia en la materia que cualquier otro ciudadano-, a la existencia de «contradicciones» en el interior del PS que podrían hacer estallar su aparente unidad y sobre las cuales podrían «gravitar» las fuerzas asociadas orientadas más a la izquierda. No vale la pena recordar lo que se produjo, no hace mucho tiempo, con la muy peculiar «Izquierda Plural» [3], ni volver sobre las experiencias históricas, para formular algunas dudas sobre las capacidades actuales del PS. Este partido está perdiendo definitivamente su S para no representar más que a los sectores medios superiores y a los cuadros (por ejemplo, entre los nuevos afiliados, hay un incremento de más del 166 % en el Alto Sena, conurbación residencial de las clases medias ricas, que poco tiene que ver con los pobres de los «quartiers» [4], mientras que un porcentaje importante de obreros votan al Frente Nacional [5]. Aparece claro, pues, que la línea Royal, aún sin llegar a formar, como sugiere el cronista de La Stampa Cesare Martinetti, un «ticket» Sarkozy/Royal, estará más cerca de Bayrou que de Buffet [6]. Para algunos, este anclaje derechista abriría la vía para una izquierda radical, capaz de tener éxito allí donde los «comités anti-liberales» fracasaron. Con una audacia aún mayor, y apoyándose en la analogía Royal/Sarkozy, que funcionaron, cada quién en su campo, como imanes capaces de atraer limaduras de toda laya, podría esperarse que con una fuerza de atracción en declive, se diera una redistribución de naipes.. en beneficio del centro derecha.
Algunos datos
Ello es que nada en las proposiciones de la candidata (ni en el programa de su partido), o en sus intenciones -más supuestas que manifiestas- , autoriza a pensar que Ségolène Royal pueda poner el menor coto a las políticas neoliberales. Al contrario, con ella se está consumando la transformación de su partido, ya comenzada con la experiencia Mitterrand-Jospin, que embarcó al país por la senda de la mundialización. En el mismo estilo que Sarkozy, liquidador de los últimos restos de un «gaullismo» apenas preservado por Jacques Chirac. Mientras tanto, y dejando de lado los compromisos sociales inherentes a la verborrea electoral, no hay la menor garantía sobre dos cuestiones decisivas como son Europa y el conflicto árabe-israelí, entre otras. Sobre la primera, en su lógica de votar SÍ a la constitución europea, Ségolène Royal no ha renunciado en absoluto a convocar, como proponen Angela Merkel o José Manuel Barrosso, una nueva consulta que anule la precedente. Si, por otra parte, puede decirse, como algunos han hecho, que en su viaje al Próximo Oriente -en el que no tuvo reparos en dar su aprobación a la construcción del muro «de la verguenza» en nombre de la seguridad de Israel- Royal estuvo mal aconsejada, no puede menor de resultar seriamente inquietante la capacidad de Madame «Yo quiero» para ejercer la funciones del primer magistrado de Francia. Reincidió luego, sumándose a su rival Sarkozy en la expresión del deseo de acoger a Israel en el espacio de la «francofonía» (a la espera de su ingreso en la Unión Europea), en la cena anual del CRIF [7].
¿El mal menor, pues?
Podríamos esperar dos efectos. El primero sería la ambición de impedir que Sarkozy, al quien se presenta a la vez como un Bonaparte de vía estrecha, una Thatcher o un Berlusconi, fuera capaz de transformar Francia o en una república bananera o en una colonia estadounidense o en una dictadura de los accionistas, a elegir. El peligro se agiganta a conveniencia, a fin de hacer más llevadero el remedio. Pues lo cierto es que la diferencias de matiz entre los dos grandes candidatos, ya en lo tocante al proceso y al valor del trabajo (desde la flexibilidad y las deslocalizaciones hasta el desempleo y las jubilaciones), ya en lo que hace a la enseñanza y la investigación, o en lo tocante a la seguridad o a la política internacional, son milimétricas. Cirugía brutal o delicada, de cualquier modo hay que pasar por quirófano.
Con el segundo efecto se nos querría convencer de que, con todo y con eso, quedaría una vía abierta a la adopción de medidas antiliberales, sociales, igualitarias y -¿por qué no?- superadoras del capitalismo. Pero, además que no estamos en 1936, ni en 1981, el método del avestruz nunca produjo buenos resultados, al menos en política. Está escrito en las páginas más gloriosas de la socialdemocracia : la anestesia de los trabajadores y de los dominados, en general, es el precio que se paga por las credulidades sumisas. El mal menor, proyectado como bien deseado, parte de dos supuestos. Es el primero una representación idealizada del PS, que lo toma por lo que ya no es, ni doctrinal ni sociológicamente. Se sueña con un «Congreso de Tours» al revés [8], y acaso con una substitución PCF, cuando el triste estado en que este último se halla, después de la renuncia a su identidad, debería resultar suficientemente ilustrativo. La tentación, favorecida por la perspectiva electoral, de dar crédito al PS es fuerte. El segundo supuesto imagina que los antiguos partidarios del NO formarían una base de apoyo para un reagrupamiento antiliberal, cosa que ellos mismos han rechazado explícitamente. O que un voto masivo a Royal ofrecería a los «revolucionarios» la posibilidad de alterar en un sentido positivo el socialiberalismo, olvidando que ya se creyó lo mismo (y se hizo creer) en 2002 con el de 82% de votos otorgado a Chirac frente al «espantapájaros» de un Le Pen agitado para asustar [9].
Si el deseo, en fin, y el placer de atravesarse en el camino de Sarkozy -cuyo peligro no ofrece duda- no son para nada ilegítimos y llevan a elegir el menor entre dos males, también se puede de todos modos preferir no estar enfermo…
¿Qué hay de recurrir a José Bové, apremiado a presentarse como candidato por los comités que desconfían de los partidos existentes? Es demasiado tarde; lo que está roto, roto está. Podría redundar en una ulterior dispersión de las candidaturas, lo que no haría sino reforzar el chantaje del voto «útil». El personaje, además, para quien las revoluciones son «antiguallas» del siglo pasado (entiéndase el siglo XIX), no se pronuncia contra un acuerdo con el PS.
¿Qué hacer?
Porque ese es fondo del problema, la lección de la coyuntura actual, que obliga a romper con las ilusiones tradicionales, rechazando el principio mismo de una alianza o de un compromiso con el PS, incluso en el caso de la victoria de éste. O dicho con otras palabras, la opción Royal (y PS) es totalmente inadecuada a la situación. No alimentemos quimeras que ocultan la realidad. Recordemos el peligro de la consagración del bipartidismo, de la alternancia en el poder al estilo anglosajón entre dos aparatos, lo que significa -como la «clase» mediático-política no ceja en pretender- el fin de una confrontación que anda ya coja, y aun de la distinción misma entre derecha e izquierda. Mientras que el sobredicho poder -no obstante las repetidas fustigaciones declamatorias contra «el golpe de Estado permanente» [10] instaurado por la Constitución gaullista- se vería, una vez más, arropado por los privilegios monárquicos de la función presidencial (inmunidad penal, opacidad financiera, «dominio reservado») [11]. Añádase a eso otro atolladero, de una dimensión superior, excogitado por nuestros «creyentes». Tiene que ver con lo que hay que calificar de exclusión política. Forzada o voluntaria, se solapa a menudo con la exclusión social. Convierte al cuerpo electoral en un tullido, en un organismo prácticamente inválido, tras sucesivas amputaciones: no inscripción en las listas electorales, abstención, sufragios en blanco o nulos, que vienen a añadirse a al llamado voto de «protesta» o «testimonial», y en condición de tal, constitucionalmente eliminado. Discriminación y arbitrariedad campan aquí por sus respetos, habida cuenta de que el rechazo manifiesto al sufragio y la abstención son perfectamente legítimos en otros escrutinios (en sindicatos, empresas y asociaciones). La utilidad del voto útil no cobra su pleno sentido, sino en el contexto de ese voto inútil que ha de disimularse con empeño. Mas, cualquiera que sea la forma en que se lo tome, cualesquiera que sean las motivaciones de los individuos, representa, en su principio, una reserva de honda contestación al sistema: porque se trata de una afirmación de rechazo de las reglas del juego impuestas y de los ostracismos y las confusiones que ellas traen consigo.
Elegir
¿Expresa el voto en blanco la voluntad de mantener las propias manos limpias, o la abstención, la de dejar que las cosas sigan su curso? Desde luego que no, pero sí la de mantenerse lo más pegado a la situación concreta de nuestros días, que llama, no hay que temer la expresión, a un sobresalto revolucionario. Lo que significa denuncia de un electoralismo pegadizo que reduce los derechos del ciudadano a las intermitencias de los escrutinios. Es preciso que llegue el momento en que la exclusión, lo inútil, aparezcan como lo que verdaderamente son : una expresión política, no más ecléctica, después de todo, que los votos anti-Europa. Desde luego que elegir esta opción no anuncia por lo pronto un porvenir de trinos. Tampoco se trata de substituir al movimiento de masas. Es evidente que ese movimiento, sometido a los efectos conjugados de la degradación de las condiciones de trabajo y de existencia, del incremento de las desigualdades, del condicionamiento mediático y del servilismo sindical, no está maduro para lanzar de manera concertada un proceso de cambio radical cuyas formas habrán de ser necesariamente inéditas. ¿Es acaso soñar en el vacío negarse a creer que este país ha sido domesticado al punto de abandonar la lucha de clases, que dio la impronta de originalidad a su historia?
La tarea de cada uno consiste, pues, en contribuir, por modestos que sean sus medios, y tratándose de intelectuales, sólo con palabras que se han hecho inaudibles, a la toma de consciencia. Y en sostener, contra todos los consensos dominantes, contra todas las cóleras, todas las revueltas que moldean nuestra sociedad.
NOTAS:
[1] 500 firmas de representantes electos (alcaldes, senadores, diputados) son exigidas para poder hacer acta de candidatura a la presidencia.
[2] Dirigentesde la oposición de izquierda del PS, que llamaron a votar No cuando el referendum sobre la constitución europea, con el apoyo de una mayoría de militantes socialistas, contra la dirección.
[3] Nombre que se dio, después de la elección de François Mitterrand a la Presidencia de la República (1981), a la coalisión PS, PCF, Verdes y Radicales de Izquierda. Los ministros comunistas terminaron por retirarse después del viraje a una política de derecha (1983), sin ningún beneficio para su partido.
[4] Designación adoptada por el mundo mediático-político de los barrios suburbanos que estallaron a fines de 2005.
[5] Jean-Marie Le Pen, presidente del Frente Nacional, declaraba ya hace algunos años, que su partido contaba con el mayor número de obreros.
[6] François Bayrou es el candidato de la UDF, formación de centro-derecha, que se delimitó de su alianza con la UMP; Marie-Georges Buffet es la candidata del PCF.
[7] Se trata del Consejo Representativo de las Instituciones Judías de Francia, de obediencia abiertamente sionista, que pretende hablar en nombre de la «comunidad judía» del país. A sus recepciones, se precipita toda la «clase política», comenzando por el gobierno.
[8] El Congreso de Tours (1920) protagonizó la ruptura entre los partidarios de las «21 condiciones» leninistas, que fueron mayoritarios y formaron el PCF; mientras que los reformistas, minoritarios, dieron nacimiento al PS.
[9] En las últimas elecciones presidenciales, los socialistas, y todas las organizaciones de izquierda con ellos, llamaron a votar por Chirac, persuadidos que tendría en cuenta sus aspiraciones.
[10] F. Mitterrand tituló así uno de sus libros, cuando se encontraba en la oposición. Lo hizo retirar una vez que fue elegido presidente.
[11] Así se denomina, desde De Gaulle, todo lo que concierne la política internacional.
Georges Labica, filósofo marxista, profesor emérito de la Universidad de Paris X (Nanterre), militante consecuente toda su vida, ha publicado numerosas obras. Es coautor del Dictionnaire critique du marxisme, y autor, entre otras obras, de Démocratie et révolution, de Friedrich Engels savant et révolutionnaire, de Le marxisme-léninisme y Robespierre. Une politique de la philosophie (éste último traducido al castellano por Joan Tafalla y publicado por Ediciones El Viejo Topo en 2005).
Traducción para www.sinpermiso.info: Hugo Moreno.