Las recientes elecciones parlamentarias rusas no han deparado ninguna sorpresa a pesar de las críticas, muchas de ellas infundadas que se suceden desde Occidente. No obstante, y siguiendo con el guión que desde septiembre pasado parece haber puesto en marcha Putin, con sus continuas maniobras y constantes sorpresas políticas, el anuncio de su apoyo como […]
Las recientes elecciones parlamentarias rusas no han deparado ninguna sorpresa a pesar de las críticas, muchas de ellas infundadas que se suceden desde Occidente. No obstante, y siguiendo con el guión que desde septiembre pasado parece haber puesto en marcha Putin, con sus continuas maniobras y constantes sorpresas políticas, el anuncio de su apoyo como candidato a sucederle en las próximas elecciones presidenciales de marzo a Dmitry Medvedev ha vuelto a tirar por tierra buena parte de las predicciones de algunos de esos sesudos analistas.
Las elecciones parlamentarias han deparado una nueva Duma con la presencia de cuatro partidos políticos, Rusia Unida, encabezado por Vladimir Putin (64,3% de los votos y 315 escaños), el Partido Comunista (11,57% y 57 parlamentarios), el Partido Liberal-Demócrata de Rusia (8,14% y 40 escaños) y Rusia Justa (7,74% y 38 actas parlamentarias). La participación ha rondado el 64 por ciento.
Esas cuatro formaciones pueden considerarse satisfechas en cierta medida, pero para el resto de partidos políticos las elecciones han supuesto un verdadero fracaso. Así, los llamados partidos «liberales», aquellos que más se identifican con Occidente, como Yabloko y la Unión de Fuerzas de Derecha (SPS) han obtenido los peores resultados de su historia y su futuro político está en entredicho. También han fracasado las formaciones minoritarias que bajo el paraguas liberal o moderado (Fuerza Cívica de Barshchevsky) o nacionalista (Patriotas de Rusia) buscaban restar votos a los partidos mayoritarios.
Un aspecto reseñable de esos resultados es la feroz crítica que se ha desarrollado desde numerosos medios occidentales, acusando de fraude el proceso electoral, de falta de democracia, de manipulación…lo que ha permitido que algunos analistas locales apunten aquel dicho «la ignorancia es muy atrevida». Esa crítica irracional obedece más a los propios intereses de algunos «expertos» que a la realidad que se vive en Rusia.
Como ejemplo de este «doble rasero» señalan la postura del prestigioso New York Times, que en 1996 tituló «Una victoria para la democracia rusa» en referencia a la campaña presidencial de aquel año y que algunos observadores no dudaron en calificarla «como la más corrupta conocida hasta la fecha». Pero en esa ocasión el «candidato occidental», Yeltsin, pudo maniobrar y actuar como le vino en gana.
También denuncian esas mismas fuentes la utilización de la llamada «mayoría silenciosa», que según los «expertos», en Rusia la no participación significa «un signo de protesta y descontento», mientras que en EEUU es símbolo de «un electorado satisfecho». En estas elecciones hemos asistido cuando menos a dos actuaciones supradimensionadas desde Occidente y que vuelven a obedecer a actitudes predeterminadas e interesadas.
Por un lado se nos ha presentado la no presencia de observadores de la ODIHR como una falta de transparencia electoral, cuando no se menciona que observadores de la OSCE, SCO, CIS o PACE sí han asistido, sin contar a demás «los miles de seguidores» que partidos opositores anunciaron días antes que pensaban movilizar en los colegios electorales.
La segunda anécdota nos la ha proporcionado la detención de Gary Kasparov, figura política mimada en Occidente pero que no cuenta con apoyos sólidos en Rusia. Lo que en cualquier país sería normal en línea con la democracia con «label occidental», es decir, una persona que reincide en el mismo «delito» es condenada con mayor severidad (el término ruso es «recidivist») los voceros occidentales lo califican como una afrenta a la libertad, mejor harían esos mismos analistas en mirar más cerca suyo y atinar sus críticas hacia actuaciones de su propio entorno.
Y tras las elecciones, Putin ha vuelto ha mostrar su capacidad de maniobra y ha «sorprendido a casi todos». Sin esperar al anuncio oficial que debía hacerse el próximo domingo en el congreso de Rusia Unida, el actual presidente ha anunciado su apoyo a Dmitry Medvedev, para sustituirle al frente del Kremlin. Este anuncio ha podido obedecer al intento de Putin por cortar por lo sano el pulso de poder que estarían manteniendo los diferentes clanes y sectores del entorno presidencial, y que en los días pasados desembocó en el arresto del viceministro de finanzas, interpretado como un triunfo de los siloviki frente a los más «liberales».
La elección de la candidatura de Medvedev arruina todas las predicciones hechas hasta la fecha. Además el propio perfil que desde Occidente se muestra de Medvedev no hace más que desesperar a esos adivinos interesados. La figura del nuevo candidato se nos presenta como «un dirigente sin lazos con los aparatos de seguridad, con amplia experiencia en el campo económico y en el gobierno, muy cercano a Putin, junto al que ha trabajado desde los años noventa» y sobre todo «una buena elección para Occidente, dado su supuesto talante de liberal moderado en términos económicos».
No obstante los hay que ya han empezado nuevas suposiciones sobre el papel que jugará Medvedev en el futuro escenario político ruso, e incluso se atreven a augurar que será «un presidente temporal, una figura de transición. Muy confortable para todos, y la clave será saber cuándo cesará». Y aquí entra una de las claves para entender esa cadena de errores que desde Occidente se sucede, el llamado «Plan Putin» del que todos hablan y del que nadie sabe nada con certeza. Bueno alguien seguro que sí lo sabe, y ese no es otro que Putin que continúa tejiendo su red de poder para asegurar de momento una fase sin sobresaltos y apuntalar aún más su proyecto para Rusia.
De cara a las presidenciales ya se barajan varios candidatos, el líder del Partido Comunista, Gennady Ziuganov y el del LDPR, Vladimir Zhirinovsky, líderes de los dos mayores partidos opositores; el líder de Yabloko, Gregory Yavlinsky, el antiguo primer ministro Mikhail Kasyanov, el histórico disidente Vladimir Bukovsky, el ex viceprimerministro Boris Nemtsov o el ajedrecista Gary Kasparov. A ellos hay que unir el de Dmitry Medvedev, quien es el mejor colocado en todas las quinielas tras el anuncio de Putin de apoyar su candidatura.
Es cierto que el papel de Putin en el nuevo escenario está sin dilucidar, las declaraciones del propio Medvedev proponiéndolo como primer ministro puede ser un indicador de lo que se nos avecina, pero todavía es pronto, y sobre todo no podemos desechar que Putin se nos presente con una nueva sorpresa.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)