¡Señoras, señores, queridos camaradas! Es un placer para mí haber venido a París para dirigirles unas palabras, en el momento en que os disponéis a reconstruir en Francia un nuevo partido de izquierdas que merecerá verdaderamente este nombre. En Alemania, venimos de realizar este paso con gran éxito. Y es fruto de esta experiencia que […]
¡Señoras, señores, queridos camaradas!
Es un placer para mí haber venido a París para dirigirles unas palabras, en el momento en que os disponéis a reconstruir en Francia un nuevo partido de izquierdas que merecerá verdaderamente este nombre. En Alemania, venimos de realizar este paso con gran éxito. Y es fruto de esta experiencia que he venido aquí a animarles a tomar el mismo camino. Sé muy bien que la constelación de partidos políticos alemanes no es comparable a la situación francesa. Pero hoy, las sociedades francesas y alemanas no difieren de forma fundamental la una con la otra. Los problemas económicos, políticos y sociales que se planteaban en nuestros dos países son ampliamente idénticos. No veo por lo tanto razón mayor para que un nuevo partido de izquierda no tenga las mismas oportunidades de éxito en Francia que en Alemania.
Ahora que Die Linke existe desde hace un año y medio, los sondeos serios le dan un 12 o 13% a nivel nacional. Tengo que reconocerles que estoy sorprendido yo mismo de este éxito, a pesar de que estas cifras no reflejan la verdadera amplitud de nuestra influencia política. Por sí sólo, el hecho de que estemos aquí, el hecho de que exista en Alemania un partido con un perfil político y reivindicaciones sociales claramente de izquierda, este sólo hecho ha cambiado la orientación de la política alemana. Y no soy solo yo quien lo afirma. Casi todos los periódicos alemanes, sean de izquierdas o de derechas, que se alegren o que lo deploren, opinan lo mismo. La mayoría de ellos están de acuerdo en escribir que somos nosotros, la «LINKE», que encarnamos el proyecto político más exitoso de las últimas décadas, que somos nosotros quien en el fondo definimos cada vez más la agenda política de Alemania, que somos nosotros que obligamos al resto de partidos a reaccionar. Si reaccionan, si se hacen suyas algunas de nuestras reivindicaciones, es por miedo al electorado. Y si el neoliberalismo, tan virulento desde 1990, está desapareciendo en Alemania, es debido en gran medida a nuestra presencia parlamentaria.
Queridos camaradas, es evidente que la construcción de un nuevo partido de izquierdas no hubiera podido tener éxito si las condiciones exteriores, es decir, la situación política y social de Alemania, no hubiera sido favorable a este proyecto. Es por lo tanto esta la primera razón de nuestro éxito. Mientras todos los partidos políticos del oeste de Alemania se disputaban el «centro» y preconizaban una política económica neoliberal, la mayoría de la población alemana deploraba la falta de equilibro social resultante de esta política. El vacío en la izquierda del espectro político pedía tan solo ser rellenado. No hay nada más eficaz que una idea que encuentra su época.
La segunda razón de nuestro éxito es sin duda la unión de las fuerzas y las organizaciones políticas que se definen a si mismas a partir de una posición crítica hacia el capitalismo.
La tercera razón, que es quizá la más fácil de conseguir, ya que tan solo depende de nosotros mismos, aunque no por ello es la menos importante, es dar al nuevo partido un perfil claro, diferenciable con relación a la uniformidad de los demás. No perderé la posibilidad de concretar este punto más adelante, pero quisiera abordarlo desde una perspectiva histórica. Es útil a veces recular un paso para tener una mejor perspectiva del conjunto.
Al principio de mi carrera política, hace unos cuarenta años, las posiciones de los partidos políticos de izquierdas en Europa eran aún relativamente claros y sus misiones bien definidas. No había aún esta uniformidad centrista que los grandes partidos muestran hoy en día. Incluso en Alemania, donde el SPD, en Bad-Godesberg, decidió aceptar el capitalismo, la izquierda y la derecha eran claramente diferenciables para los electores. El SPD había renunciado al marxismo, es cierto, pero había conservado a pesar de ello la idea de reformar el capitalismo, de buscar la famosa «tercera vía» entre el comunismo y el capitalismo. Lamentablemente, ese ideal reformador fue enterrado bajo los escombros del muro de Berlín.
En Francia, las posiciones de los partidos de izquierda eran aún más claras, no solo del lado comunista, si no también del socialista. Por causa de su apoyo a la guerra colonial en Algeria, la SFIO había perdido a finales de los 60 toda legitimidad como partido de izquierdas. En 1971, en el Congreso d´Epinay, un nuevo partido socialista se forma bajo la dirección de François Mitterrand. El programa de este nuevo partido socialista francés difiere considerablemente del que los socialdemócratas alemanes habían elegido hacía una década: es anticapitalista, es crítico con la OTAN y es favorable a las alianzas con el partido comunista: todo aquello que no contiene el programa del SPD. Por lo tanto, en la Internacional Socialista, el debate enfrentó a Épinay contra Godesberg. Soy alemán, pero no les escondo que mis simpatías estaban del lado de Épinay.
Comparto por lo tanto, queridos camaradas, sus decepciones, ya que a pesar de este programa teóricamente anticapitalista, la política llevada a cabo por el gobierno Mitterrand no fue de ningún modo más anticapitalista que la del gobierno socialdemócrata en Alemania. Ya sea en Inglaterra, Alemania, España, Francia o en cualquier lado, la brecha entre la teoría y la práctica política es sintomática para la historia del socialismo del oeste de Europa. Casi siempre y casi en todas partes, los dirigentes de los partidos socialistas han soltado sus principios cual lastre, a menudo contra la voluntad de la masa de militantes, a cambio de una cartera de gobierno.
Y aquí está el gran dilema de los partidos socialistas: el haber formulado, por así decirlo, los principios de oposición de Épinay y los principios de gobierno de Godesberg. La historia de los partidos socialistas de Europa occidental en el poder es una larga lista de compromisos podridos. Queridos camaradas, hay que salir del dilema y romper con esta tradición fatal del compromiso podrido! Para un partido de izquierdas, los principios del gobierno deben siempre ser los mismos que los principios de oposición. Si no, desaparecerá más rápido de lo que ha llegado.
Fijaros en Italia, fijaros en España. La lección que la izquierda puede aprender es que las últimas elecciones en estos dos países no puede ser más clara: la Izquierda Unida marginada, la Rifondazione Comunista eliminada. Estos dos partidos han tenido que pagar tan cara su participación en el gobierno porque se fundamentaba en el compromiso podrido! Es muy absurdo, efectivamente, dejar un partido por motivo de su línea política, de construir un nuevo partido, y después formar una coalición de gobierno con el partido que acaba de abandonar los fundamentos de su política, motivo por lo cual se le abandonó. Los electores no aprecian nada este tipo de bromas, y no están equivocados.
Queridos amigos, si la izquierda pierde su credibilidad, pierde su razón de ser. Es por ello que mi partido, la «LINKE», ha tomado medidas para corregir esta tendencia fatal de los dirigentes hacia el compromiso político del que he hablado. Las decisiones sobre los grandes principios de nuestro programa deben ser tomadas por el conjunto de los militantes del partido y no solo por una asamblea de delegados.
Es decir, no aceptaremos las donaciones que sobrepasen una determinada cantidad, una cantidad relativamente baja. Y creedme, no es la actitud del que rechaza algo porque igualmente no lo va a obtener. Es simplemente que no queremos ser corrompidos. La corrupción política es una desgracia de nuestra época. Y lo que llamamos donación no es a menudo más que una manera legal de corromper. La victoria electoral de Barak Obama es una buena noticia, puesto que la política del presidente Bush y de su partido era insoportable. Pero visto las enormes sumas que el capital americano ha invertido en la campaña electoral del nuevo presidente, soy muy escéptico en relación a su futuro como reformador. El capital no da nunca sin pedir.
Vayamos pues al perfil programático que un partido de izquierdas debe tener en mi opinión. He dicho antes que mis simpatías, hace cuarenta años, estaban del lado de Épinay y no de Godesberg. Pues bien, lo están aún. Lo son quizás más que nunca. El espíritu anticapitalista que ha animado a la izquierda francesa en los años 70 aún se impone. Es cierto que una opinión pública manipulada al servicio del capital nos sugiere a través de todos los medios que la globalización debería haber cambiado completamente las cosas, que el anticapitalismo está completamente superado por la historia. Pero si analizamos el proceso económico y social que se desarrolla bajo nuestros ojos objetivos, nos damos cuenta que la globalización no ha disipado sino agravado los problemas sociales y las turbulencias económicas causadas por el capitalismo. Si comparáis los escritos de Karl Marx a propósito de la concentración de capital, del imperialismo o de la internacionalización del capital financiero con las tonterías neoliberales propagadas hoy en día, constataréis que este autor del siglo XIX es mucho más actual y iluminador que los ideólogos del neoliberalismo en boga.
Queridos amigos, más que nunca el anticapitalismo está de moda, ya que el imperialismo, al principio del siglo XXI, es aún real. Y la OTAN está instrumentalizada a su servicio. Antes concebida como una alianza de la defensa, la OTAN se ha convertido hoy en día en una alianza de intervención bajo la dirección de los Estados Unidos. Pero la izquierda no puede preconizar una política exterior que tenga como objetivo la conquista militar de los recursos y los mercados. No aceptamos el imperialismo beligerante de la OTAN, que interviene en todo el mundo violando el derecho internacional. Estamos a favor de un sistema de seguridad colectivo donde los socios se defiendan entre ellos cuando sean atacados, pero se abstienen de toda violencia que no esté conforme al derecho internacional.
En Alemania, la cuestión de las intervenciones militares (ya fuera en Kosovo o en Afghanistan) es una línea de demarcación clara entre mi partido (DIE LINKE) y todos los demás partidos, incluido el SPD. Somos intransigentes con ello y nuestra participación en un gobierno favorable a las intervenciones militares de la OTAN es inconcebible. LA cuestión de la guerra o de la paz ha sido de hecho desde siempre una razón de escisión en el seno del socialismo alemán. Ya en 1916, bajo el impulso de Rosa Luxemburgo y del Karl Liebknecht, la guerra dividió a la socialdemocracia alemana en dos partes. Y no fue solo en Alemania que la izquierda estuvo lúcida. Os recuerdo las palabras de Jean Jaurès, que dijo que «el capitalismo lleva consigo la guerra igual que las nubes la tormenta». Camaradas, si queremos un mundo en paz, hay que civilizar el capitalismo.
Contra la ideología de la privatización preconizada por los portavoces del neoliberalismo, mantenemos la idea de una economía pública bajo control democrático. Preconizamos una economía mixta donde las empresas privadas, mayoritarias, costeen a las empresas nacionalizadas. Sobretodo las empresas que traduzcan necesidades fundamentales para la existencia de la sociedad; el sector energético, por ejemplo, o incluso el sector bancario en la medida en que son indispensables para el funcionamiento de toda economía, deben ser nacionalizados.
Volveremos a poner a la orden del día la cuestión de la autogestión obrera o de la participación de los empleados en el capital de su empresa, cuestión que parece hoy olvidada.
Luchamos contra una política de la deconstrucción social que da prioridad a los intereses de los inversores y que se ríe de la injusticia social creciente, de la pobreza de muchos niños, de los salarios bajos, del despido en los servicios públicos, de la destrucción de los ecosistemas. Luchamos contra una política que sacrifique en favor de los rendimientos del capital financiero lo que queda de una opinión pública deliberativa. No aceptamos la privatización de los sistemas de protección social, ni la privatización de los servicios de transporte públicos. No aceptamos tampoco la privatización del sector de la energía y aún menos la privatización del sector público de la educación y de la cultura. Nuestra política fiscal quiere devolver al estado los medios para cumplir con sus funciones clásicas.
Hoy, las fuerzas motrices del capitalismo no son los empresarios, si no los inversores financieros. Es el capital financiero el que gobierna el mundo y el que instaura globalmente una economía de casino. La crisis de los mercados financieros era pues previsible, esperada por los expertos. Y a pesar de ello los gobiernos no han hecho nada para impedir esta crisis. En los Estados Unidos y en Gran Bretaña, las élites políticas han juzgado útil la especulación desenfrenada. Y el continente europeo se ha inclinado ante dicho juicio. Incluso durante los períodos en los que la mayoría de gobiernos europeos estaban formados por partidos afiliados a la Internacional Socialista, ninguna medida fue tomada. La pérdida de una visión crítica frente al capitalismo ha hecho fracasar lamentablemente en toda regla la política oportunista de los partidos socialistas y socialdemócratas. Si hacía falta una prueba de dicho fracaso, la crisis actual de los mercados financieros nos la da.
Y si hacía falta una prueba de que nosotros, la izquierda crítica, no somos regresivos, que no pescamos los remedios a los males de hoy en el pasado, como nos lo reprochan constantemente los liberales y los conservadores, si hacía falta una prueba, pues esta crisis nos la brinda también. Desde el principio de los años 90 y la posterior globalización, la izquierda, incluido yo mismo, no para de reclamar la reglamentación de los mercados financieros globales. Pero la opinión pública neoliberal se ha reído de nuestras opiniones supuestamente regresivas. Que la lógica de la globalización no era compatible con una reglamentación fue lo que se no dijo. También que sobretodo no se debía poner travas al libre comercio y al libre flujo transnacional de capitales; que toda reglamentación era una solución pasada de moda, regresiva. Y ahora, que hacen los neoliberales en América del Norte y en Inglaterra, que hacen los conservadores en Alemania y Francia? Pues bien, pretenden reglamentar. Los que nos han acusado de regresión política cuando pedíamos la nacionalización de algunos sectores bancarios para evitar la crisis, que hacen ahora? Pues bien, hacen ver que nacionalizan los bancos en nombre del futuro.
Ahora, se socializa las pérdidas y se hace pagar a los grupos más vulnerables de la sociedad por la fallida del sistema. Ahora, se organizan pomposas cumbres internacionales para reglamentar los mercados financieros. Pero no somos unos inocentes: todo ello es palabrería. Cerrarán el casino? Ni lo penséis! Cambiarán simplemente de forma radical las reglas de juego en el interior del casino? Claro que no! Lo que harán, es elaborar con gran fracaso verbal un nuevo código de comportamiento para croupiers. Nada va a cambiar realmente.
Su queréis cambios, camaradas, hay que reconstruir la izquierda, en Alemania, en Francia, en todas partes por Europa. La experiencia alemana nos enseña que una izquierda europea reorganizada y fuerte puede hacer cambiar las cosas obligando a los demás partidos a reaccionar. Construyamos juntos esta nueva izquierda, ¡una izquierda que rechace los compromisos nauseabundos! Para reafirmar una vez más la importancia de esta máxima, acabaré con una imagen que tomo prestada al poeta ruso Mayakovski: cantemos juntos nuestra canción, pero evitemos pisarle la garganta.
Oskar Lafontaine es el portavoz parlamentario de La Izquierda en el Bundestag.