Dos citas cercanas dan contexto a la ola de descontento: la más inmediata, el nacimiento de un partido a la izquierda del PS y la segunda la próxima campaña europea, una cita electoral que los franceses usan para castigar a su gobierno. Las calles han vuelto a convertirse en protagonistas de la vida política en […]
Dos citas cercanas dan contexto a la ola de descontento: la más inmediata, el nacimiento de un partido a la izquierda del PS y la segunda la próxima campaña europea, una cita electoral que los franceses usan para castigar a su gobierno.
Las calles han vuelto a convertirse en protagonistas de la vida política en un claro desafío al turmix de reformas al que se ha consagrado Nicolas Sarkozy desde su llegada al Elíseo. El otoño se despide con los puños en alto, y el invierno anuncia novedades a tener en cuenta.
La del 18 de diciembre se anunciaba como la última gran movilización contra la reforma educativa francesa. Sin embargo, la decisión de los estudiantes de proseguir con las protestas pese al frenazo imprimido por Xavier Darcos a su paquete de medidas plantea una novedad importante.
El movimiento estudiantil que, bajo la emoción televisada de las protestas de los estudiantes griegos, ha prendido con inusitada celeridad, se plantea surcar el invierno con una actitud estable de contestación con la que el Elíseo no contaba.
De hecho, Darcos acompañaba su anuncio de aplazamiento de la reforma de la secundaria con el deseo de que el período vacacional devuelva la calma a las aulas francesas. Pese a que el tiempo navideño es propicio para los buenos deseos, no pocos vieron en las manifestaciones del titular de Educación una demostración de intenciones.
El Ministerio de Darcos ha empleado poco más de seis meses para poner sobre la mesa, con calendario incluido, un vasto programa de reformas que golpea de lleno a uno de los eslabones más sensibles del Estado francés.
La educación, más allá de enlazar directamente con el imaginario de un Estado que se dice depositario de los valores de la Ilustración, es un poderoso «elefante», que ante el riesgo de ver recortado abruptamente su espacio vital se mueve provocando un temblor de tierra que ha puesto nervioso al todavía presidente de turno de la UE.
Nicolas Sarkozy lleva meses de anuncios y promesas tendentes a «aligerar» la función pública. Su plan de descentralización se ha transformado de hecho en una maquina de compresión, que fagocita y concentra servicios para perjuicio de los ciudadanos. Particularmente de aquellos que como los vascos del interior de Ipar Euskal Herria se encuentran más alejados de los grandes núcleos urbanos.
La creación de un colectivo en Zuberoa para proteger los servicios públicos ante una sangría ininterrumpida de puestos en el ámbito sanitario o en La Poste (en fase de privatización), es reflejo de que la preocupación que comparten amplios sectores empieza a tomar cuerpo.
El sarkozysmo teme a ese alma contestataria que, paradojas de la cartografía política francesa, es en parte responsable de la coronación de su líder al frente de los destinos de la República. Y ese espíritu ha empezado a mostrarse en público, y lo ha hecho en forma de activación ciudadana y, al menos en estos primeros momentos, sin el protagonismo que han tenido en otras ocasiones esa amalgama de organizaciones no gubernamentales que conforman la «constelación social» del Partido Socialista Francés.
Ese carácter espontáneo y de sólido anclaje sectorial de la protesta ha dejado sin argumentos a la maquinaria de propaganda de Sarkozy. En definitiva, los influyentes amigos del patrón de la UMP en los medios de comunicación han tenido esta vez más difícil poner a funcionar el ventilador a fin de desacreditar a una juventud que muestra su hastío en las calles, pero que al tiempo muestra su disposición a dialogar sobre los desafíos de la Educación.
La cultura cuesta cara, la incultura mucho más. Con lemas como ése, y otros que ilustran la preocupación de los estudiantes por la deriva mercantilista que trata de implementar Sarkozy en todos los ámbitos de la sociedad, la protesta se ha extendido y se ha diversificado. La exitosa convocatoria de «aulas vacías» del pasado 5 de diciembre marcaba el punto de partida de un movimiento que ahora aspira a consolidarse, ante el temor de que «Darcozy» se valga de la dilación de la reforma para tratar de dividir a los sectores que comparten la movilización valiéndose de medias promesas.
La incógnita principal que se plantea a partir de ahora afecta a la capacidad de los estudiantes de capitanear en solitario un movimiento de protesta que, más allá de su especificidad sectorial, conecta con el sentir de otros sectores tanto o más castigados por la política derechista.
Ello en un contexto de sombrías previsiones económicas, que de acuerdo a las previsiones de la OCDE sitúan al Estado francés en situación de recesión a partir de 2009. ¿La autonomía que ha caracterizado los primeros compases de esta revuelta en las aulas es sostenible a medio plazo? ¿Qué papel aspiran a jugar los partidos y organizaciones sociales de la izquierda que, sobre el papel, comparten las reclamaciones de los estudiantes?
La ola de contestación -ya ocurrió con el incendio de las banlieues dos años atrás- ha pillado a contrapié a una izquierda que se desgañita en debates públicos y luchas intestinas. Sin embargo, hoy parece más posible que entonces fraguar una alternativa transformadora.
En el horizonte más cercano se anuncia la constituyente, prevista para mediados de enero, de una nueva fuerza de izquierda nucleada en torno al cuestionamiento claro del capitalismo. En el medio plazo se atisba una cita con las urnas europeas propicia al voto de castigo y quizás a ahondar en el desgaste del modelo liberticida de Sarkozy.