Trazar el cuadro de la literatura y la cultura italianas en la actualidad sería una tarea muy difícil por la rápida evolución del mismo quehacer literario y editorial en el país y por la gran cantidad de autores y tendencias de las últimas décadas, así que, finalmente, les quisiera platicar un poco más acerca de […]
Trazar el cuadro de la literatura y la cultura italianas en la actualidad sería una tarea muy difícil por la rápida evolución del mismo quehacer literario y editorial en el país y por la gran cantidad de autores y tendencias de las últimas décadas, así que, finalmente, les quisiera platicar un poco más acerca de las condiciones, evoluciones y problemas en que se encuentra Italia, su sociedad, su política y su vida cultural bajo una perspectiva más amplia, digamos «de contexto» con respecto al ámbito más restringido de la producción literaria.
Empezaré con una pequeña anécdota norteamericana. Cuando llegué a Estados Unidos en la primavera del 2005 para participar en una conferencia entre latinoamericanistas en la Universidad de Boston, un amigo, originario de Nueva Inglaterra, vino por mi al aeropuerto y, frente a diez amados compatriotas suyos abarrotados en un nervioso elevador, él se quiso exponer a unas cuantas miradas rabiosas y antiterroristas, al manifestar su preocupación de esta manera, «como bienvenida, debes de saber, querido Fabrizio, que aquí en los Estados Unidos tenemos una plaga, que se llama George Bush». Explotó un silencio mirón, más claro que la verdad. Pues, a un colombiano, a un argentino o peruano, hoy en día, les podría contar de una plaga parecida pero más dura a morir, más mediática y real a la vez, ubicua como los santos y los futbolistas.
En la Italia del premier (o Primer Ministro) Silvio Berlusconi (entrado en la política activamente en 1993-1994), se habla mucho de la emergencia y de la urgencia, se crean problemas ficticios y miedos verdaderos para trazar políticas económicas discutibles, para acallar a una sociedad en ebullición constante pero tan estática que ya no puede salir de la olla de la pasta y, finalmente, para propiciar la permanencia del status quo, la reproducción burocrática y paradójica de lo mismo.
Y lo mismo quedó allí por lo que se refiere al conflicto de intereses, vigente desde hace más de 15 años en el escenario italiano, entre los cargos públicos y las propiedades privadas de los políticos, notoriamente las del premier, quien posee y maneja facciosamente los tres principales canales TV privados nacionales (Rete 4, Canale 5 e Italia 1), el equipo de fútbol del Milán, los seguros Mediolanum y unos grupos editoriales muy influyentes (como Einaudi, Mondadori, Medusa Film y Grijalbo en México), relacionados con la opinión pública y el «bien común» nacional.
El nuestro fue un empresario de dudosas credenciales éticas en la década de los 70 y 80, por sus nexos indirectos con la mafia siciliana, por sus turbias relaciones de corrupción con jueces y testigos, por sus indebidos apoyos políticos en el ex Partido Socialista de Bettino Craxi, por su pertenencia a la logia masónica, antidemocrática y subversiva llamada P2, cuyo Plan de Renovación Nacional parece concretarse en estos años gracias a la obra de los últimos tres gobiernos del Partido de las Libertades de centro derecha.
No cabe duda de que ya se acabaron los tiempos boyantes y optimistas, cuando al finalizar la Segunda Guerra Mundial en 1945, se registran unos cuantos años de milagro económico, simbolizados por las millones de familias que se van de vacaciones a la playa e, incluso, en el extranjero, y por el bienestar material que brindan las populares motonetas Vespa y Lambretta, el mítico coche Fiat 500, o bien, la compra de los televisores y los demás electrodomésticos recién inventados y masificados. Con el regreso de la libertad de prensa después del fascismo, surge, entre otras, la editorial de Giulio Einaudi, hijo del ex presidente y economista Luigi Einaudi, quien promoviera el talento de las nuevas generaciones de escritores italianos, como el grupo de la revista el Politecnico, y las colecciones de ensayos, poesía y narrativa con Vittorini, Calvino y Pavese entre sus principales colaboradores.
Sin embargo, pronto llegarían también la época de la contestación y el 68, anticipados por el auge del neorrealismo de Fellini, De Sica, Rossellini y Visconti, los que nos muestran la Italia verdadera, la pobreza, la burguesía, la reconstrucción y el pueblo, en el contexto de las grandes divisiones ideológicas de la Guerra Fría.
A lado de las grandes y notorias figuras de Umberto Saba y Eugenio Montale, nace una vanguardia poética y narrativa (grupo del 63, entre otros) significativa con la fase madura de autores como Cesare Pavese , Alberto Moravia , Elio Vittorini , Italo Calvino , Pier Paolo Pasolini y, en el teatro, con Giorgio Strehler (más humanista, fundador del Piccolo Teatro de Milán), Carmelo Bene, Eduardo De Filippo, Franca Rame y Dario Fo (por fin, Premio Nobel en 1997) con su Misterio bufo (escrito en el idioma experimental Grammelot, una mezcla de dialectos mediterráneos basada en la similitud entre el milanés, el lombardo, el genovés, el catalán y el provenzal) y Muerte accidental de un anarquista, obra de denuncia política, vigente para todos los años setenta, los «años de plomo» del terrorismo de Estado y de extrema izquierda (como las Brigadas Rojas, entre otros grupos). Tanto Franca Rame como Dario Fo siguen muy activos artísticamente con sus representaciones y sus sátiras sociales y políticas, y representan todavía en la actualidad una referencia en contra de los deslices autoritarios en Italia y las restricciones al libre pensamiento.
Desde la década del milagro y de la protesta han pasado algunos años. El país, expulsor neto de mano de obra, cerebros y población hasta muy entrado el siglo XX, finalmente, se transforma, a partir de 1980, en un destino de inmigrados (más de tres millones a la fecha) procedentes de Africa, Albania, de los países balcánicos, como Rumania y Serbia, y ex – soviéticos, como Ucrania, Estonia, Letonia y Lituania, luego de China, de Perú, Ecuador y El Salvador en su mayoría. Son los «extra – comunitarios» como se les dice en la península nuestra. Para aclarar la semántica nueva de lo extra-comunitario: no son «extra» los estadounidenses y los japoneses, pero sí los brasileños, los tunisinos y los chinos; ya no es un demás positivo lo extra, es algo menos de lo normal, el estándar europeo.
Oleadas de humanidad recorren deslices oceánicos y destinos esperanzados, así como hacíamos los italianos en otras alturas de la historia y como volvemos a hacer ahora que la ilusión del paraíso empieza a mermar y vuelve prepotente la disyuntiva entre la apatía o la fuga.
A pesar de su fuerte presencia numérica, los extranjeros, ciudadanos o refugiados de países en desarrollo o en guerra, no se han integrado muy bien en la sociedad italiana por las dificultades que ésta ha encontrado como para copar y darles un lugar adecuado, además de las diferencias de tipo cultural y social que profundizan la separación y la creación de guetos y discriminaciones.
Y es justo a partir de la diferencia y del miedo que este proceso de asimilación incumplido sigue alimentando, en Italia, el debate político y social, la vida artística y cultural.
Desde los años ochenta y noventa, se van afirmando las obras de una generación de escritores, novelistas y ensayistas, como Stefano Benni, Alessandro Baricco, Giuseppe Culicchia, Niccoló Ammanniti, Umberto Eco, Antonio Tabucchi, entre otros, y sobre todo estos últimos dos se adhieren en distintas formas y ocasiones a los movimientos de denuncia de la «emergencia democrática italiana», como la define Tabucchi, y se oponen a la discriminación de colores y clases sociales, aunque no hay un movimiento literario o bien de acción política y social coherente entre estos autores a veces inmiscuidos, a veces dialécticos con respecto al espíritu posmoderno de la época.
En el mes de julio del 2008, la «emergencia inmigración» en Italia y un genérico peligro para la seguridad estaban en las primeras planas de todos los medios nacionales que destacaban sólo los acontecimientos más violentos protagonizados por extranjeros, mejor si clandestinos. Esta tendencia sigue hasta la fecha, pero en esa ocasión fue funcional para la decisión, promulgada vía decreto del Gobierno, de sacar a mil militares en las calles despobladas y bochornosas de las principales ciudades italianas para garantizar mayor seguridad, mientras en efecto, se recortaban en la Ley de Presupuesto anual los fondos destinados a las fuerzas policiacas y al poder judicial, cada vez más paralizado por trabas y leyes contrarias al respeto del «estado de derecho».
Desde el verano pasado, entonces, los policías cuentan con el extraño respaldo de unos selectos miembros de las fuerzas armadas, casi como pasa en México con la guerra al narcotráfico de Felipe Calderón. La realidad es que no había peligro real para la seguridad de los italianos, salvo por el hecho de que todos estabamos más desinformados y miedosos, ya que el país cayó en los índices que miden la libertad de prensa y de expresión en el mundo, por debajo de Benin, Bulgaria o Namibia.
Junto a los temas sociales y literarios de la inmigración (con una producción bicultural o híbrida, véase la revista El Ghibli), de la corrupción de la política y la ética pública, de la precariedad del trabajo, de la crisis internacional, de la delincuencia organizada de la mafia, la camorra y la n’drangheta, está la nueva oleada de populismo berlusconiano: éste trae consigo la estética de la mediatización, el culto a la eterna juventud, a las mujeres (a veces Ministras del Gobierno) sonrientes y televisivas, a una vida ya no sólo dolce, sino falsa y derrochadora para los que pueden y, para los que no, habrá algún consuelo después, después de la crisis, de la entrada en el Euro, de la emergencia rumanos, de las medidas antiterrorismo, de la reforma del estado social, del fin de la deuda estatal, de la guerra en Irak, en Afganistán o de cualquier otra excusa estacional que se vuelve definitiva.
Hay que decir que la gente y el mundo de la cultura no se han quedado callados a pesar del bombardeo televisivo uniformador y de la fragmentación social que cambiaron el panorama comparado con los sesenta.
La sociedad está reaccionando con protestas vehementes en las calles, como en el otoño del 2008 con las manifestaciones estudiantiles en oposición a la reforma educativa de la Ministra Gelmini, que recortaba fondos para la investigación y la universidad, es decir para el desarrollo y el futuro del país, y establecía nuevos criterios para la enseñanza primaria por la vía autoritaria del decreto.
En Italia, se habla con menosprecio y suficiencia sarcástica de la repúblicas bananeras, con una alusión clara a Centroamérica o igualmente a la América Latina, sin embargo, cuando algo muy raro e insultante ocurre en la misma Italia, se pasa por alto con una embarazosa facilidad. Por ejemplo, la más reciente «ley ad personam» (que se promulga para defender intereses personales de algún político) es una medida inconstitucional que ampara de cualquier proceso, condena o investigación judiciaria a las primeros cargos representativos del Estado como son el Primer Ministro (justamente el ya conocido Berlusconi, quien tiene varios juicios aún pendientes y, ahora, suspendidos) o el Presidente de la República. Ya hay ciudadanos «más iguales que los otros», por arriba de las leyes, como dijo una vez el propio Primer Ministro.
En algunas marchas, notoriamente la de Piazza Navona en Roma del pasado 29 de octubre, se detectó, ahora sí, con la fuerza de los medios independientes y, a la vez, de los oficiales, la presencia de grupos neo – fascistas de provocadores que causaron choques con los estudiantes y los manifestantes; se acaban de aprobar decretos para autorizar las rondas, mejor dicho, escuadras, o sea grupos de ciudadanos autorganizados para la defensa de barrios y comunidades : ¿unos ejemplos típicos de una «república bananera» o de un civil país europeo? Dejo abierta la respuesta.
Una reacción importante en el ámbito literario se puede identificar en los proyectos de índole social como verdenero, dedicado a los temas de salvaguardia ambiental y contra las eco-mafias con autores como los Wu Ming (un autor colectivo que esconde la identidad de varios escritores) y Carlo Lucarelli (popular por las novelas policiacas y los reportaje sobre los misterios históricos y políticos de la Italia contemporánea).
Otras vertientes fuertes de la oposición, fuera del Parlamento que está medio adormecido, vienen del mundo de la cultura y del periodismo más independiente, con a la cabeza los periodistas Marco Travaglio, Paolo Flores D’Arcais, Peter Gomez y Michele Santoro, o bien de directores de cine como Nanni Moretti o Paolo Sorrentino, director de El Divo, película sobre la vida de Giulio Andreotti, el hombre político demócrata cristiano más importante de la historia republicana y de sus fases más oscuras e inquietantes, mientras otras formas relevantes de unión y contra – información en la distribución alternativa que Internet permite hoy en día.
Los casos más notorios son los de los actores cómicos teatrales Paolo Rossi, Sabina Guzzanti, Daniele Luzzati y Beppe Grillo, éste último, amado y odiado a lo largo de Italia, por haber sabido condensar, a través de sus espectáculos de sátira política e de su blog (entre las páginas web más visitadas en todo el mundo) el descontento de la población que ya no se siente representada por el sistema político tradicional llamado «La Casta».
Este es el nombre que le dieron a la clase dirigente italiana los autores del best seller homónimo (los periodistas Rizzo y Stella, del Corriere della Sera) sobre los privilegios de los políticos y los abusos de los aparatos y de los funcionarios estatales o, como deberían de llamarse, de los «servidores públicos».
Junto al libro La casta, que es más bien un reporte periodístico, el caso literario de mayor impacto en el país ha sido sin duda la novela, basada en hechos reales, Gomorra, del periodista Roberto Saviano, fenómeno del 2007 y símbolo de la lucha contra el silencio en tema de mafia y connivencia de las autoridades.
Así como Leonardo Sciascia relataba acerca de la mafia siciliana con sus novelas policíacas y políticas, ricas de alusiones y misterios aún irresueltos, profundamente arraigados en la realidad cultural y social de la isla, Saviano revela los secretos de la Camorra napolitana con una precisión y un atrevimiento, típicos del oficio del periodista militante, que le están costando una condena a muerte por parte de esta poderosa organización criminal.
Justo con base en la publicación de Gomorra y de las novelas del grupo Wu Ming (antes Luther Blisset Project, cuya primera década desde su primera novela «Q» se celebra en 2009), se desató el debate acerca de la corriente del NEI (New Italian Epic, corriente definida en el marzo del 2008 por el mismo Wu Ming y que incluiría a posteriori a varios autores de novelas publicadas después de 1993 con caracteres noir y aventuroso, trasfondo histórico o político, elementos fantásticos y de violencia, como las de Carlo Lucarelli, Valerio Evangelisti, Giancarlo De Cataldo y otros).
Los rasgos comunes identificados en las diferentes obras serían (el rechazo a la «ironía gélida del posmodernismo»; la mirada oblicua o lateral con sus puntos de vista inusuales y extra-humanos sobre la realidad; la complejidad narrativa unida a una actitud «pop» bien recibida por el público; la narración de eventuales alternativas con respecto a la realidad histórica y los misterios políticos más inquietantes; la experimentación lingüística disimulada; la indefinición de su genero en un principio; el uso como texto base por parte de seguidores y otros medias que reelaboran sus contenidos.
Todo ello permitiría hablar de una corriente literaria sui generis, aunque sin un preciso autor o estilo de referencia. Los críticos de está definición del NEI argumentan que todos los criterios del «nuevo genero», a veces llamado neo-neo-realismo, se basan fundamentalmente en las obras de los mismos Wu Ming y pocos otros autores afines y no en una verdadera semejanza literaria o unidad de objetivos y estilos.
Desde el NEI, se fomenta el redescubrimiento de cierta complejidad en la literatura, con tonos casi épicos, es decir, una rebelión contra los libros homologados, bien editados y fluidos para todo público para ir hacia una obra que se arriesga incluso a distorsionar la realidad, con tal de estructurar una idea del mundo, más allá del realismo puro, al proponer una ética literaria de lo social a través de los contenidos y la experimentación lingüística permitida por las nuevas tecnologías.
En fin, parece haber una rebelión narrativa e incluso del lenguaje contra el conformismo de una sociedad estancada en busca de su senda y contra la historia oficial que calló muchos secretos inquietantes de la Italia republicana.