La cita electoral en Japón viene marcada por un número importante de especulaciones en torno a la oportunidad histórica que se puede producir si el Partido Liberal Demócrata (PLD) las pierde y su rival, el Partido democrático de Japón (PDJ), resulta vencedor, tal y como apuntan la mayoría de los sondeos y análisis locales. Evidentemente, […]
La cita electoral en Japón viene marcada por un número importante de especulaciones en torno a la oportunidad histórica que se puede producir si el Partido Liberal Demócrata (PLD) las pierde y su rival, el Partido democrático de Japón (PDJ), resulta vencedor, tal y como apuntan la mayoría de los sondeos y análisis locales.
Evidentemente, ese nuevo escenario supondría que el PLD dejaría el poder tras cincuenta y cinco años (excepto un breve período entre 1993-4), pero más allá de ello, y si nos atenemos a los manifiestos electorales de ambos partidos, y ala estructura política de Japón, son pocos los cambios profundos que podemos esperar.
Son muchos los estudios y análisis en torno a la caracterización del sistema de partidos políticos nipones, pero la mayoría coincide en señalar algunas características que le hacen presentarse como una especie de modelo elitista, dominado por las diferentes facciones políticas.
La política en Japón ha estado dominada históricamente por el PLD, los burócratas y los grandes empresarios industriales y financieros. Todo ello sin olvidar el alto grado de «familiaridad» que envuelve a gran parte de los candidatos. De hecho, en estos comicios, más de doscientos de ellos aspiran a heredar el escaño de algún familiar.
El engranaje político del actual Japón gira en torno a esos tres grupos que han venido compartiendo intereses y metas, y que al mismo tiempo han desarrollado políticas que les benefician y que aumentan su poder y cimientan su posición.
Por lo general el peso de las facciones de los partidos políticos (habatsu) es clave en este sistema. Por un lado nos encontramos con el líder de la facción, que logra el apoyo financiero necesario para «los parlamentarios asociados a su facción», quienes posteriormente apoyaran a su dirigente o líder para que logre alcanzar puestos ministeriales o similares.
Esa acumulación de poder en esos líderes, y en cierta medida en los apoyos financieros que recibe, dejan poco margen para las bases de los partidos, y hace también que la participación popular (afiliación) en los mismos, a excepción del Partido Comunista de Japón (PCJ), sea muy escasa.
El faccionalismo y la diversidad interna es otra característica, junto con la competitividad de la clase política nipona. Las rivalidades entre ministerios, la naturaleza fragmentada de los partidos (en ocasiones sus miembros votan de forma antagónica un mismo tema), alientan en cierta medida este modelo elitista que se ha impuesto en la realidad política durante muchas décadas.
El peso que adquieren en ese sistema otros actores también es relevante. Así, encontramos en esa ecuación a las redes industriales y empresariales (keiretsu) que dominan buena parte del sector empresarial del país, o a determinadas universidades, como la de Tokio, que se han convertido en verdaderas fábricas de burócratas, de donde saldrá ese limitado grupo de altos cargos (kanryo) de la administración perteneciente a la «burocracia nacional».
Algunos factores culturales han servido a algunos analistas para explicar esta situación. Las llamadas relaciones entre patrón y cliente, el importante peso de la familia, la lealtad al grupo o las ideas de obligación gestadas bajo un prisma confuciano, son algunas de las explicaciones de cara a afrontar esa compleja realidad política y social que representa Japón.
No obstante, otros analistas, reflejan el aspecto clave que para ellos representa la dependencia de la clase política hacia las donaciones o apoyos económicos, la necesidad de captar fondos se vuelve en una política o una actividad de ida y vuelta, pues sería ingenuo pensar que las donaciones del mundo financiero y empresarial hacia los políticos no conlleven ningún tipo de contraprestación. En ese escenario se manifiesta por tanto el peso de esos poderoso sectores en le desarrollo político del país, y que sin duda alguna condicionará el mismo, ya que esos conglomerados defenderán sus propios intereses por encima de los del conjunto de la población, que tendrá que asistir desencantada a un espectáculo donde los políticos defienden y desarrollan las políticas en defensa de unos pocos.
Además, tampoco podemos olvidarnos de las llamadas «tribus políticas» (zoku), formadas por parlamentarios de los partidos políticos y que funcionan como «comisiones especializadas» dentro de los mismos, promocionando «una peligrosa y estrecha relación entre los intereses de los sectores empresariales y políticos».
Hoy en día el status quo dirigente en Japón está dominado por mecanismos que hacen posible el mantenimiento casi perpetua de la situación. «Las escuelas, juzgados, la religión, medios de comunicación, partido políticos.. apoyan el stablishment que representa los intereses de las clases dominantes».
El modelo que durante décadas ha representado el PLD puede encontrar acomodo en el PDJ. No debemos olvidar que este partido se formo hace unos años como alternativa de todos aquellos que se oponían al PLD, pero que en ningún momento han cuestionado los pilares de la pontica japonesa, todo lo más han manifestado su disposición a barnizar algunos de los aspectos de la misma.
En esto años, el PDJ ha venido reclutando a antiguos burócratas de las élites ministeriales, banqueros de las firmas financieras más poderosas de la capital, una nueva generación de jóvenes tecnócratas, que refuerzan la orientación neoliberal del partido, e incluso algunos miembros de la socialdemocracia y sobre todo el antiguo Partido Liberal de Ichiro Ozawa, que le ha dotado de un cariz más conservador.
Ese faccionalismo también afecta al PDJ (hay al menos reconocidas seis facciones), y al igual que al resto de partidos japoneses, les induce a evidentes problemas de identidad. En estos años se han repetido las divergencias de voto entre los parlamentarios del partido, y si acaban asumiendo el poder, o es descartable que esas grietas se acentúen a la hora de pelear por los nuevos cargos en la administración.
Finalmente, tras las elecciones probablemente se acometan algunas reformas electorales, impulsadas por los partidos mayoritarios y que buscarían enfilar el sistema político hacia una realidad bipartidista, poniendo todos los obstáculos legales posibles para que los partidos hoy minoritarios no alcanzasen representación parlamentaria.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)