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La memoria, el motor de la liberación

Walter Benjamin y la Ley de caducidad

Fuentes: Rebelión

«(… ) en mi región hay calvarios de ausencia /arrabales de duelo cadáveres que miran aún desde sus huertos/ sentimientos insoportablemente actuales/que se niegan a morir allá en lo oscuro.» Mario Benedetti 1) La historia La historia es, según Benjamin, una historia de vencedores y vencidos, y es narrada por aquéllos, desde su perspectiva triunfal, […]

«(… ) en mi región hay calvarios de ausencia /arrabales de duelo

cadáveres que miran aún desde sus huertos/

sentimientos insoportablemente actuales/que se niegan a morir allá en lo oscuro.»

Mario Benedetti

1) La historia

La historia es, según Benjamin, una historia de vencedores y vencidos, y es narrada por aquéllos, desde su perspectiva triunfal, obviando la mirada de los derrotados. Así, desde la posición de quienes salen victoriosos, se han leído siempre titulares tales como «Descubrimiento de América», «Conquista de Canarias» «dictadura de Pinochet», «invasión napoleónica», etc., que hacen énfasis en los triunfadores. Pregunta Bertolt Bretch: «¿a quiénes vencieron los césares?» [1]. Esta interrogación sobre los vencidos, sobre su papel en la historia, puede hacerse sobre todos los acontecimientos. La citada palabra «descubrimiento», por ejemplo, hace alusión al gran triunfo de la Europa «descubridora» sobre la «hallada» América, y no a las graves consecuencias que esto tiene para las civilizaciones supuestamente «descubiertas», que ya existían mucho antes de que los europeos llegaran. Así, también, las distintas épocas de represión en varios países llevan el nombre de su represor triunfante haciendo de éste el gran protagonista, y contando a través de él, y en detalle, la historia (su historia), y no la del pueblo oprimido o invadido, relegando a un segundo plano (o a ninguno) a los derrotados. Tenemos, en conclusión, una historia a medias, o lo que es lo mismo, una historia subjetiva que conduce a la ocultación de la verdad en su totalidad. El eco del vencedor está por doquier, pero nadie oye el grito del vencido: «Nadie le oyó. Los viejos rabadanes del mundo que escriben la historia a su capricho, cerraron todos los postigos, se hicieron los sordos, se taparon los oídos con cemento (…)» [2].

Los vencidos tienen algo que decir: lo gritan desde sus tumbas, se les oye desde su no muy lejano lugar. Y su voz ha de ser oída, la verdad ha de ser revelada y el pasado salvado. Éste, deberá apartarse del concepto historicista que ofrece una historia muerta, un pasado inmóvil, una narración de hechos desde la lejanía, desde la perspectiva de un simple observador de algo que yace inmodificable. El pasado no debe quedar inerte.

2) La memoria

En una sociedad dividida en dos clases, la opresora y la oprimida, aparecen tanto vencidos como vencedores. En la dificultad de identificar al vencedor, y en la confusión a la que se puede llegar en el intento de identificarlo, quizás esté la explicación del continuo triunfo de los vencedores que no dejan de vencer. Según Benjamin, la clase social dominada encontrará en la «revelación de la historia verdadera», la identificación de los vencedores y los vencidos de la historia, y el primer paso a la liberación de éstos y de sí misma.

«El sujeto de conocimiento histórico es la misma clase oprimida que combate» [3], afirma Benjamin, la misma clase que aparece en Marx como la última clase, la clase que vengará a todas las generaciones oprimidas que le antecedieron y conseguirá en su nombre la liberación. La victoria se logra sobre todos los que han vencido y vencen, y son vengados, a su vez, todos los vencidos, los derrotados y silenciados de la historia. La generación vengadora mirará atrás, observará su pasado, y se sustentará en él para llevar a cabo su obra.

En la ciudad de Santa Cruz de Tenerife, se llevó a cabo, en base a la llamada «Ley de memoria histórica» del Estado español, el cambio nominal de algunas calles que brindaban honores a militares protagonistas de la dictadura de Francisco Franco. Por el contrario al propio nombre de la Ley, los nuevos títulos de dos de estas calles son los siguientes: «perdón» y «olvido«.

¿Por qué «perdón» y «olvido»?, ¿no será el inculcar perdón y olvido una manera más de deformar la percepción de la realidad de la clase dominada y de administrar sus principios y valores, una vía más de control, otra forma de mantener acalladas las voces de los vencidos, de mantenerlos en la misma posición de desventaja, en la oscuridad, muertos junto con el pasado, para que no llegue la rebelión?

Ni perdón, ni olvido, hay que recordar. Para que se disuelva la división entre vencedores y vencidos hay que acabar con ella; hay que redimir a la historia, siendo necesaria, para ello, la memoria. No olvidar para recordar siempre a la historia tal cual es; no perdonar para poder transformarla. Solo así llegará la liberación.

Ha de activarse el aparato de la destrucción del concepto caduco de la historia, entendida como una cadena de sucesos ya muertos que se narran y no son susceptibles de ningún cambio en absoluto. Dicha activación se hace a través del giro de la mirada: hay que mirar atrás. Y en esta mirada al pasado, al pasado oprimido, es decir, a todos los vencidos, cuya causa sigue viva, encontrará la sociedad el elemento motor de la lucha por la liberación, que es el odio por todo lo acontecido.

La sociedad alberga un cúmulo de injusticias por recordar, voces acalladas a las que oír y darles volumen (todo sobre lo cual se edificará la verdad de lo ocurrido), toda una historia por conocer y cambiar, además de poseer el deseo de la liberación que se repite una y otra vez desde la opresión y el silencio, que se alimenta del odio de todos los vencidos y del propio. Y es que «sólo hay una cosa más grande que el amor a la libertad: el odio a quien la quita». [4]

3) Uruguay: la Ley de Caducidad

El 25 de octubre del 2009, el pueblo uruguayo se olvidó de recordar.

Era el momento adecuado para cambiar la historia, para hacer justicia, para vengar a los vencidos de la dictadura uruguaya (1973-1985), votando en referéndum para derogar la Ley de Caducidad que da impunidad, perdona y justifica a los asesinos, secuestradores y torturadores de esos años; pero no lo hicieron. No cambiaron la historia, no vengaron a sus vencidos, no utilizaron la memoria.

Los asesinados, los torturados, los desaparecidos, secuestrados, vejados, en resumen, los vencidos de los que habla Benjamin, que siguen vivos (aunque no), continuarán gritando por su libertad desde algún lugar, a espera de que alguien les oiga.

Y es que era de esperarse que no los oyeran quienes dictan las normas a seguir, quienes condenan a inocentes, quienes asesinan, torturan y someten a los pueblos; era inevitable que no prestaran atención aquellos para quienes las palabras libertad, igualdad o dignidad, no son más que simples palabras de tres sílabas. Pero jamás, jamás se hubieran esperado, que el pueblo uruguayo, SU pueblo, se tapara los oídos…

Uruguay: no olvides que un pueblo que olvida su historia, está condenado a repetirla.

Notas:

[1] Bertolt Bretch, «Preguntas de un obrero que lee»

[2] León Felipe «¿Por qué habla tan alto el español?»

[3] Walter Benjamin, Tesis XII

[4] Atribuida a Ernesto Guevara

Bibliografía:

Tesis de Filosofía de la Historia, de Walter Benjamin.

Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa de la autora, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.