Con un Ministerio de la Identidad Nacional y un debate en el que participó hasta el presidente Sarkozy, la tensión va subiendo en el país. Curiosamente, la derecha extremista parece ser la más beneficiada.
La identidad nacional es la expresión de moda y el hilo conductor de lo que cada vez más se perfila como un áspero enfrentamiento entre el presidente y los musulmanes de Francia. Casi nada escapa a ese ambiguo y peligroso enunciado de identidad nacional impulsado por el gobierno de Nicolas Sarkozy con la creación, primero, de un Ministerio de la Inmigración y la Identidad Nacional y, luego, con el lanzamiento de un debate promovido por el titular de esa cartera, Eric Besson, y continuado con la intervención pública del mismo jefe de Estado, cuyas afirmaciones ofendieron a los musulmanes de Francia. Cabe precisar que en el país hay cerca de seis millones de musulmanes, lo que hace de esa religión la segunda de Francia. La pregunta que presentó Eric Besson en un portal de Internet específico y de un operativo para que los 96 departamentos de Francia organicen un debate fue «¿Qué es ser francés?». La propuesta generó un debate denso, amplificado hasta la ofensa por diarios como Le Monde, escudero oficial que hasta sacó una tapa que decía «¿Por qué decidieron ser franceses?».
A estas arenas movedizas se agregaron dos hechos: los destrozos en varias ciudades en los disturbios de jóvenes argelinos o de origen argelino la noche en que Argelia perdió con Egipto en las clasificatorias del Mundial y el resultado del referendo en Suiza contra la construcción de minaretes.
La controversia suiza se expandió en toda Europa y en especial en Francia, donde se escucharon comentarios de barrios bajos. El intendente conservador del suburbio parisiense de Goussanville, André Valentin, llegó a decir que «me parece que ha llegado la hora de reaccionar, es un debate indispensable porque nos vamos a dejar devorar. Ya hay diez millones -de extranjeros, en su mayoría de origen árabe- que estamos pagando para que se rasquen las p…».
Sarkozy intervino con un articulo publicado esta semana en Le Monde, que ofendió a los musulmanes. Sarkozy escribió: «En lugar de vilipendiar a los suizos porque su respuesta no nos gusta, deberíamos interrogarnos sobre lo que ella indica». Luego, Sarkozy amplió su perspectiva atacando la tentación al comunitarismo: «Los pueblos de Europa son acogedores y tolerantes, pero no quieren que su marco de vida y forma de pensar sean desnaturalizados. La sensación de pérdida de la identidad puede ser causa de sufrimiento. La mundialización contribuye a avivar ese sentimiento. Ese sufrimiento fractura la identidad y crea una necesitad de anclaje. A ese deseo de pertenencia se puede responder con la tribu o con la nación. La identidad nacional es el antídoto al tribalismo y al comunitarismo. Tenemos que hablar de esa amenaza que muchos creen que acecha nuestras identidades, para evitar que, por renegarla, termine alimentando un terrible rencor». Luego, dirigiéndose directamente a «nuestros compatriotas musulmanes», precisó que «en nuestro país, donde la civilización cristiana dejó una huella tan profunda, donde los valores de la República forman parte de nuestra identidad nacional, todo aquello que podría parecer como un desafío lanzado a esa herencia y a esos valores condenaría al fracaso la instauración necesaria de un Islam de Francia, un Islam que, sin renegar de su fondo, deberá encontrar vías para insertarse sin violencia en nuestro pacto social y cívico».
El presidente abrió una caja de Pandora. Los musulmanes se sintieron directamente interpelados como únicos destinatarios de la palabra presidencial. En las páginas de Libération, Kamel Kabatne, rector de la mezquita de Lyon, lamentó que Sarkozy les haya pedido a los musulmanes que «sean discretos». En el mismo diario, el islamólogo Rachid Benzina lamentó que el jefe del Estado haya «utilizado su tema favorito, que es la identidad nacional, como escudo contra el comunitarismo y el tribalismo, pero Sarkozy opone identidad nacional a inmigración. Estoy espantado al ver que Sarkozy sigue considerando que el Islam es una religión de inmigrantes». Ya antes, varios intelectuales de renombre habían intervenido en este debate con reflexiones y acciones militantes. El filósofo Michel Serres, miembro de la Academia de Francia, señaló en un artículo titulado Error que «confundir identidad y pertenencia es un error de lógica. O uno dice A es A, yo soy yo, y entonces hablamos de identidad; o uno dice A pertenece a un determinado grupo, y entonces hablamos de pertenencia. Este error lleva a decir tonterías. Y, además, a un crimen político: el racismo». Serres señala también el riesgo de ese tipo de enunciados cuyo eje es dividir a «nosotros» -blancos, buenos, honestos y trabajadores- de «ellos», inmigrantes que vendrían a corromper la identidad.
Historiadores, filósofos, sociólogos, antropólogos firmaron un llamado a que se suprima el Ministerio de Identidad Nacional. Escriben que llegó la hora de «terminar con ese rapto nacionalista de la idea de nación, de los ideales universalistas que son el fundamento de nuestra República». Los intelectuales estiman que el ministerio «pone en peligro la democracia» y denuncian ciertas palabras introducidas «oficialmente en la escena pública» que «designan y estigmatizan al extranjero y, de rebote, a cualquiera que tenga aspecto extranjero». Cada semana la cuestión de la identidad nacional sube de tono. El debate, lanzado de cara a las elecciones regionales de marzo, corre el riesgo de volverse contra quienes lo provocaron y de beneficiar a la extrema derecha. Ese era justamente el objetivo del operativo: impedir que la ultraderecha se apoderara del tema y sacara con él provechos electorales. La confusión llegó a tal punto, incluso en los rangos de la mayoría conservadora, que hoy es la extrema derecha la que empieza a aparecer como la principal ganadora del debate.
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