Escasamente pródigo ante la prensa extranjera, el primer ministro ruso, Vladimir Putin, accedió a conceder una entrevista a varios medios franceses con motivo de su visita a París. Putin se muestra tan cortante al ser preguntado sobre su pasado (KGB) o su futuro -muchos auguran su regreso al Kremlin en 2012- como tajante en su rechazo a las críticas por la situación de los derechos humanos en Rusia.
Raras son las entrevistas que concede Vladimir Putin a la prensa extranjera. Son inversamente proporcionales a su omnipresencia en los medios rusos. Pero esta semana, en Sochi, a orillas del Mar Negro, el hombre fuerte de Rusia decidió dedicar parte de su tiempo a responder a las preguntas de France Presse y la cadena France 2
Son ya las 10 de la noche pasadas cuando Putin hace su aparición, dos horas después de la hora fijada. Sin amaneramientos y firme. Traje gris y corbata azul. Llega directo de una cena con una delegación del Comité Olímpico Internacional. El decorado es a la vez recargado y chic en el salón de una suntuosa residencia de estado en la que los dignatarios rusos gustan descansar, en verano o en invierno.
Durante una hora, el antiguo jefe del Kremlin, a donde podría volver en 2012, habla del euro, de derechos humanos, de Irán y de la política interior rusa.
Inmutable, pero menos frío
Anclado bien derecho en un pequeño sillón de vagas reminiscencias imperiales, y frente a frente a los periodistas, muestra maestría comunicativa. Se mueve poco, salvo sus pies, que de cuando en cuando tamborilean en la moqueta.
El primer ministro, que habla en ruso, tiene un cuerpo atlético para un hombre de 57 años. Prueba de un entrenamiento físico regular. Se prodiga en la natación, más raramente en el judo, aunque es cinturón negro.
No lejos de él, vigila una cohorte de guardaespaldas y con categoría de pesos pesados.
Putin economiza sus gestos. Es más generoso con las palabras, que salen de su boca con un tono reposado. Los que le conocen bien aseguran que el paso de los años le ha hecho más expresivo. Su rostro es menos frío. Pero sus ojos azul acero desprenden ligeras chispas.
Cuando responde sobre los derechos humanos en Rusia, el que fuera su presidente entre 2000 y 2008 replica con firmeza pero sin excesos. Evita los arrebatos. Sólo cuando evoca a Georgia, viejo enemigo, sus músculos se tensan sobre su ajustada ropa, pero el antiguo espía no se acalora nunca.
Entrados en harina, Putin hace profesión de fe en un euro que no vive sus horas más felices. «Tenemos confianza y tenemos fe, si no, no guardaríamos en moneda europea tal cantidad de nuestras reservas en divisas». Concretamente, las reservas del Banco Central de Rusia están repartidas a partes iguales en dólares y en euros.
«En general, los fundamentos de la economía europea son fuertes. Y hay verdaderos líderes en materia de estabilidad. Son las economías de Alemania y de Francia y no creo que nadie en sus cabales tenga interés en destruir la UE», institución hacia la que el que fuera agente del KGB en la RDA en tiempos de la URSS muestra, diplomático, su admiración.
Putin recupera su pulso y responde con una pregunta directa a la cuestión sobre la presión sobre Iran y su programa nuclear. «¿Conoce usted un sólo ejemplo de sanciones eficaces (…) Por lo general suelen ser ineficaces», recuerda, para poner como ejemplo el caso de Pyongyang. «Se aplicaron sanciones contra Corea del Norte. Pero a medida que fueron a más, los dirigentes norcoreanos subieron el tono y terminaron por anunciar que poseen el arma nuclear. ¿Para que sirvieron esas sanciones?», vuelve a inquirir.
Irán y uso de la fuerza
El primer ministro ruso abunda en su tesis: «Imagínese el día en que no haya ningún control de la comunidad internacional y de la AIEA. ¿Sería mejor eso? ¿Qué haríamos entonces?». Y asegura tener claro, en este caso, que «creo que ni deberíamos plantear el posible uso de la fuerza, de una manera o de otra. A mi entender, ello conduciría a una enorme tragedia sin el menor resultado positivo».
Sobre la crisis abierta por el sangriento asalto a la flotilla humanitaria a Gaza, es tajante. «Hay que hacer todo lo que sea necesario para que no se repita nada parecido». Tras poner el acento en el hecho de que fue perpetrado en aguas internacionales, neutrales por tanto, el mandatario ruso reitera la posición oficial de Moscú: «Siempre hemos apelado al levantamiento del bloqueo (sobre Gaza). No creo que tales métodos sean eficaces para resolver los problemas que afronta la región».
Coincidiendo con la visita oficial de Putin a París, resulta ineludible preguntarle sobre las negociaciones en torno a la venta a Rusia de un barco de guerra porta-helicópteros Mistral. Putin defiende que el paquete debería incluir la construcción de otros tres navíos en astilleros rusos, algo a lo que se oponen varios países de la UE vecinos de Rusia. «Esta transacción sólo tiene interés para nosotros si incluye en paralelo una transferencia de tecnología», señala, para recordar que el Talón de Aquiles de la industria militar rusa, «uno de los principales productores de armas del mundo», es «la falta de competitividad y el retraso tecnológico».
En respuesta a los que airean su preocupación por el uso que el Ejército ruso pudiera dar a estos barcos, Putin vuelve a la carga. «Francia posee porta-helicópteros de este tipo. ¿A quien va a atacar de forma inminente? ¿Por qué todo el mundo piensa que Rusia quiere esos medios para atacar?». pregunta.
El mismo sentimiento de agravio, esta vez mezclado con un punto de ironía, sirve a Putin para sacudirse la pregunta sobre los derechos humanos en Rusia. «Es sabido que responde a una vieja tradición de los países europeos el imponer sus normas y reglas. No hay más que recordar la colonización de África (…) Creo que esta vieja tradición se sigue aplicando a las democracias», sostiene.
Con todo, reconoce que los ataques a la libertad son un problema universal y evidencia que la mejor defensa es un buen ataque: «Se dan en todas partes. Tomemos como ejemplo los ataques a los derechos humanos en el sistema penitenciario francés», destaca, mostrando que es un buen conocedor de las miserias del gigante europeo.
En la misma línea, el primer ministro descarta que «incluso en la peor de las pesadillas, no puedo imaginar que se pueda reproducir en nuestro país un culto a la personalidad (…) Le aseguro que la madurez de nuestra sociedad civil es suficiente para impedir el desarrollo de procesos que conocimos en los años 30, 40 o 50», señala, en referencia al estalinismo.
No obstante, reconoce que » es cierto que allí donde la sociedad civil no ha llegado a la madurez, es más fácil para el poder manipular. Es por eso que nuestro objetivo es actualmente robustecer y blindar nuestra sociedad civil».
Un objetivo que no casa con las críticas de ONG al control férreo de los medios de comunicación que caracteriza la todavía vigente era Putin. «No voy a decir que la nuestra sea una situación ideal. Usted sabe que, en todo el mundo, el poder busca siempre que den de él una imagen mejor que la que es y busca limitar a los medios».
Espera y confidencias
En relación al caso concreto del culto a su personalidad, y a la posibilidad de que vuelva al Kremlin tras las elecciones de 2012, el primer ministro responde con evasivas. «Claro que reflexionamos sobre ello con el presidente Dimitri Medvedev, pero hemos acordado no centrarnos en esa cuestión antes de tiempo. Habrá que esperar a 2012, actualmente estamos en 2010», señala.
Igualmente receloso se muestra Putin a una pregunta concreta sobre su vida privada. «Se lo contaré algún día al oído», corta entre risas.
En una hora de conversación no ha tocado el vaso de agua. Tampoco la taza de té con jazmín que le han puesto en una mesa baja.
Tras la entrevista filmada, en la que no debía mostrarse de ninguna manera su calvicie -orden de su servicio de prensa-, Putin se levanta. Una incipiente gordura se atisba en el cuerpo de este deportista que asegura que las olimpiadas de invierno de Sotchi en 2014 serán un éxito -aunque reconoce que «la situación en la región no es tranquila desde hace mucho tiempo, no en la zona de Sochi, gracias a Dios, sino del Cáucaso Norte-. Anuncia además que Rusia ha depositado su candidatura al Mundial de Fútrbol de 2018. Bromea, pero no se ríe.
Su avión para llevarle a Estambul le espera, pero no muestra ningún signo de impaciencia. Su reloj biológico funciona con precisión.
Cuando el yudoka abandona el salón a las 11 de la noche, a uno le queda la impresión de que no sería nada sorprendente que Putin sea otra vez presidente de Rusia dentro de dos años, tras un interregno como primer ministro que le habrá permitido mantener su imagen y preparar su retorno.