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Puerto Rico

La mujer y la crisis en el mercado laboral

Fuentes: Claridad

En un artículo publicado en el diario El Nuevo Día titulado «Más mujeres en el mercado laboral» (28 de marzo del 2011), el consultor financiero Josean Feliciano le da un vistazo general al informe más reciente del Departamento del Trabajo y Recursos Humanos (DTRH). En ese trabajo se presentan variables macroeconómicas relacionadas con el estado […]

En un artículo publicado en el diario El Nuevo Día titulado «Más mujeres en el mercado laboral» (28 de marzo del 2011), el consultor financiero Josean Feliciano le da un vistazo general al informe más reciente del Departamento del Trabajo y Recursos Humanos (DTRH). En ese trabajo se presentan variables macroeconómicas relacionadas con el estado actual del empleo en Puerto Rico y se hacen comparaciones con años previos en un ejercicio que es común para examinar la salud de la economía. En este escrito quiero discutir de manera breve algunos de los temas que encuentro problemáticos en el escrito de Feliciano.

Feliciano abre su escrito mencionando que «cada vez más, las mujeres puertorriqueñas contribuyen con su esfuerzo y trabajo al desarrollo económico y social de Puerto Rico» y señala que «los últimos 40 años reflejan un crecimiento significativo en la participación de las mujeres en el proceso de producción de bienes y servicios».

Un primer problema con esta descripción, que está atado más a la definición de la estadística como tal que a la interpretación de Feliciano, es que se sigue reforzando la noción de que todo tipo de trabajo que no es remunerado no contribuye en manera alguna al funcionamiento del andamiaje socioeconómico. Y es que hay actividades importantes cuyos productos, sean tangibles o de servicios, no son intercambiados en un mercado por dinero. Por ejemplo, el trabajo en el hogar, fundamental para garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo que obtiene un salario, es uno que no es captado en este tipo de estadística. El cuido de hijos, la limpieza del hogar, la preparación de alimentos y otras actividades que no son remuneradas, son muchas veces hechas por mujeres dentro del hogar. Este reconocimiento es importante porque puede contribuir a un entendimiento de la inestabilidad de muchas familias puertorriqueñas, donde la mujer que no trae dinero al hogar porque se desempeña como ama de casa se le pinta como si no contribuyera con el bienestar de la familia. No debe sorprender que esta percepción distorsionada por el dinero sobre quién trabaja y contribuye para el bienestar de la familia puede llevar a la separación y el divorcio de parejas, procesos que nuestro país está experimentando a un ritmo acelerado en la actual crisis. Y es que esta crisis tiene como algunas de sus características altos niveles de desempleo, salarios estancados y condiciones de trabajo deplorables que tienen efectos no cuantificables en las dinámicas del hogar.

Una segunda observación sobre el escrito de Feliciano, y que tiene que ver más con su interpretación y uso de los datos, está relacionada con su señalamiento, basado en el informe del DTRH, de que «para el pasado año 2010, las mujeres representaron el 45% de la fuerza trabajadora de Puerto Rico, un aumento de 14% con relación al 1970, cuando totalizaban 31%». El autor utiliza esta información para reforzar su planteamiento sobre la importancia de la mujer en la economía. Aunque reconozco las posibles buenas intenciones de Feliciano, creo que su planteamiento oscurece la historia detrás de los datos del informe que subraya y, peor aún, oculta de una manera imperdonable la precariedad de la situación económica del país.

Feliciano habla de que las mujeres representan el 45% de la fuerza trabajadora activa para el año 2010, dato que si bien es cierto en base a la información proveída por el DTRH, tiene que ser tomado con pinzas. Y es que esa proporción puede sostenerse aún cuando se sigan perdiendo empleos en términos absolutos. De hecho, eso es lo que pasa cuando se compara la información entre los años 2009 y 2010. Las mujeres siguen siendo el 45% de la clase trabajadora de un año a otro pero en términos absolutos hay 9,000 menos empleadas. Y si hay 9,000 mujeres menos empleadas y la proporción sigue siendo 45% del total, eso quiere decir que también los hombres sufrieron pérdidas de empleos. Para ser precisos dentro del marco de la misma información provista por el DTRH, entre el 2009 y el 2010 se perdieron 38,000 empleos totales entre hombres y mujeres. Si comparamos febrero del 2010 con febrero del 2011, se perdieron en total 30,000 empleos y de enero a febrero del 2011 se perdieron 21,000 empleos. Cabe preguntarse por qué Feliciano se enfoca en la proporción que ocupan las mujeres dentro de la fuerza laboral cuando todos estos datos apuntan más a la inestabilidad del empleo, tanto para mujeres como hombres. Esta conclusión no aparece para nada en su recorrido del informe.

El énfasis de Feliciano en lo «positivo» borra de un plumazo la precaria situación de la depresión económica y social en la que está sumido el país, como si estuviese tratando de vender una imagen positiva a un inversionista extranjero. Y es que ni siquiera en esos términos del lente económico debe ser muy atractiva esa posibilidad. El Informe de Competitividad Global 2010-2011 preparado por el Foro Económico Mundial ubica a Puerto Rico en la posición 41 de 139 países. Y dentro de ese índice que se construyó para hacer la comparación entre países, hay una variable sobre la eficiencia de los mercados laborales. Esa variable tiene como uno de sus elementos constituyentes la participación femenina en la fuerza laboral y Puerto Rico ocupa la no tan envidiable posición 96 de 139 (quisiera agradecer al colega y catedrático en economía, Argeo Quiñones Pérez, por señalarme este dato).

Ahora bien, para ser un poco justos con Feliciano, su escrito específicamente compara a la década del 70 con la presente y lo que se ve es un incremento en términos absolutos de la participación de la mujer en la fuerza laboral. Si bien reconocemos que la misma se debe en parte a victorias conseguidas por las luchas en pro de la mujer, a mayores niveles de educación para las mismas y a otros factores que les abrieron puertas en el mercado laboral y en la sociedad como tal, por otro lado no podemos dejar de mencionar que ese aumento en la participación femenina en muchos casos también responde al estancamiento y disminución de los salarios reales, especialmente de aquellos trabajadores asalariados que no ocupan posiciones de supervisión dentro de una economía capitalista que fomenta mayor consumo. En otras palabras, para poder sustentar niveles crecientes de consumo dado unos salarios que no crecen, otros miembros del hogar salen en busca de empleo. Esto, junto a incurrir a préstamos y trabajar más horas es una realidad que muchas familias sufren en el presente, especialmente aquellas que no pueden mantener ni siquiera un mínimo de consumo aceptable y cuyas decisiones muchas veces están atadas a qué cuenta pagar y cuál dejar de pagar, realidad que hace difícil vislumbrar un futuro próspero y estable.

Desde el punto de vista estrictamente económico, este fenómeno de las mujeres incorporándose a la fuerza laboral, y por lo tanto aumentando la base de la misma, muchas veces tiene el efecto de poner presión en los salarios para que no aumenten, aún cuando los trabajadores y trabajadoras pueden estar produciendo más por hora. En otras palabras, mientras más gente haya dispuesta y capacitada para trabajar en un ambiente donde no se generan oportunidades de trabajo, no debe extrañar que los salarios anden estancados. Sin entrar en la discusión de si la mayor participación de la mujer es una de las causas o efectos de salarios estancados, lo que quiero recalcar es que todas estas fuerzas que están operando sobre la inestabilidad del mercado laboral han tenido como uno de sus efectos el harto repetido fenómeno de la emigración. Y es que si bien, como dice Feliciano, «las mujeres han progresado mucho en el área educativa, lo que las capacita para competir en el mercado de trabajo», lo que ha sido evidente en los últimos años es que mayores niveles de educación no garantizan un empleo en Puerto Rico como en el pasado, y gran parte del talento puertorriqueño se ve forzado a salir del país.

En momentos donde el modelo colonial asentado sobre un andamiaje capitalista está en una profunda crisis, se hace difícil celebrar la incorporación de la mujer a la fuerza laboral dado que ahora, no sólo el hombre sino la mujer en grandes cantidades también está expuesta a la explotación capitalista. Esta explotación, que normalmente queda oculta detrás de los intercambios del mercado, ha quedado burdamente al descubierto en la presente crisis con situaciones como la que mencionamos de pasada arriba, en la que personas producen más por hora pero siguen recibiendo la misma cantidad de dinero. Y es que si no están dispuestos a transar por ese arreglo, hay una larga fila de desempleados listos para ocupar sus puestos. Y no son marxistas los que están poniendo este acontecimiento común a muchos otros países al descubierto, sino prestigiosas publicaciones como el Wall Street Journal, Financial Times y The Economist en sus análisis de la recuperación de las ganancias de muchas corporaciones, y en el caso de Estados Unidos, relacionado al fin de la recesión.

La fenecida economista inglesa Joan Robinson captó la precariedad del asunto del desempleo con su comentario de que «lo único peor a ser explotado por el capitalismo es no ser explotado por el capitalismo». Este dictamen, que de salida pone en entredicho todo el discurso sobre la «dignidad del trabajo» al que estamos acostumbrados, debe prestarse a la reflexión, no sólo con relación a la necesidad de crear empleos, sino a qué tipo de empleos estamos creando en términos de la relación de intercambio entre los que ofrecen acceso a los medios de producción y los que ofrecen su capacidad para trabajar. Y es que esta crisis, como cualquier otra, nuevamente trae a la mesa la cuestión de la relación entre la clase capitalista y la clase trabajadora, relación que históricamente ha sido caracterizada tanto por contradicciones irresolubles como por colaboraciones.

Ian J. Seda-Irizarry ([email protected]) es estudiante graduado en el Departamento de Economía de la Universidad de Massachusetts en Amherst.

Fuente: http://www.claridadpuertorico.com/content.html?news=27A4A475E096FEFE9B78AE3931531A48