Tras cumplirse 25 años del peor desastre nuclear de la historia, las autoridades ucranianas se han comprometido a no abandonar a quienes todavía necesitan asistencia. Pero la Estrategia Energética que continuará hasta 2030 en el país prevé un impulso significativo a la generación atómica.
El 26 de abril de 1986, una explosión en el reactor cuatro de la central nuclear de Chernobyl, 100 kilómetros al norte de Kiev, causó la liberación en enormes cantidades de radiación, dejando por lo menos 4.000 muertos y 400.000 desplazados.
Las emisiones radiactivas solamente cesaron luego de varios meses, cuando el reactor dañado fue finalmente cubierto por una estructura de hormigón conocida como «sarcófago».
«Chernobyl sigue siendo una de las instalaciones nucleares más peligrosas del mundo», dijo a IPS Arthur Denisenko, experto en energía del Centro Ecológico Nacional de Ucrania.
«El confinamiento existente es inestable y se construyó hace 25 años con prisa. Si la estructura colapsa, los residuos radiactivos se liberarán», agregó.
Las autoridades están construyendo un nuevo sarcófago que cubrirá la estructura previa. Costará unos 2.300 millones de dólares, de acuerdo con una nueva estimación publicada en una conferencia de donantes celebrada en Kiev el 19 de abril.
«El sarcófago es bienvenido, pero los funcionarios que dicen que éste solucionará el problema no están diciendo la verdad. Seguirá siendo peligroso porque en su interior hay 185 toneladas de combustible nuclear, que no está contenido en barras sino fundido y extendido», dijo Denisenko.
«Actualmente no hay una tecnología para eliminarlo, pero este combustible puede llegar a las napas freáticas y terminar con los principales ríos de Ucrania», sostuvo.
Pese a las catastróficas consecuencias de Chernobyl, la Estrategia Energética de Ucrania, que continúa hasta 2030, prevé un impulso significativo a la producción de energía nuclear en el país, con la construcción de 22 nuevas unidades.
«Este proyecto no sólo es extremadamente poco realista, sino que es uno de los más ambiciosos del mundo», dijo Denisenko a IPS.
Ucrania ya tiene 15 reactores en funcionamiento, que producen 47 por ciento de su electricidad, porcentaje que en Europa solamente supera Francia.
La nueva capacidad energética excederá la demanda interna, mientras que las oportunidades de exportar son pocas. Además, Ucrania no logrará su muy publicitado objetivo de independizarse energéticamente de Rusia, dado que el vecino oriental es, por lejos, el principal proveedor de suministros nucleares.
No se está realizando inversiones comparables para aumentar la eficiencia energética. Ucrania todavía es de dos a tres veces más intensiva en materia energética que la mayoría de Europa, lo que explica en parte los altos niveles de emisiones de gases de efecto invernadero del país.
La posibilidad más barata de modernizar las centrales termo e hidroeléctricas existentes, y lo que Denisenko sostiene es «un gran potencial en energías renovables como el viento, los biocombustibles y la hidroelectricidad» a pequeña escala es ampliamente ignorado por las autoridades.
Las autoridades ucranianas pueden incluso estar aumentando los riesgos para la propia región de Chernobyl planeando la construcción de una instalación para el almacenamiento de los deshechos de la central nuclear allí.
La ubicación se justifica por la virtual ausencia de población en el área, pero va contra los planes de revitalizar la región, e ignora los riesgos que implica instalar la planta en las cercanías del río Dniéper, que abastece de agua a 70 por ciento de los ucranianos.
En Ucrania se producen anualmente unas 150 toneladas de combustible nuclear usado, y aunque varios expertos sostienen que el mismo puede volver a usarse en reactores de nueva generación, todavía no se oye hablar de la construcción de esos reactores en ninguna parte del mundo.
En cuanto a los desechos radiactivos, que se acumulan en casi todas las plantas atómicas ucranianas, tampoco hay una solución a la vista. Este problema no afecta solamente a Ucrania.
No resulta sorprendente que 65 por ciento de sus habitantes crean que los reactores nucleares no son seguros, y que muchos compartan la opinión de que el país no tiene la capacidad económica de llevar a cabo ambiciosos planes atómicos.
Además, el Estado todavía sufre los enormes costos derivados de Chernobyl, que tienen un gran impacto en su presupuesto. Se estima que unos siete millones de personas en todo el mundo reciben beneficios sociales vinculados a la catástrofe de 1986.
La cantidad exacta de víctimas de Chernobyl todavía es incierta, dado que los números oficiales ignoran otros efectos del desastre sobre la salud, entre ellos desórdenes mentales, apoplejías, ataques cardiacos, enfermedades hepáticas y daños cerebrales en los fetos.
Menos controvertidas son las cifras relativas al cáncer de tiroides y la leucemia. En los años 90, los casos de cáncer tiroideo entre los niños de Ucrania, Belarús y Rusia aumentaron 200 por ciento en comparación con la década previa.
Las estimaciones menos conservadoras calculan en alrededor de 400.000 las muertes que se esperan en todo el mundo relacionadas con Chernobyl, en base a los aumentos de las complicaciones sanitarias luego del desastre.
La explosión en Chernobyl también liberó grandes cantidades de cesio 137, un isótopo radiactivo que plantea la peor amenaza para la salud, dado que puede hallarse en verduras, frutas y hongos que crecen en los alrededores.
La ingestión de grandes cantidades de esta sustancia puede causar severas complicaciones a la salud, entre ellas cáncer de tiroides.
La organización ambientalista Greenpeace tomó muestras de leche, frutos del bosque y papas disponibles en regiones que habían estado bajo el impacto directo de la nube radiactiva liberada en 1986, y halló niveles inaceptablemente altos de cesio 137.
Pese a las restricciones y controles alimentarios que llevan a cabo las autoridades ucranianas y su probable persistencia en las próximas décadas, el país todavía está plagado por la existencia de mercados mal supervisados en todo su territorio.