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El líder norcoreano Jim Jong-Il, un jugador de póker político a la antigua, logra que Rusia respalde su juego

El Querido Líder consigue un gasoducto ruso

Fuentes: Al-Jazeera

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Mientras gran parte del mundo -y los titulares- estaban fijos en la guerra «humanitaria» de la OTAN en Libia, pocos se dieron cuenta de que un hombre de 69 años luciendo un mono kaki de marca, al estilo Mao, y portando gafas de sol, salió de un Mercedes blindado negro en el fin del mundo en Siberia.

Nuestro personaje era, claro está, el inimitable Querido Líder de la República Democrática Popular de Corea (DPRK, por sus siglas en inglés), Kim Jong-Il. Conocido por su aversión a la aviación, Kim llegó rodando por la tundra en esplendoroso estilo Viejo Mundo, en un carruaje que fue ofrecido como regalo, nada menos que por José Stalin, a su padre, el fundador de la DPRK, Kim Il-Sung.

Yo vi el carruaje en Corea del Norte el año pasado, y es ciertamente una impresionante obra maestra de los años cincuenta; pero ahora, «lujosamente rediseñado» y adecuado a Internet, con delgados LCD que reemplazan los Trinitron de Sony de la vieja escuela, según la agencia Interfax.

El Querido Líder entró rodando a Sosnovy Bor («Bosque de pinos») una base militar a 50 kilómetros al este de Ulan-Udé, capital de la república de Buriatia en Siberia oriental, justo al otro lado del Lago Baikal, con una gran sonrisa en su cara. Acababa de tener, según la sospechosa traducción de AP, un «viaje de placer»; pero podemos estar seguros de que ese americanismo no fue exactamente lo que transmitió en coreano a sus anfitriones rusos.

Al contrario, cuando dejó Sosnoby Bor después de encontrar al presidente ruso Dmitry Medvedev, el Querido Líder debe de haber estado de un humor excelente.

Acababa de ofrecer a Medvedev una bolsa llena de suculentos obsequios: la luz verde para una importante jugada transcoreana de «Ductistán», una moratoria en la producción y ensayo de armas nucleares, y la promesa de reiniciar conversaciones nucleares «sin condiciones previas».

Por cierto, sigue existiendo un problema molesto. La suerte de Muamar Gadafi quedó sellada cuando renunció a su programa nuclear en 2003 -siguiendo el consejo de su progenie infatuada con Europa- y colocó la supervivencia de su régimen en manos de la OTAN.

Ni siquiera el Espíritu Santo habría podido convencer al Querido Líder de que siguiera la misma ruta y eliminara su arsenal nuclear, pero ésa es otra historia.

¿Gas o plutonio?

A Medvedev -¿cómo no?- le encantó el encuentro (las conversaciones fueron «sinceras» [y] «sustanciales»). Y en cuanto al inescrutable Kim, podría revelar hasta qué punto sigue siendo un brillante táctico.

Corea del Norte todavía debe 11.000 millones de dólares a Rusia, un residuo de la era soviética. Medvedev debía de estar tan excitado que nadie tocó el tema. En todo caso, desde comienzos de agosto Rusia enviará cada mes 50.000 toneladas de granos a Corea del Norte para impedir la hambruna. La DPRK ciertamente no tiene los medios -por ahora- para pagar sus deudas.

La exportación de gas siberiano a través de la península coreana es beneficiosa para ambas partes. La idea ha existido desde hace por lo menos 20 años.

El difunto Chung Ju-yung, fundador de Hyundai (quien, a propósito, nació en el Norte), primero tanteó el terreno cuando fue a Corea del Norte en 1989. Pero muy por delante de su tiempo.

El problema es que el odio mutuo de las dos Coreas aumentó exponencialmente durante estos últimos años. Además, la reunión Kim-Medvedev apenas había terminado cuando los sospechosos habituales con mentalidad de la Guerra Fría aparecieron con el mismo parloteo de que se otorgaría una influencia política «inaceptable» a la dinastía Kim.

No obstante, una jugada de Ductistán es ciertamente una actitud más inteligente que acorralar al Querido Líder como un animal herido, dándole así mucho sitio para jugar con suficiente plutonio «armamentizado» por lo menos para seis bombas, y la posibilidad de colocar una bomba nuclear sobre un misil Taepodong de largo alcance.

El significado subyacente también es fascinante. Medvedev puede haber estado utilizando a Corea del Norte para enviar un mensaje a China, presionando a Pekín para que concluya sus propios acuerdos de gas respecto a dos gasoductos provenientes de Rusia.

Sin embargo, esos dos gasoductos no representan exactamente una máxima prioridad para China, ya que Pekín se basa en vastas cantidad de gas importado de Irán y Asia Central.

Los gasoductos son una prioridad como parte de la guerra relámpago del Ductistán asiático de Gazprom: apostando a un mercado en increíble expansión en comparación con mercados europeos infinitamente problemáticos y estancados.

Inmediatamente después de la reunión Kim-Medvedev, Pakín anunció que quiere construir otros 7.000 kilómetros del Ductistán centroasiático hasta 2015, duplicando así sus importaciones de gas.

Esto significa que China importará 60.000 millones de metros cúbicos de gas al año de Asia Central, aproximadamente la misma cantidad ofrecida por Rusia para transportar a través de ambos gasoductos.

En cuanto a la hoja de ruta

Por lo tanto la hoja de ruta actual es más o menos así:

China compite de hecho directamente con EE.UU. por convertirse en la mayor economía del mundo.

Rusia, ante todo, necesita fortalecer su propia economía diversificando sus exportaciones de energía. Si Rusia vincula el ferrocarril transiberiano con ambas Coreas, estimulará la economía de sus regiones del Lejano Oriente.

Para vender gas y petróleo a la voraz Corea del Sur, un gasoducto ruso tiene que cruzar el Norte.

La fuertemente industrializada Corea del Sur importa todo su petróleo: es el quinto importador del mundo, y el segundo de gas natural licuado (LNG), solo después de Japón. Corea del Sur no forma parte del Ductistán; todo llega en petroleros gigantes.

Corea del Norte puede ganar más de 500 millones de dólares al año solo en aranceles de tránsito por gasoducto. Aparte del gasoducto de 1.100 kilómetros -incluidos 700 kilómetros en Corea del Norte- también podría llegar a un crucial acuerdo eléctrico con los rusos, fortaleciendo la red eléctrica de la DPRK y sus industrias. También ayuda el hecho de que la DPRK diversifica su dependencia de China.

Políticamente, China apoya al Norte. EE.UU. apoya al Sur. Rusia apoya a ambos.

Por lo tanto, bienvenida sea una nueva «política de luz del sol» con subtítulos en ruso, en la que Moscú tiene el papel de conciliador.

Oportunidad impecable

Al parecer todo el asunto complace incluso a Pekín, al surgir opiniones oficiales de que la Guerra Fría ha pasado y que Pekín y Moscú tienen que trabajar juntos y coordinar sus acciones en Corea del Norte.

Para un Kim reacio a la aviación, la salida de Pyongyang siempre involucró solo tres posibilidades. Hacia el sur a Seúl: no ahora, todavía no. China: lo ha hecho tres veces últimamente. Quedaba Rusia, hacia el noreste. La utilizó.

El Querido Líder podría haber aprovechado una visita a Skovorodino; es el punto de partida de un oleoducto de 1.000 kilómetros a China y a la costa Pacífico de Rusia. Pero la soslayó.

No obstante, su sentido de la oportunidad al jugar la carta rusa fue simplemente sorprendente. Pekín estaba seguro de que era el único apoyo certificado de Pyongyang. Eso hasta que el Querido Líder recordó a todos los protagonistas que es muy muy bueno en el uso de una súper o mediana potencia contra la otra.

La DPRK, por cierto, sigue siendo muy paranoica en lo que tiene que ver con las influencias de cualquier «camarilla marioneta»/capitalista en Corea del Sur.

Pero cuando tiene que ver con un ducto pancoreano -suministro energético- todo está bien. Como ha señalado el analista de Corea del Norte, Aidan Forster-Carter: «todo lo que tiene que hacer Pyongyang es quedarse sentado y cobrar un buen alquiler. O, si se aburre, cerrar el grifo por un rato, solo para divertirse.»

Corea del Norte está de hecho obsesionada con 2012. Es el centésimo aniversario del nacimiento de Kim Il-Sung. El establecimiento de una buena relación tanto con Rusia como con China es un importante éxito de relaciones públicas.

Por lo tanto, ahora le toca al Sur. También hay elecciones en Corea del Sur en 2012. El presidente Lee Myung-bak es un político al final de su mandato: no solo no se puede presentar para otro período, sino su política dura contra el Norte ha fracasado miserablemente.

Eso significa que el nuevo hombre en Seúl tendrá que tratar alguna forma de apaciguamiento. Y ahí llega el pacificador victorioso, el gasoducto pancoreano. Un consejo amistoso a los apologistas del Querido Líder: No traten de jugar al póker con él.

Pepe Escobar es corresponsal itinerante de Asia Times. Su último libro es Obama Does Globalistan (Nimble Books, 2009). Para contactos: [email protected].

Fuente: http://english.aljazeera.net/indepth/opinion/2011/08/201183112377459935.html

rCR