Tras lo ocurrido en Grecia en estos últimos días, conviene recordar de nuevo el brechtiano poema de Erich Fried. EN LA CAPITAL «¿Quién manda aquí?» pregunté Me dijeron: «El pueblo naturalmente» Dije yo: «Naturalmente el pueblo pero, ¿quién manda realmente?» La respuesta es de libro, clara para todos. ¿Qué hacer tras […]
Tras lo ocurrido en Grecia en estos últimos días, conviene recordar de nuevo el brechtiano poema de Erich Fried.
EN LA CAPITAL
«¿Quién manda aquí?»
pregunté
Me dijeron:
«El pueblo naturalmente»
Dije yo:
«Naturalmente el pueblo
pero, ¿quién
manda realmente?»
La respuesta es de libro, clara para todos.
¿Qué hacer tras esa demostración, formal y materialmente impecable, de la insustantividad de la democracia realmente existente en Europa y de la identidad de los grandes y verdaderos poderes? Seguir abonando, sin desesperanza, caminos de rebeldía e insumisión, fuera (y con pocos pies dentro) de las instituciones, tomando pie en principios justos y razonables como los que tomo prestados de un reciente artículo de Enrique Santiago Romero [1]:
«Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo la insurrección es para el pueblo y para cada porción del pueblo, el más sagrado de sus derechos y el más indispensable de sus deberes» (Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano).
«Considerando esencial que los derechos humanos sean protegidos por un régimen de Derecho, a fin de que el hombre no se vea compelido al supremo recurso de la rebelión contra la tiranía y la opresión (Preámbulo de la Declaración Universal de Derechos Humanos. 1948).
Sobre el trabajar «dentro» de las instituciones, tarea que en absoluto debe cederse -alegre o tristemente- a las oscuras fuerzas de los mercados y de políticos serviles, es conveniente detenerse en este pasaje de la entrevista de Patricia Rivas a Gunnar Skuli Armannsson, activista de ATTAC Islandia [2].
Rivas pregunta a su interlocutor: «El gobierno actual [en Islandia], formado por la Izquierda Verde y los socialdemócratas, después de una fuerte presión ejercida por la gente en las calles y tras ese proceso de toma de conciencia, afirma usted que está tomando las mismas medidas que tomarían los conservadores, que la única política que saben aplicar es obedecer los dictados de los bancos. ¿A qué cree que se debe esto?».
La respuesta del activista de ATTAC: «Está sucediendo en Islandia. Pero si usted sigue los acontecimientos en Grecia, encuentra que el primer ministro Papandreu era un socialista, de izquierda, y tenía muy buenas ideas antes de llegar al poder, y ahora está haciendo exactamente lo que el FMI le dice que haga».
Una de las razones que según Gunnar Skuli Armannsson explica lo sucedido es que «cuando un país entra a formar parte de un programa del FMI, tiene que firmar una carta de intenciones, en la que se compromete a muchas cosas». Lo real, que diría Belén Gopegui, es que «el FMI escribe esta carta de intenciones y el gobierno la firma. En el caso de Islandia, y en el de cualquier país que hace tratos con el FMI, hay un texto en esa carta de intenciones en el que se afirma que el Gobierno promete no hacer nada sin el consentimiento del FMI». Ni más ni menos: nada sin el consentimiento del FMI.
De modo que, concluye el amigo islandés, «los países entregan todos los poderes al FMI», porque se comprometen a no hacer nada que no cuente con el beneplácito del mando en plaza. Después de firmar un programa así, el país, obviamente, «deja de ser independiente, está sujeto al FMI y al consenso de Washington».
Gunnar Skuli Armannsson recuerda finalmente lo que dijo en Islandia el representante del Fondo cuando llamó a un amigo suyo: «»Los tengo». Así que lo que pasa es que nos tienen».
¿Qué hacer pues? Seguir aunque no sea fácil. Nos va mucho en ello. ¿Qué? Nuestras condiciones de vida, de trabajo, e incluso nuestro lugar en el mundo (y la racionalidad de ese mismo mundo), y el de las futuras generaciones.
Hace más de treinta años, con ocasión de una conferencia sobre las condiciones y programa de una política de la ciencia de orientación socialista [3], Manuel Sacristán recordaba unos versos de Guillevic, muy del gusto también de Alfonso Costafreda, sobre luchas socialistas y esperanzas. Es oportuno recordarlos:
Nous n’avons jamais dit
Que vivre c’est facile
(No hemos dicho nunca que vivir sea fácil)
Et que c’est simple de s’aimer…
(Ni que sea sencillo amarse)
Ce sera tellement autre chose
(Pero será todo muy distinto)
Alors. Nous espérons
(Por lo tanto, esperamos)
De ninguna de las maneras, esperar es aquí sinónimo de inactividad.
Notas:
[1] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=138578
[2] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=138656
[3] Manuel Sacristán, Seis conferencias. Mataró(Barcelona), El Viejo Topo, 2005, edición de Salvador López Arnal (la traducción es del propio Sacristán).
Salvador López Arnal es autor de Entre clásicos, Madrid, La Oveja roja, (en prensa).
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