Traducido por Gorka Larrabeiti
Tres meses después de las elecciones presidenciales, que fueron diseñadas para darle la oportunidad de mantenerse en el poder, sin que lo molestaran, por lo menos durante los próximos 16 años, Vladimir Putin hizo un mal movimiento. Probablemente, el primero desde que llegó al poder hace once años.
En Moscú todo el mundo sabe y sabía que las elecciones estaban «pilotadas». Es un eufemismo, pero ilustra bien el estado de la situación, cuando todo el poder del recuento de votos estaba en manos de quienes detentaban el poder. Sin embargo, este pilotaje suave funcionó mientras amañar cifras era algo marginal, soportable y no algo que pudiera modificar radicalmente el resultado del voto.
Digamos que, entre el poder y sus opositores leales, había un pacto tácito para aguantar violaciones.
Pero el tiempo pasa para todo el mundo, las generaciones se suceden y cambia el nivel de subordinación. Esta vez se ha exagerado.
No se sabe, por ahora, si han sido siervos necios del Kremlin, desperdigados por los barrios donde habían podido hacer lo que querían, quienes se han pasado de la raya falsificando los datos o si ha sido el Kremlin quien se fió de ellos y les dejó que actuaran peor que antaño, en una situación que no les permitía hacer mucho más que antes.
Se diría que asistimos a un poder que, por estar demasiado seguro de sí mismo, no se ha preocupado en absoluto de leer el aire que se respiraba en la calle. Sin dialéctica política, sin ningún tipo de información de verdad, a la larga el poder se convierte en ciego y sordo.
A primera vista, esto es lo que ha ocurrido en las elecciones de la Duma.
La respuesta popular ha sido tan grande que el poder no ha podido ni siquiera reprimirla, lo que es una buena señal por partida doble: porque la ha habido y porque no la han reprimido.
Está por ver si se trata de una señal de autocrítica. En cualquier caso sí que es signo de algo que le ha quedado claro a todo el mundo en Rusia: Vladimir Putin ha de decidir en estos tres meses si quiere seguir liderando el país como un príncipe con todos los poderes, que finge respetar la democracia, o bien si empieza a respetar en serio la democracia y deja de fingir que es un príncipe sin una legalidad aceptable que le haya conferido una mayoría verificable.
La decisión no es fácil.
Un error podría resultar fatal.
Lo que está claro ya es la imposibilidad de repetir las elecciones de diciembre de 2011 en marzo de 2012. La campaña presidencial de Vladimir Putin será cuesta arriba.
Fuente: http://www.megachip.info/tematiche/democrazia-nella-comunicazione/7324-deve-cambiare-musica.html