E s interesante llevar el debate sobre la nacionalización de YPF -que ha tenido más características de histeria ideológica que otra cosa-, al terreno nacional. Es una reacción ideológica porque al anuncio del gobierno argentino, la primera actitud de la elite chilena fue de instintivo rechazo. En el mundo neoliberal no puede haber mayor enemigo […]
E s interesante llevar el debate sobre la nacionalización de YPF -que ha tenido más características de histeria ideológica que otra cosa-, al terreno nacional. Es una reacción ideológica porque al anuncio del gobierno argentino, la primera actitud de la elite chilena fue de instintivo rechazo. En el mundo neoliberal no puede haber mayor enemigo que la gestión pública. Conceptos como estatizar, nacionalizar y expropiar, forman parte de un léxico prohibido decretado desde la dictadura y conservado por las democracias neoliberales que la sucedieron.
La prensa del duopolio e influyentes analistas no pudieron contener sus prejuicios económicos ante el anuncio argentino. No sólo condenaron la renacionalización de la petrolera, sino que desearon que cayeran sobre Argentina las peores plagas económicas, aquellas que los organismos financieros internacionales e inversionistas saben descargar muy bien. Un leído cronista nacional -y profesor en una universidad neoyorquina- desató toda su rabia contra Cristina Fernández en Twitter, y la imaginó huyendo en un helicóptero como De la Rúa hace diez años. Desde las redes sociales y desde tribunas privilegiadas han vaticinado el infierno a los argentinos.
La furibunda reacción de los oficiantes del mercado ante la decisión del gobierno argentino expresa el enorme temor que perciben ante la decadencia de un modelo que se hunde en el mundo entero. La división de fuerzas en América, que separa aguas desde hace más de una década, quedó también expuesta en la Cumbre de Cartagena de Indias, con un presidente estadounidense alejado del devenir latinoamericano, que se le escapa de las manos. El encuentro que tuvo con la presidenta de Brasil, que le cantó las cosas en su cara, y los siguientes sucesos argentinos, perfilan a una región que ha comenzado a tomar decisiones sin consultarlas a la economía del norte, ya metida hasta el cuello en problemas propios y ajenos.
Los guardianes del mercado no han venido esta vez del Departamento de Estado. Han desplegado sus presiones como saben hacerlo, primero a través de la prensa especializada y con declaraciones desde las cúpulas corporativas y después, lo harán posiblemente con la artillería pesada, aquella que Argentina recibió a comienzos de la década pasada. Los mercados, ya lo hemos visto, pueden destruir países, como ha sucedido con Grecia y está ocurriendo en España.
Estamos en un proceso que lleva a un cambio de modelo, que es por lo demás lo que demandan millares en nuestro país y millones de todo el mundo. El neoliberalismo ha demostrado ser la mejor maquinaria de injusticia y desigualdades. La extrema riqueza, que es también la codicia sin límites, ha sido el virus de su propia destrucción. Si los efectos los sufren millones con el endeudamiento, el trabajo precario, las quiebras y el desempleo, la ambición sin freno ha sido también el gran error de Repsol en Argentina, al privilegiar las ganancias a corto plazo por encima de la inversión y las políticas energéticas.
Lo que ha ocurrido en Argentina, celebrado por la gran mayoría de los argentinos y latinoamericanos, es modelo y ejemplo para cualquier futuro gobierno de Izquierda que emerja en la región. El clamor por la recuperación de los recursos naturales está a flor de labios en todas nuestras latitudes y es el coro que aglutina el gran discurso social chileno.
Chile tiene un trauma con la nacionalización, la estatización, la expropiación y con otros conceptos estigmatizados desde la dictadura. Como en todo trauma, son innombrables, invisibles. La herida no surge de la estatización de los activos norteamericanos durante principios de los setenta del siglo pasado, sino que tiene nombres como ITT, Nixon, Kissinger, CIA, Operación Fubelt. Porque la nacionalización, vale recordarlo, entonces fue apoyada por todos los sectores políticos y por cierto también por la derecha. La expropiación de los activos mineros norteamericanos fue un acto de soberanía.
La fuerza del discurso neoliberal, además de distorsionar las causas de la tragedia de 1973, ha deformado el sentido de nación, de nacionalismo, que se ha depositado no en el Estado sino en la evaporación del Estado. Un concepto falaz, absurdo y oportunista, asumido durante décadas por gobernantes que han permitido a los mercados desterritorializados explotar todo tipo de recursos naturales, degradar el medioambiente y expatriar las riquezas.
Esta estrategia tiene por objetivo la ganancia corporativa a través de la corrupción. Y este gobierno como los gobiernos anteriores, lo único que ha buscado es la ganancia empresarial, la que no tiene ninguna relación ni con la nación ni con el pueblo, sino sólo con beneficios personales. Tras el paso por el gobierno, siempre sus personeros volverán a la empresa.
Lo importante es que un viento fresco ha comenzado a remover esa pestilencia. Las movilizaciones estudiantiles y ciudadanas no sufren de aquel trauma en el lenguaje y la acción económica. La recuperación de nuestros recursos naturales en este nuevo discurso pasa sin inhibiciones por la expropiación, estatización o nacionalización. Y ya no suena tan feo.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 756, 27 de abril, 2012
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