El Gobierno alemán mantiene más de mil centros de internamiento para extranjeros a pesar del rechazo de las ONG. Las condiciones de los inmigrantes en estos lugares son precarias pero el Estado prefiere los refugios a pisos, aunque éstos son más baratos. Al final de este recorrido por Alemania, en la ciudad bávara de Ausburgo, […]
El Gobierno alemán mantiene más de mil centros de internamiento para extranjeros a pesar del rechazo de las ONG. Las condiciones de los inmigrantes en estos lugares son precarias pero el Estado prefiere los refugios a pisos, aunque éstos son más baratos.
Al final de este recorrido por Alemania, en la ciudad bávara de Ausburgo, Akin Okoye espera delante de la puerta de su estrecho cuarto, echa una mirada al baño sucio, muestra las duchas llenas de moho y los polvorientos fogones de la cocina, que los habitantes de la residencia comparten, y exclama: «En realidad, yo he tenido suerte».
En el antiguo edificio de ladrillos de la calle Calmberg se encuentra la residencia para solicitantes de asilo. 130 hombres viven allí. La entrada a visitantes y prensa está prohibida. Nadie ha de ver cómo viven los refugiados, pues tras la puerta comienza otro mundo muy diferente lleno de suciedad, de broncas y desesperanza.
Okoye, que voló hace cuatro años desde Somalia, tiene 32, es elocuente y sólo ha de compartir su diminuto cuarto con otro compañero de piso. Para él es un privilegio. Dos habitaciones más allá viven ocho hombres en 20 metros cuadrados. Quien los visita, se encuentra con personas que ya al mediodía están apáticas, tumbadas en sus camas, y sólo levantan levemente la mirada cuando se abre la puerta. Ninguno quiere hablar, y Okoye tampoco quiere que su verdadero nombre sea conocido.
Protestas por las instalaciones
Ausburgo es la última estación de un viaje alrededor de 20 de estas residencias en Turingia y en Bavaria. En ningún otro lugar de Alemania hubo protestas tan masivas contra estas instalaciones como en estos dos Estados. En Turingia, el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD), prometió antes de las elecciones de 2009 mejorar la situación de los refugiados, y el Partido Demócrata Liberal (FDP) aclaró ese mismo año que: «Los albergues comunes no son, bajo nuestro punto de vista, una forma humana de cobijo a largo plazo». La ministra bávara de Asuntos Sociales, Christine Haderthauer, del conservador CSU, abogaba por una «calidad de vida y de vivienda unificada y adaptada al mundo de hoy en día». A principios de 2012 se formó una coalición del partido SPD con el conservador CDU en Erfurt, capital de Turingia. Y en Bavaria el liberal FDP gobierna desde hace tres años. Todavía hay 20 asilos en Turingia y en Bavaria llegan a 124. En toda Alemania existen cerca de un millar de estos acuartelamientos masivos que albergan alrededor de cien mil personas. Estos edificios se encuentran en tristes ciudades del extrarradio, en zonas industriales apartadas, en antiguos campings o en cuarteles abandonados. Allí esperan los refugiados a que los funcionarios decidan sobre sus solicitudes de asilo. Unos 46.000 lo solicitaron en 2011, un 11% más que en 2010.
La mayoría de ellos, en función de su situación legal, podrían vivir en viviendas normales. Ello no sería sólo más humano, sino además más barato. En este momento, el Estado alemán despilfarra millones de euros de los contribuyentes para estas, a menudo, miserables moradas. Y no es la única pérdida: Aquel que visita una de estas residencias encuentra en ellas también ingenieros, informáticos o artesanos, una mano de obra cualificada que Alemania supuestamente precisa con urgencia.
Rashno Khadem es uno de ellos. Tampoco él quiere que su verdadero nombre aparezca en los medios. «Hay bronca segura con la dirección del albergue, si se enteran de que hablo con usted», explica el iraní de 33 años. Khadem vive en el recinto de un antiguo cuartel a las afueras de Wurzburgo. Unas 500 personas, entre ellas muchos niños, viven aquí detrás del alambre de espino de los viejos edificios del Ejército. Es el mayor asilo de Bavaria.
Para el iraní Khadem ésa no es una opción. Él no puede volver. Le ha ido bien materialmente, y muestra una foto de su pequeña chabola en la que vivía con su mujer. «En Irán habría acabado tarde o temprano en la cárcel, y aquí tengo que vivir de la limosna estatal, a pesar de que podría trabajar», dice. A pesar de que es electricista en lugar de trabajo recibe 40 euros en metálico y un paquete de comida dos veces por semana.
Los alimentos para los asilos en Bavaria los distribuye la empresa Drei König GmbH, con sede en el pueblo suabo de Gmünd. A quien arroja una mirada al frigorífico de Khadem se le quita el apetito. La salchicha de mezcla de carnes y pellejo de pollo; las naranjas repartidas el día anterior están estropeadas. Una y otra vez en los últimos años cientos de solicitantes de asilo han boicoteado la recepción de estos paquetes de comida. La empresa no se quiere pronunciar sobre eso: «No proporcionamos información al respecto», dice una portavoz de la compañía.
Pero no solamente la calidad de la comida deja un regusto amargo. Los paquetes alimenticios son además más caros de lo que cabría esperar. El Gobierno del Alto Palatinado paga 148 euros al mes por cada paquete. Si los emigrantes comprasen los mismos productos en un supermercado de la esquina, les costaría tan sólo 121 euros. Es el resultado de un test realizado por los miembros de la iniciativa ciudadana Asyl Regensburg. «Nuestros proveedores de comida son sacados a concurso, el criterio esencial para la concesión es el precio más barato», se justifica el Gobierno del Alto Palatinado.
También en el alojamiento se podría ahorrar. En Múnich una plaza en un asilo de refugiados cuesta 683 euros por persona y mes, como señaló Rudolf Sturnvoll de la Oficina para Vivienda y Migración en una consulta en el parlamento regional. «Es evidente, que incluso en Múnich, donde el mercado inmobiliario, bien lo sabe dios, no es precisamente barato, el alojamiento de personas sin casa en un piso es también más barato que cualquier internamiento en un sistema de excepción».
Según los cálculos de la ONG Flüchtlingsrat de Bavaria, se gastan cada año 13,6 millones en el internamiento de refugiados. El Ministerio de Asuntos Sociales de Bavaria discrepa y remite a una cuenta propia. Pero el cálculo es de todo menos serio. En lugar de tomar el coste total de los albergues y dividirlos por el número de habitantes alojados, el Ministerio toma como base de la ecuación la capacidad teórica de los albergues. El resultado: aparecen solicitantes de asilo que no existen, y el precio por persona desciende notablemente. «Los números van cambiando y no ofrecen ninguna base adecuada para el cálculo de los costes», argumenta una portavoz del Ministerio. El coste oficial de un solicitante de asilo en el albergue de la ciudad de Freistaat cuesta entre 180 y 330 euros. Es imposible que sea correcto. Pongamos por ejemplo el caso de Aschaffenburg: el Gobierno del barrio de Unterfranken pagó más de dos millones de euros por el alojamiento de 365 solicitantes de asilo en 2011. Eso son 467 euros mensuales por cada solicitante de asilo. A ello se sumaron en 2011 unos 300.000 euros en tareas de mantenimiento y en 2012 se planea una suma parecida. Mientras tanto en Aschaffenburg se consigue un apartamento por 300 euros con todos los gastos. «Si tenemos en cuenta estos costes innecesarios, debería ser posible alojar dignamente a 10.000 solicitantes de asilo en un Estado con doce millones de habitantes», dice Alexander Thal, de la ONG Flüchtlingsrat de Bavaria.
Mejores condiciones
La Unión Demócrata Cristiana (CDU) y el Partido Liberal (FDP) llegaron a un acuerdo hace poco: la situación de los campos de refugiados sigue existiendo, pero para los nuevos albergues se proveerán unos estándares mínimos más altos. Las familias con niños podrán mudarse a casas normales cuando se acabe el procedimiento de asilo y prescriba la orden de expulsión. Según datos de la Flüchtlingsrat, este proceso puede durar hasta dos años. Los funcionarios podrán negar sin embargo una mudanza en el caso de que se abandone el Estado sin permiso. «Atentado contra la obligación de residencia», se llama ese delito en Alemania, único en el mundo.
Miloud Lahmar Cherif casi acaba en la cárcel por eso. Este argelino de 26 años vive desde hace un año y medio en el albergue de la ciudad turingia de Zella-Mehlis. A veces visita a amigos que viven en Jena, en otro Estado alemán, y en las idas y venidas de sus excursiones lo detiene la policía.Ahora le amenazan con la cárcel porque se niega a pagar las multas. Cherif es uno de los pocos de esta historia que no tiene miedo a hablar claramente. «Cuando evitas dar tu nombre, te quedas sin voz», dice él. Musulmán creyente, estudió en Argelia electricidad, después se mudó con su mujer ucraniana, Olesya, de religión judía, a Kiev e hizo una formación profesional de informática. Cherif habla cinco idiomas y puede filosofar durante horas de religión. «No es importante en qué dios cree uno, sino ser un buen ser humano». En Kiev era objeto de continuos ataques racistas y la policía no hacía nada para impedirlo. Por eso está ahora en Alemania.
Por su parte, la prefectura del distrito dice que: «Los albergues comunes (situación desilusionante, habitaciones estrechas, separación social…) en relación a la situación psicológica de los inquilinos, comparado con el alojamiento individual, justifican el aumento de los costes médicos». Las familias que viven en viviendas «ya están bien integradas», lo que minimiza el esfuerzo de asistencia y cuidados. Ambos argumentos deberían contar a favor del alojamiento individual de todos los solicitantes de asilo, pero el Estado prefiere seguir con el sistema de albergues comunes.
PRECARIA SALUD DE LAS PERSONAS INTERNAS EN LOS CIE ALEMANES
Khadem se sienta en un cuarto que comparte con otros cuatro hombres. Hay una mesa, dos frigoríficos, cinco somieres y una pequeña taquilla de metal para cada uno. Lo que no hay es un lugar donde retirarse, donde tener intimidad. El estado de salud de los habitantes en los asilos es «considerablemente peor del que cabría esperar en función de sus edades», escribe August Stich, médico jefe de la Clínica de las Misiones Médicas de Wurzburgo en un comunicado de prensa. Los médicos diagnostican sobre todo depresiones.
Hace unas semanas se ahorcó un iraní de 29 años en su cuarto. Han pasado ya dos años y estos médicos informaban de las cargas psíquicas extremas a las que las personas que viven aquí se ven expuestas. Los niños son objeto de «agresiones sexuales» a causa de la falta de espacio, la violencia es una «forma de supervivencia» y hay altos niveles de ruido.
Algunos tratamientos médicos indispensables no son autorizados por los funcionarios. Da la sensación de que «se elige de forma sistemática en contra de las necesidades de los refugiados», aseguran los médicos. En el Ministerio de Asuntos Sociales de Bavaria rechazan toda crítica. Las acusaciones no están justificadas generalmente, explica una portavoz. Pero el hecho de que el acuartelamiento tiene el fin de desanimar a los refugiados es algo que se encuentra incluso en la ley bávara de asilo: El alojamiento debe «promover la disposición a volver al país de origen», puede leerse en la misma.
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Proxima-estacion-desesperanza.html
*Traducción: Carmela Negrete