Las empresas exportadoras españolas multiplicaron por cuatro sus ventas en el exterior desde 1990, muy por encima de las alemanas. Fuente: «La paradoja del ahorro: España vs. Alemania», por José Carlos Díez. El nordismo se basa en estereotipos fomentados por la clase política de los países del norte de Europa, con gran arraigo popular y […]
Las empresas exportadoras españolas multiplicaron por cuatro sus ventas en el exterior desde 1990, muy por encima de las alemanas. Fuente: «La paradoja del ahorro: España vs. Alemania», por José Carlos Díez. El nordismo se basa en estereotipos fomentados por la clase política de los países del norte de Europa, con gran arraigo popular y mucho seguidismo en algunos países del sur del continente. Pero esconde importantes porcentajes de incertidumbres
Denominamos «nordismo» a un nuevo tipo de dialéctica que se sustenta en la presunta superioridad cultural -en sentido amplio- de la comunidad de países del norte de Europa en relación a los de sur. Desde la manifestación de los aspectos más agudos de la crisis presente, se ha ido extendiendo de forma notable en todo tipo de foros públicos. En ese contexto, el nordismo adquiere unos marcados contornos regeneracionistas: la acción salvífica de países como Alemania, Holanda, Finlandia, Dinamarca, etc., serviría no sólo para rescatar la economía y las finanzas del proceso de integración europeo, insuflando un nuevo orden regenerador; el nordismo incluso aportaría una corriente de moral estoica y renovadora.
En principio, el nordismo sólo se aplica en las evaluaciones internas de políticos, medios e intelligentsia de algunos países del norte europeo hacia los del sur en ese mismo continente. Por el momento, no se considera apropiado -o políticamente correcto- extender apreciaciones nordistas a países y poblaciones no europeas. Aunque, potencialmente, enlaza en ocasiones con posturas de la extrema derecha clásica o reciclada en relación a asuntos como la inmigración, y más específicamente, a las manifestaciones más combativas de la cultura musulmana. Pero aún así, siempre se pretende hacer pasar como defensa de los derechos humanos y las libertades democráticas lo que no son sino iniciativas abiertamente ofensivas.
El nordismo presenta algunas características peculiares. Una de ellas es el sentimiento de pertenencia a esa opción política altamente subjetivo, conforme se desciende hacia el sur. Así, no cabe duda de que un finlandés o un estonio, por el mero hacho de haber nacido muy al norte del paralelo 50º pueden considerarse depositarios de las virtudes nordistas en estado más puro. Dada la peculiar posición de Gran Bretaña con respecto a Europa ya no resulta tan claro que un inglés pueda considerarse nordista, aunque el discurso de eficacia y superioridad nordista se salva ejerciéndolo contra Irlanda, por ejemplo.
En consecuencia, las expresiones de nordismo siguen expresándose miles de kilómetros más al sur del núcleo nórdico o incluso centroeuropeo, en países o comunidades de los extremos meridionales de Europa, utilizándose en detrimento de vecinos de más sureños (siempre vive alguien más al sur). Sin llegar a tales extremos, el nordismo se alimenta, al menos en parte, de la aquiescencia y hasta admiración por parte de los países del sur, llegando a posiciones serviles o por deseo de emulación. En grados muy diversos, la idea de que los países del norte de Europa realmente funcionan y están llamados a ejercer un regeneracionismo real sobre la totalidad del continente, es una actitud muy extendida en el sur del continente. En parte, ello obedece a supuestas limitaciones culturales históricamente asumidas, a actitudes contra-nordistas exaltadas (recordemos la polémica Unamuno-Ortega de comienzos de siglo XX, con el conocido «¡Que inventen ellos!» unamuniano) o a complejos y victimismos nacionalistas relacionados con el «déficit de europeidad».
Resulta curioso constatar cómo el nordismo es un sentimiento para consumo interior que finalmente cuaja hacia en su uso internacional , pero conservando siempre su utilidad primigenia. En una encuesta de opinión publicada por el Pew Research Center resulta que en Alemania el 48% de los consultados consideran que el trabajo duro no garantiza el éxito social, frente al un 51% que sí lo asume. Un resultado tan equilibrado parece desmentir la supuesta actitud nordista de los alemanes hacia el trabajo, expresada por políticos y medios de comunicación. La diferencia no es tanta con respecto a las opiniones expresadas por los encuestados griegos (51 % no, frente a 43% si) o italianos (46%-43%) sino porque es claramente batida por un inesperado nordismo español: 43% no, 56% si. Por lo tanto, la confianza en el valor social del trabajo en el mundo capitalista no es una actitud respaldada por la realidad cultural y la voluntad regeneracionista de los países nordistas, sino por una confianza en los valores capitalistas, cuya máxima expresión, lógicamente, son los Estados Unidos de América: 20% no, 77% si.
Lógicamente, el nordismo, como todo sentimiento de superioridad étnica, escaquea aquellos fenómenos y datos objetivos que ponen en tela de juicio sus posicionamientos. Un ejemplo fácil de comprobar es la nula referencia a la quiebra islandesa de 2008 -país en modo alguno catalogado como PIG- y la consiguiente Revolución Geyser o reacción nacional contra el sometimiento a la disciplina financiera dictada por las potencias nordistas de la UE.
El nordismo tiende a vivir de prejuicios, rentas y estereotipos, aplicados a conveniencia propia. De hecho, los logros de la eficacia nordista han sido reiteradamente cuestionados de forma absolutamente empírica. En un reciente reportaje televisivo se puede apreciar cómo las excelencias del sistema laboral alemán se apoyan en flagrantes abusos contra el trabajador. La realidad es que las condiciones sociales en los países del norte han generado un empobrecimiento cultural apreciable en las últimas décadas, incluyendo graves connotaciones sociales. Ello se ha traducido, paradójicamente, en una expansión cada vez más populista -y hasta populachera– de las consignas y estereotipos nordistas.
En una reciente entrevista, el escritor griego Petros Márkaris emitía un diagnóstico preciso sobre la esencia de la limitación esencial del nordismo:
«La prensa alemana me tiene loco preguntándome qué va a pasar, y solo puedo explicarles que a veces no hay respuestas. Y si me preguntan qué puede hacer Alemania por Grecia, les digo que mantengan callados a sus políticos. Que dejen de insultar a los griegos, El 24 de mayo estuve en Bonn para dar una conferencia y vi una portada de Die Welt, el diario conservador, en la que una ministra proclamaba: «Europa debe aprender de Alemania». Nosotros no aprendemos, cierto, pero los alemanes tampoco aprenden. Recuerdo cuando los estadounidenses nos decían: «Nosotros tenemos el poder, así que debéis hacer lo que nosotros ordenamos». Lo mismo decían, con más brutalidad, los soviéticos a los polacos o los checos: «Cumplid nuestras órdenes y callad, porque somos los más fuertes». Los alemanes, en cambio, no nos dicen que son más fuertes, sino que son «mejores» (…) [los alemanes] tienen el trauma de la Segunda Guerra Mundial. No se atreven a decir «somos más fuertes que vosotros» y optan por decir «somos mejores que vosotros», lo cual es mucho peor».