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Populismo a la francesa

Fuentes: Perfil

Las 9 de la mañana del primer domingo de diciembre sobre el Faubourg Saint Antoine, a un par de cuadras de la plaza de la Bastilla. El termómentro marca apenas 2 sobre cero y finísimos copos de llovizna caracolean al compás de la brisa helada antes de depositarse en la calle, casi desierta a esa […]

Las 9 de la mañana del primer domingo de diciembre sobre el Faubourg Saint Antoine, a un par de cuadras de la plaza de la Bastilla. El termómentro marca apenas 2 sobre cero y finísimos copos de llovizna caracolean al compás de la brisa helada antes de depositarse en la calle, casi desierta a esa hora.

Nadine, 38 años, acaba de sentarse en el umbral de un negocio cerrado. Su hijo Marco, 5 años, abrigado como un esquimal, parece dormir con la cabeza apoyada en el vano de la puerta, pero brinca con la mano extendida apenas ve venir a un pasante. Al bebé, petit Paul, todavía no le ha llegado la hora de aprender el oficio. Por el momento está prendido del pecho de su madre, confundido en los pliegues de un abrigo que conoció tiempos mejores.

Nadine perdió su empleo en un call center hace seis años. Después, ejerció diversos oficios precarios y ahora hace lo que hace. No hay otra posibilidad para ella. En los años de trabajo ocasional perdió su seguro de desempleo y la RSA (Renta de Solidaridad Activa, provista por el Estado a los desamparados franceses), no le alcanza para el alquiler. Su hombre, ayudante de cocina, está desde hace dos meses en Suecia, «viendo si encuentra algo». Su oficina es ahora la calle; sus herramientas, los chicos, la mano tendida y una mirada entre triste y avergonzada.

La novedad es que Nadine es francesa. Cada vez más nacionales se agregan al número de inmigrantes extranjeros, legales o no, que se encuentran en el desamparo. París ha cambiado en este sentido. Se ve a ancianos pidiendo limosna y hasta durmiendo en la calle, en el subte y en las cabinas telefónicas. El Estado de bienestar francés, ejemplar hasta hace un par de décadas, cada vez puede menos con eso. Todavía no se ve gente hurgando en la basura para comer, pero no he salido de París. En el conurbano de la ciudad y en las pequeñas ciudades desindustrializadas, se deben ver otras cosas.

Una situación inédita, sobre la que nadie atina a decir nada nuevo. «De mayo a octubre de 2012 (desde que asumió Hollande), 240.000 nuevas personas se inscribieron en la oficina de desempleo. Casi un cuarto del alza registrada durante los cinco años de mandato de Sarkozy», informa Le Monde. En Francia hay actualmente 4,58 millones de desempleados, la cifra más alta desde que existen estadísticas. El 10%, 476.000 personas, sólo cuentan con la RSA. Todavía, porque el porvenir del empleo es cada vez más sombrío y el Estado está en crisis. Francia acaba de perder la primera categoría internacional como Estado deudor.

En la franja jóvenes 15-29 años, el desempleo alcanzó en 2010 el 32,5% entre los diplomados; el 47,7% entre los que no tienen formación alguna. Total, que el 23% de esos jóvenes son considerados pobres. En Francia, uno de cada cinco niños vive actualmente bajo el umbral de pobreza.

La extrema derecha al acecho

En la política, esta situación económica y social se expresa como en casi todo el mundo: confusión y ausencia de propuestas en las ideas; inmediatismo y personalismo en la acción; deriva populista a derecha e izquierda.

En seis meses, el gobierno de François Hollande ha perdido la mitad de su popularidad. Es que al cabo de un paso adelante, da dos atrás. El primero, por ejemplo, la aprobación del matrimonio gay. Pero eso sí, contra toda la tradición laica y republicana francesa, Hollande autorizó a los alcaldes a abtenerse de casar parejas del mismo sexo. O sea, a no aplicar la ley. El mismo proceder de su correligionario Lionel Jospin hace más de una década, cuando con una mano firmó la ley de 35 horas semanales para «repartir el trabajo», y con la otra la ley de «flexibilización» del trabajo, que autorizaba a las empresas a todo tipo de tropelías.

Respecto a cuestiones más estructurales que el matrimonio gay, como el voto a los inmigrantes, la reforma fiscal o la nacionalización de Mittal, el último alto horno de Francia, Hollande ni siquiera ensayó el paso de baile: esos dossiers están en carpeta. Peor; en el caso Mittal desautorizó a su ministro de Recuperación Productiva, Arnaud Montebourg, quien había asegurado que una «nacionalización provisoria» era la única solución viable ante los reiterados incumplimientos del magnate indio Lakshmi Mittal. Hollande prefirió aceptar una nueva promesa de Mittal. Por supuesto la sociedad, sobre todos quienes lo votaron, está lejos de olvidar esos asuntos.

La derecha liberal-gaullista, unida desde 2002, se encuentra por su parte en pleno estallido. Luego de décadas de alternancia en el gobierno, las dos derechas francesas confluyeron en un programa que se resume en el nombre: Unión para la Mayoría Presidencial (UMP). Al poder; luego vemos qué pasa.

Lo que pasó fue Sarkozy, sus idas y vueltas, sus escándalos y luego la victoria de Hollande. Ahora, liberales y gaullistas se devoran entre sí, en absoluto por cuestiones de ideas o propuestas, sino por puro personalismo. La crisis es tan grave, que luego de la última elección interna hasta hubo una acusación de fraude ante la justicia. Se autoadjudicó la victoria Jean-François Copé, un demagogo de ultraderecha que atiza lo peor de l’esprit francés: el chauvinismo y la xenofobia.

Pero Copé es quien parece tener las ideas más claras, porque al menos propone eso. Su principal adversario, el ex Primer Ministro François Fillon, solo atina a sostenerse en la defensa de una institucionalidad que empieza a mostrar peligrosas grietas y a la que él mismo no prestó demasiada atención como primera espada de Nicolás Sarkozy.

Sobre esta crisis, que tarde o temprano partirá al menos en dos a la derecha republicana, planean las nuevas maneras, la apertura d’esprit de Marine Le Pen, nueva étoile de la extrema derecha francesa y del Front National (FN), fundado por su padre Jean-Marie Le Pen. La extrema derecha de toda la vida se apresta a fagocitar lo esencial de los restos de la derecha clásica, gaullista e incluso liberal. La crisis hará que la sociedad siga esos pasos, calcula. En 2002, el FN ya superó a los socialistas en la primera vuelta de las presidenciales… La lógica de Marine Le Pen es simple: lo que para el demagogo Copé es novedoso, el FN lo viene diciendo desde hace décadas. En las actuales circunstancias, una prédica tan antigua deja de parecer demagógica; deviene una propuesta.

A la izquierda, el Front de Gauche, fundado entre otros por Jean-Luc Mélenchon, un ex militante socialista y funcionario del gobierno de Lionel Jospin, eurodiputado desde 2009 y con una larga experiencia comarcal, suscita muchas esperanzas. Mélenchon es novedoso por lo que piensa, por la manera en que lo explica y por los llamados que hace a la ciudadanía. Es el único político francés que parece tener en cuenta la amplitud y gravedad de la crisis.

Cuarto en la primera vuelta de las últimas elecciones presidenciales (11.1% de los votos), a la cabeza de un Frente de Izquierdas que incluye a los comunistas, Melenchon se encuentra ahora ante la oportunidad de encabezar una propuesta realmente transformadora. Habiendo tomado nota tanto del fracaso del socialismo en dictadura, como del desconcierto y la impotencia de la socialdemocracia ante los nuevos datos de la realidad, la propuesta de Mélenchon es un socialismo republicano: liberté, égalité, fraternité. No apela a la guillotina, sino a la conciencia y participación ciudadanas.

Pero Mélenchon, un analista sitemático de la realidad global, ha elegido como referentes globales a los populismos latinoamericanos. Cristina Kirchner es la «compañera Cristina», y así con Chávez, Evo y Correa. Sin detenerse en distinciones históricas, ni de ningún otro tipo, los pone como ejemplos de gestión. No se sabe aún si por ignorancia u oportunismo, o porque en definitiva carece de propuestas propias, Mélenchon pasa por alto -en particular en el caso argentino- el estado real de la economía, la fractura social, la altísima corrupción, el desastre ecológico, el irrespeto republicano y el desprecio por la ciudadanía.

La guinda de esta torta, aleph del desconcierto político mundial, es que la otra admiradora del kirchnerismo es la ultraderechista Marine Le Pen, quien -como ya informó Perfil- propone que Francia replique los pilares sobre los que se sostuvo el modelo económico K luego de la debacle de 2001: devaluación, proteccionismo y rechazo al FMI. También incluyó en su plataforma electoral una explicación sobre la salida de la convertibilidad luego del menemismo, y su equipo de comunicación difundió un video titulado «Argentina, ejemplo de una salida para la crisis».

O sea que los argentinos no solo inventamos el dulce de leche y la birome; también un modelo de salida a la crisis mundial, apreciado tanto por la extrema derecha como por la nueva izquierda francesas.

Dios nos coja confesaos…

Carlos Gabetta. Periodista y escritor. Acaba de publicar «La encrucijada argentina: República o país mafioso» (Planeta).

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Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.