Ya es casi tradición que la revista «Forbes» nombre «mujer más influyente» a la canciller alemana, Angela Merkel. No hay programa de austeridad que no cuente con el visto bueno de la jefa de gobierno democristiana. Ayer la Asociación de la Prensa Extranjera de Berlín organizó un encuentro con Merkel en su cancillería para hablar sobre la política interior, exterior y sobre el euro.
Berlín, capital de la República Federal de Alemania, estado económicamente más poderoso de la Unión Europea y por ende también el más influyente. Los viajeros que entran en este centro de poder político en un tren procedente del oeste se topan arquitectónicamente con el poderío teutón. Desde los andenes que dan al centro de la ciudad se ve el gigantesco edificio blanco que acoge a todo el aparato gubernamental que ayuda a la canciller a hacer su trabajo. La cancillería es como una cabeza alemana, cuadrada. Entre diferentes alas rectángulares sobresale su centro, que llama la atención porque es la parte más alta, la más cuadrada y además parece tener una enorme ventana redonda.
Cuando el canciller Helmut Kohl dio su visto bueno a este proyecto arquitectónico, se le criticaba por querer monumentalizar el poder político y económico de la Alemania recién unficada. Los únicos que encontraron un antídoto para minimizar tanto las críticas como los sueños de dominación de algunos han sido los propios berlineses. Con su fama de poco respetuosos con las autoridades, a pesar de haber sido la capital de la Prusia disciplinada y austera, le dieron a la cancillería el mote «la lavadora».
Secretismo
El tren procedente de Colonia llegó con cierto retraso a Berlín. Nada más ver la cancillería el iPad avisa de la entrada de un mensaje electrónico. La Asociación de la Prensa Extranjera (VAP) informa de que se ha cambiado el plan con Merkel: en vez de responder durante una hora a las preguntas de los periodistas se dirigirá a la prensa extranjera durante diez minutos y después contestará, pero «bajo 3». Esta clave irrita a los corresponsales. El encuentro estaba acordado que iba a tener lugar «bajo 1», lo cual signfica que los medios pueden citar a la canciller. «Bajo 2» supone que los periodistas han de ocultar la identidad del autor cuyas palabras citan. En este caso han de emplear la fórmula «según círculos gubernamentales». «Bajo 3» quiere decir que no pueden informar ni del encuentro ni de lo que se ha hablado. Esta fórmula se emplea cuando alguien quiere orientar a la prensa sobre algo que podría ocurrir pronto o para tener un intercambio abierto teniendo la certeza de que los informadores no lo van a hacer público.
Dado que la intención de los corresponsales afiliados a la VAP no era deliberar con Merkel sobre los secretos de una canciller, se formuló una protesta ante el portavoz de Gobierno, Steffen Seibert, anunciando que la VAP no iba a moderar el intercambio tal y como lo suele hacer en otras ocasiones.
Poco antes de que llegara la canciller, Seibert reconoció que él había sido el responsable de cambiar en el último momento el carácter de la reunión. Como solución ofreció que Merkel iba a hablar los diez minutos y que después permitiría cuatro preguntas citables, «bajo 1», para luego seguir «bajo 3». No hubo debate público sobre si los periodistas estaban de acuerdo o no. Tal vez este es el estilo que la canciller profesa también en las cumbres con sus homólogos.
A continuación Merkel se mostró como la «mujer teflón», tal y como la había denominado el embajador estadounidense Philip D. Murphy en uno de sus cables hechos públicos por Wikileaks. Parece que no hay nada ni nadie que puede inmutar a la canciller. La presidenta de la CDU repitió en diez minutos todo sobre el rescate del euro, el despliegue del sistema anti-cohetes «Patriot»» en Turquía y sobre que la economía alemana está estrechamente vinculada con la zona euro, es decir todo lo que los periodistas ya sabían si habían leído los titulares de los últimos días.
Cuando se le preguntó si había aconsejado a su homólogo español, Mariano Rajoy, no pedir el rescate y al italiano, Mario Monti, presentarse de nuevo en las próximas elecciones, Merkel respondió «teflónicamente»: «Las decisiones se toman en cada país de una manera autárquica». No obstante deseó que su correligionario hispano tuviese éxito con su política.
Respondiendo a otras preguntas, Merkel subrayó la importancia de combatir al paro juvenil pero se quedó en explicaciones generales. Las demás no merecían el secretismo que le había dado Seibert. Queda la impresión de que su jefa impuso esta medida para dejar claro que es ella quien manda en la «lavadora» y que quería la fiesta en paz en lo que atañe al frente mediático.
Cuando al final Merkel despidió a los corresponsales deseándoles una feliz Navidad y un buen Año Nuevo, además de mantener un buen contacto con los medios, el aplauso era mínimo y se perdió entre los comentarios agrios de los periodistas.