Honduras, un país nublado en el imaginario internacional, que hace noticia por sus golpes de Estado y su thanatocracia (imperio de la muerte), no termina de sorprendernos a quienes aún no hemos renunciado a nuestra capacidad de admiración por lo aquello que termina de nacer. Aquí, hay más apóstoles y profetas que en la Biblia. […]
Honduras, un país nublado en el imaginario internacional, que hace noticia por sus golpes de Estado y su thanatocracia (imperio de la muerte), no termina de sorprendernos a quienes aún no hemos renunciado a nuestra capacidad de admiración por lo aquello que termina de nacer.
Aquí, hay más apóstoles y profetas que en la Biblia. Hay más pastores que profesores. Hay más iglesias que escuelas y hospitales. La gente sabe y creen más en el pecado que en los derechos. En definitiva, aquí se premia la creencia (fe) y la sumisión, y se castiga con la muerte civil la rebeldía y el pensamiento.
Pero, en esta sociedad «cristiana» y machista que se desintegra violentamente por alguna irredenta maldición «divina» inconmensurable, irrumpe una mujer «irreverente» para disputarle el poder a los predilectos y privilegiados de la historia republicana.
Xiomara Castro, candidata presidencial del Partido Libertad y Refundación, Libre, no es sólo la materialización sociopolítica de la desobediencia de los empobrecidos en Honduras. Ella también expresa el inicio de la insubordinación a la dominación masculina institucionalizada por la tradición.
En los hechos, la correlación entre el Partido Libre y el Frente Nacional de Resistencia Popular no es del todo evidente. Pero, la empatía y la complicidad entre lo que expresa Xiomara Castro y los sentimientos/aspiraciones de las y los excluidos y empobrecidos de Honduras es más que evidente. Esta complicidad, convertida en incontenible multitud en éxtasis política sin precedentes es lo que pone nerviosos a los actores de la clásica «democracia» hondureña.
A casi cinco meses de las próximas elecciones presidenciales, Xiomara Castro, candidata de Libre, no sólo desafía la permanencia del centenario bipartidismo (nacional y liberal) hondureño, sino también al mismo quehacer político, privilegio de los machos.
Una mujer libre que desafía un nefasto destino
«Mi primer acto como Presidenta de Honduras será convocar a una Asamblea Constituyente Soberana y Originaria para refundar Honduras, con la participación popular», fue una de las irreverentes promesas de Xiomara Castro, el pasado domingo, a una multitud reunida en la primera Asamblea Nacional de Libre.
«Honduras nunca más será plataforma del Imperio para atacar a los países vecinos. Nunca más someteremos nuestra soberanía a los intereses extranjeros», le dijo al gobierno de los EEUU., a quien también le prometió construir relaciones internacionales en el marco del respeto.
Consciente de las reacciones violentas del Imperio y de los actuales dueños de Honduras ante las promesas de cambios históricos, la candidata de Libre llamó a las y los hondureños a organizarse, a articularse, en redes sociales para defender el proceso de «la revolución democrática y cultural».
«Esta Patria es nuestra. Y la refundación comienza en nuestra propia casa, y en nuestras consciencias», desafió Xiomara a la multitud que con los ojos preñados de lágrimas aún no podía creer las palabras y energías que emanaban de aquel inédito discurso.
«Vamos, vamos, vamos pueblo a derrotar al bipartidismo, a la oligarquía y al neoliberalismo (…) Si los vencimos en las calles, los derrotaremos en las urnas», arengó esta silenciosa y silenciada mujer a la multitud que sentía comerse su futuro promisorio al compas del legendario discurso.
Es verdad, que todo discurso en campaña electoral tiende a ser demagogia política. Pero, también es cierto que cuando un pueblo se despabila e identifica a su portavoz político con carisma y mística, es capaz de hacer de la política el arte de lo posible convirtiendo su mayoría demográfica en mayoría política.
El solo hecho que una mujer dispute el poder a los privilegiados, en una sociedad patriarcal como es Honduras, es ya un destello de que la insubordinación hondureña ya no es sólo social, sino también política.
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