En un artículo reciente, Joel Arriola sistematiza algunas tesis sobre las próximas elecciones en El Salvador [1]. El presente artículo va en clave de antítesis, no en el sentido de negación del artículo de Arriola, cuyas conclusiones generales compartimos, sino con la intención de ampliar la perspectiva sobre el proceso electoral que se avecina y […]
En un artículo reciente, Joel Arriola sistematiza algunas tesis sobre las próximas elecciones en El Salvador [1]. El presente artículo va en clave de antítesis, no en el sentido de negación del artículo de Arriola, cuyas conclusiones generales compartimos, sino con la intención de ampliar la perspectiva sobre el proceso electoral que se avecina y frente al cual, el movimiento social -categoría que podrá parecer demasiado ambigua pero que discutiremos posteriormente- aún aparece, en la mejor perspectiva, como la fuerza detenida del viento y, en el peor de los casos, como un cascajo, como una marioneta.
I
La izquierda oficial, encarnada en el partido FMLN, es la carta más fuerte de la contienda electoral. Detrás de esa fuerza no se encuentra ningún movimiento social ni político que lo sustente. Es la fuerza del capital y del engaño. Los $800 millones de ALBA Petróleos sirven de suelo nutricio al ramaje de programas asistencialistas que, ejecutados desde el gobierno o desde la base corporativa de ALBA, se abanderan en nombre del Frente y le reditúan puntos electorales importantes. Gran parte del movimiento social y de los intelectuales están adormecidos por ese teatro del buen gobierno y la responsabilidad social corporativa. Ingenuos o derrotados, ven en el Frente al mesías o al mal menor.
II
Pero la izquierda oficial no es izquierda: forma parte del abanico discursivo de la derecha. Ese abanico está constituido entonces por la burguesía oligárquica (ARENA), la burguesía menos retrograda (GANA y UNIDAD) y la burguesía naciente (FMLN-ALBA). Hemos dicho que ese abanico es discursivo solamente: de fondo, ninguna de las propuestas políticas de estos partidos presenta diferencias importantes. Todos hablan de inversión, emprendedurismo, crecimiento, combate de la delincuencia, inclusión. Nadie toca los temas de fondo: sustentabilidad, solidaridad, democracia, derechos humanos. Quien desde el movimiento social ha apostado por el mal menor, olvida que el peor de los males es aquel al que no quiere hacérsele frente: el capital.
III
No se puede decir que la izquierda no partidaria ha tomado poca parte en los procesos electorales. A pesar de su renuencia, termina por avocarse a las urnas para votar al menos malo, al más cercano en términos de discurso, al que está cerca de aquella memoria que el paso del tiempo termina por convertir en heroica. Además, ¿cómo conformarse a que sean otros los que decidan? ¿Cómo no elegir entre las posibilidades que objetivamente se presentan? ¿Cómo no utilizar los mecanismos del sistema para transformar en la medida de lo posible, para abrir caminos, para dar batalla y conquistar de a poco? La izquierda no partidaria ha olvidado que su principal fuerza ha sido y es la negación.
IV
Solo hay una forma de ver a los partidos en pugna: como máscaras. Tanto la derecha histórica como la nueva derecha esconden en su seno la plétora del capital, medianamente solapada por las temáticas sociales de la coyuntura, por la simpatía de sus candidatos o por la verbosidad atroz de sus intelectuales. La agenda neoliberal, los vínculos orgánicos con los imperialismos, los no precarios negocios con sus bases corporativas, entre otras, son algunas de las cosas que cada uno de los partidos trata de maquillar, medianamente esconder o tapar por completo.
La danza de las máscaras anuncia un hecho insólito o terrible: la destrucción del movimiento social que en cierto modo es consolidación del rol que éste ha jugado en los últimos años, es decir, el rol pasivo de depositar en aquellos personajes partidarios parte sustancial del accionar político. Para que el movimiento social asuma a su enemigo, que es un enemigo de clase, esas máscaras deben caer inexorablemente. En su desnudez, el enemigo no será débil ni pequeño, pero al menos será visible. Si a pesar de ello el movimiento social se mantiene ciego, habremos agotado una de nuestras últimas cartas.
V
El problema que se plantea es múltiple. Por un lado, la correspondencia o, más bien, la organicidad entre todos los partidos y las clases dominantes. Por otro, la autonomía de los partidos de su contraparte en la sociedad civil. Y estas dos aristas se resumen, a nivel de la práctica inmediata, en algo concreto: el problema del Estado. El Estado no es el demonio, pero puede jugar ese rol de una forma intachable. La recuperación del Estado, en los procesos anticapitalistas que la historia reseña, no ha dado precisamente los frutos esperados. ¿Cómo puede recuperar una fuerza revolucionaria al Estado sin deformarse en el intento? ¿Qué implica la recuperación del Estado, si éste mismo es un mecanismo de dominación? Preguntas de no fácil respuesta teórica, mucho más difíciles de responder en el plano de la práctica.
VI
La utopía no está muerta. Duerme un profundo sueño. Pero ese sueño no deriva necesariamente en un despertar. La vorágine de la crisis capitalista o de su superación por las vías del sistema puede asaltarla durante el sueño. Hay que negar la pasividad y la ausencia de crítica, negar el cierre del pasado en función del porvenir moderno del capitalismo global, negar aquello que nos mantiene en el ámbito de las pesadillas. Negarse en definitiva, negarse a aceptar lo dado.
Nota:
[1] Arriola, Joel. «12 tesis sobre las elecciones presidenciales del 2014 en El Salvador». Enero, 2014. Disponible en: http://www.contrapunto.com.sv/prensa-ciudadana/12-tesis-sobre-las-elecciones-presidenciales-del-2014-en-el-salvador.
Alberto Quiñónez. Colectivo de Estudios de Pensamiento Crítico (CEPC).
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