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Reseña de “Solidaridad y autogestión en Grecia”, de Antonio Cuesta Marín

Economía social frente al austericidio

Fuentes: Rebelión

Grecia ha constituido un laboratorio para que las elites políticas y económicas pudieran comprobar, sobre el terreno y en un contexto de severísima recesión, el efecto de las políticas de austeridad. Hasta dónde podía apretarse la soga. Éste es el resultado: la deuda pública pasó del 129,7% del PIB en 2009 al 171,8% en 2013. […]

Grecia ha constituido un laboratorio para que las elites políticas y económicas pudieran comprobar, sobre el terreno y en un contexto de severísima recesión, el efecto de las políticas de austeridad. Hasta dónde podía apretarse la soga. Éste es el resultado: la deuda pública pasó del 129,7% del PIB en 2009 al 171,8% en 2013. En ese mismo periodo el PIB de Grecia se redujo un 26% (el mayor de la historia para un país desarrollado en tiempos no bélicos) y el paro aumentó en más de un millón de personas (del 10,2% al 27,5% entre finales de 2009 y finales de 2013). Mientras, las grandes compañías avanzaban por la senda contraria, al aumentar sus beneficios un 26% en 2013.

Las farragosas pero imprescindibles cifras sirven de escenario al libro del periodista Antonio Cuesta Marín «Solidaridad y autogestión en Grecia» (Manu Robles-Arangiz Institua), escrito desde un observatorio idóneo donde constatar cómo las iniciativas de economía social y cooperación se abren paso entre los recortes y el austericidio. Antonio Cuesta es corresponsal en Atenas de Agencia Prensa Latina (antes lo ha sido en Turquía), colaborador del periódico Rebelión.org y coordinador de la editorial Dyskolo.

«Solidaridad y autogestión en Grecia» repasa, tras introducir al lector en el contexto de crisis global y en el caso griego, múltiples iniciativas de apoyo mutuo surgidas al calor de la recesión, y que tratan de paliar la penuria de los sectores excluidos: clínicas de atención primaria y farmacias, comedores sociales, guarderías, huertos urbanos, puntos directos de distribución entre productores y consumidores o redes de intercambio con moneda propia. Proyectos, todos ellos, que toman cuerpo «no por la labor de unos pocos intelectuales», insiste Antonio Cuesta, sino a partir del tejido social de los barrios, las asambleas vecinales, los grupos de mujeres o de trabajadores/desempleados.

El libro desgrana otras iniciativas de carácter principalmente político, como la Campaña para la Auditoría de la Deuda (ELE), que pretende desde la «lucha de masas» establecer quitas como hicieron Argentina, Ecuador o Rusia. O el Frente Unitario Popular (EPAM), surgido en 2011, que plantea una lucha de liberación nacional y social (desde los barrios y centros de trabajo) para abandonar la UE y promover una asamblea constituyente. Pero el autor se detiene sobre todo en el Movimiento Contra el Racismo y la Amenaza Fascista (KEERFA), de innegable actualidad ante la potencia de la organización neonazi Amanecer Dorado. Sustentan KEERFA, entre otros colectivos, asociaciones de inmigrantes. Antonio Cuesta Marín resalta el eco que sus manifestaciones y denuncias tienen entre el gobierno y la opinión pública, por ejemplo, cuando más de 30.000 inmigrantes salieron a la calle en agosto de 2012 pese al acoso policial o, en septiembre de 2013, tras el asesinato del rapero de izquierdas Pablo Fyssas.

«Connotados miembros de la organización han sido amenazados, criminalizados y perseguidos judicialmente», recuerda Antonio Cuesta. Algunas de las razones las apunta Petros Konstantinos, coordinador de KEERFA: «Amanecer Dorado está financiado por industriales, empresarios y banqueros porque se sirven de esta organización para atemorizar a trabajadores inmigrantes (especialmente en industrias pesadas y pesqueras) o romper huelgas como lo hicieron en Volos. Estos matones se ofrecen, además, a los grandes comerciantes para despejar las calles de pobres, drogadictos o vendedores ambulantes, presentándose como los únicos capaces de proporcionar seguridad. Cuando las bandas fascistas atacan en un barrio, los agentes nunca están allí, no hay detenciones».

Otro asunto es la coyuntura de emergencia social que viven muchas familias griegas. Médicos del Mundo asegura que ningún país ha experimentado un desmantelamiento tan rápido y completo de la red de seguridad social como Grecia. Ante este retroceso de décadas, cobran sentido proyectos como la Clínica Comunitaria Metropolitana de Elliniko, en la periferia de Atenas, donde médicos voluntarios atienden a personas en situación de pobreza o desempleo. O la Clínica Social Solidaria de Tesalónica. Las farmacias y clínicas, pero también los comedores colectivos, redes de productores y consumidores sin intermediarios, locales de trueque, bancos del tiempo, academias de apoyo o colectivos de apoyo jurídico se agrupan en la estructura «Solidaridad para todos», una de las más fuertes y consolidadas por todo el país.

La crisis y la pauperización creciente, pero sobre todo la injusticia en el reparto de sus costes, ha hecho que aflore en Grecia el movimiento de desobediencia civil. La idea del «No Pago», surgida en las plazas, se concreta en casos como las tarifas (abusivas) del transporte público, el peaje de las autopistas o la circunvalación de Atenas (en manos privadas). Un ejemplo audaz y muy destacado de desobediencia civil es el de voluntarios y trabajadores de la empresa pública de energía (DEI), que restablecen el servicio de la luz eléctrica a ciudadanos que han sufrido cortes por impagos (en 2013, más de 350.000 propietarios o inquilinos).

Son numerosos los proyectos que tratan de satisfacer las necesidades más elementales. El Club de Solidaridad de Neos Kosmos, ubicado en uno de los barrios pobres de Atenas, impulsa un comedor colectivo para las familias del barrio. La Mesa Participativa de Solidaridad y Participación, en la pequeña ciudad de Kavala, acoge una iniciativa similar. La idea consiste en habilitar comedores a partir de donaciones de alimentos por parte de los vecinos o aportaciones de supermercados.

Ahora bien, matiza Antonio Cuesta, «en todos los casos los grupos promotores han buscado la implicación de los sectores afectados, logrando romper con ello el aislamiento y la individualización del problema, que consideran alimenta las tendencias fascistas». Con el objetivo de paliar las mismas urgencias, han brotado iniciativas como el «Movimiento de la patata», impulsado en una primera fase por numerosos ayuntamientos, y que conecta directamente a agricultores y consumidores urbanos. También las tiendas sociales de alimentación (que en Creta se conectan en red) o los huertos urbanos colectivos y autogestionados.

No queda otra opción, ya que según una investigación del Instituto de la Pequeña Empresa (IME), perteneciente a la Confederación Griega de Profesionales, Artesanos y Comerciantes, en 2013 el 22% de los griegos obtuvieron sus alimentos básicos en redes «sin intermediarios», y un 6% lo hizo en tiendas sociales de alimentación. Pero se ha llegado, incluso, a poner en marcha conservatorios sociales de música. En un contexto muy poco dado a la lírica, ya que, recuerda Antonio Cuesta Marín, los recortes leoninos han dado lugar a un «grave deterioro medioambiental» por la venta incontrolada de terrenos públicos, la normalización de construcciones ilegales en zonas protegidas, el mayor uso de fuentes contaminantes como el carbón o el abandono de las evaluaciones de impacto ambiental. Así se explica el surgimiento de Comités de Lucha contra la Minería, como el de la región de Calcídica, al norte del país, que trata de frenar los proyectos de la canadiense Eldorado God en esta región próspera en yacimientos de oro y cobre.

Antonio Cuesta describe numerosas iniciativas, todas ellas insertas en un adecuado contexto, y que tal vez se vayan incorporando en el estado español según la crisis vaya descargando sus efectos más perversos. Por su relieve, el autor pone énfasis en proyectos como la Red de Intercambio y Solidaridad de la ciudad de Volos, creada en 2008, en la que participan cerca de 2.000 personas. La red no sólo funciona con una moneda de intercambio -el TEM- sino que los sábados habilita un mercado de fruta, verdura, ropa, libros y artesanía, y facilita el intercambio de servicios por Internet. Destaca asimismo la cooperativa Syn Alois, que ha duplicado sus ventas de café (en 2013, 17 toneladas) y el número de tiendas y bares a los que suministra en Grecia.

Más llamativa si cabe es la lucha de Kinisi 136, plataforma ciudadana que por un lado rechaza la privatización de la Empresa de Agua y Saneamiento de Tesalónica (EYATH), y propone, en cambio, la creación de cooperativas de barrio para la gestión de los recursos hídricos. «La propuesta ha sido acogida con abierta hostilidad no sólo por parte del gobierno, sino también por los grandes medios de prensa», explica el autor de «Solidaridad y autogestión en Grecia». El libro se cierra con un capítulo dedicado a empresas recuperadas. Como Vio.Me, en Tesalónica, centrada en materiales de construcción, y que suspendió pagos en mayo de 2011. El 12 de febrero de 2013, explica Antonio Cuesta Marín, Vio.Me pasó de ser «una de las mil empresas que semanalmente cierran sus puertas en Grecia al paradigma, tras conseguir reiniciar la producción mediante un sistema asambleario y autogestionado por sus empleados».

A estos nuevos procesos no han sido ajenos los medios de comunicación. El libro de Antonio Cuesta recoge el ejemplo de los periodistas del diario Eleftherotypia, después que en agosto de 2011 la empresa editora dejara de pagar a los más de 800 empleados. Tras ocupar las instalaciones del medio, los trabajadores lanzaron un nuevo periódico («Los trabajadores de de Eleftherotypia»), del que se vendieron 30.000 ejemplares. Pero el segundo número fue el último y se anunció la entrada de un nuevo grupo editorial. Sin embargo, un grupo de periodistas mantuvo la llama rebelde con el lanzamiento de «Efimerida ton Syntakton» («Diario de Periodistas»), que funciona mediante una asamblea de cooperativistas.

En este capítulo sobresale el cierre de ERT (la radio y televisión estatales) el 11 de junio de 2013, después de 75 años en antena. La respuesta de los trabajadores consistió en ocupar las instalaciones y emitir informaciones y entrevistas. «Durante casi cinco meses los micrófonos y los estudios se abrieron a los movimientos sociales», resume Antonio Cuesta, en lo que fue «una auténtica revolución cultural». Se celebraron, añade, centenares de asambleas y conciertos, e incluso un cine de verano y un comedor social. Prueba de que no es un tópico la manida frase de «otro mundo es posible».

Puedes leer y descargar el libro desde aquí: http://www.dyskolo.cc/cat007.html

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.