La industria de la mentira aparta en estos días los focos de Venezuela. El bloqueo sigue sin embargo haciendo su trabajo cual solitaria silenciosa en el estómago del pueblo. Por suerte, cosechamos algunas victorias. El gobierno aumenta los salarios. Los precios de los productos, por ahora, se mantienen. Se crean los CLAP escolares para 6 […]
La industria de la mentira aparta en estos días los focos de Venezuela. El bloqueo sigue sin embargo haciendo su trabajo cual solitaria silenciosa en el estómago del pueblo. Por suerte, cosechamos algunas victorias. El gobierno aumenta los salarios. Los precios de los productos, por ahora, se mantienen. Se crean los CLAP escolares para 6 millones de estudiantes. Pero el verdadero gancho a la mandíbula del imperio llega con una victoria internacional, la obtención de una silla en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU. El títere de EEUU Guaidó afirma que «la ONU se mancha y pierde credibilidad».
Mientras en Venezuela continúa la lucha histórica con gran parte de su pueblo afanado en la lucha incansable por la sobrevivencia, al «patio trasero» del monstruo le nacen en su vientre las insurgencias. Los focos de rebeldía crecen como pólvora prendida. Durante las recientes protestas en Ecuador, el presidente chileno afirmaba ante el «cuadro difícil» de la región: «Perú y Chile tenemos que hacer un gran esfuerzo de marcar el rumbo, de tratar ser un faro, una guía en tiempos difíciles». Sebastián Piñera, quien montó a Chile en el Grupo de Lima y acompañó el tour del intento de golpe de estado hollywoodiense llamado «ayuda humanitaria» y el concierto de Cúcuta, en la frontera colombo-venezolana, presumía hace apenas unos días de la estabilidad económica en su país. Hoy, el hijo pródigo del neoliberalismo se levanta. Las revueltas en Chile son la muestra palpable, real, concreta, del fracaso de un modelo que todo lo que toca lo vuelve mercancía.
Voces compañeras nos cuentan desde la tierra de Allende y Miguel Enríquez ya el primer día de revuelta generalizada, que no se ha visto nada igual en términos de masividad de la protesta social desde la dictadura. Según el historiador chileno Sergio Grez Toso, colaborador de Vocesenlucha, «luego de décadas de atropellos, violación sistemática de derechos esenciales, represión brutal, latrocinios de empresarios y políticos profesionales, explotación inmisericorde, destrucción de la naturaleza y entrega del país a las transnacionales, el pueblo empieza a entender que solo una lucha enérgica y decidida puede aportar un alivio a su desgraciada situación. La rebelión del pueblo chileno es justa y necesaria».
En 2014 y 2017 Venezuela vivió jornadas gravísimas de protestas con violencia explícita donde grupos con preparación militar financiados por la derecha, junto a delincuentes pagados con unos dólares o droga, llegaron a cruzar guayas en las calles que degollaron motorizados, quemar personas vivas por parecer chavistas, atacar instituciones públicas y hasta centros infantiles. El gobierno bolivariano nunca suspendió las garantías fundamentales. Al presidente de Chile Sebastián Piñera le bastaron apenas unas horas de altercados para decretar el toque de queda. Los militares ocupan calles y metro, símbolo del detonante de la revuelta por la subida de la tarifa del transporte público, hasta un 15% del salario mínimo, en uno de los países más desiguales de América Latina. «Dejen de proteger a los ricos ¡Que se vayan los milicos!», increpa la gente a los militares en la Plaza Italia de Santiago de Chile. Tanquetas y ejército en la calle recuerdan «tiempos de oscuridad».
En estos días entrevistamos al profesor de la Universidad Complutense de Madrid Marcos Roitman, de origen chileno, exiliado en España después del golpe de Estado de Pinochet, y autor del reciente libro Por la razón o la fuerza, memoria y resistencia de los golpes de Estado, dictaduras y resistencias en América Latina. «¿Qué fue lo que se bombardeó en el Palacio de la Moneda?» le preguntamos. El bombardeo «destruyó la propia condición del ser humano, a partir de ahí lo humano no tenía valor, por eso la tortura, la muerte, los 1198 desaparecidos, la caravana de la muerte en el norte». Pinochet generó algunos monstruos, comentamos. Así llegamos, inevitablemente, al neoliberalismo, modelo económico ensayado durante la dictadura militar de Pinochet antes de globalizarse.
«El capitalismo es necesariamente neoliberalismo, si lo entendemos como economía de mercado, y eso es lo que se hizo en Chile, entender que el capitalismo no podía existir con rostro humano. El capitalismo no puede tener rostro humano, por definición del capitalismo. Es inhumano porque explota de una manera absoluta al ser humano, en el cuerpo y en el alma, lo construye como mercancía. El capitalismo solo tuvo rostro humano cuando tuvo necesidad de enfrentarse al socialismo y generar una especie de contraparte para que los trabajadores que vivían en los países occidentales vieran que podían disfrutar de determinados mecanismos de consumo. La creación de los sectores medios, incorporarlos al consumo. En definitiva, que los trabajadores en el capitalismo estaban mejor que los trabajadores en el socialismo, porque aquí podían disfrutar de los bienes del socialismo y encima podían votar cada cuatro o seis años. El capitalismo no va ni con la democracia ni va con la condición de lo humano, por definición del hecho de la explotación. El neoliberalismo yo creo que es la forma más pura de realización de la economía de mercado. Y es lo que dicen Hayek y Von Misses: la democracia capitalista es la democracia del consumidor, no es la democracia fundamentada en la ética y en los valores políticos, sino que los deseos de los consumidores desean ser saciados, y deben ser saciados. Esa es la ley de la democracia capitalista, la ley del mercado. Pero lo dicen ellos. No tiene nada que ver con la moral, con la política. Por eso ellos no hablan de la ciudadanía, hablan del consumidor. Eso es lo que se hizo en Chile, y muy bien hecho. Hoy en Chile tenemos consumidores de pobreza, consumidores de riqueza, consumidores de políticos… En eso, el hecho político pierde el eje sobre el cual se construye la cohesión social. Si la cohesión social aparece en el mercado, aparece la guerra de todos contra todos».
La meca del experimento neoliberal hace aguas: miseria, exclusión, destrucción de humanidad y naturaleza, individualismo y explotación 3.0 es su saldo.
La contraofensiva reaccionaria que logró tomar posiciones en diferentes enclaves institucionales de Suramérica acabando con experiencias progresistas de distinto signo, vive momentos complicados. Los pueblos se levantan como llamas. Con el concurso del fuego, metafórico y literal, las ciudades evacúan los humos acumulados. Haití, Argentina, Colombia, Honduras, Ecuador y ahora Chile. Al otro lado del charco, Catalunya clama soberanía en un movimiento distinto, pero que es algo más que independencia: es lucha contra la monarquía y por tanto contra el franquismo, restaurador del orden monárquico. Y por supuesto, aunque la conducción burguesa nos nuble la vista, consciente e inconscientemente, Catalunya es también lucha anticapitalista. Los pueblos sufren un ataque multidimensional. Social, político, económico, cultural. La guerra del siglo XXI corroe el alma, los cuerpos, las conciencias generando hastíos infinitos cuyas causas no siempre identificamos, pero apuntan a un mismo origen: la explotación, la dominación en sus múltiples formas. El capitalismo y su natural expresión neoliberal.
Ese neoliberalismo en descomposición tuvo su momento de gloria en los 90. La caída de la Unión Soviética dejó el planeta en manos de los apóstoles del credo neoliberal que se atrevieron a grabar sus tablas de la ley y sus mandamientos. La historia ha muerto, escupían soberbios desde sus púlpitos. Asumían con ello la visión marxista que equipara historia con lucha de clases. El fin de la historia era el pretendido fin de esa pugna. La victoria del capitalismo como orden planetario. El pensamiento único. Pero la historia, derrotada en Europa, se subió a lomos de América Latina para reclamar su buena salud en forma de grito emancipador de dignidad. América, de nuevo, en el epicentro de la historia. El año de la caída del muro de Berlín el pueblo de Venezuela se lanza espontáneamente a conquistar las calles contra las medidas neoliberales del gobierno socialdemócrata de Carlos Andrés Pérez, buen amigo de nuestro querido Felipe González. El llamado Caracazo. En el 92, junto a los 500 años y el renacer de las luchas indígenas en el continente, un grupo de militares se levanta en Venezuela comandados por oficiales rebeldes como ese tal Chávez que tuvo por vez primera unos minutos al aire para pronunciar unas breves palabras que se convertirían en fuego en las conciencias plebeyas: «compañeros, lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados… Vendrán nuevas situaciones y el país tiene que enrumbarse hacia un destino mejor». El año 94 se levanta el EZLN coincidiendo con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, donde México tiende su mano mercantil a EEUU y Canadá. A fines del 98 el «por ahora» muta en millones de «ahoras» que ponen a Chávez al frente del barco mediante la vía popular de las urnas. Latinoamérica de desata en júbilo progresista con gobiernos de diferentes colores. Se ensayan frenos al neoliberalismo pero pocos plantean el camino al socialismo. A más de 20 años del triunfo de Chávez, siguen en pie los gobiernos que dibujaron cambios más radicales: Bolivia y Venezuela, marcando las distancias entre ambas. En ocasiones contra las cuerdas, pero siguen. Latinoamérica vive momentos jodidos, rejodidos. Las derechas locales, dirigidas desde el corazón del monstruo, lograron horadar las alianzas de integración regional tejidas a pulso con Venezuela -y el constante apoyo de Cuba- como centro articulador de la nueva dignidad económica y comercial, esperanza de los excluidos de siempre.
Sin embargo, el enemigo no solo está en el exterior. Y no hablamos del sentido común capitalista que a todos nos invade. Adentro de nuestras filas también crecen los monstruos. Debemos sacar conclusiones políticas de las experiencias progresistas que fueron suplantadas por gobiernos neoliberales. Aprender de la historia para no repetirla. Ya en 2016, y he de decir que mucho más en este último caminar por Venezuela, no pocas voces militantes, chavistas y compañeras, de corazón comunero, nos alertaban de algunas desviaciones dentro del gobierno bolivariano que pretenden, aprovechando el río revuelto, apañar ganancias de pescadores. No solo mediante la corrupción y el burocratismo, males capitalistas de jodida erradicación, sino mediante dejes neoliberales. Quienes así piensen deberían escuchar la voz de los pueblos. Del pueblo creador y comunero venezolano y de los pueblos de América Latina que en estos tiempos de piedra y fuego se levantan contra los molinos posmodernos del neoliberalismo. Honduras, Colombia, Haití, Ecuador y ahora Chile arden con plebeya llama. ¿Existe mensaje más claro para escuderos del neoliberalismo de distinto signo?
En Chile, tras días de protestas y represión, con el país militarizado, la llama sigue prendida. A pesar del toque de queda y los muertos, las cacerolas claman su furia en calles y ventanas. Los militares hacen lo que saben: disparar su violencia sistémica contra los cuerpos. Cifras oficiales: 15 muertos, 84 heridos, 2500 detenidos, 10500 efectivos desplegados. Sin embargo, nos cuentan, «la realidad es otra». No se está informando de la cifra real de fallecidos. «Desde la primera noche ha habido muertos. En Valparaíso los marinos dispararon a quemarropa a gente que sólo caminaba durante el toque de queda. En Santiago y Concepción hay muertos no declarados, muchos heridos por balines que tampoco aparecen en la prensa», nos relata una compañera chilena.
En Venezuela, durante el Caracazo, las cifras oficiales reportaron 276 muertos. Luego comenzaron a aparecer cadáveres en fosas comunes. Hoy se habla de alrededor de 3000 muertos y cientos de desaparecidos durante aquellos días de 1989.
El presidente Piñera comparece para decir nada nuevo: «Estamos en guerra, frente a un enemigo poderoso que no respeta a nada ni a nadie». El poder se describe a sí mismo y declara la guerra al pueblo. Éste responde convocando Huelga General.
«Un enemigo poderoso», dice Piñera. ¿A quién se está refiriendo? Diferentes medios alineados con la derecha, tanto en Chile como a nivel internacional, insinúan, tal y como hace unos días hicieron respecto a Ecuador, que Maduro está detrás de las revueltas. De nuevo el villano SuperMaduro se cuela en la película para aguar la fiesta neoliberal. Líderes de la derecha en Venezuela afirman que el chavismo y Cuba son quienes incendian las protestas. Al parecer, el plan se trazó en el Foro de Sao Paulo. Algo debimos perdernos en aquel Foro. La próxima vez estaremos más atentos.En la orilla de la dignidad, el movimiento mapuche, quien hace rato conoce en su propia carne las balas y la militarización de su territorio histórico, se solidariza con la lucha del pueblo chileno. La CAM, histórica coordinadora mapuche, en un comunicado concluye: «La liberación nacional mapuche sólo se logrará con la liberación del pueblo chileno».
El «malestar de la cultura», dependiendo de los suelos, barros y cielos del contexto concreto, se expresa de tantas maneras como posibilidades creadoras atesoran los pueblos y naciones. El cómo se conduzcan o cómo jueguen sus cartas las fuerzas en pugna, incluso dentro de cada bloque histórico, determinará el rumbo emancipador o no de los procesos. ¿Lograremos dar a las actuales luchas una conducción plebeya, que no solo acumule sueños e hitos de histórica rebeldía, sino que oriente espontánea rabia y derramada sangre en alternativa palpable de dignidad? El pueblo chileno, ecuatoriano, kurdo, hondureño, colombiano, haitiano, venezolano, catalán… Los pueblos latinoamericanos y del planeta todo tienen la historia a sus pies. Presta para decantar su balanza hacia el lado de las excluidas de siempre, de los emancipados del mañana.
Una foto de un niño chileno burlando en carrera a los carabineros cual liebre entre elefantes, vuela por las redes como símbolo de esperanza y de futuro. Puede que todavía tengamos que esperar un rato para que como pronosticó Allende se abran las grandes alamedas. Sin embargo al monstruo se le abren grietas por las que hoy asoman la cabeza las mujeres y hombres libres que abrirán los páramos, mares y alamedas de la historia. Historia que, mal que les pese a los predicadores bíblicos neoliberales, está más viva que nunca. Tal y como enunció Allende aquel 11 de septiembre «la historia es nuestra, y la hacen los pueblos».
Vocesenlucha. Espacio de comunicación popular sobre los pueblos de América Latina y el Estado español.
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