Al 99% de las actas procesadas en la ONPE (86.07% contabilizadas), la composición del nuevo Parlamento sería muy fragmentada, pero con una mayoría conservadora (debido a la iniciativa estratégica que mantiene el vizcarrismo). Acción Popular (AP), que se opuso al cierre del Congreso, obtendría el 10.31% de los votos, seguido del fenómeno evangélico y mesiánico […]
Al 99% de las actas procesadas en la ONPE (86.07% contabilizadas), la composición del nuevo Parlamento sería muy fragmentada, pero con una mayoría conservadora (debido a la iniciativa estratégica que mantiene el vizcarrismo). Acción Popular (AP), que se opuso al cierre del Congreso, obtendría el 10.31% de los votos, seguido del fenómeno evangélico y mesiánico Frente Popular Agrícola del Perú (FREPAP) con 8.26%, mientras que Podemos Perú (PP), consiguió el 8.07%, Alianza para el Progreso (APP) el 8.0%, el Partido Morado 7.40%, mientras que el fujimorista Fuerza Popular (FP) 7.24% y el etnocacerista Unión por el Perú (UPP), 6.91%. En ese orden, continúa el centroizquierdista Frente Amplio (FA) con 6.22% y Somos Perú (SP), con 6.07%. El APRA obtuvo, a pesar del suicidio de Alan García, una derrota histórica al alcanzar solo el 2.6% de los votos. Y el voto nulo que algunos «anarquistas» impulsaban se desinfló al 13.68%.
Así las cosas, nadie tendría una mayoría abrumadora como la tuvo el fujimorismo en el Congreso del 2016. Y es que de 73 congresistas de entonces pasaría hoy a 15 asientos. Y si a esto agregamos que el APRA no pasó la valla, pues, estaríamos hablando de un desplome (¿coyuntural?) del fujiaprismo, que ha gobernado y/o co-gobernado el país desde 1985.
De esta forma, la derecha liberal de AP, que ostenta el símbolo de la lampa, gana la elección obteniendo 25 curules (AP se afirma como la primera fuerza política nacional ostentando la mayoría en los gobiernos regionales y el Parlamento pasando de 5 a 25 curules), lo cual manifiesta, que es la carta de recambio de la Elite para la recomposición del régimen político, y que será a partir del cual la CONFIEP liderará la negociación política con el populismo liberal en el Ejecutivo para «parchar» el intento bonapartizante del vizcarrismo. «…Tanto el Frepap como FP representan a una porción de los electores que no podemos soslayar…», declaró la congresista acciopopulista electa Mónica Saavedra Ocharán (Correo, 28/01/20).
A la misma vez que una mayoría popular votó por partidos del régimen político de 1993 como AP, APP, PP, PM, SP, K, etc. Un 32% del electorado votó por propuestas difusas que podríamos ubicar en el campo popular «antisistema» como FA, JP (4.77%), PL (3.44%), DD (3.74%), FREPAP y UPP.
Es cierto que UPP es un vientre de alquiler pragmático que podría estallar a la primera crisis política (como pasó el 2006), pero en sus propuestas, plantea la «nacionalización de los recursos naturales, fusilamiento a los presidelincuentes corruptos y una nueva constitución», mientras que el FREPAP propone «la revocatoria al cargo de congresista, eliminación de las AFPs, reducir la jornada laboral, la eliminación de la inmunidad parlamentaria y la figura de la curul vacía». A la misma vez, el FREPAP, a pesar de «negar» su alianza con el fujimorismo, tendría una agenda común con las derechas «antiprogresistas», en su lucha contra el «marxismo cultural», que para estas implican rechazar la unión civil, el feminismo y el aborto terapéutico. Esta podría ser una coalición que podría darle dolores de cabeza al populismo liberal en el poder.
Habría que destacar que si bien es cierto el FREPAP es un partido que tiene casi 30 años de existencia (con decenas de miles de afiliados), pues, tuvo varios oscuros «anticuchos» como el ser comparsa del fujimorismo en el golpista Congreso constituyente de 1992, la elección en 1995 del sinuoso congresista Javier Noguera Febres (acusado de genocidio y homicidio), y los congresistas Cáceres electos en el 2000 que también pactaron con el fujimorismo. Este giro del electorado indeciso hacia éste, podría ser expresión de una manipulación política que tiene al «voto bronca» contra el estatus quo su razón de ser, así como de su férrea organización (que tiene a la biblia como símbolo de lucha), y de los votos que fugaron del fujimorismo y del voto nulo o viciado.
«…Me preocupa especialmente el impacto que un Congreso así de exótico y de potencialmente muy radical tendrá en la inversión y el consumo privados, pues la incertidumbre es la variable que más temen los agentes económicos…», escribió alarmado el analista de derecha Aldo M (Perú 21, 28/01/20).
Otra de las sorpresas que dieron estas elecciones fue la emergencia «bolsonarista» del ex Gral. (EP), Daniel Urresti, que está bordeando el medio millón de votos en Lima. Y que además de proponer populistamente que va a renunciar a su sueldo como congresista (recibe otro como militar en retiro), propone que las «botas militares» tomen las calles de la República para enfrentar la inseguridad ciudadana, cuestión que lo vincula con el etnonacionalismo antaurista con el cual podrían llegar a tener 24 congresistas.
Éste último casi arrasó en el gran sur del país donde la izquierda ganó en el 2016, pero a la misma vez, el FA, le ganó a Antauro en lo que se puede denominar la tierra que lo posicionó en el imaginario popular: Andahuaylas. Y el FA ganó casi a las justas una curul en Cajamarca, la cuna que encumbró al líder fundador Marco Arana. No obstante, ambas agrupaciones (que bordean las 22 curules), plantean el cambio del «modelo neoliberal» a través de una Asamblea Constituyente.
En este marco de dispersión del voto, la «división y anticuchos» de la izquierda pasa factura ya que se redujo su voto de cerca de 3 millones de votos en el 2016 a cerca de 2 millones de votos en las recientes elecciones. No obstante, habría que tomar nota en que hubo un ausentismo de aproximadamente el 25%, mientras que otro 25% voto por partidos que no pasaron la valla y otro tanto hizo uso consciente del voto preferencial.
Estos resultados son favorables al vizcarrismo ya que al derrumbarse el fujiaprismo y al no tener ningún grupo político mayoría decisiva, estos se van a ver obligados a una negociación complicada y talvez «explosiva», mientras que el Ejecutivo podría afirmar mejor su carácter corporativo.
Habría que recordar que el cierre de Congreso anterior se desarrolló en medio de una caída del crecimiento del PBI (producto de la caída de la demanda de materia prima y la guerra comercial EE.UU.-China-UE), de estallidos sociales contra la desigualdad social (que el Ejecutivo ha sabido superar gracias a su estrategia anticorrupción y preventiva), y de escándalos de corrupción extraordinarios con los affaires Lavajato y Lavajuez, que embarran a todo el régimen político de 1993, y que desarrolló como un punto de agenda polarizante y de debate electoral la necesidad o no de una nueva constitución.
César Zelada. Director de la revista La Abeja (teoría, análisis y debate).
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