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Ahora que (casi) han concluido las elecciones norteamericanas, hay más razones para no tener demasiada confianza en el futuro. No el del mundo —sobre el que se extiende la amenazadora ola de la pandemia, mortífera, obscureciendo otra tragedia, y bastante más aterradora: la del cambio climático— sino el de los Estados Unidos y, sobre todo, de su economía.