La persistente protesta social en Puno actual, con destacado protagonismo aymara, hace recordar a la revolución de Huancho en 1923, y al combatiente revolucionario Jorge Toque Apaza, descendiente de–“Túpac Katari”. Era de Moho- Comunidad de Conima. Murió en 1966, en la guerrilla “Javier Heraud”, de la selva ayacuchana, bajo los ideales de una patria socialista. Va esta nota en su homenaje.
El compañero Toque Apaza, no murió en vano. Finalmente, las tierras que los gamonales de raigambre colonial arrebataron a los aymaras, y por las que tanto lucharon, derramando su sangre, fueron devueltas a las comunidades ancestrales, con la reforma agraria decretada por el gobierno del Gral. Juan Velasco, tras la lucha guerrillera de la década de 1960.
Los aymaras llevan más de un milenio de resistencia, luchando por no perder su identidad étnica. Surgieron en los tiempos del Tiahuanaco y están en el origen mismo del Tahuantinsuyo, fundado por los Qhapaq provenientes del Titicaca. Eran parte del Collasuyo, y aunque sufrieron el virreinato y la república segregacionista, nunca pudieron ser desarraigados de su cultura ancestral, ni de su idioma. Son indómitos por naturaleza.
Por una nefasta decisión del dictador vitalicio Simón Bolívar, el Alto Perú, paso a ser la República “Bolívar”, (hoy Bolivia), y aunque fueron forzados a dividirse en dos países distintos, mantienen su integridad étnica, sus ideales ancestrales y su hermandad nativa, donde quiera que se encuentren. Para ellos, no hay frontera que los separe.
El pueblo aymara, tiene una historia heroica que, la dominación colonial y republicana ha sepultado para que las nuevas generaciones no sigan el ejemplo de sus ancestros. En el Perú, la predominancia de raigambre extranjera dura hasta la actualidad desde la conquista española. Esta predominancia es foco de rebeldía de quienes se resisten a aceptarla. Las efemérides que nos hacen celebrar es, a su conveniencia política. Allí no figuran las heroicidades andinas luchando por su emancipación.
Estamos obligados a someternos, contra nuestra voluntad, pero el rencor histórico sigue latente ante la marginación racial, idiomática, económica, laboral, etc. No encontrarán a los aymaras en la oficialidad de las fuerzas armadas, ni en el cuerpo diplomático, ni en los círculos exclusivos de la descendencia colonial. Pero no se arredran ante el infortunio racista. Capacidad les sobra.
Aunque la predominancia adversa, nos ha inculcado la cultura de la subestimación ante las clases sociales dominantes; aunque se nos ha impuesto costumbres e idiomas extranjeros, desdeñando lo nuestro; aunque se nos impuso una religión ajena, para hacernos sumisos ante los opresores, con la consabida promesa de que de nosotros será el reino de los cielos; los collas ancestrales se mantienen aferrados a su heredad. Jamás se rendirán.
Ellos siempre han luchado denodadamente como ahora, contra todo sistema opresor. Tienen consciencia de su realidad adversa y a pesar de que, desde niños nos enseñan a venerar a los “libertadores” de los “mistis” colonialistas, lo cierto es que ellos, no vinieron a liberar al Tahuantinsuyo ni a los aborígenes. No. Vinieron a independizar el virreinato, separándolo del imperio español y hacer del Perú, una monarquía con dinastía europea, sin devolverle su patria a los nativos. Esto está documentado y en actas firmadas.
Por eso, tras esa independencia ajena, en 1867 estalló en Huancané, la gran rebelión que duró un año y movilizó a miles de nativos. La lucha se extendió a las provincias de Azángaro, Lampa, Puno y otras, llegando a tomar la ciudad de Puno. Los abusos de la república eran peores que los de la colonia.
Como sabemos, los españoles con la conquista del Tahuantinsuyo, despojaron de sus tierras a los nativos, e implantaron el trabajo forzado gratuito, (tasamani, semaneros, faeneros, pongos), les arrebataban sus bienes y asesinaban impunemente a los rebeldes. En 1867, sumados a esos abusos, se dispuso que los nativos pagasen tres nuevos gravámenes: 5 pesos para los gastos de la defensa contra España; “limosnas” de 2 reales para terminar la catedral de Puno; y una “contribución personal” de 1 y 1.5 pesos.
Ante la rebelión, la represión fue criminal. El 2 de enero de 1868, el ejército enviado por el gobierno de Mariano Ignacio Prado, masacró a los rebeldes que, durante cuatro horas presentaron combate a orillas del lago Titicaca. Tras la derrota, muchos nativos fueron ejecutados en el campo de batalla. 71 líderes fueron encerrados en dos pequeñas chozas de techo de paja, que fueron incendiadas con los prisioneros en su interior. No obstante, el pueblo aymara no se dio por vencido.
Fue así que, en 1915, más de diez mil nativos emprendieron otra gran rebelión liderada por Teodomiro Gutiérrez- “Rumi Maqui” (Mano de piedra). Se proclamó el Estado federal del Tahuantinsuyo, iniciando otra insurgencia contra los latifundistas. Aunque fueron derrotados, esta sublevación, sería premonitoria de la gran sublevación indígena del sur andino, entre 1919 y 1923, cuando estallaron 50 levantamientos nativos tanto en Puno, como en Cuzco.
En 1919, Leguía asumió por segunda vez, la presidencia del país, acogiendo el clamor de proteger a la población nativa. La nueva Constitución de 1920, decía en su Art. 58º.- “El Estado protegerá a la raza indígena y dictará leyes especiales para su desarrollo y cultura en armonía con sus necesidades. La Nación reconoce la existencia legal de las comunidades de indígenas y la ley declarará los derechos que les correspondan”.
No obstante, los latifundistas seguían gobernando en provincias y por más que los aymaras viajaban a la capital para presentar sus quejas ante el gobierno, todo quedaba en nada. Los senadores y diputados eran de parentela terrateniente. Fue por ello que, los aimaras de la comunidad de Huancho (Huancané-Puno) al no encontrar solución a sus reclamos históricos, el 21 de noviembre de 1922, tomaron la determinación de fundar la “República Aimara Tahuantinsuyana”, con el apoyo de las otras comunidades de la región.
La capital sería Huancho-Lima y diseñaron un plano con las ubicaciones para ministerios y lugares públicos, replicando a la capital vigente. Los poderosos latifundistas del legislativo presionaron a Leguía para que debele la insurgencia. En la mañana del 16 de diciembre de 1923, empezó la represión y los primeros en ser fusilados fueron los líderes, pero ante la protesta de la población, dispararon a matar, acribillando a más de dos mil comuneros.
Esta matanza tampoco los amedrentó, porque la dignidad aymara es la fuente de su moral ancestral. Ya en el siglo XXI, todavía está fresca la movilización masiva de los aymaras en mayo del 2011, conocido como el “Aymarazo”. Tomaron la ciudad de Puno, en protesta porque el corrupto gobierno aprista, autorizó ejecución del proyecto minero Santa Ana en Huacullani, (Chucuito) en beneficio de la empresa canadiense Bear Creek Mining Corporation.
Lo hicieron en defensa de su patrimonio ancestral, pues la contaminación de las aguas, suelo y de su hábitat ecológico, los perjudica en todos los aspectos. Peor aún, si estos proyectos estaban prohibidos en zonas de frontera. El Frente de Defensa de los Recursos naturales de la zona sur de Puno, había hecho los reclamos, pero sus peticiones fueron burladas. Siempre la misma historia.
Hicieron marchas de sacrificio, paros y plantones, pero nada. La indignación superó la paciencia y se violentaron los ánimos. Varios edificios públicos fueron siniestrados. La represión no se hizo esperar y la protesta fue criminalizada judicialmente, siendo encarcelados los dirigentes del movimiento social, por delitos de contra la tranquilidad pública y otros agregados para desalentarlos. Pero siguen en pie de lucha, como lo demuestran en la actual rebeldía social contra el sistema político que los ignora.
Si los dominantes creen que, con lo dicho hago apología a la violencia, les recuerdo que, sus ancestros usaron la violencia para destruir el Tahuantinsuyo; que sus ancestros accedieron a la independencia del virreinato utilizando la violencia armada; que el capitalismo se impuso sobre la monarquía mediante revolución violenta; y que, la violencia de los opresores, es la que, genera su negación como contra violencia de los oprimidos.
Pero no se crea que los aymaras son puramente campesinos. Están en las ciencias, tecnología, artes, literatura etc., y dominan el comercio fronterizo. He caminado con ellos en la conquista de nuevas tierras en la selva del valle Alto Tambopata, donde estaba yo de incógnito, cumpliendo una misión revolucionaria, en los años de la gesta del “Che”, y los he visto compartir con los quechuas, un territorio muy distinto al altiplano.
No tenían costumbre de tomar café, pero asumieron el reto de cultivarlo, y han obtenido varios premios mundiales en café orgánico y de calidad especial. Los aymaras son también, emprendedores empresariales. Inversionistas inmobiliarios y comerciales en el emporio comercial “Gamarra” (Lima) y, prosperan los aymaras de Unicachi, con las cadenas de centros comerciales “Unicachi” que poseen en varios distritos limeños.
Al conmemorar el centenario de la revolución aimara de Huancho, se ha lanzado la iniciativa de celebrar este acontecimiento con actos recordatorios y un acto cívico central en Huancané o, en el mismo Huancho, el sábado 16 de diciembre, con asistencia de delegaciones no oficiales. Los que desean apoyar esta iniciativa pueden encontrar mayor información en https://grupoemancipador.com
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