Si a finales del siglo XIX Carlos Marx advirtió que en la sociedad de clases no puede haber educación igual para todas las personas, hoy se nota en la educación formal el carácter clasista y las marcas de la corrupción y el atraso le son impresas dentro de cada entorno nacional. En esa realidad se inserta el sistema educativo dominicano.
Siendo el docente un trabajador cuya posición económica y condición social no supera la de los segmentos bajos de la capa media, su formación está condicionada por políticas concebidas tomando en cuenta los niveles salariales en el sector y si prestará servicios a la élite o acompañará en las aulas a quienes solo en apariencia se les reconoce el derecho a acceder a la educación.
Esta realidad persiste, a pesar de las promesas demagógicas de politiqueros que sirven a un Estado indolente y mentiroso capaz de generar estadísticas falaces. Una muestra es el escándalo que generó hace algunas semanas la muerte de decenas de recién nacidos en un hospital de Santo Domingo donde incluso fueron registrados datos falsos a fin de presentar como prematuros no viables a bebés que murieron debido a la precariedad y el abandono. ¡Para estudiar esta época hay que dudar hasta de lo visible!
En el caso de la educación, el “maquillaje” a las estadísticas permite presentar como veraces resultados que no resisten análisis alguno.
El ministro de Educación, Ángel Hernández, al informar sobre el pobre desempeño en Matemática, Lengua Española, Sociales y Naturales, dice que en el sector privado el rendimiento es mayor.
No compara, sin embargo, ese rendimiento con el nivel de promoción en los centros primarios y secundarios privados, porque no quiere llamar la atención sobre el componente de clase. Los centros privados no constituyen un conjunto homogéneo, porque son entes que surgen en la dinámica del mercado y compiten por beneficios.
Los requisitos para aprobar el curso en la casi totalidad de los centros privados son mucho menores que los requerimientos para mostrar un desempeño satisfactorio en la evaluación diagnóstica que aplica el Ministerio de Educación. Esto implica que también de los centros privados egresan estudiantes que no tienen un buen nivel de desempeño. Esto el ministro no lo señala. ¿Qué proporción fueron promovidos en cada grado con niveles de conocimiento inferior al requerido en grados anteriores? Esa cifra no la ofrece el Ministerio de Educación.
Hay que reiterar que ese ministerio, igual que el Ministerio de Educación Superior, encabezado por Franklin García Fermín, permite que las universidades formen docentes que desconocen los contenidos de la asignatura que deben impartir en el Nivel Secundario.
Esta es una vieja y continuada realidad, que se denuncia cada cierto tiempo y se deja ver en estudios de organismos internacionales (organismos que, aunque describen, no renuncian al pragmático dejar hacer), pero no se supera, y de seguro Ángel Hernández sabe que para ello hay que afectar el quehacer politiquero porque se debe exigir rendimiento en cada puesto del sistema educativo y porque no se puede supeditar la calidad de la formación docente al interés económico de las universidades privadas y de los funcionarios privilegiados del sector público.
Emma Polanco, quien fue rectora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo; Edwin Caraballo, director del Grupo Empresarial por la Educación (EDUCA), y Josefina Pimentel, quien fue ministra de Educación, destacan, coincidiendo con Ángel Hernández, que no ha mejorado la calidad de la educación con la asignación al sector del cuatro por ciento del Producto Interno Bruto.
Otros países, como Francia, Bélgica, Egipto y Finlandia dedican proporciones muchos mayores del PIB al sector educativo, de modo que el cuatro por ciento o incluso el 4.6 por ciento ejecutado recurriendo al crédito, no es una porción demasiado alta.
Coincidiendo con la descripción que hace siglo y medio hizo Carlos Marx, se concluye que politiqueros sin proyecto de nación y además lumpenizados y ligados a la delincuencia común, no pueden encabezar un Estado que ofrezca educación de calidad para todo el mundo.
Los cambios de orientación metodológica (del conductismo al constructivismo y del constructivismo a una orientación pragmática adaptable a cualquier paradigma que es la educación por competencias) y las deficiencias en la aplicación de los programas de formación, han convertido al docente en aplicador de fórmulas dentro del seguimiento a un diseño curricular que en la práctica es rígido porque no toma en cuenta las necesidades de los estudiantes y la situación existente en el momento en que fue implantado.
El docente, que es evaluado por la celeridad con que aplica ese diseño, se integra al juego de las apariencias pasando de uno a otro tema sin asegurar la comprensión de los estudiantes y por eso, cuando se realiza una evaluación diagnóstica real (o que se acerca a lo real, porque está mediatizada por el fraude) a un grupo de estudiantes se muestra que ciertos logros son falaces.
La exrectora Emma Polanco declara que muchos estudiantes llegan con deficiencias y que la Universidad Autónoma de Santo Domingo tiene, por eso, un año preparatorio.
¿Se supera en un año de preparatoria el desconocimiento de las operaciones básicas y de las normas elementales de escritura junto con la manifiesta incapacidad para interpretar un texto sencillo?
Aunque los teóricos de la privatización aleguen que no se puede hablar de la condición de clase, es preciso señalar que puede existir una élite, pero que el sistema educativo se define por lo que ofrece a las mayorías.
En ese marco, las universidades se integran al mismo juego de resultados falaces sobre la consignación de logros ficticios.
Y en este juego de politiqueros y seudoteóricos no cabe la acción superadora, aunque ministro, presidente y legisladores griten a coro sus palabras huecas. El compromiso con la preservación de los privilegios de clase les impide no solo reconocer lo evidente sino, sobre todo, emprender el camino a la superación de los males.
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