Las elecciones dejan pocas sorpresas: la extrema derecha obtiene sus mejores resultados históricos, logra un 25% de los escaños y condiciona fuertemente el europeísmo del eje París-Berlín
Si alguien se sorprende por los resultados de las elecciones europeas de este 9 de junio es porque no quería ver qué estaba pasando. La tendencia del último bienio mostraba claramente un avance de las extremas derechas y un debilitamiento de las fuerzas progresistas. Además, esta vez los sondeos no se han equivocado: la fotografía que deja el voto al Parlamento Europeo es la que, a grandes rasgos, llevaba circulando desde hace al menos un par de meses. En resumidas cuentas, sorpresas ha habido muy pocas.
Ahora bien, por ser previsible el escenario, no es menos preocupante. Al contrario. Más allá de algún tropiezo, como en los países escandinavos o en Portugal donde Chega no despega, la extrema derecha ha cosechado éxitos a lo largo y ancho del continente: es el primer partido en seis países (Francia, Italia, Hungría, Austria, Bélgica y Eslovenia) y el segundo en otros seis (Alemania, Polonia, Países Bajos, Rumanía, Chequia y Eslovaquia). En la Eurocámara, si a los diputados del grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR) y a los del grupo de Identidad y Democracia (ID), unimos los de partidos ultras que de momento no tienen adscripción, como los de Alternativa para Alemania o de la húngara Fidesz, junto a un puñado de formaciones de nuevo cuño sobre todo del Este, la extrema derecha sumaría 180 diputados, más o menos los mismos de los populares. Esto significa el 25% de los escaños del Parlamento de Estrasburgo. Hace veinte años, los ultras superaban por los pelos el 10% y hace cuarenta años, en 1984, no llegaban ni al 4%.
Los bárbaros han entrado en Roma
Sin embargo, hay otros dos elementos novedosos y alarmantes, uno más propiamente político y uno que podríamos definir como discursivo o de relato. El primero es que esta vez la extrema derecha ha golpeado duramente en el corazón de la Unión Europea: el frente europeísta sale muy debilitado en Francia y Alemania. Y sus gobiernos se tambalean. Es cierto que Marine Le Pen había ganado ya los comicios europeos de 2019, pero ahora la diferencia con el partido de Emmanuel Macron es abismal: el Reagrupamiento Nacional (RN) supera el 30% y dobla en votos a la lista del presidente. Se trata de una humillación en toda regla que ya ha tenido consecuencias: la convocatoria de elecciones legislativas anticipadas para los próximos 30 de junio y 7 de julio. Su desenlace es una incógnita, debido también al sistema de doble vuelta existente en el Hexágono. ¿El RN repetirá el exploit y llegará por primera vez al gobierno o habrá una movilización de la Francia progresista? ¿Habrá cohabitación entre Macron y el joven candidato lepenista, Jordan Bardella? Vaya como vaya, parece indudable que Le Pen ha conseguido ya su principal objetivo, desdemonizarse y optar a la hegemonía política, es decir, ser considerada aceptable por una gran parte de la sociedad francesa.
Al otro lado del Rhin, aunque la extrema derecha no ha ganado las elecciones, Alternativa para Alemania (AfD) se consolida como segunda fuerza con casi el 16% de los votos y supera a socialdemócratas y verdes. Cabe recordar, además, que a los ultras alemanes ni se les ha ocurrido intentar moderarse durante la campaña electoral: las declaraciones a favor de la “reemigración” de los “no asimilados”, la minimización de los crímenes de la SS y las evidencias de haber recibido dinero de Rusia –lo que le ha costado, entre otras razones, la expulsión de Identidad y Democracia– no han impactado negativamente. Al contrario, muchos jóvenes la apoyan y en el Este del país ha arrasado: en las elecciones que se celebrarán tras el verano en tres estados federados de la antigua RDA tiene el camino despejado. El canciller Olaf Scholz sale con los huesos rotos: la CDU post-merkeliana ha obtenido casi más votos que los tres partidos que forman la coalición de gobierno.
En síntesis, el “motor” franco-alemán está gripado. Y esto puede tener consecuencias también en el corto plazo: en las próximas semanas se decidirán los puestos principales para la nueva legislatura europea, incluida la presidencia de la Comisión. Después de esta dura derrota, ¿Macron y Scholz podrán todavía jugar un papel activo? ¿Seguirá en pie el acuerdo no escrito entre el presidente francés, el canciller alemán, el premier polaco Donald Tusk y Pedro Sánchez para excluir a la extrema derecha de las instituciones comunitarias? No se pierda de vista, además, el factor Meloni. Aunque el Partido Democrático e incluso la izquierda han resucitado debajo de los Alpes, la líder de Hermanos de Italia puede celebrar por todo lo alto su victoria. Junto a Tusk, que en Varsovia ha superado a los ultras de Ley y Justicia, una de las pocas buenas noticias junto al aguante del PSOE y la victoria socialista en Portugal, Meloni, que ha rozado el 29% de los votos, es la jefa de gobierno que sale más fortalecida de este 9 de junio. Y la delegación de su partido será la tercera más importante en la Eurocámara, justo por detrás de la CDU y de Le Pen.
El centro ya no existe
El segundo elemento muy preocupante es discursivo. La lectura que se está ofreciendo en la mayoría de los medios es que las fuerzas europeístas han aguantado, más o menos, el tipo. Repiten que se mantendrá una mayoría similar a la actual, formada por populares, socialdemócratas y liberales, y que, al fin y al cabo, no va a cambiar nada. Incluso hay quien afirma que el hecho de que las extremas derechas hayan moderado su euroescepticismo y hayan abandonado los propósitos de emular el Brexit mostraría la fortaleza del proyecto europeo. Sin embargo, este análisis o bien peca de wishful thinking, quizás por miedo a imaginar cuáles pueden ser los futuros escenarios si no hay un cambio de rumbo, o bien demuestra la ceguera de muchos analistas y tertulianos que aún no se han dado cuenta de lo que ha pasado en las últimas dos décadas.
No nos engañemos: el “centro” ya no existe, si alguna vez existió. Los populares se han radicalizado y han comprado parte de la agenda de la extrema derecha en temas como inmigración e identidad. En diferentes países, como Italia, Finlandia, Suecia o Croacia, están gobernando junto a los ultras. En otros, lo harían o lo harán en cuanto puedan. Incluso en el Partido Popular Europeo (PPE) hay partidos que son ya de ultraderecha, como el SDS esloveno, liderado por Janez Janša, que está siguiendo el camino iliberal del húngaro Viktor Orbán, miembro de los populares hasta hace tres años. Entre los liberales de Renew Europe también hay formaciones que podemos considerar como mínimo cuestionables, como el ANO 2011 del expremier Andrej Babiš, y otras que ya no le hacen ascos a pactar una coalición de gobierno con la extrema derecha, como el Partido Popular por la Libertad y la Democracia de Mark Rutte en los Países Bajos. Añadámosle la posición que algunos partidos socialdemócratas han adoptado en los últimos tiempos sobre la inmigración, como los daneses o los alemanes, ambos, por cierto, en el gobierno en sus países.
La guinda del pastel ha sido el giro que ha dado en el último bienio la actual presidenta de la Comisión Europea, Ursula Von der Leyen. Elegida en 2019 para frenar a los ultras, la popular alemana se ha escorado a la derecha, entablando una excelente relación con Meloni, abriéndole la puerta a la extrema derecha que se define como atlantista y dando pasos atrás en diferentes asuntos, como la lucha contra el cambio climático. No se olvide que el actual presidente del PPE, el bávaro Manfred Weber, ha sido el primer patrocinador de un pacto con el ECR. Ya en septiembre de 2022 bendijo la alianza entre Forza Italia y Hermanos de Italia. Y al año siguiente hizo lo mismo en España. ¿Dónde estaría este fantasmático “centro”, pues?
Ganar legitimidad
Probablemente, la mayoría en la Eurocámara seguirá siendo la misma. A día de hoy, tengámoslo claro, es el mejor escenario posible. Lo descubriremos dentro de unas semanas. Ahora bien, esa mayoría será en la práctica menos progresista comparada con el pasado porque todo el espectro político se ha movido a la derecha. Por otro lado, los populares, primer partido en Estrasburgo, se moverán con cierta libertad durante la legislatura, pactando algunas medidas con la extrema derecha y aprovechando, cuando sea posible, la existencia de mayorías alternativas. Sin ir más lejos, es lo que han hecho en los últimos dos años, desde la elección de la popular maltesa Roberta Metsola a la presidencia de la Eurocámara. Por último, si bien los ultras no conseguirán puestos importantes en las instituciones comunitarias, ganarán espacio, peso, visibilidad y, por ende, legitimidad. Seguramente caerá alguna presidencia de comisión parlamentaria, una o más de una vicepresidencia del Parlamento Europeo –ya tienen una ahora, dicho sea de paso– y, muy probablemente, una comisaría de peso, quizás con cargo de vicepresidencia.
En síntesis, las cosas no seguirán igual. Por cómo funciona la UE y por los complejos procedimientos existentes, en Bruselas los bárbaros no pueden reventarlo todo de golpe. Los cambios pueden ser solo paulatinos y difusos. Y en éstas estamos. Como cantaban Los Ilegales, vienen tiempos nuevos, tiempos salvajes. Prepárense.