Recomiendo:
0

19 de julio: Nicaragua y el estigma de las dictaduras

Fuentes: Rebelión

Volver a mirar lo vivido y descubrir ahí los caminos del futuro y no sólo la narración de lo pasado, es el secreto más rico de la historia.1

Han pasado 46 años y aún puedo sentir la fresca brisa sobre mi rostro cuando en un vehículo descapotado entramos a Managua encabezando una inmensa fila de camiones, camionetas, buses y toda suerte de medios, transportando a centenares de muchachos y muchachas de distintos orígenes sociales, armas disímiles y variadas vestimentas. Después de los combates en Managua, hicimos un repliegue y con esas fuerzas luchamos en la Meseta de los Pueblos, logramos la liberación de Jinotepe y la emblemática toma de Granada. Al pasar por Camino de Oriente respiré profundo y pensé en los amigos más cercanos que habían caído y luego escribí: —Quiero que ellos sientan en esta bocanada de aire este momento mágico que no pudieron vivir.

El 19 de Julio fue día de júbilo, expresado al día siguiente y de manera multitudinaria en la Plaza de la Revolución: una representación genuina del pueblo celebrando el fin de la dictadura dinástica que nos había sometido por la fuerza de las armas, la represión y las mentiras. He dicho muchas veces que la victoria no fue solo militar. Fue sobre todo una victoria popular, ciudadana, política. Las armas fueron un medio para enfrentar el modo de operar de la dictadura militar, pero el factor decisivo fue la voluntad de todo un pueblo respaldando a los guerrilleros que entraban a las ciudades. De nada hubieran valido los 110 fusiles con que entramos a los barrios orientales de Managua, sin millares de mujeres, ancianos, jóvenes y niños levantando barricadas, armándose como pudieron, alimentándonos, refugiándonos. Luchando juntos.

Lo anterior parecería un hecho común, pero al escudriñar en la historia se constata que ahí donde la gente no había decidido sumarse y combatir, solo había reveses, sin importar si teníamos fusiles poderosos como los FAL. Muchos factores concurrieron para que el pueblo luchara. El hartazgo, sí, pero también la convicción de la unidad, el consenso entre fuerzas diversas, opiniones encontradas y perspectivas distintas. Coraje, sí, y también rabia de la buena. Digna rabia. Romper el miedo y la opresión interna. La convicción de que, o acabábamos con la dictadura o la dictadura nos devoraba.

El asesinato de Pedro Joaquín terminó de persuadir a los más cómodos y timoratos que el momento había llegado. Hasta el capital privado puso su aporte. En esta etapa, socialistas, socialcristianos, liberales, conservadores y sandinistas cerramos filas. ¡Todos contra la dictadura somocista! La larga lucha plural y el triunfo que acabó con aquella dictadura están preñados de muchas luces y enseñanzas. Los factores que permitieron que se prolongara tanto tiempo, los pequeños y grandes éxitos y, sobre todo, los reveses a lo largo de tantos años, están repletos de saberes. Diseccionarlos y sacar lecciones es vital para quienes ahora, algunos con la cabellera blanca, luchamos contra la dictadura Ortega Murillo.

En este bregar existe la tendencia simplista de reducir la lucha a buscar culpables y descargar sobre ellos odio y veneno, como si esto fuese la solución de nuestros males. Los fenómenos políticos y sociales son mucho más complejos y menos predecibles que los de la naturaleza. Es esencial, sin prejuicios ni intereses particulares, desentrañar las causas, factores y condiciones que han favorecido al régimen dictatorial actual, para conjurarlo en el compromiso colectivo que debe contener el proyecto futuro. Ello contribuirá de manera constructiva a la organización de las luchas de resistencia en las nuevas condiciones.

Considero clave que indaguemos la relación entre la recurrencia de dictaduras en Nicaragua y su nexo con nuestras miserias humanas; los vínculos entre la cultura política y las costumbres que subyacen en nuestros desencuentros y reyertas como pueblo; y entre los siete pecados capitales que destacan todas las religiones y que también se advierten en manuales políticos. Quienes tienen el poder, grande o pequeño, y no quieren perderlo, explotan la avaricia, ira, envidia, lujuria, soberbia, gula y pereza. No sé si la suma de todos totaliza los odios, presentes de forma tan masiva que habría que preguntarse si falta un octavo en esa lista.

Los autoritarismos de cualquier signo tan presentes en nuestra contemporaneidad, el odio contra el otro, el diferente, el que no piensa como yo, proceden de otra cultura, de otra historia. Son armas letales usadas por los poderosos. Abundan pruebas. La dictadura Ortega Murillo utiliza y promueve de forma directa o por medio de sus agentes, cubiertos o encubiertos, odios y diferencias. Y en esta guerra de persecución no escapa ni Dios ni sus sacerdotes.

Quiero quedarme con una síntesis positiva no solo de las siete virtudes que se contraponen a esas lacras, porque nuestra historia también está llena de ejemplos de dignidad, paciencia, honestidad, humildad, resistencia y coraje. Sin eso no hubiera sido posible el 19 de Julio ni habría tanta gente que, adentro y en el exilio, no se han resignado a aceptar la opresión. Miles de quienes hoy resisten son parte o herederos de aquellos muchachos y muchachas que hace 46 años celebramos la victoria en la plaza de la Revolución.

Hago un merecido reconocimiento a la generosidad de tantas personas que luchando por libertad y justicia perdieron sus vidas en las décadas de los años 50, 60, 70, 80 y 90 del siglo pasado y a los asesinados durante y después del 2018. Pronto llegará el inevitable momento de la caída de la dictadura Ortega Murillo y tenemos la convicción de que podremos hacer un país más humano… Y con nosotros, nuestros muertos, para que nadie se quede atrás.

Nota:

1 Raúl H. Mora Lomelí. Cultura desde abajo en la fuente del coraje. Revista Envío 106, agosto 1990.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.