Amado Martínez Lebrón nació en San Juan en 1973. Es Doctor en Historia de Puerto Rico y el Caribe, habiendo completado sus estudios en el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, en su ciudad natal. Su formación académica incluye Filosofía e Historia en la Universidad de Puerto Rico. Desde una edad temprana se ha destacado como artista plástico, gráfico y audiovisual, así como escritor e ilustrador. Parte de su obra poética se encuentra en la antología “Circulando, Antología de Poesía Ilustrada” (2024), la cual también editó. Amado ha accedido amablemente a responder nuestras preguntas, y sus respuestas merecen ser compartidas con todos ustedes.
– Wilkins Román Samot (WRS) – ¿Es momento de exigir el fin del colonialismo y abrir un diálogo sobre reparaciones económicas en Puerto Rico y Estados Unidos? ¿Por qué?
– Amado Martínez Lebrón (AML) – Primero, agradezco la oportunidad de expresar libremente estos temas aquí. En segundo lugar, me parece fascinante cómo presentas tu pregunta; formulada de esa manera, no podría responder de otra forma que no sea afirmativa. ¿Quién podría negarse a la justicia? En esencia, esa será siempre mi respuesta a ambas partes de tu pregunta, especialmente cuando se busca una respuesta sencilla, clara y rápida que nos distinga de posturas más conservadoras. Sin embargo, en un marco más riguroso, desde la teoría hasta la práctica y en relación a la ejecución de la descolonización, la respuesta se vuelve más compleja, al menos para mí. Reconozco que estos reclamos a menudo parecen ser exigencias que buscan lo inalcanzable, pero deben ser discutidos con seriedad, a pesar de ello.
Como mencioné, la respuesta rápida es un rotundo sí; proponer el fin del colonialismo y reparar el daño histórico a nuestra isla es algo evidente. No obstante, la demanda de justicia no puede basarse únicamente en un principio moral; también necesita un plan viable para llevar a cabo dicha propuesta. Y antes de embarcarnos en tal plan, considero que lo más urgente en el proceso de descolonización es entender realmente lo que significa estar bajo una condición colonial.
La primera pregunta que surge al reflexionar sobre esta definición es: ¿cómo sabremos que finalmente hemos alcanzado la descolonización? ¿Es eso realmente posible? En el contexto de tu pregunta, se presenta la dificultad de definir o calcular una compensación económica que sea verdaderamente reparativa, especialmente sin un consenso que, entre otras cosas, nos permita ponernos de acuerdo sobre cuándo y cómo se está colonizado y, por ende, cuándo podríamos afirmar que hemos logrado descolonizarnos.
Dejando eso de lado, antes de atreverme a delinear algunas definiciones sobre la colonia para ilustrar mi perspectiva, así como lo que considero podrían ser reparaciones justas, debo añadir que la explotación colonial, como cualquier otro crimen, en línea con los discursos de ley y orden del capitalismo, debería incluir el castigo a los culpables. Sin embargo, en mi caso, no abogo por el castigo, ya que, además de ser consciente de la complejidad de la historia, reconozco que la brecha entre el daño causado en el pasado y las consecuencias en la cultura que lo condena en el presente es demasiado amplia como para ajustar cuentas con individuos específicos en el tiempo, si es que tales castigos pudieran reparar el daño.
Aclarado esto, pienso que, de hecho, para castigar a un imperio, primero hay que derrotarlo; porque quien tiene poder absoluto sobre otra persona, comunidad o país jamás reconocerá una deuda ni aceptará el castigo de alguien que no tenga la capacidad de obligarlo. No lo digo con la intención de incitar a una revolución, aunque me encantaría que así fuera, sino porque es un principio que el capitalismo, como sistema de clases contemporáneo, ha heredado de la historia. Es un conocimiento tácito del sistema que se manifiesta abiertamente.
El poder se nutre del ejercicio y la administración de la violencia o del terror que implica su amenaza. Está ligado a las riquezas y respaldado por ejércitos. Desde esa fuerza indiscutible se ejerce el privilegio; por eso, quienes son castigados somos nosotros, incapaces de enfrentar al monstruo del imperialismo estadounidense en solitario. Quizás se pueda derrotar al imperio estadounidense si logramos unirnos al resto del mundo, especialmente en un momento como el actual con la presidencia de Trump; pero, por nuestra cuenta, como una isla de 3.2 millones de habitantes, eso se vuelve imposible.
Así que estamos condenados por el imperio a vivir en desigualdad política y económica porque pueden hacerlo; porque no hemos encontrado una manera de evitarlo. Esa incapacidad para derrotar al imperio, ya sea a través de la fuerza militar o la económica, es lo que veo detrás de algunas de las fórmulas de estatus conocidas, como el ELA y sus derivados coloniales, incluida la estadidad. Sin embargo, la aceptación de nuestras desventajas en términos de fuerza y riqueza se encuentra detrás de muchas propuestas que se consideran descolonizadoras; aclaro que esto no es necesariamente bueno o malo, sino que esta aceptación de la subordinación reconoce abiertamente nuestras desventajas sin convertir todo en un problema de autoestima nacional o orgullo patrio, ni tratar el colonialismo como una enfermedad mental o un problema psicológico.
La lista de privilegios históricos que Estados Unidos posee en Puerto Rico es extensa y objetiva; se puede probar. Han impuesto leyes, incluso a nivel constitucional, que permiten la explotación del territorio de maneras que solo benefician a corporaciones y bancos. Hemos sido, desde colonia de bases militares y soldados ilimitados, hasta plantación de azúcar con mano de obra gratuita. Pero lo más reciente, tras el colapso de las 936, ha sido la creación de deuda a través de bonos de triple exención, que el sistema nos obliga a pagar a toda costa. Los bancos y corporaciones también se otorgan ventajas fiscales a sí mismos en todo el mundo, pero en la colonia lo hacen con una libertad especial, mediante decretos ejecutivos que eluden cualquier proceso democrático. Nos imponen juntas fiscales y contribuciones regresivas como el IVU, que se utilizan para emitir deuda extra constitucional garantizada por nuestro consumo; además, para establecer impuestos severos que agravan las desigualdades, fomentando la inflación, el desempleo y el desplazamiento acelerado de los nativos. Todo esto forma parte del dictado económico de un sistema basado en la explotación económica: de plusvalía y deuda (nacional o personal). Así es la colonia, y todo es producto de las clases dominantes sin bandera. De igual forma, la única razón por la cual estamos gobernados por la dictadura del mercado es que no existe una fuerza que, desde intereses antagónicos, haya podido evitarlo.
Como mencioné anteriormente, además de la necesidad de poder, en el sentido de contar con recursos y fuerza para derrotar a un imperio y estar en condiciones de exigir reparaciones, es necesario definir los límites de la colonia. Sé que este tema ha sido objeto de discusión hasta el cansancio, pero parece haber tantas formas de entender la descolonización como personas que lo abordan. ¿Qué entendemos por colonia, entonces?
Muchos creen que estar colonizado implica perder una identidad cultural basada en el idioma y/o la desaparición de una caracterización específica del nativo del pasado, ya sea en términos de raza, religión, género o tiempo, entre otros. Se habla de estar colonizado cuando nos desconectamos o traicionamos un aspecto distintivo que se define como biológico o psicológico, como si la explotación fuera una enfermedad mental en el explotado, y no en el explotador, o como si no estuviera relacionada con las condiciones que crean y perpetúan la pobreza. Por eso, se puede ser boricua hasta en la luna, y la diáspora reclama puertorriqueñidad imaginaria basada en esa ancestralidad; y por eso también se les niega la participación política a los extranjeros en la isla, aunque, como nosotros, compartan las consecuencias concretas de la colonia, mucho más que los exiliados.
Existen quienes, aunque debo admitir que son muy pocos, comprenden que la colonia significa vivir al margen político y social de todo lo que se discute, sin poder apelar a decisiones que nos afecten directamente como país capitalista, en un territorio que hemos ayudado a construir trabajando por generaciones y que ahora parece que nos están despojando. También hay personas, aun menos numerosas que las mencionadas, que reconocen que la colonia es vivir con la desventaja de la pobreza en el mercado internacional, bajo la dictadura de las clases dominantes, y no ser víctima de un país específico. Hay quienes transitan entre la identidad cultural y ciertos aspectos económicos sin poder entender que son diferentes facetas de la misma realidad; y otros que aceptarían la independencia incluso con un rey. Asimismo, conozco a personas que piensan que estar colonizado equivale a dejar de identificarnos con lo que produce una región, o a consumir ideas creadas en otros países, especialmente los dominantes, y que, desde el rechazo a la cultura europea, aceptan cualquier discurso ancestral, aunque sea pura fantasía, superstición y delirios, con tal de no ser parte (como si pudieran evitarlo) de las ideologías producidas por los imperios. También hay quienes creen en la descolonización ecológica o que reclamar la tierra de las garras de multinacionales millonarias es un acto de descolonización, y así sucesivamente, muchas otras. Reconozco que todas tienen aspectos poderosos, pero también todas presentan cosas terribles; sin embargo, la mayoría coincide en que somos una colonia y, aunque con matices y apreciaciones diferentes, también la mayoría considera que la descolonización depende exclusivamente de nuestra relación con Estados Unidos.
Para mí, la colonia no es solo una relación política y cultural con un país específico, ni se reduce a los aspectos legales y comerciales que nos definen como territorio ante Estados Unidos; desde mi perspectiva, todo se inscribe en las consecuencias de nuestra desventajosa relación económica con un mercado global y su cultura, así como con los agentes que permiten y justifican los términos de esa relación. Por ejemplo, las corporaciones beneficiadas por las 936 lavaban dinero de otras inversiones globales, como muchas instituciones religiosas en cualquier país cristiano; evidenciando cómo la condición colonial beneficiaba al capital, independientemente de su nacionalidad. Las fronteras y el nacionalismo se agudizan con guerras y crisis del capitalismo, pero aun cuando las naciones estén en guerra, el imperio del capital no conoce fronteras, porque es multinacional, y su cultura es tan global como sus mercados de armas. Ese imperialismo del mercado internacional es el que ha impuesto incluso lo que se cree que es un renacer espontáneo del folclore de una colonia. Nos definen los intereses económicos y las ideologías de las clases dominantes, no un estado-nación y su folclore.
Ahora, tratando de enlazar la perspectiva de una colonia global con las reparaciones, ¿quiénes deberían pagar reparaciones si se las exigimos a Estados Unidos? ¿Los trabajadores que pierden servicios públicos para cubrir la deuda de sus amos, o los adinerados herederos de aquellos colonizadores que aún se enriquecen con el trabajo de nuestros ancestros sin haber dado un solo golpe en defensa propia? Desde mi punto de vista, debería ser el capital el que pague, aunque no esté asociado a un apellido, una familia o una nación. Las corporaciones multinacionales, como herederas del saqueo histórico, deberían responder, aunque su capital ya no esté en Estados Unidos o no pueda trazarse hasta los Rockefeller, Carnegie, Morgan o cualquier Fruit Company conocida. Visto de esta forma, ¿estamos realmente luchando contra los colonizadores si solo nos enfrentamos al gobierno estadounidense, o deberíamos luchar contra el capitalismo y sus bancos a nivel global? Esta pregunta es retórica, por supuesto.
Además, con el objetivo de llevar la discusión a otros niveles, propongo que, para hablar de reparaciones, empecemos por abolir el derecho a la herencia. Si pudiera, colocaría un cartel, quizás en la Martínez Nadal; aún no he decidido, pero tendría que ser en inglés, por supuesto, que dijera: “La riqueza de tu padre no es tu logro. Abolir la herencia”…
Bromas aparte, creo que la idea de que las riquezas acumuladas por una persona deben ser heredadas por sus hijos es completamente injusta, ya que es el robo legalizado del trabajo de toda una comunidad en el pasado. Es injusta de muchas maneras, y cada vez que lo menciono recibo fuertes objeciones, pero estas objeciones surgen porque se visualiza la abolición de la herencia como un despojo de lo que pertenece a los ricos; cuando en realidad debería ser vista como lo que es: la devolución a las mayorías trabajadoras de las riquezas que les fueron robadas a nuestros ancestros, ya sea como esclavos o como trabajadores asalariados.
Y si me permites un desvío, incluso un desempleado merece compensación, porque es un trabajador a merced del mercado. El trabajador, incluso sin empleo, sigue siendo un colonizado del sistema capitalista que lo crea al condenarlo a vender su fuerza laboral, despojándolo de toda propiedad o medios productivos. El desempleado está ahí por si se necesita como soldado para una guerra o para realizar tareas que nadie más quiere, y en condiciones que otros rechazan; pero, sobre todo, el desempleado está ahí para presionar los salarios a la baja. El parado, por lo tanto, es un trabajador de reserva, como decía Marx, y cumple una función necesaria en el sistema capitalista, por lo que debería ser sostenido por el sistema que lo crea y que lo necesita.
Fue también Marx, en colaboración con Engels, quien indicó que uno de los pasos inevitables en la transición del capitalismo hacia una sociedad socialista es la redistribución de las riquezas históricamente secuestradas por vías consanguíneas; es decir, repartir las herencias entre todas las personas que de otro modo solo recibirían de sus padres un legado de pobreza.
Mi argumento es que abolir la ley de herencia es una forma de reparación histórica, como la que estamos asociando aquí con una descolonización justa. Una medida como socializar las riquezas mediante una ley que revoque los derechos de herencia y utilice esos recursos para mejorar la infraestructura pública que equilibre la sociedad, mitigando las desigualdades históricas, sería una manera sencilla y justa de compensación reparativa por la esclavitud de la plusvalía. Desde mi perspectiva, entiendo que una cultura que se valore a sí misma como comunidad, como un todo, indivisible, dependiente del bienestar de todas sus partes, tendría esa aspiración.
Pero, ¿por qué no se ha hecho algo así? ¿Por qué no se ha abolido la herencia, considerándola un robo de riquezas colectivas en el pasado? Pienso que esto ocurre en parte porque las leyes de herencia, junto con otras prácticas, son impuestas y perpetuadas por la fuerza, y están integradas en la fibra histórica de la cultura humana desde hace milenios, respaldadas por la administración de una violencia mortal. Dado que la herencia solo es posible con la propiedad privada y la defensa violenta de sus principios, se arraiga en la cultura al punto de que incluso Dios la protege. Pero, si alguna vez llegáramos a ver la herencia como el delirio antisocial que representa, ¿qué tendríamos que hacer para abolirla? ¿De qué depende? Estas mismas preguntas me surgen al hablar de la colonia, porque existe una relación directa entre esta, la cuestión de la herencia y el poder.
La descolonización y las reparaciones, a la luz de lo anterior, resultan ser conceptos que se proponen como ideales; lo sé, como guías de trabajo o como faros. Por lo tanto, deben definirse críticamente a lo largo del tiempo y cambiar según sus proponentes; porque se requiere la libertad de ese cielo de la descolonización, para tal vez alcanzar la nube de esta discusión. Por ejemplo, este tema me brinda la oportunidad de expresar que considero más decolonial e importante que la gente entienda que somos una posesión del mercado capitalista internacional y sus clases dominantes, a que crean que la libertad se consigue negociando con el gobierno estadounidense, reclamando la defensa abstracta de una identidad cultural imaginaria o luchando contra ofensas simbólicas, ocultas en monumentos, soslayadas en la infraestructura o agazapadas en discursos. Aun así, debemos hablar de Estados Unidos, su gobierno y su cultura, porque es a través de ellos que conocemos el capitalismo moderno. El capitalismo nos llega de Estados Unidos junto a la colonia política, pero lo que merece énfasis es que los gobiernos electos han sido y son meras herramientas de las corporaciones y los bancos; y las corporaciones y los bancos no conocen fronteras, porque el capital no las tiene.
Descolonizarnos con reparaciones presenta el problema adicional, como sugerí antes, de ser una propuesta paradójica. Porque si tenemos una necesidad concreta y material de recibir algo para poder ser independientes con dignidad, esto implicaría que no contamos con la fuerza o la capacidad para exigirlo. La otra opción sería sostener la fantasía de que una corporación capitalista nos pagará reparaciones movida por la bondad y el amor al prójimo. Pero, a su vez, si tuviéramos la fuerza para demandar reparaciones, no necesitaríamos reparaciones, porque seríamos nosotros mismos un poder superior al imperio que nos oprime y capaces de exigir lo que quisiéramos.
Pero insistiendo en que considero justo y necesario hablar sobre el fin de la colonia y exigir reparaciones, a nivel político, me asaltan, más allá de lo obvio, una gran cantidad de preguntas adicionales en caso de que esto se lograse. Por ejemplo, ¿quién administraría las reparaciones? ¿Cuáles serían sus prioridades y cómo se decidirían? Y esas son las preguntas sencillas. Tengo otras más complejas: ¿qué sistema de gobierno tendría Puerto Rico con independencia? ¿Tendríamos a los banqueros y a las corporaciones nacionales y multinacionales de siempre dictando cómo se administran el trabajo y las riquezas? ¿Qué otras alternativas tenemos? ¿Tendremos a los religiosos determinando la justicia pública, las reglas de convivencia y hasta lo que se defina como un crimen en función de sus creencias? ¿Sería eso considerado una descolonización? ¿Vale la pena una independencia política que solo cambie, si es que cambia, a unas empresas y banqueros de un país por empresas y bancos de otros? ¿Estamos realmente descolonizados si el sistema económico y el mercado permanecen intactos o incluso empeoran? ¿De qué sirve una independencia que mantenga el poder en la banca, si pertenecemos a las mayorías trabajadoras sin patrimonio? Cuando hablamos de descolonizarnos, ¿cuánta gente está pensando en dejar de ser capitalistas? ¿Creemos que la economía estadounidense no dominará la nuestra si fuéramos independientes legalmente, y que los bancos dejarán de imponer sus intereses en la política? ¿Pensamos que podemos evadir las leyes del mercado capitalista y sus condiciones con un nuevo estatus político? Quizás podamos mejorar algunas condiciones y favorecer una producción capitalista local si así lo deseamos, pero la desigualdad que sufre un obrero es inherente al capitalismo y no depende únicamente de la relación con un país; aunque en las colonias de un país imperial esas desigualdades se exacerben. Nuestro verdadero imperio son las clases dominantes en el mercado capitalista y no una bandera.
Todo lo que asociamos con la colonia, incluso gran parte de lo que defendemos como parte de nuestra identidad cultural autóctona, tiene sus raíces en los beneficios que obtienen las corporaciones, los bancos y todas las personas que son dueñas de ambas, independientemente de sus nacionalidades. Históricamente, los salarios en Puerto Rico han estado por debajo de los de puestos similares en Estados Unidos, y muchos argumentan que esto se hizo para hacernos “atractivos” para las corporaciones, por ejemplo. Sin embargo, la realidad es que fueron las corporaciones y los bancos los que impusieron esas condiciones legalmente a través de demandas y presiones al Congreso, para poder venir a explotar a aquellos que no tenían forma de defenderse, porque no eran ciudadanos legales de un país como Estados Unidos, que prohibía esos niveles brutales de explotación.
Los bancos crearon las leyes 936 para Puerto Rico; unas exenciones fiscales que buscaban incentivar la instalación de fábricas estadounidenses en la isla, siempre que depositaran su dinero en bancos locales y emplearan a trabajadores puertorriqueños, que eran mucho más baratos que los estadounidenses. Idearon decretos de exenciones fiscales asociados ahora con la ley 60, así como la especulación con bonos gubernamentales y el IVU; porque buscan capital fácil, sin riesgo, o garantizado con el trabajo de otros; entiéndase: con poca inversión y altos rendimientos. Esa relación es la que es verdaderamente colonial, y los miembros de las juntas de bancos y corporaciones que nos explotan, así como muchos de sus accionistas, tienen ciudadanías de muchos países diferentes. La colonia es ser gobernados por corporaciones que nos explotan y nos dirigen, aprovechándose de nuestras desventajas, desde cualquier parte del mundo.
En resumen, los bancos y corporaciones son responsables históricos de la privatización, de promover la reducción del tamaño de los gobiernos y de la austeridad; y son una de las fuerzas principales detrás de la determinación del valor de todo, incluyendo el del trabajo. Son las instituciones financieras las que deciden dónde y cómo se construye, porque son las que financian los proyectos cuando se consideran rentables. Por lo tanto, si alguien quisiera, por ejemplo, detener un proyecto multimillonario en Puerto Rico, tendría más éxito enfrentándolo desde el préstamo con el banco que desde las leyes del gobierno. Porque si un banco considera un proyecto lo suficientemente rentable como para financiarlo una vez, este se llevará a cabo, tarde o temprano, como ocurrió con Paseo Caribe, Isla Verde, Palmas y Dorado, entre miles de otros; y como ha sucedido en toda la República Dominicana. El banco tiene todo el tiempo del mundo para esperar, incluso que generaciones se quemen y se releven, porque es una institución compuesta por miembros de una clase histórica que se renueva y perpetúa, defendiendo la herencia como un principio inapelable, y porque los banqueros roban para ellos, pero también para su descendencia.
¿Cómo podría un país como Puerto Rico, en el contexto mundial actual, acabar con la relación colonial cuando esa relación es impuesta por el mercado capitalista global, sus corporaciones y bancos? ¿Cómo podría evitar que la administración pública de un país establezca una fórmula de independencia, estadidad o cualquier otra, que no imponga una ley fiscal o salarial redactada por una oligarquía financiera, o que no defina una constitución basada en la cultura y los intereses de los capitalistas? ¿Para quién sería la independencia que se logre aquí si se pudiera derrotar al imperio político estadounidense y qué garantías tenemos de que no enfrentaremos las mismas desventajas económicas, militares, de recursos y mano de obra frente al resto del mundo?
¿Podemos confiar en que una economía capitalista global nos dejará negociar libremente en igualdad de condiciones cuando es capaz de explotar a países enteros sin consecuencias políticas y sin declararlos colonias? ¿El mercado mundial podrá “integrarnos” sin imponernos austeridad, y sin forzarnos a intercambiar bienes en desventaja que nos condenen nuevamente a condiciones coloniales o “neocoloniales”, como bajos salarios, escasez de vivienda asequible, educación pública mediocre y servicios médicos deficientes? ¿Qué nos hace pensar que el mundo capitalista no dominará nuestra cultura y economía, bajo cualquier estatus? ¿Qué nos hace creer que el mundo capitalista no nos empujará a la precarización, aunque no seamos una colonia estadounidense? Es imposible lograr una descolonización sin lucha, y cada uno debe luchar por la que le convoque; pero es crucial saber dónde se encuentra el imperio, y el imperio no es un país, sino una clase económica sin fronteras en el mundo.
– WRS – ¿Qué relación, si alguna, ves entre la migración de los puertorriqueños a los Estados Unidos y las innumerables oportunidades desarrolladas por el Congreso de los Estados Unidos para que las corporaciones estadounidenses exploten a Puerto Rico?
– AML – La gente sigue al capital; no siempre de manera consciente, pero la fuga de capital hace intolerable la vida en la región que lo pierde, mientras que hace más atractiva la vida en las metrópolis donde se invierte el capital robado. La colonia promueve la emigración porque encarece la vida de los trabajadores. Esto provoca que las personas emigren al país que las conquista y explota, buscando lo que han perdido. Esto se está viendo en todo el mundo; los países que fueron neo-colonizados, tanto en África como en Latinoamérica, están generando oleadas masivas de emigración hacia sus respectivas neo-metrópolis, tanto en Europa como en Estados Unidos. Es de conocimiento público las recurrentes caravanas latinoamericanas que se dirigen a pie hacia el primer mundo. Las multitudes de inmigrantes africanos que han llegado a Europa en los años postpandémicos buscando mejorar su vida y huyendo de las crisis creadas en sus países por los propios capitalistas europeos son ya legendarias. De 2023 a 2024, aumentó en un 67% la inmigración africana a Europa; se estimó que más de un cuarto de millón de personas cruzaron, mayormente el Mediterráneo, en embarcaciones precarias hacia el continente europeo.
Las corporaciones en Puerto Rico, especialmente las extranjeras con privilegios económicos, contribuyen muy poco al bienestar del país; ni siquiera generan muchos empleos, como hacían algunas empresas en la isla durante las 936. De este modo, las nuevas empresas capitalistas también desplazan a los trabajadores cuando no logran generar empleo, pero depositan sus riquezas en el territorio, afectando el precio de todo. La gente desempleada no genera capital o crédito, por lo que se ve incapaz de comprar propiedades, que a su vez suben de precio irracionalmente debido a la burbuja inmobiliaria creada por la construcción y venta de viviendas de lujo para estos nuevos inversionistas con exenciones fiscales. Todo esto nos expulsa; porque, así como se secuestra y expatria capital, también se secuestra y expatria mano de obra.
– WRS – ¿Cuál debería ser el rol de la academia y la sociedad civil puertorriqueña dentro de los Estados Unidos y Puerto Rico en la descolonización de Puerto Rico, si es que existe? ¿Qué deberían hacer?
– AML – La academia y la sociedad civil desempeñarán los papeles que les convengan, como siempre; y eso no tiene nada de malo, aunque tampoco necesariamente algo bueno. Los académicos son personas como cualquier otra, y no hay en la cualidad de su formación nada que los obligue a adherirse a una creencia específica o que imponga en ellos una idea política sobre otras. El mundo está plagado de personas llenas de prejuicios. A nuestro alrededor hay muchos fascistas, xenófobos y conservadores, incluso en las universidades, así como en otros espacios de poder secular y civil. Así que, si te dijera que el rol de los académicos o la sociedad civil debería ser el liderazgo político sobre el tema de la descolonización, no sonaría tan progresivo si lo hacen desde sus posturas clasistas, xenófobas, racistas, machistas, homofóbicas o estadistas. Podría decirte lo que me gustaría que hicieran los académicos que piensan como yo, pero la realidad es que harán lo que los perpetúe en su zona de confort y les convenga; así como lo haremos nosotros también, cuando hablemos desde nuestras identidades autoimpuestas y acomodaticias.
Sin embargo, si me preguntas a quién creo que deberíamos escuchar atentamente, alentar y promover, diría que deberíamos enfocarnos en los trabajadores. No me interesa ver a académicos, a la sociedad civil o a cualquier otra abstracción que represente a un pueblo imaginario, sin divisiones de clase y sin conflictos económicos, como protagonistas de un proceso descolonizador; lo que realmente me importa es escuchar y amplificar los intereses de los trabajadores asalariados como creadores de riqueza y no como representantes de políticas de identidades que en realidad son identidades de mercado. Para mí, esa es la voz que debemos procurar: la del trabajador en plusvalía, pobre y precarizado. No se trata de convertir al pobre en un oráculo o de encasillarlo como agente histórico en un discurso apocalíptico; sino de defender y promover la agenda de que cada cual debe recibir una compensación justa y equivalente a su trabajo.
– WRS – ¿Cómo podría el Comisionado Residente de Puerto Rico en el Congreso de los Estados Unidos y los congresistas de origen puertorriqueño ayudar a resolver los problemas socioeconómicos generados por la explotación de Estados Unidos en Puerto Rico?
– AML – Permíteme en esta respuesta tomarme la libertad de ser un poco exagerado. Porque te propongo que me dejes decir sin tapujos que todas las figuras que mencionas son simbólicas; y que tienen tanto poder como el Papa rezando desde Roma o Ronald McDonald sobre el destino de una hamburguesa. Exagero, claro, pero lo hago en serio. Creo que la política partidista electoral es una ficción de la realidad; más un encubrimiento del saqueo y la explotación capitalista que una vía hacia el poder o las reparaciones. Los cargos electivos están diseñados para administrar a sueldo los intereses del capital, relacionados con la fuerza laboral y sus leyes de convivencia. Los estados manejan las riquezas necesarias para la supervivencia de un sistema de explotación, otorgándole lo mínimo posible a quienes son explotados; y eso es lo que representa la Junta de Control Fiscal, por ejemplo: un gobierno no electo que determina las migajas que nos corresponden tras privilegiar a los bancos. Pero la cuestión es que imponernos una junta es redundante; ya sea aquí o en Detroit, Michigan.
El sistema político y legal es el que vigila y castiga para mantener el orden de la opresión capitalista; son quienes engrasan la maquinaria jurídica para separar al pobre improductivo de los productivos, y quienes llevan las finanzas del ejército para proteger la propiedad privada de amenazas externas.
Para mí, el gobierno electo es como un teatro; otro rincón del mundo del espectáculo. Y el show business tiene poder, eso lo sabemos, pero nunca atenta contra las leyes de explotación; porque todos sus empresarios exitosos se benefician de ellas. Las elecciones en una colonia del capitalismo, ya sea una extra-explotada como Puerto Rico o cualquier estado de Estados Unidos, son fundamentalmente como las elecciones para presidente de la clase graduanda de una secundaria. Los maestros y los directores les permiten a los alumnos tener un pequeño poder, como el de trabajar y hacer por ellos mismos lo que de otro modo tendrían que hacer los maestros. En el proceso, les obsequian la ilusión de poder; pero los maestros saben que eso les beneficia porque al final les quita una carga de encima. Se les conceden algunos reclamos y se simula la democracia dejándoles ganar cosas para que alimenten su autoestima. Pero en el fondo no mandan nada; y todo el mundo lo sabe. Las elecciones y los puestos electivos en el capitalismo también comparten el mismo espíritu de aquellos mayores que fomentan en los niños la creencia en Santa Claus. Saben que están mintiendo; pero les parece bonito hacerles creer mentiras a los niños con el fin de mantener una tradición.
Para muchas personas es difícil aceptar todo esto; pero si las elecciones dieran poder a alguien que no lo tiene ya, no nos dejarían participar. El sistema político representa a los poderes permanentes; y no son el poder en sí, sino que representan la cara pública que muestran quienes manejan el capital para que asuman las consecuencias por ellos temporalmente. Claro que hay disputas entre ideas, así como hay muchos capitalistas divididos en bandos sobre diversos temas, incluida la independencia. Existen capitalistas liberales y de derecha, pero todos son devotos incondicionales del capitalismo y solo obedecen al mercado y sus imperativos de lucro; así que lo que dicte el mercado será lo que se hará en diferentes gradaciones o bajo infinitas variedades de discursos sobre temas de convivencia; pero todo eso se llevará a cabo hasta que alguna fuerza externa a sus intereses lo detenga. Lo que sucede fuera de esas clases dominantes es solo juego y espectáculo en este momento.
– WRS – ¿Por qué los movimientos de estadidad no han sido capaces de confrontar al imperialismo estadounidense en Puerto Rico y Estados Unidos? ¿Qué deberían hacer?
– AML – Prefiero que los estadistas sean quienes hablen sobre la estadidad, pero cada cual buscará aquello que desee; y todo aquel que se sienta identificado lo seguirá determinando por su popularidad o su irrelevancia. Sin embargo, para mí, exigir la estadidad requiere del mismo poder que se necesita para lograr la independencia. Si tuviéramos el poder para exigir con éxito la estadidad, no nos haría falta ser un estado.
– WRS – ¿Qué ha hecho, si es que ha hecho algo, la presidencia de Estados Unidos y los dos partidos políticos dominantes en Estados Unidos, el demócrata y el republicano, para mitigar el desastre que ellos y el pueblo estadounidense ayudaron a crear en Puerto Rico?
– AML – Lo mismo que hace un buitre para revivir a un cadáver.
– WRS – ¿Cuál sería la forma en que los puertorriqueños podrían romper este ciclo de abuso del colonialismo estadounidense en Puerto Rico? ¿Deberían Puerto Rico y los puertorriqueños recibir reparaciones económicas de Estados Unidos?
– AML – En cuanto a lo que se pueda o no hacer para romper el ciclo de abuso colonial, te responderé cuando me digas cómo se podría lograr que los puertorriqueños sean autónomos. Sobre las reparaciones, remito a mi primera respuesta.
– WRS – El economista francés Thomas Piketty considera que Francia debería reparar a Haití en más de 28 mil millones de dólares. ¿Cuánto debería reparar Estados Unidos a Puerto Rico y a los puertorriqueños?
– AML – No podría calcular una cifra así; tampoco creo que alguien pueda hacerlo de manera objetiva. Seguramente se podría asignar algún precio o cifra midiendo el valor de la tierra, la mano de obra, calculando las ganancias derivadas de sus corporaciones, entre miles de otras variables, incluido el daño emocional y psicológico, pero todo sería insuficiente, incalculable y prácticamente imposible. Se puede poner precio a cualquier cosa, como se hace en el capitalismo todo el tiempo; pero no creo que las reparaciones deban ser vistas como una cuestión de encontrar una cifra, o depender de determinar un capital; sino de la fuerza que tengamos para reclamarla, así como de cómo definamos, como mencioné antes, lo que significa estar descolonizados.
– WRS – Muchos puertorriqueños viven en la diáspora, tanto en Estados Unidos como fuera de él. Otros han sido y son partícipes del saqueo estadounidense en Puerto Rico. Todos, los primeros y los segundos, son estadounidenses. ¿Por qué deberían o no deberían ser recompensados? ¿Son todos los puertorriqueños sujetos coloniales a quienes se les ha robado su futuro en su propia tierra? ¿Se les debe devolver su futuro estén donde estén, sean quienes sean?
– AML – Creo que ya discutí esto en otra respuesta, de la forma en que prefiero abordarlo: enfatizando la identidad de la clase oprimida y no la que se plantea como identidad cultural, ya sea asociada a la región o a la línea consanguínea. Pero, resumiendo, una reparación debe ser una redistribución de riqueza que resuelva una desigualdad histórica o que mitigue una brecha económica producida por la explotación a lo largo del tiempo. En ese caso, no es “ser puertorriqueño” lo que nos debe hacer merecedores de reparaciones; sino la condición de ser históricamente pobres. Eso incluiría también a los inmigrantes pobres, y no solo a aquellos identificados con la identidad puertorriqueña.
– WRS – Recientemente se ha estado moviendo un proyecto de Orden Ejecutiva para el reconocimiento de la soberanía de Puerto Rico por parte del Presidente de los Estados Unidos. ¿Qué le falta a ese proyecto de Orden Ejecutiva? ¿Qué defectos le ves a ese proyecto? ¿Por qué Estados Unidos merece algo mejor? ¿Por qué Puerto Rico merece algo mejor?
– AML – Todo eso me parece tan relevante como un juego de niños. Los proponentes del proyecto dicen que el gobierno se ahorraría mucho dinero dándonos la independencia; pero los intereses del imperio en las ventajas que representa una colonia no se limitan a los gastos del estado. Más importante que las finanzas del gobierno político del imperio es la colonia que resulta ser la legalización de los privilegios de sus corporaciones y bancos en el territorio. Estos se benefician enormemente aquí, y lo que invierte Estados Unidos como estado político es para mantener esa explotación privada y rentable para sus capitalistas nacionales. En este sentido, si la propuesta de orden ejecutiva se tomara en serio, se enfrentaría a las objeciones de todas las grandes corporaciones y bancos que encuentran rentabilidad y beneficios aquí en la isla; comenzando por aquellos que lograron que el Congreso nos impusiera hasta una junta fiscal (una justificación legal para el saqueo financiero) con el fin de reparar la máquina de generar deuda de bonos que nos convierte, hasta la fecha, en la colonia del mercado internacional que somos. Repito, la colonia no es un país o estado nacional; aunque estos proporcionen ejércitos, ideología, discursos y justificaciones, como las iglesias, para la explotación. La colonización tiene múltiples elementos y se manifiesta a través de innumerables condiciones culturales; pero es gestionada por una clase económica que no tiene fronteras y que nos ha convencido de que su cultura es la nuestra, al venir envuelta o encubierta en el folclore regional.
En conclusión, el desafío de la descolonización y la búsqueda de reparaciones son tareas complejas que requieren un entendimiento profundo de las dinámicas de poder, economía y cultura que nos afectan a todos. Debemos cuestionar no solo las estructuras de poder que nos han oprimido, sino también las narrativas que nos han sido impuestas sobre nuestra identidad y nuestras luchas. La lucha por la justicia en Puerto Rico no solo es una lucha contra la colonialidad estadounidense, sino también contra las estructuras del capitalismo global que perpetúan la desigualdad y la explotación.
Es fundamental que, al abordar estos temas, no perdamos de vista la importancia de una voz colectiva que represente a aquellos que han sido históricamente marginados. La verdadera descolonización debe incluir a los trabajadores, a los pobres, a los excluidos y a todos aquellos que han sufrido las consecuencias del colonialismo y la explotación. Solo a través de una lucha unificada y consciente, que reconozca nuestras diversidades y similitudes, podremos avanzar hacia un futuro donde la justicia, la equidad y la dignidad sean la norma y no la excepción.
Gracias por tu interés en estos temas fundamentales y por la oportunidad de compartir mis pensamientos sobre la realidad de Puerto Rico y su relación con Estados Unidos. La conversación debe continuar, y es vital que sigamos cuestionando, analizando y, sobre todo, actuando en pro de un cambio significativo y necesario.
Wilkins Román Samot, Doctor de la Universidad de Salamanca, donde realizó estudios avanzados en Antropología Social y Derecho Constitucional.
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