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El genocidio en Gaza, otra masacre más de Gran Bretaña, 15 millones de personas muertas desde 1945

Fuentes: Rebelión [Fotografía de un dibujo de Magnus, seudónimo del dibujante de cómics italiano Roberto Raviola (Paul Cochrane)]

Traducido del inglés para Rebelión por Beatriz Morales Bastos

Gran Bretaña no es ajena al genocidio. Cometió muchos en el pasado y hoy en día está haciendo otro posible al participar activamente en la guerra genocida de Israel contra el pueblo palestino. Gran Bretaña quiere ocultar sus crímenes escondiendo la verdad acerca de todas las maneras en que ayuda a Israel a cometer el genocidio: compartiendo sus bases aéreas y sus servicios de inteligencia, por medio de generosas exportaciones de armas, y proporcionando a Israel cobertura política. También trata de silenciar todo la militancia a favor de Palestina al considerar actos terroristas la desobediencia civil noviolenta (1), como la que lleva a cabo Palestine Action; el apoyo a este grupo puede ser castigado con hasta 14 años de cárcel.

Este planteamiento cada vez más censor y draconiano sigue un muy utilizado manual que usa la clase dirigente británica para negar, minimizar, tergiversar u ocultar el papel que ha desempeñado el país en conflictos y ocupaciones en todo el mundo, tanto a lo largo de la historia como más recientemente, especialmente cuando actuó como compañero de Estados Unidos durante las décadas de la «guerra contra el terrorismo».

La decisión de Gran Bretaña de «mantenerse hombro con hombro» con Estados Unidos, como muy bien lo expresó el entonces primer ministro británico Tony Blair en 2001 al empezar la «guerra contra el terrorismo, provocó una inmensa pérdida de vidas humanas: según el proyecto Costs of War [Coste de la guerra] de la Universidad Brown, se calcula que murieron directa o indirectamente entre 4.5 y 4.7 millones de personas.

Sin embargo, los medios de comunicación convencionales no nos machacan con el belicismo de Gran Bretaña y su contribución a esta atroz cifra de víctimas en la misma medida en que lo hicieron con la guerra de Rusia en Ucrania o los ataques a Israel por parte de Hamas del 7 de octubre de 2023. Al no hacerlo, estos medios de comunicación son capaces de crear consentimiento respecto a la participación de Gran Bretaña en las «guerras interminables» y reprimir todo el debate público acerca de por qué le país tiene esa política exterior tan militarista. El hecho de que los medios de comunicación no saquen a la luz el sangriento historial de Gran Bretaña también permite a los primeros ministros salir inmunes, sin que nadie los cuestione, con una retórica como la del actual líder Keir Starmer, que afirma que «Gran Bretaña está junto con Israel contra el terrorismo, a favor del derecho internacional y de la protección de vidas inocentes».

La líder del Partido Conservador, Kemi Badenoch, admitió de manera poco habitual por qué Gran Bretaña apoya a Estados Unidos e Israel cuando afirmó: «Israel libra una guerra por delegación en nombre de Gran Bretaña, lo mismo que Ucrania lo hace contra Rusia en nombre de Europa Occidental». El objetivo de ea guerra por delegación es «eliminar a Hamas» y atacar al «enemigo» de Gran Bretaña, Irán.

Esta justificación se expresa en los términos que los políticos británicos utilizaron constantemente durante todo el tiempo que duró su dominio imperial y que ha adoptado Benjamin Netanyahu: que Israel libra una guerra de «civilización frente a barbarie» y «entre las fuerzas de la luz y las fuerzas de la oscuridad, entre la humanidad y el comportarse como animales».

La lógica que subyace en estas afirmaciones es que el pueblo palestino no forma parte de la civilización occidental y, por lo tanto, son untermenschen, «subhumanos»; que no son personas dignas de tener los mismos derechos o la misma igualdad. El corolario es que toda oposición a «Occidente» por su parte se debe, y se puede, reprimir violentamente.

Los administradores del Imperio británico consideraban «subhumanas» a aquellas personas sobre las que gobernaban y a aquellas que luchaban por su libertad en las colonias británicas, como ocurrió en la violenta represión del pueblo keniano o malasio.

A pesar de la desaparición del Imperio británico y el auge del estadounidense, esta mentalidad siguió existiendo al tiempo que Londres luchaba por mantener algo de la influencia mundial alineándose con Washington.

Desde que acabó la Segunda Guerra Mundial, la política exterior británica contribuyó de forma directa o indirecta a «la muerte de entre 8.6 y 13.5 millones de personas, o de aproximadamente 10 millones», según Mark Curtis, fundador de Declassified UK, en su libro Unpeople: Britain’s Secret Human Rights Abuses [Subhumanos: las violaciones secretas de los derechos humanos por parte de Gran Bretaña], del año 2007. Sin embargo, en estas cifras no se incluyen las muertes provocadas por la mayor parte de la guerra contra el terrorismo, entre las que Curtis incluye entre 10.000 y 55.000 personas muertas en la invasión de Irak de 2003, y entre 15.000 y 25.000 asesinadas en la invasión de Afganistán de 2001. Curtis contabiliza 2.723 «muertes indirectas» provocadas por el apoyo de Gran Bretaña a Israel entre 2000 y 2007.

A estas cifras hay que añadir más de 65 000 personas masacradas en Gaza (que posiblemente sean unas 200.000), según indica una investigación y las cifras del proyecto Costs of War respecto a la guerra contra el terrorismo. En total Gran Bretaña es responsable directa o indirecta de la muerte en los últimos 80 años de unos 15 millones de personas.

Según un estudio publicado por The Lancet, a estas cifras se podría añadir un exceso de mortalidad de otros 38 millones de personas (alrededor de 564.258 al año) entre 1971 y 2021 debido a las sanciones económicas unilaterales impuestas por Estados Unidos y la Unión Europea (que incluye a Reino Unido). Esto elevaría la cantidad total de víctimas mortales del apoyo de Gran Bretaña a las guerras y las sanciones económicas a la escalofriante cifra de 53 millones de personas.

Como escribió Curtis, «Gran Bretaña es responsable de la muerte de unos 10 millones de personas desde 1945, entre las que se incluyen nigerianos, indonesios, árabes, ugandeses, chilenos, vietnamitas y muchas otras personas. La opinión pública desconoce a menudo las políticas que son responsables de estas muertes y no son investigadas por periodistas y académicos».

Existe el peligro de que, si no se ejerce presión para sacar a la luz el papel del Reino Unido en contribuir con el genocidio e investigarlo, ni se exigen responsabilidades a los culpables, se repitan una y otra vez estas atrocidades. También se podría olvidar el papel de Gran Bretaña cuando la próxima guerra o crisis acapare las noticias y se conozca la verdad solo dentro de décadas, cuando se abran los archivos del gobierno (si para entonces sigue existiendo una Ley de Libertad de Información y si no se censuran los documentos clave por «razones de seguridad nacional»). La mayor parte de la culpa recaerá sobre Estados Unidos por financiar y apoyar la brutalidad de Israel, y el papel del Reino Unido quedará reducido a una mera nota al pie, como ha ocurrido con tantas otras «aventuras» militares anglosajonas.

La amnesia respecto a los crímenes de Gran Bretaña no deja lugar para el reconocimiento y la culpabilidad, ni tampoco para hacer frente a la horrible verdad. Todo este silencio acaba con nuestra capacidad de entender por qué los pueblos resisten y se oponen a las invasiones, las ocupaciones y a la hegemonía occidental.

Hay dos naciones en particular que en Irán se consideran hostiles, Estados Unidos y Gran Bretaña (razón por la cual el gobierno vigila a los turistas de estas nacionalidades, a diferencia de lo que ocurre con otras nacionalidades). La razón de ello se suele considerar la postura beligerante que se mantiene en contra de la República Islámica desde 1979 y el golpe de Estado respaldado por Estados Unidos y gran Bretaña contra [el presidente iraní] Mossadegh por haber nacionalizado el petróleo iraní y para restituir al sha.

Con todo, las razones para detestar a la «pérfida Albión» se remontan mucho más atrás, hasta uno de los capítulos más oscuros, si no el más oscuro, de la historia de Irán, un capítulo tan devastador que, según se informa, los archivos británicos sobre el tema siguen ocultos a la opinión pública. Se calcula que durante la ocupación de Irán por parte de Gran Bretaña de 1917 a 1919 entre 8 y 10 millones de personas murieron de hambre en Irán, aproximadamente el 40% de la población. El dr Mohammad Gholi Majd atribuye esta escalofriante cifra a tres razones: el hecho de que Gran Bretaña destinara el alimento a las fuerzas armadas durante la Primera Guerra Mundial; la deliberada destrucción de los suministros de alimento por parte de las Gran Bretaña para impedir que cayera en manos del enemigo turco; y la política deliberada de utilizar las tierras agrícolas para cultivar algodón y opio como cultivos comerciales para la exportación, en vez de cultivar alimentos. Aquella fue la segunda hambruna devastadora en Irán, a la que siguió una tercera, que provocó la muerte de 25 millones de personas en un período de 75 años, entre 1869 y 1944. Solo existen dos libros acerca de este tema, ambos escritos por M. Gholi Majd, que utilizó archivos y diarios estadounidenses en vez de archivos británicos.

La gran hambruna persa y el execrable papel que Gran Bretaña tuvo en ella han quedado casi totalmente olvidados. No se han olvidado otras hambrunas y atrocidades cometidas en la época del Imperio británico, aunque tampoco se les ha concedido la atención que merecen, como la hambruna irlandesa, que mató a dos millones de personas, o la hambruna bengalí en 1943, que acabó con la vida de unos tres millones de personas. Solo en las últimas décadas se ha investigado el verdadero coste del colonialismo, como hace la obra de Mike Davis Late Victorian Holocausts [Los holocaustos de la época victoriana tardía], aunque aún no se ha hecho una auditoría completa.

La investigación de los genocidios cometidos en Australia revelan el atroz impacto que tuvo en la población originaria australiana. En la provincia de Victoria, por ejemplo, «al cabo de veinte años de asentamiento [británico], la población aborigen disminuyó un 20%. A medida que la población británica se extendía por todo el continente, se extinguieron gran cantidad de naciones».

Entre 1880 y 1920 (el momento culminante del «British Raj», el dominio directo de Gran Bretaña en India) en India hubo un exceso de mortalidad de entre 100 y 165 millones de personas, al tiempo que se saqueaban billones de libras al subcontinente indio. Las cifras referentes a la colonización de gran parte de África, América del Norte y otras partes de Asia significan que Gran Bretaña tiene un sangriento legado de millones de muertes excesivas e innecesarias (y ello sin incluir la cantidad de víctimas mortales de las guerras mundiales ni de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki).

La historia la escriben los vencedores y Gran Bretaña no ha tenido que hacer frente a su pasado. Sin embargo, sus políticas tienen un impacto y unas repercusiones duraderas, al tiempo que siguen vigentes las políticas que se utilizaron durante el imperio británico. Para lograr sus objetivos de asentamiento colonial Israel utiliza, entre otras políticas, las políticas de «divide y vencerás», de la usurpación y desposesión de la tierra, del acoso policial, de la destrucción cultural, de la hambruna y de una violencia inmensa. 

Existe también un arco histórico que va desde los genocidios y las políticas coloniales del siglo XIX y antes, al uso por primera vez de campos de concentración por parte de los británicos en Sudáfrica, el belicismo de la Alemania nazi y el Holocausto. A fin de cuentas, la Segunda Guerra Mundial fue una guerra entre imperialismos que se llevó a territorio europeo en vez de otras partes (si Gran Bretaña tenía un imperio, ¿por qué no podía tenerlo Alemania?) y en la que las personas no arias eran consideradas untermenshen, lo mismo que las personas no blancas de todo el mundo. De hecho, la guerra contra el pueblo palestino es una continuación de ello y forma parte del legado de Gran Bretaña, como argumentan personas como Sven Lindqvist en su libro Exterminate All the Brutes [Exterminad a todos los brutos] y Raoul Peck en la serie documental del mismo título.

Al tiempo que no se debe olvidar la historia (porque, ¿cómo podríamos saber cómo hemos llegado hasta aquí y a dónde nos dirigimos?), se deben escudriñar minuciosamente las acciones y políticas actuales del Reino Unido y se debe presionar al gobierno [británico] para detener el genocidio en Gaza, de lo contrario se corre el riesgo de que, como ha ocurrido con muchas de sus atrocidades pasadas, se ignore el papel que tiene Gran Bretaña y que confinado en el proverbial «basurero de la historia». Durante mucho tiempo Gran Bretaña ha estado en «el lado equivocado de la historia» y si más personas se dieran cuenta de ello, puede que Gran Bretaña estuviera, por fin, en «el lado correcto de la historia».

Paul Cochrane es un periodista independiente que cubre Asia Occidental y África. Vivió durante 24 años en Bilad Al Sham (Chipre, Palestina y Líbano) , sobre todo en Beirut. También es codirector de un documental sobre la economía política del agua en Líbano, “We Made Every Living Thing from Water”.

Nota de la traductora:

(1) Hago mío el término que defiende Guadalupe Jover: «Lo que sostenemos quienes estamos por la noviolencia es la necesidad de una resistencia activa frente al atropello o la barbarie, pero renunciando, eso sí, al ejercicio de la violencia. La “no violencia” puede entenderse en ocasiones como “pasividad”. La “noviolencia”, jamás».

Texto original: https://www.counterpunch.org/2025/09/19/the-gaza-genocide-another-massacre-to-add-to-britains-list-with-15-million-deaths-since-1945/

Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.