El presidente más mediático de la Quinta República francesa se convertirá el 21 de octubre en el primero en entrar en la cárcel condenado por corrupción
Apodado el “presidente de los ricos”, símbolo de elegancia y ambición desmedida, Nicolas Sarkozy fue el mandatario que quiso reinventar la política francesa, pero que vivió una caída tan estrepitosa como su fulgurante ascenso. Licenciado en derecho, este hijo de emigrantes húngaros nunca se sintió parte del ‘establishment’, desde muy joven empezó a despuntar, consiguiendo enamorar a las élites con su rapidez, su energía y desparpajo.
A sus 28 años, Sarkozy decide arriesgarlo todo, traicionando la confianza de su mentor, Charles Pasqua, y desoyendo las recomendaciones de su partido RPR, para presentarse a la alcaldía de Neuilly-sur-Seine. Contra todo pronóstico ganó, demostrando que no es igual que el resto de jóvenes políticos de su generación, quienes siguen la norma no escrita de los buenos modales. “Él es un temerario reflexivo. En ese momento hubo audacia, pero también fue el resultado de mucha reflexión”, reconoce su gran amigo, Brice Hortefeux.
La alcaldía le ayudó a preparar sus etapas siguientes. A acercarse a la nueva burguesía instalada en Neuilly y ha demostrar su propia identidad. Emprendedor, dinámico y líder, no tardó en llamar la atención de Jacques Chirac, candidato en aquel entonces al Palacio del Elíseo.
En 1993 llega su oportunidad durante la cohabitación entre Chirac y Mitterrand, convirtiéndose en ministro de presupuestos y portavoz del gobierno. “Tengo esta ambición de hacerlo bien. De servir a mis ideas, y de servir a mi país”, decía desde su despacho durante una entrevista para la televisión nacional. Con su carácter arrollador, Sarkozy llega a Bercy para cambiar la manera de hacer política.
Héroe del país
Su notoriedad se disparó tras el secuestro de una guardería de Neuilly: desoyendo las recomendaciones de los agentes, decide romper el cordón policial y negociar con el secuestrador armado y cargado con explosivos. “Sé que eres una buena persona. Podemos ser amigos. Estoy intentando sacarte de este lío”, le decía el ministro a través de la puerta. Minutos después, Sarkozy sale de la escuela con un niño en brazos. Un gesto que impactó en la opinión pública, y que para el que hasta ese momento era un ministro desconocido, se convirtió en el héroe del país.
Durante esos años, Sarkozy entiende la necesidad de que un político no hable con tecnicismos, sino que se exprese en el idioma de la calle, desarrollando su propio estilo combativo y con ideas renovadas. Durante esta etapa como ministro del Interior, bajo la presidencia de Jacques Chirac, reinventa el cargo y la forma de trabajar que, en la actualidad, sus sucesores mantienen.
Creador del polémico Ministerio de la Identidad Nacional como gancho para captar a aquellos votantes de la derecha cada vez más identificados con la extrema derecha, Sarkozy sabe que es el perfil perfecto para combatir Jean Marie Le Pen. Hijo de inmigrantes, de clase media y cercano a las élites. Es entonces cuando protagoniza uno de los debates televisados más tensos de la época. “No solo tengo un padre que era extranjero cuando nací, sino que el padre de mi madre también era extranjero. ¿Es que eso es suficiente para tener un derecho de suelo, señor Le Pen? Es por eso que el derecho de sangre es una estupidez”, le gritaba al líder de la extrema derecha.
Después de aquel debate, la popularidad de Sarkozy creció como la espuma, mientras los críticos le señalaban como alguien que surfeaba en política sin una columna vertebral ideológica, pero la ambición desmedida de Nicolas hace que oiga poco y quiera más. Apoyado por las encuestas, decide emprender su carrera hacia el Palacio del Elíseo.
A sus 52 años, el imparable Sarkozy gana las elecciones presidenciales de 2007. Su llegada al Palacio del Elíseo, como un outsider sofisticado y dispuesto a sacudir el sistema, marcó una nueva era más mediática y más intensa. Su objetivo: modernizar Francia, reducir impuestos, atraer inversiones… pero pronto los franceses se dieron cuenta de que sus políticas favorecían principalmente a las clases acomodadas.
Durante esos años, su gobierno impulsó una reforma de las pensiones, flexibilizó el mercado laboral, y se convirtió en una pieza clave como interlocutor en la crisis financiera de 2008. En el ámbito internacional, fue un gran defensor de la intervención en Libia en 2011, curiosamente, país que luego sería protagonista en su caída.
Portadas de revista
Nicolas Sarkozy nunca escondió su gusto por el lujo y el glamour, algo que rompía con la sobriedad de los franceses. Viajes en jet privado, yates, coches de lujo y amistades poderosas, como el magnate francés, Vincent Bolloré. A pesar de ser un político conocido en Francia, fue su romance con la supermodelo Carla Bruni, lo que le ayudó a entrar en el mundo del papel couché y los medios internacionales, obsesionados con aquella historia de amor.
Su relación culmina con una boda íntima en el Palacio del Elíseo. “La conocí en noviembre y nos casamos en febrero. Le dije: No habrá otra oportunidad para poder casarnos en un lugar como este”, contó en una entrevista el líder.
Pero el brillo del glamour pronto deja ver las sombras del poder. Las acusaciones por corrupción, financiamiento ilegal de campañas, tráfico de influencias, escuchas telefónicas, tratos opacos con el régimen libio fueron acumulándose en su mesa y cociéndose a fuego lento. Todo aquello le llevaría a una caída histórica.
El principio del fin
A Nicolas Sarkozy le rodean grandes escándalos de corrupción, como el caso ‘Bismuth’, por escuchas ilegales al intentar obtener información confidencial de investigaciones en curso, o la financiación irregular de su campaña de 2012, que perdió frente a François Hollande.
Sin embargo, el que ha conseguido hundir a este hombre de baja estatura pero ego gigante, es el caso Gadafi. Según la justicia, el ex presidente y sus colaboradores habrían pactado con el régimen de Muamar Gadafi para recibir fondos destinados a su campaña de 2007, a cambio de favores políticos y de un lavado de imagen para Trípoli. Tras años de investigación, la justicia condenó este pasado mes de septiembre a cinco años de cárcel y una multa de 100.000 euros.
Despojado de la Legión de Honor, fue el primer ex presidente de Francia en llevar un brazalete electrónico y ahora, será el primero en entrar en prisión. Como en todo lo que rodea a Sarkozy, su caso ha generado una gran polémica en el país. Fiel a su estilo combativo, el ex mandatario siempre ha atribuido sus condenas a una venganza política del poder judicial, al que había intentado reformar durante su legislatura.
Pero la justicia fue implacable con él, y este 21 de octubre, Francia vivirá un momento que marcará la memoria política del país con la imagen del presidente más mediático de la Quinta República entrando en prisión.