La supuestamente modélica “transición política” ni comenzó ni terminó con la muerte del dictador, va a hacer ahora 50 años, pero sí es cierto que lo que ocurrió entonces sigue condicionando estrechamente nuestro presente. Conviene recordarlo.
Con Franco agonizante, se firman los vergonzosos Acuerdos de Madrid en los que España traiciona al pueblo saharaui cediendo su territorio a Marruecos y Mauritania, aun siendo la potencia administradora encargada por Naciones Unidas de realizar su descolonización. El día 20 muere el dictador, decenas de miles de personas pasan por su capilla ardiente y se celebra su funeral, con asistencia de Pinochet y menguada presencia de otros líderes políticos. Dos días más tarde, Juan Carlos de Borbón es coronado rey, tal como estaba previsto en el “atado y bien atado”. Arias Navarro continúa como presidente del Gobierno y en los meses siguientes se acentúa la represión contra las movilizaciones y organizaciones democráticas. Los burócratas del franquismo, muerto el dictador, pretenden perpetuar el Régimen, pero ello es inviable, a pesar de la posición del ejército y de los sectores ultras, porque contradecía los intereses de la gran burguesía capitalista española. Aunque apenas se diga, a esta –que se había enriquecido gracias a la dictadura y a la falta de libertades sindicales y políticas– le interesaba, para seguir desarrollándose, que España se homologara políticamente con Europa y entrara en el entonces Mercado Común, algo imposible si perduraba el franquismo. Fueron estos intereses los que determinaron la postura de Juan Carlos, que meses después sustituiría a Arias por Adolfo Suárez, encargado de crear los requisitos para dicha homologación mediante una reforma del franquismo.
Para esta reforma, la colaboración de los partidos y sindicatos todavía ilegales era condición imprescindible. A cambio de su legalización, deberían abandonar la defensa de la ruptura democrática y aceptar la ambigua reforma a la que estaban dispuestos los franquistas embarcados en la operación, que no aceptarían ningún tipo de responsabilidades ni a apearse de posiciones claves, como lo prueba el que se autoamnistiaran y el que apenas hubiera cambios en las estructuras militar y judicial (el que la mayoría de los miembros del Tribunal de Orden Público pasaran a formar parte de la Audiencia Nacional y del Tribunal Constitucional es un buen ejemplo de esto).
Tanto el PSOE, refundado en Suresnes con el apoyo del SPD alemán y del Departamento de Estado norteamericano, alarmados por la Revolución de los Claveles” en Portugal, como el PCE, que pensaba que su fuerza electoral sería equivalente a la de entonces del PCI italiano, renunciaron a sus exigencias y se incorporaron al proceso, aceptando la monarquía, los símbolos del Estado, la unidad “sagrada” de este, unas elecciones organizadas a la medida de las fuerzas conservadoras y en las que los partidos de la izquierda radical estaban excluidos, y firmaron, además, pactos económicos, los Pactos de la Moncloa, que significaban una salida a la crisis económica sin perjuicio de los intereses empresariales.
El paso desde la ruptura a la reforma supuso el práctico desmantelamiento de los movimientos y organizaciones populares y profesionales de base y la consagración de la partitocracia. La Constitución del 78 refrendó este acuerdo. Todo lo sucedido en las últimas décadas tiene su raíz en aquella transición tan decisiva como falsificada.
Isidoro Moreno es Catedrático Emérito de Antropología
Fuente: https://www.diariodesevilla.es/opinion/tribuna/ahora-50-anos_0_2005219058.html
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