En sus 175 años la Universidad de El Salvador ha sido protagonista de varias historias de relevancia nacional: fue la primera institución de educación superior en el país cuyo propósito principal fue declarar la independencia académica de países como Guatemala o Nicaragua, permitiendo que los profesionales salvadoreños -hombres, eso sí- permanecieran y se formaran en […]
En sus 175 años la Universidad de El Salvador ha sido protagonista de varias historias de relevancia nacional: fue la primera institución de educación superior en el país cuyo propósito principal fue declarar la independencia académica de países como Guatemala o Nicaragua, permitiendo que los profesionales salvadoreños -hombres, eso sí- permanecieran y se formaran en el país; a raíz del terremoto de 1854 fue trasladada a San Vicente lo que produjo su debilitamiento tanto arquitectónico como académico, regresando a San Salvador durante el Gobierno de Gerardo Barrios; graduó en 1889, 48 años después de su fundación y por primera vez a una mujer ingeniera, Antonia Navarro quien además demostró que no podía observarse el fenómeno denominado la «Luna de las Mieses» por faltarle al país grados de elevación; se estableció constitucionalmente su autonomía y la obligación estatal de asignación presupuestaria en 1950 [1] , permaneciendo la cláusula invariable en la Constitución de 1962 [2] y sufriendo leves modificaciones en la redacción del artículo 61 -como la incorporación de la libertad de cátedra- de la Constitución de 1983.
Además la UES ha tenido en su historia rectores mártires, estudiantes perseguidos, torturados, desaparecidos o exiliados, un cuerpo estudiantil organizado y coordinado no solo al interior del campus universitario, sino con capacidad de organización a nivel nacional. La UES ha sido víctima de toda clase de intervención: política, ideológica, religiosa, administrativa -por ejemplo con el CAPUES- y la más despreciables de todas: la militar. Ha contado en su historia con la censura, el exilio, el desprestigio y la destrucción de sus edificios, su cuerpo estudiantil y la totalidad de su trabajo.
Todos estos procesos han sido convulsivos y la Universidad no ha dejado de sentirlos, se debilita o fortalece dependiendo de la amenaza o de la agresión y en ese devenir la Universidad está de aniversario. Celebra su aniversario con el lema «175 años de ciencia, excelencia académica y compromiso social«, lema que para muchos profesionales carece de sentido, realidad y sobre todo de objetividad, porque la Universidad como casa de estudios consciente de su finalidad y comprometida con la formación de profesionales aptos para pensar críticamente, comprometerse socialmente y ser motores de cambios reales, ya no existe. Ya no trasciende de ser la universidad pública donde la burocracia termina por asfixiar, donde los procesos en cualquier nivel o ámbito carecen de toda credibilidad y la UES ya no figura ni social, cultural ni académicamente y es para algunas personas -como yo- que no podemos verla más que con melancolía, revisando su pasado y añorando lo que no conocimos -pero que sabemos fue- una verdadera decepción.
Así la Universidad se ha convertido en nada más que un recuerdo y el lema «Hacia la libertad por la cultura», que contiene la idea que sólo a través del conocimiento y del desarrollo del pensamiento autónomo lograremos romper cadenas que nos mantienen atados a destinos fatales, se ha quedado ahora vacío.
Y no es mera opinión, sólo es necesario detenerse en al ámbito académico e intelectual del país y advertir que ese sector ya no proviene de sus aulas, las investigaciones ya no figuran en el universo de conocimiento científico nacional y la realidad nacional ya no es objeto de estudio ni de la Universidad en su conjunto ni en ningún espacio formativo de ella. Y es una lástima, pues lo que Félix Ulloa, rector mártir de la UES advirtió, en medio del caos derivado de las intervenciones militares, sobre la negativa de la UES a morir ya no existe, no tiene razón de ser, pues la universidad ha muerto y con pesar lo reconocemos.
La UES se mantiene en una suerte de muerte cerebral, vive artificialmente pero no es ni será lo que fue. Muere lenta e irremediablemente para no volver a vivir plenamente, solamente subsiste para estar, sólo eso: estar. Ocupar el lugar, tener en sus aulas a los que no pueden acceder a universidades privadas y a los que por sentimentalismo y emotividad no la dejamos, pero sabemos que ya no es, la asistimos en su muerte porque tampoco nos dejan salvarla.
Son demasiadas las heridas de la UES y demasiados los verdugos de la misma. Demasiadas las cadenas y muy pocas las llaves. La mataron entre todos y no sólo fue su eterna e irremediable burocracia, la mediocridad de la que fue víctima luego del CAPUES, que logró atacarla, enquistársele y enfermarla y que como un cáncer voraz le permeó hasta la médula o la apatía de las generaciones que fueron nutriéndose de lo que la UES proveía.
Tampoco fue sólo el funcionamiento interno y contaminado de la UES de la posguerra, pues en un país donde sólo se le destina el 7.3% del presupuesto designado al rubro de educación es imposible que haya sobrevivido más tiempo y mejorado sus condiciones. Ha sido una muerte irremediable y es preciso reconocer que es necesario intervenir. Intervenir críticamente, abrir espacios de debate, reflexión y creación, mover el timón sin oportunismo, sin miedo y con únicas intenciones de dar a sus hijos e hijas educación superior de calidad, no para producir, sino para pensar, para transformar, para liberar.
Como dijo Félix Ulloa, «La Universidad no son los edificios, la Universidad existirá mientras exista el demus universitario, es decir, mientras sus profesores, estudiantes y trabajadores […] decidan continuar dándole vida a la ciencia y a la cultura (…)» pero para ello hay que hacer lo que dijo Roque Dalton: «darle un poco de machete lija torno aguarrás penicilina baños de asiento besos pólvora».
Notas:
[1] Art. 205. Constitución Política de El Salvador. Disponible en: http://www.isd.org.sv/isd/
[2] Art. 204. Constitución Política de El Salvador. Disponible en: http://www.isd.org.sv/isd/
Tatiana Sibrián. Abogada y estudiante de Maestría en Derechos Humanos, Universidad de El Salvador.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.