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A 20 años de la caída del muro, sobrevive el mito de Stalin como sepulturero del fascismo

Fuentes: Sin Permiso

Cuando el presidente ruso Dmitry Medvedev condenó recientemente los horrores de los gulags de Stalin parecía afirmar lo obvio: «Estoy convencido de que la memoria de las tragedias nacionales es tan sagrada como la de sus victorias», declaró en su videoblog. «Incluso ahora se oye que el enorme monto de pérdidas humanas estuvo justificado por algún […]

Cuando el presidente ruso Dmitry Medvedev condenó recientemente los horrores de los gulags de Stalin parecía afirmar lo obvio: «Estoy convencido de que la memoria de las tragedias nacionales es tan sagrada como la de sus victorias», declaró en su videoblog. «Incluso ahora se oye que el enorme monto de pérdidas humanas estuvo justificado por algún tipo de objetivo superior. Ningún avance de un país, ninguno de sus éxitos o ambiciones puede alcanzarse al precio del sufrimiento y la muerte.»

Pero lo que para nosotros es obvio resulta toda una audacia en Rusia. Medvedev habló el 30 de octubre, el día nacional para la memoria de la represión política. El terror estalinista y la Segunda Guerra Mundial se cobraron la vida de millones de personas, pero a diferencia del esplendor estatal del desfile de la victoria el 9 de mayo, el 30 de octubre sigue siendo un día que pasa prácticamente desapercibido para la mayoría de rusos. El descomunal precio que los rusos pagaron con «el sufrimiento y la muerte» es algo que no se puede ni mencionar, incluso cuando prácticamente todas las familias del país perdieron a alguien en las purgas o en los gulags. De hecho, más que condenar los crímenes del estalinismo, encontramos a un número cada vez mayor de rusos que elogia a su antiguo dirigente.

Quizás sea ésta una forma de racionalizar las muertes de las víctimas, como cuando los viejos bolcheviques trataban de encontrar en sus juicios ejemplares un significado donde no había ningún otro salvo el culto a Stalin. El año pasado Stalin quedó casi en la tercera posición en una encuesta televisiva que escogía al mayor ruso de toda la historia. Muchos todavía le reverencian como el líder que detuvo a los nazis. El Ejército Rojo aseguró la victoria para los Aliados, sí, pero fue por el tesón y el coraje de los soldados soviéticos, no por el de sus comisarios políticos. La victoria contra Hitler pudo haberse conseguido antes si Stalin no hubiese eliminado a la mayoría de oficiales del Ejército Rojo en sus purgas.

Pero hay poco espacio para los matices en los debates públicos en la Rusia actual sobre los horrores perpetrados bajo el antiguo sistema. Peor aún, Vladimir Putin, el actual primer ministro del país, habló por boca de muchos cuando dijo en el 2004 que el desmembramiento de la Unión Soviética fue «una tragedia nacional a una enorme escala.» Un número cada vez mayor de rusos coincide con él. Desde nuestra cómoda posición occidental todo esto se nos antoja increíble. Estamos sorprendidos. ¿Cómo pueden pensar algo así? Pero lo mejor sería preguntarse: ¿Por qué no tendrían que hacerlo?

Recién acabamos de celebrar el vigésimo aniversario de la caída del Muro de Berlín. Yo mismo me he pasado la mayor parte de los últimos veinte años viviendo o informando desde los antiguos países comunistas. Todavía recuerdo el sentimiento electrizante de los primeros alemanes orientales que conseguían cruzar al Oeste y como todos soñábamos con una Europa unida y feliz que exorcizase sus fantasmas de una vez por todas. Cuán inocentes fuimos en nuestro optimismo, creyendo que los recién países libres adoptarían nuestras costumbres liberales, nuestra tolerancia y nuestro entusiasmo por adoptar una responsabilidad personal en la creación de un nuevo mundo. Hubo un sueño, pero no fue más que una fantasía cómoda para nosotros, no para ellos. A medida que lo impusimos en sociedades con historias y culturas muy diferentes a las nuestras pronto devino en pesadilla: la de una terapia de shock ultra-liberal, desempleo masivo, el saqueo de los recursos estatales por parte de las antiguas elites comunistas convertidas en elites capitalistas y una corrupción y pobreza endémicas.

La reciente crisis financiera sólo ha arrojado luz a la creciente nostalgia regional por las certezas del comunismo, teñidas de un creciente y rabioso patriotismo. Los rusos no añoran Stalin porque echen en falta los nudillos golpeando la puerta a primera hora de la mañana, el viaje hacia la Lubyanka en el asiento trasero de un sedan cubierto del sudor de la antigua víctima, sin manecillas en las puertas y un disparo en la nuca. Echan en falta el trabajo, el alimento, la vivienda y las vacaciones garantizadas por el estado, junto con un sentimiento de grandeza nacional, que su patria, llámese como se llame, siga siendo una potencia a tener en cuenta. Por desgracia, muchos han acabado por convencerse de que el terrible coste humano de un comunismo que nunca existió era algo que merecía la pena pagar.

Adam LeBor es periodista y escritor.

  Traducción para www.sinpermiso.info : Àngel Ferrero

http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=2895