El pasado viernes, en otro ejercicio de cinismo al que, a fuerza de reiterarlos, ya nos tiene acostumbrado, el Parlamento Europeo aprobó una resolución en la que exige a Pekín que negocie con el Dalai Lama sobre la situación del Tíbet. En el debate se pronunciaron expresiones tan altisonantes como «el mundo libre no debe […]
El pasado viernes, en otro ejercicio de cinismo al que, a fuerza de reiterarlos, ya nos tiene acostumbrado, el Parlamento Europeo aprobó una resolución en la que exige a Pekín que negocie con el Dalai Lama sobre la situación del Tíbet.
En el debate se pronunciaron expresiones tan altisonantes como «el mundo libre no debe estrechar la mano de los asesinos», sin que a mí, al menos, me quede muy claro quién es el «mundo libre» ni por qué y quienes son los «asesinos» y cuál es la razón de que se les califique así.
Cuando empiezo a pensar sobre ello siempre me asaltan algunas preguntas que hacen que esa certeza con la que unos se califican de «mundo libre» y se permiten descalificar a los otros de «asesinos» me parezca excesiva.
A saber, ¿los chinos son los asesinos porque es el país del mundo que más penas de muerte ejecuta -con perdón del chiste negro- y no lo son los estadounidenses que les van a la zaga? ¿O es que a los europarlamentarios les parece menos asesinato una ejecución en Estados Unidos que una en China?
Y si pudieron celebrarse las Olimpiadas en 1984 en Estados Unidos, a pesar de que la pena de muerte estaba, y aún sigue en vigor, en aquel país, ¿por qué no pueden celebrarse ahora en Pekín? La razón debería ser, entonces, otra porque si no nuestros europarlamentarios estarían aplicando un doble rasero impropio del elevado cargo político que ocupan.
Entonces pienso: no, no puede ser por eso, tiene que ser por la ocupación del Tíbet y los más de 50 años que los chinos llevan allí. Y ahí me vuelve a asaltar la duda: ¿entonces la ocupación de Irak por parte de Estados Unidos y gran parte de la comunidad internacional, incluidos muchos de los países europeos de los que esos europarlamentarios son representantes, también los convierte a todos en asesinos? ¿O no? ¿Y cómo calificar entonces a los israelíes por la ocupación de Palestina? ¿Quiénes son más asesinos, los chinos o los estadounidenses? ¿Los chinos o los israelíes? ¿Los israelíes o los estadounidenses? ¿China o los estados europeos comparsas y cómplices de la ocupación de Irak?
Y, entonces, vuelvo a lo mismo: si pudieron celebrarse las Olimpiadas en 1984 en Estados Unidos, unos meses después de que su poderoso ejército invadiera la isla de Granada, ¿por qué no pueden celebrarse ahora en Pekín? ¿No volvería a ser eso la aplicación de ese feo doble rasero?
Pero luego sigo pensando y llego a otro puerto que me incomoda aún más. A saber, si China lleva ocupando el Tíbet más de 50 años, si China lleva aplicando la pena de muerte desde tiempos inmemoriales, a cuento de qué se eligió en 2001 a Pekín como sede de los Juegos Olímpicos de este año. ¿Es que entonces la pena de muerte y la ocupación por la fuerza de otros Estados eran actos que casaban con los valores olímpicos y ahora no?
Resulta de un brutal cinismo que por aquel entonces se aceptara y eligiera la candidatura olímpica de Pekín y ahora las autoridades occidentales se lleven las manos a la cabeza porque la situación sigue siendo la misma que hace 7 años, cuando no les parecía tan dramática.
Igual es que entonces les preocupaba hacia dónde iba a transitar el capitalismo en China y no querían perder la oportunidad de reírles cualquier gracia para tratar de abrir un mercado de cientos de millones de consumidores y hoy, por el contrario, están preocupados porque quienes están consiguiendo invadir los mercados occidentales son los chinos y, claro, eso hace menos gracia.
Así que, a la voz de «cierren filas» del capital europeo, nuestros eurodiputados andan ahora instando a los tibetanos a que se inmolen en las calles para recuperar su estado feudal, tratando de boicotear las Olimpiadas y, a nosotros, sus representados, contándonos el cuento chino del mundo libre contra los asesinos para que nos traguemos mejor la milonga. ¡Qué mundo éste!
Alberto Montero ([email protected]) es profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga. Puedes leer otros escritos suyos en su blog La Otra Economía.