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Con la muerte en París de Henri Grouès se acalla la voz de la conciencia de la sociedad francesa

Abbé Pierre, la muerte de un hombre justo

Fuentes: Gara

Henri Grouès, más conocido como el Abbé Pierre, falleció el lunes en un hospital de París. Con la muerte del fundador de los Traperos de Emaús se acalla la voz de la conciencia de la sociedad francesa; enmudece la palabra de quien estuvo siempre en el lugar en que debía estar: durante la ocupación, luchando […]

Henri Grouès, más conocido como el Abbé Pierre, falleció el lunes en un hospital de París. Con la muerte del fundador de los Traperos de Emaús se acalla la voz de la conciencia de la sociedad francesa; enmudece la palabra de quien estuvo siempre en el lugar en que debía estar: durante la ocupación, luchando en la Resistencia, en la posguerra azuzando desde su tribuna parlamentaria por el cambio social y en el último medio siglo de su vida, junto a los excluidos. Conocido es su llamamiento a la solidaridad, en el frío invierno de 1954, y ese compromiso con los sin techo le ha acompañado hasta la muerte. No es muy común que un personaje que no dispone de riqueza y poder sea considerado como la persona más influyente de un país. Durante décadas, los franceses han votado por ese religioso alejado de la jerarquía vaticana, por ese insumiso a las prebendas del poder. A su muerte le elogiarán a derecha e izquierda, pero sus azotes permanentes a las leyes de la exclusión, a las normas de seguridad interior, no dejan lugar a dudas. Ante los intentos de maquillar su imagen y de ceñir su obra al asistencialismo, conviene repasar sus proclamas a favor de la desobediencia a las leyes injustas o su denuncia del genocidio palestino, que le acarreó un auténtico linchamiento mediático patrocinado por el lobby judío francés. Ha muerto el Abbé Pierre, un hombre justo.

L´abbe Pierre
Félix Placer Ugarte

Acaba de morir aquel cura de sotana raída que en los años 50 lanzó un grito de socorro en favor de los sin techo, y dedicó toda su vida a una lucha sin cuartel, con múltiples iniciativas ­entre ellas los traperos de Emaús­ en favor de los más desheredados, desde los suburbios de París donde morían de frío quienes carecían de vivienda en las heladas noches parisinas.

Paradojas de la política. Ahora los mismos promotores de la globalización neoliberal se manifiestan conmovidos por la muerte de quien «representa el espíritu de lucha contra la miseria y la fuerza de la esperanza» (Jacques Chirac).

Pero más que esas alabanzas, tan incoherentes, me interesa el reconocimiento que el Dios, en que l’abbé Pierre creyó, le ha hecho esta fría mañana invernal.

«Pierre, ¡salut! Vengo a tu casa».

«¿Pero no es al revés?», le habrá respondido el cura de los desheredados, «¿No me toca a mí ir a la tuya, al cielo?».

«Pierre, ¡tú sabes mejor que nadie que yo vivo entre vosotros, con los sans-logés, con los sin techo, con los tuyos, donde se lucha contra la injusticia, se reclama una vivienda digna, se abre la esperanza por otro mundo posible… En Nairobi, en los muelles del Sena, con quienes reclaman su derecho a una renta digna, el pan de cada día…».

Desde hoy l’abbé Pierre sigue entrañablemente presente entre los últimos de la tierra, entre los sin casa, alentando la esperanza y la lucha por un mundo que sea una casa común donde a nadie le falte vivienda ni pan.