Las elecciones generales en Gran Bretaña han sido dramáticas. A nivel general porque los líderes de los tres partidos – Miliband (Laborista), Nick Clegg (liberal-demócrata) y Nigel Farage (UKIP- una derecha populista y racista)… dimitieron al día siguiente con la victoria conservadora. Y a nivel más concreto, porque el Partido Nacional Escocés acaparó prácticamente todos […]
Las elecciones generales en Gran Bretaña han sido dramáticas. A nivel general porque los líderes de los tres partidos – Miliband (Laborista), Nick Clegg (liberal-demócrata) y Nigel Farage (UKIP- una derecha populista y racista)… dimitieron al día siguiente con la victoria conservadora. Y a nivel más concreto, porque el Partido Nacional Escocés acaparó prácticamente todos los escaños que le corresponden a Escocia (56 de 59), acabando con el dominio de más de un siglo del laborismo. El Partido Laborista se fundó en Escocia. Y de allí salieron los primeros líderes y tanto el Primer Ministro laborista, así como el último, salieron de Escocia. Casi siempre, la cultura de clase obrera escocesa fue mucho más radical que su equivalente inglesa.
Fueron la victoria laborista de 1945 y las reformas socialdemócratas las que hicieron de la Autonomía, dejando aparte la independencia, una abstracción. La victoria de Margaret Thatcher en 1979 fue el primer clavo en el ataúd del Reino Unido, no porque ella estigmatizara a los escoceses como lo han hecho algunos de sus sucesores, sino porque la mayoría de los escoceses la aborrecían así como a todo lo que ella representaba. Se jactó de poner el ‘Gran’ antes que Bretaña, sin darse cuenta de que las consecuencias no deseadas de sus políticas serían la «ruptura de Gran Bretaña» como el título del libro ultra-profético Tom Nairn sugirió incluso antes de su triunfo electoral.
En Escocia, una gran mayoría no votó por ella. Pero el punto de ruptura llegó con Tony Blair y el Nuevo Laborismo. Fue el tan cacareado orgullo thatcherista de Blair, Brown y sus aduladores escoceses los que aceleraron el auge del nacionalismo civil y alimentaron las deserciones del Partido Laborista hacia el SNP, que se dio cuenta que la única manera de derrotar el blair-torismo era situarse a la izquierda del Partido Laborista en todas y cada una de las cuestiones importantes: así, el SNP se opuso a la guerra de Irak, defendió el Estado de bienestar, exigió la eliminación de las armas nucleares de suelo escocés y poco a poco comenzó a ganar audiencia. El laborismo se limitó a estar a la contra. No se percataron del terremoto que se avecinaba. Las placas tectónicas se movieron la semana pasada y los destruyó. Llevará tiempo, pero ahora la independencia de Escocia está asegurada, como lo está una maldita buena cosa: se debilitarán las pretensiones neo-imperiales y militares del Reino Unido y se podrá abrir un debate real (no la farsa presenciada en la BBC y en otras redes) hacia la reforma constitucional (que incluya una constitución escrita y un sistema electoral democrático) y el surgimiento de una alianza radical en Inglaterra, una fuerza insurgente que rompa con el laborismo en descomposición que durante un siglo puso veto a la izquierda; primero a los comunistas oficiales y más tarde a su descendencia trotskista. Los restos de ambos terminaron en el Nuevo Laborismo (el matón estalinista John (ahora Lord) Reid y el espeluznante Alan Milburn quien como Ministro de Sanidad, abrió las puertas a la privatización y ahora es un consejero bien remunerado de las empresas privadas de salud así como un Tory virtual. Y hay otros.
Como he argumentado extensamente en The Extreme Centre: A Warning [último libro del autor], este es un fenómeno a escala europea. No hay diferencias fundamentales entre el centro-derecha y los partidos de centro-izquierda en ningún país. En algunas partes de la Europa católica (España y Francia) el matrimonio gay abrió brechas. No tanto en Gran Bretaña. La idea de que un gobierno laborista en Westminster podría haber revertido el curso neoliberal del capitalismo es una tontería. Podría haber hecho que fuera más aceptable mediante argucias estadística y palabras dulces. Nada mas. Así pues, la izquierda impotente para romper la adicción laborista debe estar feliz. Sus ilusiones no podían ser traicionadas.
Las tareas que enfrentan los radicales y los socialistas en Escocia e Inglaterra son muy diferentes. En Escocia los jóvenes que hegemonizaron la iniciativa «Campaña Independencia Radical» (RIC) jugaron un papel ejemplar en el referéndum y en las recientes elecciones. Abiertos, no sectarios, dándose cuenta de lo que estaba en juego y centrando todas sus energías para derrotar al enemigo común. Los resultados les han dado la razón. Ahora necesitan ensamblar a las fuerzas que abogan por una Escocia radical para estar presentes en el Parlamento escocés que será elegido en 2016. Esto implica desarrollar una oposición de izquierdas constructiva que dé continuidad a la tradición de RIC, pero esta vez con el objetivo de preparar en el Parlamento el terreno hacia una Escocia que sea a la vez independiente y diferente.
En Inglaterra, es el UKIP es el tercero partido en cuanto a número de votos emitidos. Recibió votos tanto de los laboristas como de los conservadores, pero los 4 millones de votos (12,6 %) obtenidos apenas le otorgan un solo escaño en el Parlamento. Los Verdes con más de un millón también obtienen un escaño. Lo absurdo de un sistema electoral que da a los conservadores una mayoría absoluta (331 escaños), con el 36,9 % de los votos emitidos, y a los laboristas 232 escaños con el 30,4 % y reduce a la nada al resto de los partidos es una muestra clara de su fecha de caducidad. Se necesita una campaña seria a favor de un sistema proporcional. El sistema de first-past-the-post, el ganador se lo lleva todo, constituye un cáncer maligno que debe ser extirpado del cuerpo político.
¿Y el radicalismo inglés? No es pura casualidad que un partido de derechas como el UKIP se haya convertido en la tercera fuerza. La estrecha colaboración entre los principales sindicatos y la dirección laborista significaba que la construcción de un movimiento social para hacer frente a las privatizaciones y exigir la propiedad pública de los servicios públicos, más vivienda pública, democracia local y la renacionalización de los ferrocarriles, se quedó en la cuneta. Ninguna otra fuerza extra-parlamentaria fue capaz de organizar una base para rechazar y revertir las políticas extremas del centro [del centro-izquierda y el centro-derecha]. Ahora, ese es el reto al que se enfrentan todos aquellos y aquellas que quieran poner fin al consenso estratégico del thatcherismo y el blairismo en Inglaterra. No es una tarea fácil. Sin embargo, las posibilidades existen; sólo requieren fuerzas sobre el terreno que permitan crear un nuevo movimiento que hable en nombre de la gente oprimida y explotada.
No hay esperanza para encontrar un líder para la izquierda en el partido laborista. Los nombres que se barajan ni siquiera son capaces de escuchar la lluvia cuando llueve. Lo que sería de gran ayuda es si, más pronto que tarde, en el nuevo parlamento, se organiza un grupo de diputados de izquierda que rompa efectivamente con el laborismo y se constituya como un grupo radical en relación con las fuerzas extraparlamentarias. Dudo que lo harán y a este respecto, la tradición bennista [en referencia a Tony Benn, que fue durante años el emblema de la izquierda del laborismo] es, para decirlo de forma leve, de poca ayuda. Su apego al laborismo en un momento en que el partido ha roto con su propio pasado socialdemócrata y ha optado por un capitalismo puro y duro no tiene sentido y les lleva a un callejón sin salida. Ken Livingstone, que derrotó al blairismo cuando se presentó como candidato independiente para la Alcaldía de Londres, más tarde renegó de ello, hizo las paces con Downing Street y volvió al redil, defendiendo la City de Londres y el capitalismo financiero desregulado, así como a Scotland Yard y la ejecución pública del electricista brasileño Jean Menezes (confundido con un musulmán). Livingstone fue uno de los pocos dirigentes populares del Partido Laborista que podría haber jugado ahora una papel para construir algo nuevo.
Necesitamos una alianza de todas las fuerzas radicales para construir un movimiento anticapitalista en Inglaterra. Un movimiento que sea a la vez nuevo, pero que se apoye también en el pasado: en las grandes movilizaciones del siglo XVII; en las rebeliones cartistas del siglo XIX. Los más recientes acontecimientos en América del Sur, Grecia y España también ofrecen un camino a seguir. En cuanto al Partido Laborista, creo que deberíamos dejarle que se desangre. Aquí la esperanza la ofrece el camino escocés.
Tariq Ali, escritor; su último libro: The Extreme Centre: A Warning. Versobooks-feb. 2015.
Fuente original: http://www.counterpunch.org/2015/05/08/farewell-to-the-united-kingdom/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=farewell-to-the-united-kingdom