Para los que conocían de cerca a Alan García es de suponer que su suicidio fue una muerte anunciada. Para el mismo Alan es una muerte premeditada. Y en su carta de despedida, leída por su hija, Alan escribe la siguiente frase: «Cumplí la misión de conducir el aprismo al poder en dos ocasiones… creo […]
Para los que conocían de cerca a Alan García es de suponer que su suicidio fue una muerte anunciada. Para el mismo Alan es una muerte premeditada. Y en su carta de despedida, leída por su hija, Alan escribe la siguiente frase: «Cumplí la misión de conducir el aprismo al poder en dos ocasiones… creo que esa fue la misión de mi existencia…»
La pregunta que surge es esta. ¿La misión existencial de un político, en un país del Tercer Mundo con pobreza y desempleo extremo, es «conducir al poder» a su partido político?
Comencemos por precisar, ¿a qué se refiere Alan García cuando nos habla de «poder»? Sin lugar a dudas se refiere al poder que confiere la toma del Gobierno Central, en la función de Presidente de la República, cargo que cumplió, como él mismo lo señala, en dos oportunidades.
Pero, ¿es esa la «misión» del político de un país del Tercer Mundo? Por otro lado, ¿la toma del Gobierno Central, en la función de Presidente de la República, puede ser considerada como la toma del «poder»? ¿Qué debemos entender por «poder» para transformar a un país del Tercer Mundo?
Si se trata de un político con ideas reformistas, de querer hacer soportable el infierno que crea el capitalismo, es probable que su «misión» sea precisamente llegar a la presidencia de la República para, a golpe de sangre, homicidio, genocidio y dádivas, hacer aceptar y convertir en fenómenos socioeconómicos sin importancia el hambre, el desempleo y la marginación que sufre la mayoría de la población.
Sin olvidar, como la historia reciente del Perú nos lo dice claramente, que la misión personal del político reformista en una democracia representativa es, y ha sido, la de hacerse millonario sirviendo como lacayo de las empresas y corporaciones nacionales y multinacionales.
Con mayor precisión podríamos decir que la misión del político reformista es mantener intocable el modelo socioeconómico imperante, que se sustenta en la repartición ndividualista del resultado de la actividad económica, mediante el cual la casi totalidad del valor agregado por toda la población del país, es acumulado y concentrado por las grandes empresas nacionales y extranjeras.
En suma, la misión del político reformista es facilitar que solamente algunas personas disfruten de las riquezas creadas, mientras la mayoría de la población padece desempleo, hambre y marginación.
¿Cuál es, entonces, la misión del político en un país del Tercer Mundo?
La misión de un político consiste en desmontar el mecanismo que crea estas grandes desigualdades socioeconómicas y, en su lugar, instalar otro mecanismo que reponga al ser humano en objetivo fundamental de la actividad socioeconómica. Que el objetivo de hacer dinero sea remplazado por el del bienestar general en igualdad de oportunidades.
Y el «poder» que se requiere para cumplir esta misión es mucho más complejo que lograr instalarse en tanto que Presidente de la República.
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