Traducido para Rebelión por Caty R.
«Tengo una hija de 19 años. Para ella, la Segunda Guerra Mundial (…) no sólo pertenece al pasado, sino a otro siglo, incluso a otro milenio. Sabe que existió, pero no significa nada para ella». Estas líneas del cineasta Volker Schlöndorf (1) -finalmente liberado, escribió, de los «fantasmas del pasado»– resumen claramente lo que diferencia a los jóvenes alemanes de sus mayores. ¿Pero nos damos cuenta hasta qué punto?
Unificada hace dos decenios, la República Federal de Alemania (RFA), cuarta potencia mundial, es la primera de la Unión Europea, la más poblada -82 millones de habitantes (2)- y la más productiva, con un Producto Interior Bruto de 2,407 billones de euros en 2009. Berlín poseía entonces -después Pekín le superó- el récord mundial de exportaciones, con 803.000 millones (frente a 665.000 de importaciones, es decir, un superávit de 138.000 millones).
Este «gigante económico» no tiene nada de «enano político». Hay que entender su división en el concierto europeo y sueña con convertirse en miembro permanente del Consejo de Seguridad. El Bundeswehr es el tercer ejército europeo -tras los de Francia y el Reino Unido-. Y por primera vez desde 1945, sus soldados fueron a la guerra primero a Kosovo y después a Afganistán -hasta 2014, ha precisado el ministro de Asuntos Exteriores (3), bajo la presión de la opinión pública-.
De su poder, que en realidad no es nuevo, algunos temen con razón que la RFA se aprovecha para imponer su estrategia. Pero otros manifiestan un miedo, casi pánico, injustificable, hasta el punto de entonar viejas cantinelas antialemanas. Berlín ha conseguido a través de la paz, murmuran, lo que no pudo conseguir por medio de la guerra: su Lebensraum (espacio vital) en el Este.
Las comparaciones no son razones. Habría que ignorarlo todo de los horrores de la colonización genocida de la Europa central y oriental de ayer para poner hoy en el mismo plano los frutos de la paciente Ostpolitik. Cuarenta años después del «arrodillamiento» de Willy Brandt ante el Memorial del Gueto de Varsovia, la RFA vende al Este el 10% de sus exportaciones, cuenta con un millón de trabajadores en sus fábricas deslocalizadas y ofrece trabajo masivamente a la mano de obra de sus fronteras… ¡Obviamente las comparaciones no son razones!
Sobre todo porque Alemania también tiene su talón de Aquiles. Al ritmo actual, e incluso con un saldo migratorio positivo anual de 170.000 personas, el país sólo tendrá 53 millones de habitantes en 2080. ¿Y adónde llevará su «todo para la exportación» si sus vecinos la imitan? Porque 20 años de neoliberalismo al estilo de Kohl, Schröder y Merkel han roto el mercado interior: si el desempleo cayó al 6,7%, el trabajo precario explota -un estudio del sindicato IG Metall indica que el 43% de los empleos creados en 2010 fueron temporales, el 42% de duración determinada (CDD) y el 15% indefinidos (4)-. Y oficialmente cuenta con un 13% de pobres en los antiguos Länder, un 19% en los nuevos y globalmente un 25% entre los menores de 25 años…
Alemania también ha cambiado políticamente. Pocos pueblos han reflexionado tanto sobre su pasado. Piensen en los austríacos, incluso… en los franceses: tuvo que aparecer Robert Paxton (5) para volver sobre Vichy, y todavía estamos esperando el balance real de las guerras coloniales… Los malos vientos de la islamofobia también soplan en Alemania con un nombre, Sarrazin (6), pero la extrema derecha sigue siendo marginal. Y el escrutinio del 20 de febrero en la ciudad-Estado de Hamburgo, donde la Democracia Cristiana perdió la mitad de sus votos, lo confirma: el péndulo vuelve hacia la izquierda, donde el Partido Socialdemócrata (SPD), bajo la presión de Die Linke, adopta una retórica más radical.
Pero ahí se plantea la verdadera cuestión: la de la alternativa, en Alemania y en Europa. Pierre Bordieu, hace casi doce años, escribió en «Pour un mouvement social européen (7)»: «No se puede convertir la economía en un objetivo utópico tan señalado como la construcción de una confederación sindical europea unificada: un proyecto semejante sin duda es imprescindible para inspirar y orientar la búsqueda colectiva de las innumerables transformaciones de las instituciones comunes y las miles de conversiones de las disposiciones individuales que serán necesarias para «crear» el movimiento social europeo».
Notas:
(1) Prólogo de Qui sont les Allemands?, de jean-Louis de la Vassière, Max Milo, París, 2011.
(2) Todas las cifras proceden del sitio oficial federal de estadísticas (en alemán).
(3) Ver el blog de nuestro colaborador Michel Verrier .
(4) La Libre Belgique, Bruselas, 24 de febrero de 2011.
(5) Robert Paxton publicó en 1973 en francés La France de Vichy, 1940-1944 (Coll. «Points Histoire», Seuil, París, 1999).
(6) Thilo Sarrazin escribió, a principios de 2010, Deutschland schafft sich ab (Alemania se desintegra), un exitoso libro contra la inmigración musulmana. Antes del escándalo el Bundesbank le destituyó.
(7) le Monde diplomatique, junio de 1999.
Fuente: http://www.monde-diplomatique.fr/mav/116/VIDAL/20317