En un contexto de permanente discriminación hacia los extranjeros, los «gastarbeiter» (trabajadores invitados) y las personas de tez más oscura, Alemania se encuentra ante la urgente necesidad de repensar la ambivalencia con la que maneja la diversidad de población.
Alrededor de 20 por ciento de la población, unos 16 millones de personas, son descendientes de inmigrantes.
Los datos demográficos señalan que 25 por ciento de las personas menores de 25 años descienden de inmigrantes. Los integrantes de este grupo, a los que llaman «nuevos alemanes», reclaman visibilidad, representación y participación social y política, mientras una generación mayor pierde rápidamente paciencia ante a la incapacidad del Estado de compensar delitos raciales y años de exclusión.
En una exposición por los 775 años de esta ciudad, llamada «Berlín: Ciudad de la Diversidad», trabajadores turcos, que se pasaron la vida trabajando día y noche en las líneas de montaje de gigantes como Siemens y Telefunken, recordaron haber sido atraídos a este país durante la escasez de mano de obra tras la construcción del Muro de Berlín en 1961.
Hoy, sus nietos siguen lidiando con la añeja mentalidad de la sociedad alemana de que «el barco está lleno».
Tras la caída del Muro de Berlín en 1989, la «integración» se volvió el grito de guerra para la reunificación de Alemania. Mientras Berlín oriental y occidental se fundían uno en brazos del otro, minorías menos visibles, como vietnamitas en el oeste y trabajadores invitados en el este, se encontraron frente a un obstáculo adicional: un vidriado muro de acceso e inclusión que resultó ser más duro de romper que el de cemento.
«Nunca me gustó la palabra ‘integración'», dijo en una radio pública la popular columnista turco-alemana Hatice Akyün, quien escribe en el diario Der Tagesspiegel.
«Conlleva las preguntas: ¿quién integra a quién, cómo y por qué?», añadió Akyün, ganadora del Premio Integración 2011 de Berlín.
En 2005, preocupada por el envejecimiento de la población y la baja natalidad que amenaza con distorsionar el equilibrio demográfico del país, Alemania revisó la legislación sobre inmigración, ampliando el criterio de ingreso para incluir a profesionales altamente calificados, otorgando a los graduados extranjeros de universidades locales un año para buscar trabajo y dando la bienvenida a inmigrantes autónomos.
Poco después de promulgada la reforma, la organización neonazi Nationalsozialistischer Untergrund mató a su tercera víctima, Ismail Yasar, un verdulero turco de 50 años, de Nuremberg, como parte de una serie de asesinatos entre 2000 y 2006.
Akyün vivió en carne propia la temerosa escalada de la tipificación de islamistas a las personas de origen turco.
«El punto más bajo para mí fue con el ‘debate de Sarrazin'», dijo a IPS, refiriéndose al auge de la islamofobia y la demagogia populista que siguió a la publicación de «Alemania acaba consigo misma», de Thilo Sarrazin, en 2010.
El libro, que se volvió la obra más popular de la literatura en décadas con 1,5 millones de ejemplares vendidos, expuso el profundo sentimiento anti-inmigración de la sociedad alemana.
«Un nombre y una fotografía de una persona de origen turco en una solicitud de empleo todavía disminuye las posibilidades del postulante en 14 por ciento», indicó la senadora Dilek Kolat, quien fue una de las oradoras de la conferencia «Diversidad 2012», patrocinada por el estatuto de la diversidad de Alemania.
Kolat abogó por un proceso concreto para implementar una agenda de igualdad de oportunidades y de inclusión social, como su iniciativa «Berlín te necesita», una campaña destinada a atraer postulantes de minorías al sector público.
«Un enfoque neutro ya no es relevante ni útil», precisó Kolat, frente a responsables de diversidad y empleados de recursos humanos de todas partes de Alemania.
No sorprende que las corporaciones hayan estado entre los impulsores más activos de una política autorregulada en materia de diversidad, pues apuntan a nuevos mercados globales.
El gerente general de Siemens, Peter Löscher, fue un pionero hace cinco años, cuando dijo que su junta directiva era «demasiado alemana, demasiado blanca y demasiado varonil».
«La diversidad es nuestro pan de cada día, nuestra estrategia clara como actor global», indicó Brigitte Ederer, integrante de la junta directiva de Siemens AG, con unos 52.000 empleados.
«Sencillamente, una fuerza de trabajo diversa tiene sentido económico, los equipos mixtos resuelven problemas de forma más efectiva», añadió.
Según el Ministerio federal de Trabajo y Asuntos Sociales, se prevé en Alemania una escasez de seis millones de trabajadores para 2025.
En respuesta a la actual crisis económica, la tarjeta azul de la Unión Europea, un permiso de trabajo, entró en vigor en agosto, a la vez que el portal Bienvenido a Alemania, un proyecto de profesionales calificados que «relaciona toda la información clave sobre cómo hacer una carrera y vivir en Alemania», indicó.
El sector público también debe atender con urgencia el problema de la diversidad. Alemania tiene solo 13 por ciento de funcionarios pertenecientes a alguna minoría, bastante rezagada respecto de Francia y Gran Bretaña, con 20 por ciento, según datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE).
«La policía todavía no tiene una estrategia en materia de diversidad, el enfoque dominante es la asimilación, la conciencia de la diferencia no forma parte de la mentalidad y es mi objetivo cambiar eso», dijo a IPS la subcomisaria de policía, Margarete Koppers.
Su declaración coincide con un momento en que toda la fuerza está siendo observada por no detener a los responsables de los nueve asesinatos de comerciantes de origen extranjero, ocurridos entre septiembre de 2000 y agosto de 2006.
Especialistas coinciden en que esto equivale a aceptar el profundo racismo estructural, y que hace tiempo falta en Alemania un reconocimiento formal como el informe MacPherson de 1994 en Gran Bretaña.
Kien Nghi Ha, profesor de la Universidad de Tübingen que llegó al país en 1979, recuerda en su estudio sobre las relaciones entre Asia y Alemania un doloroso episodio que marcó su niñez: un ataque, en agosto de 1980, contra un refugio de solicitantes de asilo de Hamburgo que dejó a dos vietnamitas de 18 y 22 años muertos.
No se hizo ninguna investigación ni contó para las estadísticas. Los asesinatos ni siquiera fueron registrados en la categoría de delitos políticos.
Reconocer esos delitos es un paso crucial para lograr una Alemania más diversa e inclusiva.
(FIN/2012)