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Respuesta al artículo de Ilya U. Topper

Amalgamas, islamofobia y la complicidad de Europa

Fuentes: Rebelión

El artículo «Respetando a los caníbales. Europa es cómplice del fundamentalismo islámico», publicado por Ilya U. Topper el 12 de enero plantea algunos puntos muy acertados. En primer lugar, señala que «Europa ha islamizado, durante décadas, a la población inmigrante» (de origen musulmán, se entiende), por la vía de elevar «a los imames, los teólogos, […]

El artículo «Respetando a los caníbales. Europa es cómplice del fundamentalismo islámico», publicado por Ilya U. Topper el 12 de enero plantea algunos puntos muy acertados. En primer lugar, señala que «Europa ha islamizado, durante décadas, a la población inmigrante» (de origen musulmán, se entiende), por la vía de elevar «a los imames, los teólogos, los predicadores al rango de representantes de los colectivos de origen magrebí, turco o pakistaní». Dado que estos líderes religiosos solían ser seleccionados en los países de origen -y no por ejemplo votados por los musulmanes a los que iban a servir en Europa-, se puede considerar que los autores de estas políticas encerraban así a estos colectivos inmigrantes no ya en su cultura, sino en una versión conservadora de lo que suponen que es su religión, en detrimento de otras formas de expresión y de representación. Podríamos añadir aquí que la objetivación de un colectivo inmigrante sobre la base de su religión es una manera cómoda para las autoridades de esquivar protestas de carácter socioeconómico. Un ejemplo fue la reacción del gobierno socialista francés de Miterrand a una huelga de obreros marroquíes en 1989, despreciando las reivindicaciones económicas (de crítica de las diferencias salariales) de esta huelga con el argumento de que era una huelga «religiosa» -porque algunos de sus eslóganes eran en árabei. Por último, como señala el autor al inicio del artículo, el auge del yihadismoii no puede verse como algo completamente exterior a Europa sino más como un fenómeno endógeno, francés en este caso. Tal y como afirma acertadamente, Europa exporta terroristas islámicos a las zonas en conflicto del norte de África y Oriente Próximoiii

No obstante, el autor incurre en generalizaciones muy groseras que acaban distorsionando sus conclusiones. De entrada, establece una continuidad muy cuestionable entre conservadurismo y promoción de la violencia. Para que nos hagamos a la idea, es como si un lector del ABC, por el hecho de ser conservador, monárquico y católico practicante, estuviera a favor de asesinar comunistas y a punto de organizar una matanza. Entre los imames enviados por estos países predominan en efecto personas conservadoras o muy conservadoras, pero en sus sermones en la mezquita eso puede reflejarse en tratar el tema del pañuelo, animar a las mujeres a ser amas de casa o criticar que en los comedores escolares se obligue a los niños a comer cerdo. Eso no lleva a un oyente del sermón a salir a pegar tiros. Los servicios secretos franceses están presentes en todas las mezquitas, precisamente investigando si éste o aquél predicador puede tener un discurso que llama a la violencia. Los imames sospechosos de llamar a la violencia son fácilmente deportados. Por el contrario, los imames ultraconservadores son a veces considerados por la policía o las autoridades locales francesas como los que más promueven la paz en los barrios más pobres y segregados, canalizando a jóvenes que se iniciaban en la delincuencia a una práctica religiosa ascética y que tiende a llenar un vacío vital -el vacío y la rabia que trata de explotar la propaganda yihadista-iv.

Por otro lado, los imames de las principales mezquitas francesas integran el Consejo Francés del Culto Musulmán, una institución creada por el gobierno francés y que está continuamente buscando la paz social, apoyando todos los posicionamientos oficiales «republicanos» junto con los grandes partidos, e insistiendo en que el Islam es una religión de paz. Su posición social en Francia depende de ello, y de hecho se la suele considerar una institución clientelista al servicio del gobiernov. El artículo incurre en una amalgama de tipo culturalista al considerar que los imames de «las mezquitas» en Francia (¡así, en general!), por el hecho de ser normalmente conservadores, tienen algún interés en que sus fieles salgan a pegar tiros. Es algo absurdo, y más aún cuando sus fieles más devotos, como las personas de cierta edad que muestran su religiosidad con un pañuelo islámico o una chilaba, son precisamente los más afectados por la oleada de rechazo e insultos hacia los musulmanes generada por las matanzas en la capital francesa. Con la movilización actual de la extrema derecha de Le Pen y de amplios sectores de la derecha que afirman la existencia de un «problema musulmán», sufren en carne propia la ira de gran parte de la población francesa, y su vida cotidiana se ve gravemente afectada.

Pero esto no es lo más grave. El autor no sólo generaliza brutalmente al referirse a los predicadores, identificando casos muy aislados de predicadores pro-yihadistas con el conjunto de los predicadores franceses. También considera que «los musulmanes franceses» (una población de al menos 5 millones de personas) piensan lógicamente lo mismo que lo que dicen los predicadores en las mezquitas. Algo muy inverosímil teniendo en cuenta que los musulmanes franceses no son especialmente practicantes, raramente acuden a las mezquitas y, en el caso de los jóvenes, la mayoría de ellos son no practicantes. Es decir, la mayoría de estos jóvenes no van a las mezquitas, ni tampoco hacen los cinco rezos diarios (no rezan a diario), beben alcohol y en general tienen una vida bastante alejada de los ideales conservadores de los predicadores reaccionarios. Es cierto que en los guetos franceses, la dura situación que soportan muchos jóvenes está provocando una oleada de «conversiones» (es decir, pasar de ser no practicantes a practicantes interesados en la religión, en la que intentan encontrar consuelo y dignidad). También es cierto que en estos guetos hay una minoría de jóvenes con ideas religiosas muy conservadoras, y que dentro de esa minoría hay una minoría que puede eventualmente llegar a apoyar la violencia. Una proporción ínfima dentro del total de la población joven musulmana. Y aclaro esto porque como señala el autor «El Islam» no es un ente abstracto dotado de vida propia; el «Islam» es «la suma de lo que piensan en un momento concreto de la historia quienes se reconocen musulmanes».

Efectivamente los acuerdos internacionales entre Francia y países musulmanes -por los que éstos se encargan de sufragar la construcción y el mantenimiento de las mezquitas- contribuyen a la extensión de las corrientes más conservadoras y reaccionarias del Islam entre los musulmanes franceses. Efectivamente esta política es además peligrosa porque entre los predicadores que llegan se cuelan a veces predicadores fundamentalistas que pueden -o no- hacer llamados a la violencia, y que tienen que ser continuamente investigados por los servicios secretos franceses. El autor acierta al señalar este riesgo. Pero entonces, ¿por qué no explica el porqué de estos acuerdos? Francia, Europa y Estados Unidos mantienen una relación privilegiadas con las monarquías fascistas del Golfo (Arabia Saudí y países más pequeños gobernados por jeques). No sólo por cuestiones de estabilidad regional, como pretenden hacernos creer, y para mantener en un nivel razonable el precio del petróleo. David Harveyvi nos explica que esta alianza se debe especialmente a que los jeques, súbitamente convertidos en multimillonarios gracias a los petrodólares, invirtieron su exceso de liquidez en los hedge funds y productos financieros especulativos estadounidenses, contribuyendo de forma decisiva a crear la burbuja financiera. El capital financiero estadounidense les necesita y hace lobby a favor de estas relaciones privilegiadas. Por algo la familia Bush tenía una relación tan íntima con los Ben Laden, y la CIA apoyó tan alegremente a grupos yihadistas para acabar con la influencia soviética en Afganistán, y luego con los caudillos del norte de África.

El problema de las generalizaciones no es solamente que contribuyen a la estigmatización de los jóvenes musulmanes franceses. Quizá de manera no buscada por el autor, la falta de concreción sugiere un continuum entre predicadores yihadistas y fundamentalistas, predicadores en general, asistentes a las mezquitas, musulmanes practicantes en general y musulmanes no practicantes (mayoría entre los jóvenes). Todos ellos acaban metidos en el mismo saco, y esto se debe a una visión culturalista del Islam, que sugiere que hay algo en esta religión que lleva a sus fieles hacia el terrorismo. Los terroristas cristianos, como Breivik que cometió recientemente una matanza racista en Noruega, como el Ku Kux Klan y otros grupos terroristas en EEUU, la OAS francesa en Argelia, etc., no suelen en cambio ser categorizados como «cristianos», sino únicamente como «terroristas». No digamos el proceder de los ejércitos de la OTAN cuando usan pocos miramientos con la población civil en la «guerra contra el terror» lanzada por el presidente Bush. Si en este caso no hablamos de «terrorismo cristiano», deberíamos extender este proceder a los terroristas que actúan en nombre del Islam, para evitar fomentar amalgamas basadas en la retórica del choque de civilizaciones (o del enemigo interno) que acaban reforzando una situación de racismo y segregación social y urbana, alimentando precisamente las posiciones violentas que pretenden combatir. Los fundamentalistas que buscan la violencia salen reforzados por estas amalgamas.

Notas:

i Ejemplo mencionado en el libro Islamophobie, de Marwan MOHAMMED y Abdellali HAJJAT, París, La Découverte, 2013. 

iiUtilizo «yihadismo» en vez de «fundamentalismo islámico» porque muchos «fundamentalistas islámicos» se oponen a los actos violentos, hay mucho debate en torno a lo que es legítimo y lo que no dentro del campo «fundamentalista» (por ejemplo, los Hermanos Musulmanes han condenado los atentados de París), y el término «fundamentalismo» es mucho más vago que el de «yihadismo» (como señala Zizek, «fundamentalistas» serían también los Amish o los monjes budistas, y el fundamentalismo no suele conllevar rencor sino indiferencia; ver http://www.voxeurop.eu/es/content/news-brief/4882854-los-que-atacaron-charlie-hebdo-eran-falsos-fundamentalistas?xtor=RSS-9 ). Con el término «yihadismo» me refiero al movimiento compuesto por aquellos que consideran que la «yihad» (el «esfuerzo» en árabe) pasa por hacer la guerra a los infieles o los que atacan a los musulmanes. (Para la mayoría de los musulmanes la «yihad» no consiste en hacer la guerra sino que alude al esfuerzo necesario para mantener unas prácticas de rectitud que hagan al creyente más meritorio y coherente con su fe). Fuente: http://www.mediapart.fr/article/offert/8fc76ffb8e105ad3709cbc9b28065cdd

iii El carácter endógeno europeo del fenómeno ha sido igualmente destacado por el más renombrado especialista francés en estudios del Islam, Olivier Roy. Según este sociólogo, los jóvenes radicalizados que adoptan periferias violentas pertenecen a una parte marginalizada de la población joven musulmana. En modo alguno representan una vanguardia entre la juventud musulmana, ni una «comunidad musulmana francesa» que ni siquiera existe: «Los jóvenes radicalizados, remitiéndose mayormente a un imaginario entorno político musulmán (la umma de antaño), están tan deliberadamente enfrentados con el islam de sus padres como con el conjunto de la cultura musulmana. Se inventan un islam que se opone a Occidente. Proceden de la periferia del mundo musulmán. Lo que los induce a actuar son los alardes de violencia que muestran los medios de comunicación occidentales. Encarnan una ruptura generacional (sus padres ahora llaman a la policía cuando sus hijos se van a Siria) y no tienen relación ni con la comunidad religiosa local ni con las mezquitas del barrio. Esos jóvenes se autorradicalizan en Internet, buscando una yihad global. No les interesan problemas concretos del mundo musulmán como Palestina. En pocas palabras, no aspiran a la islamización de la sociedad en la que viven, sino a la materialización de su enfermiza fantasía heroica («Hemos vengado al profeta Mahoma», proclamaban algunos de los asesinos de Charlie Hebdo).» (Olivier Roy, «Una comunidad imaginaria», El País, 13/1/2015. Fuente: http://elpais.com/elpais/2015/01/12/opinion/1421087876_925466.html ).

iv  Así ocurre por ejemplo con el imam de tendencia «salafista quietista» que predica en una de las dos mezquitas de Brest: http://apps.rue89.com/2014-imam/

v  La designación de «los imames, los teólogos, los predicadores al rango de representantes de los colectivos de origen magrebí, turco o pakistaní» señalada por el autor tiende igualmente a generar relaciones de tipo clientelar entre autoridades nacionales o locales y representantes religiosos.

vi  David HARVEY, A Brief History of Neoliberalism. Oxford, 2007 (2a edición).

Nuria Álvarez, doctoranda en antropología social por la Universidad Complutense de Madrid, investigadora en los guetos franceses.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.