En las sociedades o comunidades digitales, al parecer, la ética y la estética están definidas por las pantallas del Smartphone, iPhone… que fijan y promueven lo bueno y lo bello para cada comunidad digital. Estas mediaciones tecnológicas, ahora, convertidas en «fuentes» de verdades casi infalibles, nos aproximan a las realidades, pero también nos alejan de […]
En las sociedades o comunidades digitales, al parecer, la ética y la estética están definidas por las pantallas del Smartphone, iPhone… que fijan y promueven lo bueno y lo bello para cada comunidad digital. Estas mediaciones tecnológicas, ahora, convertidas en «fuentes» de verdades casi infalibles, nos aproximan a las realidades, pero también nos alejan de ella irremediablemente, convirtiéndonos en irreflexivas «sociedades creyentes».
El reciente «fenómeno digital» de la Amazonía en llamas», que activó en nuestro interior a hater, mitómanos, «ecologistas/ángeles desde el sofá de cuero»,… son una constatación de que como humanidad involucionamos hacia la ciega y viral emoción eufórica.
Lo que desconocemos de la Amazonía
No existe Amazonía sin fuego. Para quienes tradicionalmente cultivamos y subsistimos en la Amazonía y sus proximidades el uso del fuego para cultivar los suelos es parte de nuestras culturas. Sin roza, ni quema, no hay comida, ni carne. Ni para nosotros del campo, ni para los ciudadanos. No existe la Amazonía idílica sin fuego. No existe Amazonía sin pueblos indígenas.
Amazonía es un territorio en disputa. Quienes iniciaron con la «ilusión del desarrollo sin límites», sabían y saben de las reservas vitales que preserva la Amazonía. En ese sentido, la Amazonía fue, es y será siempre un territorio asediado y en disputa permanente para el mal desarrollo de ellos.
Generar/aplicar terapias de shock ambiental «planetario» para apoderarse del control de la Amazonía fue y es una constante de las transnacionales y gobernantes de sus casas matrices. ¡No es tanto el deseo por apagar el fuego de la Amazonía, sino la obsesión por apoderarse del Agua…! En los textos escolares de los EEUU, desde el siglo pasado, se enseña que la «Amazonía es un territorio internacional».
No existe Amazonía sin pueblos indígenas. Otra de las intenciones perversas de quienes promueven la terapia del shock de la «Amazonía en llamas» es expulsarnos o enjaularnos a los pueblos indígenas que cohabitamos en la Amazonía e inmediaciones. Una vez que logren declarar la Amazonía como área protegida bajo la autoridad de organismos y ONG internacionales, argumentarán: «Poblaciones primitivas destruyen los bosques y ecosistemas». Por tanto, poblaciones nómadas o seminómadas de indígenas que aún sobrevivan a las enfermedades propagadas por el «civilizado» deberán abandonar la Amazonía, o aceptar ser «estabulados» en reservas vigiladas.
No existe taxonomía completa de la Amazonía. Después de los océanos, la Amazonía, es un ecosistema aún desconocido para la ciencia moderna. Por tanto, no existe una clasificación precisa, ni completa, de la Vida y de los ecosistemas que cohabitan en ella. En ella, aparecieron y desaparecieron especies de fauna y de flora sin esperar ser conocidos o clasificados. En consecuencia, nadie sabe a con certeza sobre la magnitud del impacto del actual incendio de la Amazonía.
Amazonía es más que poesía. La identidad e historia de la Madre Tierra está hecha de cambios inconmensurables. Incendios, terremotos, fracturas… Los humanos somos un instante en esa identidad/historia. Por tanto, a la Madre Tierra y a la Amazonía no busquemos salvarlas, sino amarlas como son. Esto implica reencantarnos con la Madre Tierra. Iniciar el abandono del asfalto y del petróleo, y hacer el camino del retorno a la tierra y hacia el campo. Amar la Amazonía implica abandonar nuestro insostenible estilo de vida urbano y comenzar a amar la estética Tierra.
En los últimos siglos, la modernidad quemó muchas amazonías. Dos terceras partes de la faz de la tierra fueron incendiadas buscando la comodidad del estilo de vida urbano moderno. Claro, aún no había Smartphone, ni iPhone, por ello quizás ni nos quisimos enterar. No existe mayor incendio planetario que la «civilidad» del petróleo que alimentamos.
Urge apagar los actuales incendios de la Amazonía, del África…, de los basurales urbanos…, Pero, ante todo, urge apagar el fuego del confort urbano y de la consumopatía que nos habita. Urge amar a la Tierra y al bosque, pero no desde la comodidad del asfalto. ¡Bienvenidos a las éticas y las estéticas rurales!
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